Las religiones, al igual que los nacionalismos, siempre son excluyentes. Los estados laicos son el resultado natural de una lucha por su propia supervivencia. La religión debe ser un asunto personal y privado, separado del poder político.
¡Se acabó el autodenominarse “la única democracia de Oriente Próximo”! El club de los regímenes teocráticos da la bienvenida al nuevo miembro: el 19 de julio pasado, el parlamento israelí aprobó, con 62 votos a favor, 55 en contra y dos abstenciones, la Ley Básica de “Israel, el Estado Nación Judío”, que ensalza la supremacía judía por la venia de Dios. Con ello desmantela los preceptos fundamentales de la Declaración de Independencia en 1948, en la que Israel prometía garantizar la “completa igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes independientemente de su religión, raza o sexo“. Dado que este país carece de una Constitución civil – debido tanto al rechazo a ser gobernado por las leyes no divinas (al igual que Arabia Saudí), y también para no estar atado a normas que cuestionen sus proyectos políticos-, esta Ley Básica, junto con otras, hacen de Carta Magna. El Partido Comunista ha advertido de su “naturaleza fascista” aunque, en realidad, no hay nada nuevo, salvo un ataque de sinceridad y la culminación de un proceso que empezó nada más fundar Israel en 1948. Lo que sucede es que hoy el clima para este chauvinismo tribal religioso-étnico es más favorable que nunca: con el apoyo inestimable de los EEUU, ha conseguido desmantelar a los poderosos países árabe (Irak, Libia y Siria), llevar a Arabia Saudi y Egipto a su bando, y acelerar la agonía de los refugiados palestinos al congelar EEUU su aportación de 65 millones de dólares.
Los puntos más destacados de La Ley Básica “Israel, el Estado Nación Judío” son:
- La “nación israelí” deja de existir para ser sustituida por la “nación judía”, convirtiendo a los miembros de otros grupos étnicos y religiosos en ciudadanos de segunda. Así, se excluye a las minorías nacionales de participar en la construcción del país mientras los países avanzados buscan fórmulas para la integración de los inmigrantes recién llegados.
- Afirma que Israel es un estado para todos los judíos del mundo (¡siempre y cuando no sean negros!), a la vez que niega proteger a los sectores no judíos que habitan su territorio, poniendo patas arriba las teorías del Estado. Israel abandona oficialmente la idea de ser un Estado plurinacional, al imponer la condición de “jurar la lealtad el Estado judío” para obtener la ciudadanía, y a sabiendas que los israelíes musulmanes, cristianos o drusos (fieles de un credo ecléctico que lleva el nombre de su fundador iraní Mohammad Darazi), no lo harían, les convierte en una minoría extranjera en su propia y milenaria tierra, y a los refugiados en eternos apátridas. Es como si Japón o China piden lealtad al budismo para obtener la nacionalidad. En la India, por ejemplo, el juramento de lealtad es a la constitución y a las obligaciones civiles, y no al hinduismo.
- La Ley acaba con confusión acerca de la “identidad judía”: hace referencia a la fe o la etnicidad. Israel nunca ha sido un estado secular. La misma razón declarada de su fundación es religiosa, y parte de su legislación sobre todo lo relativo a la mujer no tienen nada que envidiar a la Sharia islámica. Pero, no se confundan, no se trata de establecer una religión del Estado, como la que ha hecho Rusia con la religión ortodoxa, o lo es la católica en Argentina: ninguno se presenta como un “Estado cristiano” que asigne determinados privilegios a los fieles de estos credos. Más bien es como el nacionalcatolicismo de Franco o el nacionalchiismo de Irán. De hecho, esta ley elimina conscientemente el término “democrático”, que en las anteriores definían a “Israel como un Estado judío y democrático”. Ahora solo será judío.
- Planea expandir los asentamientos judíos “como un valor nacional”, por lo que mantendrá los actuales (que son ilegales) en Cisjordania y Jerusalén, y los ampliará: Que Israel nunca haya definido sus fronteras le deja las puertas abiertas para ocupar “desde el Nilo hasta el Éufrates” manda el proyecto sionista.
- Declara a Jerusalén como ciudad “indivisible” y la “capital completa y unida de Israel”, para que entre otras implicaciones el poco probable futuro estado palestino no pueda instalar su capital en la parte oriental de la urbe como exigen los acuerdos internacionales.
- Imposibilita también la creación de un estado binacional democrático para los judíos y árabes.
- Reserva el derecho a la autodeterminación exclusivamente para el pueblo judío, evitando así futuras reivindicaciones separatistas de los árabes para crear un estado propio.
