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Laicismo y secularización en la Tercera República francesa

La Tercera República Francesa emprendió una intensa política secularizadora a partir de los años ochenta del siglo XIX, una vez que se consiguió consolidar el régimen, y que se convirtió en una especie de modelo para otros sistemas políticos, como se puede comprobar para la Segunda República española.

El 4 de mayo de 1877, Léon Gambetta pronunciaba un famoso discurso en el que plantea la necesidad de combatir el clericalismo, afirmando que ese clericalismo era el enemigo, “le clericalisme, voilà l’ennemi”. En esos momentos, ante el poder de la derecha y de la Iglesia se produce un momento crítico en la historia política francesa: el 16 de mayo aparece un manifiesto redactado por Eugène Spuller, y respaldado por 363 diputados, contra el presidente Mac-Mahon. Los firmantes se oponían al nombramiento como presidente del gobierno el duque de Broglie. Los consiguientes triunfos electorales de los republicanos obligaron a Mac-Mahon a dimitir, subiendo a la presidencia Jules Grévy. El 14 de julio pasa a ser la fiesta nacional, una festividad no religiosa, sino cívica, laica y con marcado carácter popular, y la Marsellesa pasaba a ser el himno nacional.

Los republicanos en el gobierno pretendían secularizar el Estado, quitar a la Iglesia su poder político y su influencia social. El cambio se podría condensar en la palabra francesa, “laïcité”. 

La política secularizadora fue muy ambiciosa o completa, y abarcó distintos aspectos de la vida política y social francesa. En 1881 se aprobó una Ley que secularizó los cementerios. En 1887 se completó la secularización de la muerte con otra disposición legislativa que puso fin a las restricciones para la celebración de funerales civiles, además de permitir la cremación de los cadáveres. También se produjo la laicización de los hospitales públicos, expulsando a los capellanes, y sustituyendo a las monjas por enfermeras, aunque no se pudo hacer muy rápidamente, ya que no se contaba con el número suficiente de diplomadas. Además, las salas de los hospitales perdieron sus nombres católicos para ser sustituidos por personajes que se hubieran destacado por su labor médica y científica. Los edificios públicos de todo tipo perdieron sus crucifijos y símbolos religiosos. Se restringió el uso religioso de los espacios públicos, como las procesiones. Además, en 1883 se prohibió rendir honores militares dentro de una iglesia. En 1884 se reconoció como únicamente válido el matrimonio civil, además de regularse el divorcio. En 1889 se obligaba al clero masculino a cumplir con los deberes militares con Francia como el resto de los ciudadanos.

La reforma educativa fue fundamental para los republicanos franceses. En 1880 la Ley de Camille Sée pretendía terminar con la influencia eclesiástica sobre las niñas y jóvenes de la burguesía, y por ese motivo se crearon los colegios y Lycées para chicas. El gobierno de Jules Ferry (1881-1882) aprobó un conjunto de leyes decisivas. En 1881 se establece la enseñanza gratuita. Al año siguiente se aprueba que sea obligatoria y laica. Estaba naciendo la educación pública francesa. En 1886, por fin, se aprobaba la conocida como Ley Goblet, que establecía que solamente podían enseñar maestros laicos en las escuelas primarias públicas, estableciendo un plazo temporal para que los maestros pertenecientes al clero abandonaran sus puestos, aunque se fue mucho más permisivo con las maestras monjas. La política secularizadora en la enseñanza se coronó ya en los inicios del siglo XX.  El gobierno de Émile Combes sacó adelante unas leyes de 1904 que prohibían a las congregaciones religiosas dedicarse a la enseñanza en Francia, provocando el cierre de miles de escuelas. Una parte de los religiosos dedicados a la enseñanza pasaría a España, y Roma rompería las relaciones diplomáticas con París.

El republicanismo francés pretendía con sus reformas educativas combinar tres objetivos. Por un lado, se buscaba crear una potente escuela como motor de desarrollo social, una idea propia de los sectores a la izquierda de este republicanismo y que entroncaba con el socialismo. Pero, además, se perseguía formar ciudadanos de la República, en una suerte de renovado patriotismo, en una época en la que había que reafirmar a Francia en una Europa dominada por el poder alemán, y en el mundo frente al imperialismo británico. Pero sería un patriotismo laico, sin referentes religiosos, como el que desarrollaría la derecha y la extrema derecha francesas, y que culminaría después en Vichy.

