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XXI Jornadas de Filosofía
Guadalajara 17 y 18 de abril de 2020
Resumen: Se explican los aspectos principales del laicismo y se los contrapone con el marxismo y el feminismo, procurando mostrar sus incompatibilidades y de qué forma el laicismo puede enriquecerse con ellos sin asumirlos plenamente, así como los retos del laicismo para el siglo XXI.
Palabras clave: Feminismo, Laicidad, Laicismo, Libertad de Conciencia, Marxismo.
Laicismo y libertad de conciencia
La libertad de conciencia es el núcleo principal de la laicidad. El laicismo, como movimiento en pro de la laicidad, tiene sus fundamentos teóricos en la Ilustración y el racionalismo. La idea básica es que todo individuo es capaz de autodeterminarse libremente si hace uso por sí mismo de la razón, dejando de lado cualquier otro tipo de tutelaje: la religión, la autoridad, la tradición o lo que sea. Es el sapere aude (atrévete a pensar) de Kant cuando explica ¿Qué es la Ilustración? (1784). Los obstáculos para la libertad de conciencia serían, entonces, los del oscurantismo procedentes de la ignorancia o la pereza por pensar por uno mismo y dejarse llevar por otros. De ahí la necesidad ilustrada de una educación universal que enseñe el uso de la razón y motive a utilizarla de forma autónoma.
Gonzalo Puente Ojea desarrolla esta idea en La cruz y la corona (2011), vinculando la libertad de conciencia a la razón, la individualidad, la autonomía y la dignidad. La conciencia solo puede ser individual, de individuos, nunca de colectivos (iglesias, asociaciones, grupos…). La conciencia se autolegisla haciendo un uso autónomo de la razón, por sí misma y sin tutelajes, y en ese sentido es digna. La dignidad de la conciencia descansa en su autonomía, y no en el contenido de esa misma conciencia. Así, sería posible que dos individuos, haciendo el mismo uso autónomo de la razón, llegaran a consecuencias distintas (por ejemplo, uno a que Dios existe y otro a que no existe) sin que pudiera decirse que una de las dos conciencias es más digna que otra. La condición es que se haya llegado a las conclusiones de forma autónoma, y no mediante un argumento de autoridad (porque lo dice la Biblia, por ejemplo, o porque lo dice Nietzsche, sin más). Nótese, por tanto, que el pluralismo es irreductible en asuntos de conciencia: no hay una verdad última a la que pueda llegarse inevitablemente en cuestiones de conciencia. Y eso es lo que justifica la libertad de conciencia: que cada cual pueda llegar a las conclusiones a las que le lleve su uso autónomo de la razón sin tutelajes ni interferencias de otras instancias. Si fuera posible alcanzar verdades en temas de conciencia, no tendría sentido la libertad de conciencia: sería tan absurdo como hablar de “libertad matemática” para determinar el resultado de 2+2.
A la libertad de conciencia se le opone la “recta conciencia” (la ortodoxia), según Puente Ojea. La recta conciencia consiste en la adecuación de la conciencia a un dogma preestablecido, por ejemplo, la verdad revelada de una religión. Es esa adecuación lo que hace digna a la conciencia, de tal modo que la conciencia será digna si asume la verdad revelada (tanto si lo hace de forma autónoma como si no, por fe) y será indigna por errada si rechaza esa verdad revelada (también da igual si la rechaza de forma autónoma como si no). Para Puente Ojea, esto es lo que hace incompatible al laicismo con cualquier dogmatismo. Si la conciencia es digna en tanto que autónoma, uno de sus derechos será el de disentir de cualquier supuesta verdad revelada o absoluta. El laicismo es el derecho a la herejía en asuntos de conciencia: a pensar distinto del dogma. Lo que es imposible de asumir por los dogmatismos. Lo mismo pasa con el pluralismo: para el dogmatismo solo hay una verdad y no tiene sentido, por tanto, la libertad de conciencia.
Este laicismo ilustrado y racionalista asume la idea de un sujeto autotransparente que es capaz de conocerse y usar la razón por sí mismo para autodeterminarse. Pero, ¿y si el sujeto no fuera tan transparente? ¿Y si la conciencia tuviera más limitaciones y condicionantes que el mero oscurantismo y la ignorancia? Algo así es lo que, en el siglo XIX, va a plantear la escuela de sospecha: Marx, Freud y Nietzsche.
