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Laicismo

Benedicto XVI comenzó el año gastando, innecesariamente, parte de su capital

Benedicto XVI comenzó el año gastando, innecesariamente, parte de su capital —el ascendiente que en el aspecto espiritual tiene sobre buena parte de la especie humana—, incorporando la hipótesis (indemostrable, para su desgracia) de la presencia de un creador detrás de la teoría del “Big Bang” que aspira a responder, en nombre de la ciencia, a la incógnita más remota que el hombre, en todos los tiempos, se ha planteado acerca de sí mismo. Siguió, ya encarrerado, en su tradicional discurso de principio de año ante el cuerpo diplomático acreditado en el Vaticano, con una filípica contra la educación laica, interpretándola como “otra amenaza —no la primera, pues…— a la libertad religiosa de las familias”.

—II—
El laicismo, en Europa y —como dijo el Papa— “en algunos estados de América Latina” (entre los cuales México), gana terreno a pasos agigantados, reduciendo el ámbito de la religión al sacrosanto, íntimo, inviolable terreno de la familia y la conciencia de las personas… en detrimento del que fue, durante siglos, latifundio de la Iglesia. Días vendrán en que ésta acabará por entender que precisamente el laicismo es la mejor garantía del pleno respeto de los estados y de la sociedad en su conjunto, al inalienable derecho de las personas a profesar las creencias (o increencias) que prefieran. Días vendrán en que se entenderá que los defensores de la plena libertad religiosa no son, en absoluto, como pretenden los modernos inquisidores, “enemigos de la fe”. Sería la fe, en todo caso, la que, al anteponer los dogmas —atentados a la razón—, la obediencia ciega y la actitud acrítica a la probabilidad y aun a la certeza científica y a la honestidad intelectual, parecería empecinarse en ser, en muchos aspectos, enemiga declarada y contumaz de la inteligencia.

—III—
Cada quien es libre de tener las creencias que prefiera, pero no tiene ningún derecho de imponérselas a nadie. Los sistemas educativos públicos, así, deben circunscribirse a enseñar lo verificable… aunque no concuerde con las “verdades absolutas” de quienes, en nombre de su fe, sustentan lo contrario. La educación religiosa es un derecho de las personas y las familias, sí… pero no una obligación del Estado.

Como dice Fernando Sabater en “La Vida Eterna”, cada cual puede tener las creencias que prefiera… sin dejar de reconocer que, como la historia se ha encargado de demostrarlo reiterativamente, “las creencias (…) siempre guardan una ferocidad latente contra quienes no las comparten”.

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