En 1905 se aprobó la Ley de Separación de la Iglesia y el Estado, aboliendo el Concordato, asunto que no se había tratado en el siglo anterior. La República francesa dejaba de reconocer ningún culto.

Todo este proceso intensamente reformador se basaba en el profundo laicismo de una parte importante de la clase política francesa y de su intelectualidad, que pretendía el establecimiento de la neutralidad del Estado sobre principios filosóficos racionalistas.

Una parte del laicismo francés se convirtió en una especie de nuevo evangelio, una nueva espiritualidad que era, además, republicana, con sus propios principios. En este sentido, se puede interpretar un libro de lecturas muy difundido, publicado en 1877, y titulado Le Tour de la France par deux enfants de G. Bruno, y que hablaba del Deber y la Patria.

Por otro lado, el laicismo se desarrolló mucho gracias a la influencia de la Masonería francesa. Precisamente, en 1877 el Convento del Gran Oriente de Francia eliminó la obligatoriedad de la dedicatoria de los Trabajos a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, así como la obligatoriedad en la creencia en Dios y en la inmortalidad del alma para poder ser iniciado. Dos años después, el Gran Colegio de Ritos eliminó estos fundamentos religiosos. A partir de entonces, en lo que conocemos como el Rito Francés, la Masonería tendría por principio “la libertad absoluta de conciencia y la solidaridad humana”. En 1887 se establece el conocido como Ritual Amiable, en la línea de influencia ya marcada en la década anterior, con el triunfo del positivismo, y por el marcado laicismo y defensa de la secularización de los masones franceses. La impronta del republicanismo radical y del socialismo es evidente marcando aún más la superación del deísmo del Ritual Murat. Eso se traduce en una clara pérdida del simbolismo en el trabajo de los masones. El nuevo Ritual hizo que la tenida masónica como tal, en realidad, desapareciera, siendo sustituida por una especie de reunión de hermanos sin las vestimentas masónicas, que debían tender a desaparecer. En todo caso, posteriormente, gracias a la profunda reforma que supuso el Ritual de Referencia Groussier se recuperó todo el carácter simbólico de la Masonería en el Rito Francés, pero sin perder el laicismo descrito.

No debemos olvidar tampoco el papel de otras organizaciones, como el de la Sociedad Librepensadora. Los librepensadores franceses tuvieron una gran influencia en los cambios legislativos de comienzos del siglo XX, aunque, al parecer, una parte de los mismos consideró que la Iglesia francesa conservaba privilegios, al permitir que siguiera siendo titular de los templos.

La historiografía ha discutido sobre si la política secularizadora de la Tercera República ha sido causa o consecuencia del fenómeno de la descristianización en Francia en la época contemporánea. Al parecer, hay datos para considerar que ya había un proceso en este sentido, detectado en el mundo rural, mucho antes del establecimiento de este régimen político. Pero no cabe duda que estas reformas contribuyeron de forma clara a la descristianización. Por otro lado, amplias capas sociales francesas siguieron practicando los ritos y sacramentos, muy vinculados a las etapas de la vida: bautismo, matrimonio y entierro. También es cierto que la secularización trajo un movimiento de reacción religiosa, con una revalorización del culto y devoción a la Virgen, como lo demostraría la importancia de las peregrinaciones a Lourdes.

La Iglesia francesa, junto con los sectores a la derecha y más reaccionarios, se enfrentó a esta política. En las reformas de comienzos del siglo XX se produjeron duros altercados en distintos actos. Además, desde los años ochenta del siglo anterior se desarrolló con fuerza el catolicismo social, tanto desde la perspectiva reaccionaria y paternalista de los Círculos Católicos de Albert de Mun, como desde la defendida por Léon Harmel, más proclive a la defensa efectiva de los trabajadores. Luego, al calor de la encíclica Rerum Novarum, se crearon sindicatos, cooperativas, cajas rurales y publicaciones con el fin de incidir en el poderoso movimiento obrero francés.

El papa León XIII, siguiendo los cambios que generó en distintos aspectos de la Iglesia Católica, proclamó la aceptación del régimen republicano. En febrero de 1892 se publicó la encíclica Au milier des sollicitudes que establecía que la Iglesia no estaba vinculada a ninguna forma de gobierno y que, por lo tanto, aceptar la República no implicaba aceptar la legislación secularizadora de la misma. En todo caso, la tensión no podía dejar de estallar unos años después con los cambios de 1904, y Roma y París romperían relaciones diplomáticas.

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