Descartes: el genio maligno
Podemos tomar como antecedente de dicha idea la metáfora del “genio maligno” de Descartes. Para este, las ideas claras y distintas a las que llego por el uso de la pura razón son tan evidentes que no cabe duda razonable sobre ellas. Pero, ¿y si hubiera un genio maligno tal que tiene la capacidad de envolver mi conciencia de modo que me engaña cuando yo creo percibir una idea clara y distinta? ¿Y si hubiera algo, de lo que yo no soy consciente, pero que me influye y condiciona, que me hace entender las cosas de forma que no son pero de tal manera que no soy capaz de darme cuenta?
Richard Popkin (1983, 271-272) alude a un caso histórico que pudo inspirar la idea del genio maligno de Descartes. En 1634, en Francia, fue juzgado un sacerdote llamado Grandier. Se le acusaba de “endemoniar” (léase hoy en día hipnotizar) a las personas de tal modo que estas hacían todo lo que él quería pero creyendo que lo hacían por sí mismas. En realidad, se le acusaba de haber “endemoniado” (hipnotizado) a unas monjas para tener sexo con ellas. Las dudas planteadas en el juicio versaban sobre la fiabilidad del testimonio de las “endemoniadas”: dijeran lo que dijeran, era imposible saber si lo decían por sí mismas o si eran los “demonios” los que hablaban por ellas (si decían lo que su hipnotizador les había sugestionado a decir sin ser conscientes de ello). Si Grandier era inocente, las monjas dirían que era inocente, pero si era culpable, los “demonios” testificarían a través de ellas que era inocente. ¿Cómo saber, entonces, cuándo hablaban por ellas mismas y cuando lo hacían los “demonios”? La hipótesis del genio maligno de Descartes generaliza este caso concreto: ¿y si todo el mundo está preso de un genio maligno que le hace creer que las cosas son como no son? Versiones mucho más modernas de esta idea están en la base de películas como Matrix o en el experimento mental de Jonathan Dancy sobre el cerebro en la cubeta.
La misma idea aparece en los distintos fundamentalismos, empezando por el cristianismo: hay algo que nos impide conocer la realidad tal cual. Para el cristianismo es el pecado original. Dicho pecado nos contamina y nos hace imperfectos, de modo tal que la razón no puede ser plenamente autónoma dada esa contaminación. Cuando la razón cree desenvolverse de forma autónoma no es consciente de los errores a los que le conduce el pecado original. Menos mal que Dios, en su infinita bondad, nos ha proporcionado la revelación divina para poder saber la verdad y lograr la ortodoxia (recta opinión): la adecuación entre conciencia y verdad. En caso de contradicción entre fe y razón, debe ser la razón la que se equivoca dado el pecado original. Y, además, ha establecido al clero para predicar y gestionar esa verdad revelada y evitar malas interpretaciones (lo que conduce al clericalismo).
Marxismo: alienación
La escuela de la sospecha retoma esta forma de pensamiento. Para Marx, Freud y Nietzsche hay condicionantes de la conciencia de las que la conciencia no es consciente (valga el juego de palabras). Vamos a centrarnos en Marx, y en la obra de referencia en este punto: La cuestión judía (1844). El contexto de la obra es la polémica entre Marx y Bruno Bauer acerca de la llamada “cuestión judía” y, por extensión, sobre la libertad religiosa, la laicidad y la emancipación humana. Resumiendo mucho, Bruno Bauer defiende un Estado laico (que separa religión de política) en el que se compatibilice la igualdad y universalidad de la ley con la libertad de conciencia y religiosa, de modo tal que los judíos puedan ser ciudadanos plenos (con los mismos derechos que los cristianos) al tiempo que se les permita practicar su religión sin ser discriminados por eso. Lo que Marx responde es que eso no es suficiente. Que la emancipación humana no consiste en que cada cual pueda elegir su religión sino en liberarse de la religión. No se trata de poder elegir un amo sino de no tener ningún amo.
Pero para eso hay que terminar con la sociedad de clases que es la que produce la religión como forma de falsa conciencia (alienación). La ideología que segrega cada modo de producción clasista actúa como un genio maligno, alienando a los individuos y provocándoles la falsa conciencia. Por tanto, la libertad de conciencia en un contexto de sociedad de clases es ilusoria, lo que hace falta no es libertad de conciencia sino liberación de la conciencia. El laicismo, la libertad de conciencia, no pasa de ser un planteamiento burgués, y como mucho un paso previo pero hay que superar hacia fases superiores como el ateísmo comunista.
Un planteamiento como este tiene varios problemas. Uno es el de cómo saber que hay alienación sin caer en paternalismo, mesianismo o conspiranoia. Si alguien afirma que hay una ideología tan poderosa que aliena a todo el mundo, ¿cómo es que esa persona ha podido escapar a su tremendo poder para darse cuenta? ¿Se trata de alguien especial, iluminado?
