La Iglesia católica es demasiado importante en España y Europa para usarla de forma excluyente
COMENTARIO: No está mal conocer por boca del propio protagonista, el expresidente Felipe GOnzález – PSOE, su política en relación con la iglesia católica y de paso conocer, aunque ya lo supiésemos los intereses de la iglesia. Con estos gobernantes es evidente que no se puede avanzar hacia un Estado laico. Su concepto de aconfesionalidad y laicidad están impregnados de confesionalismo y electoralismo. Así, imposible avanzar.
Hace casi dos décadas recibí en la Moncloa la visita del secretario de Estado Vaticano, monseñor Agostino Casaroli, acompañado del entonces nuncio en España. Era el secretario de Estado un hombre inteligente, culto y experimentado como pocos de los que he conocido. Ya ocupaba su cargo cuando se firmó el Acta Final de Helsinki, allá por el año 1974, que marcaba una etapa diferente en las relaciones entre el Este y el Oeste de aquella época de guerra fría.
En ninguna de las conversaciones que mantuve con este hombre dejé de sentir el placer intelectual de sus palabras. Y aquella ocasión en la Moncloa no fue una excepción, más allá de contenidos difíciles en la relación entre el Vaticano y el Gobierno español.
Me decía aquella vez monseñor Casaroli que todo buen predicador debe plantear a su interlocutor o auditorio un máximo de tres cuestiones, para que mantengan la atención. ¿Cómo, entonces los mandamientos de la ley de Dios, son 10?, le pregunté. Usted sabe, respondió, que se resumen en dos.
Pues bien, los tres temas en cuestión eran, aunque parezcan olvidados como todo lo demás, financiación de la Iglesia, educación y contenidos de la televisión –a la sazón sólo Televisión Española–. Por mi parte sólo añadí otro, propio de las preocupaciones del momento: la actitud de algunos sectores de la Iglesia en relación con la violencia terrorista de ETA.
La LODE, planteada por el ministro de Educación, José María Maravall, había provocado una movilización como la que hoy se anuncia. La financiación de los conciertos, sin embargo, había supuesto un incremento espectacular de ingresos para la educación a cargo de la Iglesia, no sin cierta incomprensión por parte de los sectores laicos.
La televisión pública estaba exenta de los programas que más tarde se vieron y calificaron como telebasura. Pero en las madrugadas, que jamás seguí, se podían ver películas que herían la sensibilidad, me decía, de los creyentes por su tono erótico subido. Pensé en los insomnes sin otra cosa en qué distraerse o en los interesados en este tipo de productos, que, como los viejos censores, sufrían y gozaban en rara mezcla de sentimientos. Y en la financiación se habían producido cambios múltiples, siempre a favor de la Iglesia, fueran de tipo fiscal, retributivo o de seguridad social.
YO ESTABA volviendo del Parlamento para acudir al encuentro. La radio del coche, bajo la responsabilidad del conductor oficial, sintonizaba un programa de la COPE de amplia audiencia en las mañanas, que, para mi sorpresa, en aquella ocasión debatía la intensidad de las relaciones sexuales de la duquesa y el duque de Alba. Le comenté a monseñor el hecho, rogándole, en tono distendido, que pidiera la grabación para evaluar la tarea formativa de su cadena de radio.
De esta manera consideré que tenía una batería de respuestas, incluso ocasionales en el último caso, para la conversación sobre las cuestiones que me planteaba. Pero no crean que no existieron ocasiones para hablar de otros temas como la despenalización del aborto –aún vigente tras ocho años de gobierno de los que se oponían– o las campañas para prevenir graves enfermedades como el sida.
En los contenidos audiovisuales vivíamos otros tiempos, incomparables con los venidos más tarde, con un Gobierno que ellos sentían mucho más próximo. Pero no noté que estuvieran muy preocupados por ellos, o, al menos, no recuerdo campaña alguna para contrarrestar ese tipo de programas que ponen en venta escabrosas intimidades.
En los temas referidos al dinero: financiación, educación, fiscalidad y Seguridad Social, me permití decir que estaba seguro de que su información era incorrecta y que, por ello, la primera providencia debería ser que su acompañante le pusiera al día. No obstante, le ofrecí, más allá de que hiciera o no este ejercicio de revisión de cifras, que buscara un modelo de relación Iglesia-Estado que estuviera vigente en cualquiera de los muchos de que disponía el Vaticano con diferentes países, y, si encontraba alguno que en su conjunto fuera más satisfactorio para la Iglesia que el que nos afectaba, que no dudara en comunicármelo para iniciar las negociaciones de sustitución. ¡Nunca ocurrió!
Como de nuevo hay ruidos, tal vez convenga con sosiego e inteligencia, ir poniendo las cosas en su punto a través del diálogo. Cada cual en su lugar, sabiendo lo que importa en una convivencia que pasó por momentos muy complicados en nuestra historia.
SIEMPRE me interesó este tema y traté de comprender las razones de fondo de comportamientos no fáciles de explicar. Tal vez fuera mi condición de cristiano de formación, ineludible la definamos como la definamos. Yo lo hago recordando que no me sitúo entre los ateos, ni siquiera entre los agnósticos, sino entre los que perdieron la fe y sufren una especie de minusvalía para hacerse comprender por los que la usan como arma de combate por sus creencias.
Sorprende que esta anunciada campaña, a la que tienen el mismo derecho que cualquiera, empiece por la eutanasia que, como es sabido, no parece entrar en las prioridades del Gobierno.
Gratamente sorprendido por la reflexión de Martín Patino en El País sobre laicismo y laicidad, a la que habría que añadir confesionalidad y confesionalismo, creo necesario dejar de inventar fantasmas que operen como el famoso conflicto de civilizaciones. La Iglesia católica o, si prefieren, la cristiandad, es demasiado importante en nuestro espacio español y europeo, más allá de los aspectos relacionados con la fe, para que se caiga en la tentación de utilizarla de manera excluyente.