Las referencias a la barbarie nacionalsocialista brotan como los hongos en nombre del dolor, pero también de la incongruencia. El Papa ha dicho ante Isabel II de Inglaterra que el ateísmo y el nazismo son la misma cosa, porque supongo yo que al hablar de «laicismo extremo», Benedicto XVI lo estará haciendo del ateísmo. Si no es así, no entiendo a qué se refiere con ello; de la misma manera que me resulta ininteligible la segunda parte del mensaje, cuando su Santidad alude al dichoso «laicismo extremo» como una amenaza para la sociedad. Las auténticas amenazas para la sociedad son precisamente los fundamentalismos basados en la religión, que, como todo el mundo sabe, a lo largo de la historia no han traído más que guerra y destrucción. Y en la actualidad, el terrorismo islámico. No hay nada laico en esa plaga, aunque al Papa, en Edimburgo, le haya dado por barrer para casa de una forma un tanto inexplicable por la falta de densidad intelectual.
Pero si todo esto del «laicismo extremo» suena a andanada propagandística e insustancial, la asociación con la pesadilla nazi resulta odiosa por la reiteración en establecer comparaciones. Sí, efectivamente, el régimen nacional-socialista, imbuido de paganismo, negó a Dios y sentenció organizadamente a judíos y gitanos; eso no significa que los ateos del mundo representen una amenaza para la sociedad. Insisto, el fundamentalismo religioso, que trajo guerras y matanzas, es el verdadero espejo del terror.
Finalmente, toda comparación con el horror nazi requiere, por regla general, una matización, ya que casi nunca suele resultar afortunada. Por ejemplo, la comisaria de Justicia de la Unión Europea, la luxemburguesa Viviane Reding, provocó la bronca de Bruselas de estos días al comparar, en clara alusión al nazismo, las deportaciones de gitanos de Sarkozy con las de la Segunda Guerra Mundial. Y Sarkozy acabó aprovechando la torpeza de la comisaria deslenguada para escabullirse del lío en que se ha metido con una respuesta que muchos, en una discusión de bar, estarían dispuestos a propinarle al que les anima a acoger a alguien que él mismo no está dispuesto a aceptar en su casa. El resto de la historia ya lo conocen. Abochorna.