De hecho, el marxismo llegaba a una contradicción. En los Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), Marx escribía al principio: “que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos” (Marx, 1871). Sin embargo, a veces el proletariado hacía cosas raras, como es el fenómeno de los “obreros de derechas”: cuando la clase obrera toma decisiones en principio contrarias a sus intereses objetivos de clase (objetivos según la teoría marxista). Eso se explica por la alienación pero, entonces, ¿cómo se va a emancipar o liberar la clase obrera a sí misma si está alienada? La solución leninista fue la idea de la “vanguardia del proletariado”. Ciertas personas, misteriosamente, son capaces de escapar a la influencia de la ideología y la alienación, y son las que deben liderar a la clase obrera e indicarle el camino. De esta forma, se repite el esquema del fundamentalismo religioso: la razón está ahora contaminada por la alienación pero tiene la verdad revelada de la teoría marxista que sirve de guía a la vanguardia del proletariado para dirigir a la clase obrera. Ahora lo importante no es la libertad de conciencia individual de cada obrero, puesto que esa conciencia puede estar alienada, sino la adecuación de esa conciencia a la doctrina de la vanguardia marxista-leninista.
Feminismo: patriarcado
Algo similar sucede con el feminismo. El primer feminismo o feminismo de la igualdad, era de base ilustrada y laica. Aceptaba el poder de autodeterminación individual de la conciencia a base del uso autónomo de la razón. Lo que añadía era que las mujeres eran igual de capaces que los hombres a la hora de autodeterminarse racionalmente. Rechazaban las ideas de Aristóteles o Tomás de Aquino que consideraban a las mujeres como “hombres imperfectos”, “eternas menores” que necesitaban del tutelaje de un hombre permanentemente. En ese sentido reivindicaban la igualdad de derechos con los hombres en tanto que los derechos se basan en la dignidad, la autonomía y la razón, que es la misma para ambos: mismo derecho de voto (sufragismo), por ejemplo, y misma libertad de conciencia, entre otros. Por tanto, cada mujer individual es digna en su conciencia en tanto que haga un uso autónomo de la razón, independientemente del contenido al que llegue en su conciencia (exactamente igual que un hombre).
Sin embargo, los feminismos posteriores, el de “la diferencia” y los culturalistas, van a incorporar un esquema parecido al de la alienación marxista (o al del pecado original) con la noción del patriarcado, y también van a tener a sus “obreros de derechas”: las mujeres que rechazan algunas propuestas feministas.
Vamos a comparar cuatro casos y la diferente perspectiva del laicismo y el feminismo mainstream en cada uno: la interrupción voluntaria del embarazo, la prostitución voluntaria, la pornografía y la gestación subrogada también voluntaria. Remarcamos el aspecto de la voluntariedad puesto que sin ella cualquiera de los casos es deleznable y ahí no hay debate.
Desde el punto de vista laicista, los cuatro son casos de conciencia. Es cada mujer la que, haciendo un uso autónomo de su razón, debe determinar si quiere o no quiere interrumpir su embarazo, prostituirse, ser actriz porno o alquilar su vientre, sin tutelajes de ningún tipo, ya sean religiosos o la propia teoría feminista. Así, la decisión que tome cada mujer de esta forma será igualmente digna en términos laicistas, pues el laicismo no entra a valorar la bondad o maldad moral de cada opción, sino la libertad y autonomía con que se ha llegado a ellas, insistiendo en el derecho a la herejía: el derecho a pensar distinto o en contra de lo establecido por cualquier ortodoxia (religiosa o feminista).
La perspectiva feminista mainstream es distinta. En el caso de la interrupción voluntaria del embarazo viene a coincidir con la laicista: se trata de un asunto de conciencia que solo cabe decidir a la mujer afectada por cuanto su cuerpo es suyo. Pero es muy diferente en los otros tres casos: la prostitución, la pornografía y la gestación subrogada. En ambos, este feminismo entiende que se trata de formas de violencia contra las mujeres, incluso cuando estas dicen hacerlo voluntariamente. Parten de la idea de que en ambos casos se utiliza a la mujer como medio para otro fin, como objeto o mercancía, y que eso es indigno, tanto si se las fuerza como si no (por lo menos en términos del imperativo categórico de Kant).
