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Laicismo y Universidad

Que a estas alturas se tenga que seguir reiterando la importancia del laicismo en el terreno educativo no es un asunto baladí. Pero tener que seguir haciéndolo en el terreno de la enseñanza universitaria es algo que clama al cielo. Las protestas llevadas a cabo recientemente por un grupo de estudiantes en una capilla de la Universidad Complutense de Madrid ha reabierto un debate que debería ser muy tenido en cuenta, tanto por la sociedad como por la clase política y las autoridades académicas. Porque la existencia de capillas en la Universidad no se corresponde a la libertad de culto que establece la Constitución Española, sino a un privilegio obsoleto que atenta contra la libertad de conciencia de los ciudadanos españoles.

Las jóvenes que entraron en la capilla cubriendo sus cabezas con velos morados, en alusión a la misoginia subyacente en todo ideario religioso, querían protestar, según han afirmado a la prensa, contra las últimas declaraciones homófonas y machistas de los obispos y del papa. Pretendían mostrar su repulsa a las actitudes antidemocráticas que muestra el clero cuando se manifiesta contra los derechos generalizados de los ciudadanos homosexuales y contra el pluralismo social que debe tener cabida en toda sociedad democrática. Aunque las formas no sean las correctas, y aunque sea entendible que molestaran a las personas de ideas religiosas, no es menos cierto que los jóvenes de 18 a 22 años se expresan con las escasas herramientas de que disponen.

Las detenciones policiales de estos alumnos y alumnas, acusados de vulnerar el derecho fundamental de libertad religiosa, dejan en evidencia la resistencia de la Iglesia a mantener sus espacios de privilegio en los lugares públicos. Y deja también en evidencia que lo que se llama libertad religiosa nada tiene que ver con la libertad de conciencia, que es de lo que se trata. Pasamos por alto que, en lo que a asuntos de conciencia o de creencias personales se refiere, los ciudadanos de este país no tenemos los mismos derechos.

Mientras que los ciudadanos católicos poseen capillas en escuelas, universidades, hospitales, residencias, espacios militares, etc.etc., los ciudadanos ateos, o agnósticos, o laicistas, o racionalistas (que viene a ser todo, en esencia, lo mismo, y no son “herejes” o apestados, sino, por lo general, personas cultas cuya cota de conocimiento les impele a rechazar los dogmas irracionales desmentidos por la historia, por la ciencia, y muchas veces por la más simple lógica) …carecen, decía, de lugares específicos donde se lean textos de Darwin, o Nietszche, o Carl Sagan, o Stephen Hawkins, por ejemplo.

Podemos imaginar lo que dirían o harían los católicos acérrimos de encontrar en la universidad lugares específicos donde se abogara por la razón, el laicismo, o el cientifismo y se criticaran las maldades de la superstición y el pensamiento mágico. Ni siquiera, en realidad, hace falta apelar a la imaginación, porque estamos ya habituados a incesantes declaraciones injuriosas y agresivas contra el laicismo (¡ni qué decir del ateísmo!), por parte del clero en sus tribunas, homilías y manifestaciones públicas. Y éso no es ni amor, ni caridad, ni igualdad, ni misericordia, ni perdón. Más bien es lo contrario.

Sea como fuere, la manifestación de esas estudiantes contra la intolerancia religiosa, aunque sea reprobable en la forma (que no en el fondo), ha reabierto el debate de la inconveniencia de las capillas en las universidades y en los espacios públicos. Es obvio que, ateniéndonos al derecho fundamental recogido en la Carta Magna de los Derechos Humanos, la libertad de conciencia es un derecho de todos, y este derecho parece ser eludido por quienes, apelando a los derechos comunes, pretenden erigir en únicos y exclusivos los suyos propios.

Y en el ámbito universitario, quizás más que en ningún otro, es muy importante preservar la razón como principio conceptual del conocimiento, de la investigación científica y de la búsqueda de la verdad, en detrimento de la irracionalidad y del dogmatismo acientífico que propugnan las religiones, cuyas prédicas y acciones han ido siempre encaminadas a obstruir el conocimiento, la verdad científica, el progreso y la razón. La irracionalidad religiosa es incompatible con el análisis objetivo y ecuánime de la realidad, es decir, con la búsqueda y el aprendizaje de conocimiento que debe detentar todo ámbito universitario. Las creencias personales, irracionales o no, pertenecen al ámbito personal de cada quién. Decir capillas en la universidad es, metafóricamente hablando, como decir pirómanos ante una gran biblioteca.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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