- Revoca el estatus de la lengua árabe, que en teoría era cooficial junto con el hebreo (nada que ver con la cohabitación del finés y el sueco en Finlandia o el pastún y el darí en Afganistán), y la rebaja a una posición “especial”. Elimina, así, la demanda de los ciudadanos árabes de incluir su idioma en los trámites oficiales, los carteles y anuncios, etc.
- Consolida el sistema de Apartheid contra los no judíos. A lo largo de décadas, Israel ha demolido decenas de miles de casas árabes, ha encarcelado a sus propietarios o los ha expulsado; ha arrancado millones de sus árboles frutales, quitándoles el pan, secándoles el agua y ha ocupado Cisjordania con medio millón de colonos. En el mismo Tel Aviv, según el diario Haaretz, los árabes sufren la segregación: hasta en las maternidades de los hospitales las madres árabes son separadas de las judías, sin que ninguna lo pidiera.
El Apartheid legal nace de la creencia de la superioridad de un grupo humano respecto a otros. “Nosotros somos dioses sobre este planeta. Somos tan diferentes de las razas inferiores como ellos lo son de los insectos. …. Las demás razas son consideradas como excremento humano” dijo el ex Primer Ministro israelí Menachem Begin, a pesar de que las “razas” no existen y el estudio del genoma humano ha mostrado que quienes lo reivindican padecen un mal en su materia gris por creer que un pequeño grupo humano es mejor, más guapo o inteligente que el resto de los 7.000 millones de seres humanos.
El 15 de marzo del 2017, la Comisión Económica y Social para el Asia Occidental (Cuspado) de la ONU acusó a Israel de imponer un “régimen de apartheid” al pueblo palestino. Era la primera vez que la ONU utilizaba este término para referirse a las políticas israelíes contra sus propios ciudadanos.
- La ley así también discrimina a millones de judíos no religiosos.
Los seres humanos han creado leyes para resolver los problemas de convivencia. No es este el objetivo de la extrema derecha que gobierna algunos países: las elabora para provocar tensión y conflictos sociales y así justificar la represión. Si uno de los motivos de este cambio ha sido el temor al alto índice de natalidad de los árabes que hoy componen el 21% de la población (en 1948 eran 1,2 millones árabes frente a 600,000 judío), es como si el gobierno de España acabara con los derechos de la ciudadanía de los andaluces. A demás de inmoral es ineficaz: la minoría supremacista blanca de Sudafrica fue condenada y asilada por todo el mundo, a excepción de algunos países como Israel.
¡Que alguien salve a Israel de sí mismo!
Este paso tan arriesgado es el tercero dado por el expansionismo israelí en los últimos dos años: primero fue forzar a EEUU a trasladar su embajada a Jerusalén, y el segundo que rompiera el acuerdo nuclear con Irán, llevando al mundo al borde de una nueva gran guerra. El siguiente podrá ser la firma del “Acuerdo del siglo” entre los estados árabes e Israel, para obligar a los palestinos a asentarse en el desierto de Sinaí si no quieren que se les eche al mar.
Condoleezza Rice, que fue secretaria de Estado de los Estados Unidos, anunció en 2008 que los partos del Nuevo Oriente Próximo serían muy dolorosos. Sólo los afectados saben hasta qué punto lo ha sido y lo es.
Las consecuencias de aplicar la idea caducada y tribal de “una nación, un estado” llevada a cabo en Europa, reflejada en la decisión del régimen de Netanyahu, y el deterioro político de Israel es tal que, además de la población no judía, el propio presidente del país, Reuven Rivlin, e incluso Benny Begin, el hijo del ex primer ministro, han mostrado su preocupación. Las fuerzas de izquierda israelí y palestina han convocado a ambos pueblos a luchar para derrotar al gobierno.
Las religiones, al igual que los nacionalismos, siempre son excluyentes. Los estados laicos son el resultado natural de una lucha por su propia supervivencia. La religión debe ser un asunto personal y privado, separado del poder político. Los fundamentalistas siempre son de extrema derecha y al servicio de los intereses de los sectores más reaccionarios, subdesarrollados y belicistas de la sociedad.
Los árabes pueden denunciar esta ley por antisemita ante los tribunales internacionales, ya que ellos también son semitas: cuenta la mitología que los judíos son descendientes de Isaac y los árabes de Ismael, ambos hijos de Abraham.
Estamos ante un nuevo estado, por lo que la ONU debe decidir si reconocerlo o no.
Nazanín Armanian
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