Pero el hecho es que hay mujeres que afirman que lo hacen libremente, sin coacción y por decisión consciente1. La respuesta del feminismo mainstream es su “genio maligno”: el patriarcado. El patriarcado funciona como ideología (a favor de los hombres) que aliena tanto a hombres como a mujeres: a ellos les justifica sus privilegios y a ellas les hace soportar su opresión a modo de “opio del pueblo”. Es esta ideología patriarcal la que les hace creer que toman esas decisiones libremente, de forma autónoma, cuando en realidad están engañadas. Tanto es así que esas mujeres necesitan liberarse incluso de sí mismas y sus propias decisiones, lo que lleva a este feminismo al prohibicionismo: a plantear la prohibición de la prostitución, la pornografía o la gestación subrogada.
De nuevo, una vanguardia aparece sobresaliendo de entre las alienadas para dirigir a las masas desorientadas. Ya no se trata de la libertad de conciencia cada mujer individual y de su derecho a disentir, sino de adecuar esas conciencias a la recta opinión (ortodoxia) de la vanguardia feminista.
¿Libertad de conciencia o liberación de la conciencia?: Retos del laicismo en el siglo XXI.
En conclusión, ¿libertad de conciencia o liberación de la conciencia? Posiblemente, las dos, o más bien, el enriquecimiento de la libertad de conciencia con elementos de la liberación sin llegar a sus extremos. La idea de conciencia ilustrada tal vez era demasiado ingenua, si bien las nociones de alienación o patriarcado tal vez sean demasiado exageradas o conspiranoicas entendidas rigurosamente. La idea de razón ilustrada se basada en los progresos de las ciencias empíricas de la época una vez emancipadas del corsé religioso cristiano y filosófico aristotélico. Una vez que la ciencia (máxima expresión de la razón) se la dejaba funcionar de forma autónoma avanzaba en sus progresos. Y se pensaba que dicho esquema racionalista era aplicable a todos los demás ámbitos, también el de la praxis, es decir, la ética y la política. Kant, por ejemplo, es el ilustrado que intentó descubrir hasta donde daba de sí la razón pura y la razón práctica en ese sentido.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas como le parecía al racionalismo ilustrado. Movimientos posteriores como el romanticismo, la escuela de la sospecha, el feminismo, el posmodernismo, etc, han señalado que la razón no es tan pura, que tiene influencias a veces difíciles de percibir y que también corre el riesgo de extralimitarse y vanagloriarse de más.
El marxismo, el feminismo, el culturalismo y otros movimientos y corrientes, deben tenerse en cuenta en una actualización del laicismo para reconocer las influencias y los sesgos económicos, de género y culturales, así como otros, en la autonomía de la conciencia y, por tanto, en su libertad. Tal vez, en lo que no estén tan acertados esos movimientos sea en la preeminencia o intensidad que cada uno da a su sesgo particular, elevándolo a la categoría de alienación (de genio maligno), y el paternalismo y mesianismo de erigir una teoría como credo y a sus principales teóricos como vanguardia. Lo que les aleja del laicismo hacia el dogmatismo.
En ese sentido, también son muy interesantes las aportaciones de la neurociencia sobre la conciencia y la relación entre racionalidad y emociones, o la crítica a la idea de una conciencia unitaria, de un “yo” tipo homúnculo dentro del cerebro. Gonzalo Puente Ojea, por ejemplo, analizó algunas de estas cuestiones en su obra Vivir en la realidad (2009). El reto del laicismo del siglo XXI está en recoger el guante lanzado por todas estas corrientes y aportaciones y actualizar el sentido de la libertad de conciencia.
Bibliografía:
Beltrán Pedreira, Virginia et al (2008). Feminismos: Debates teóricos contemporáneos. Madrid: Alianza.
Marx, Karl (1871). Estatutos de la Asociación Internacional de Trabajadores. En internet: https://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/1864-est.htm
Marx, Karl (1992). La cuestión judía (y otros escritos). Barcelona: Planeta.
Popkin, Richard (1983). La historia del escepticismo desde Erasmo hasta Spinoza. México: FCE.
Puente Ojea, Gonzalo (2009). Vivir en la realidad: Sobre mitos, dogmas e ideologías. Madrid: Siglo XXI.
Puente Ojea, Gonzalo (2011). La cruz y la corona: Las dos hipotecas de la historia de España. Navarra: Txalaparta.
1 Las prostitutas del sindicato Otras (https://www.sindicatootras.org/), o las del colectivo Hetaira (https://colectivohetaira.org/) serían ejemplos, y en el caso de la gestación subrogada léase este caso en el diario El País (21/02/2017):https://elpais.com/elpais/2017/02/17/videos/1487337564_737609.html