Una polémica sin sentido se está desarrollando alrededor del Observatorio de la laicidad, creado por François Hollande y cuyos miembros y presidente fueron nombrado en la primavera 2013 por Jean-Marc Ayrault, entonces primer ministro. (El primer ministro nombra personalmente y sin ninguna excepción a todos los miembros de los organismos que dependen de él – tanto del Observatorio de la laicidad como de los Consejos para la Protección Social y otros organismos -, asegurándose así una amplia mayoría favorable a su política). Jean-Marc Ayrault eligió a Jean-Louis Bianco, un puro producto “solferiniano”[1], para presidir el Observatorio de la laicidad. Esto es conforme a las prácticas de una Vª República que es en realidad bien poco republicana.
La polémica Valls-Bianco es surrealista; Jean-Louis Bianco declara en una carta que el Observatorio no está bajo la responsabilidad del actual Primer Ministro, lo que es formalmente exacto pero políticamente falso ya que los nombramientos de los responsables de este organismo dependen exclusivamente del Primer Ministro. Lo que hizo un Primer Ministro, otro Primer Ministro puede deshacerlo. La facultad de deshacer lo que hizo su predecesor entra dentro de las atribuciones de Manuel Valls.
Pero Manuel Valls, en vez de cambiar los responsables nombrados por su predecesor, provoca una polémica. ¿Por qué? Esto demuestra que existe una contradicción dentro de la ejecutiva del Partido Socialista cuya aparente independencia es pura hipocresía. Para hablar claro: toda estructura cuyos miembros son elegidos y pueden ser revocados por un solo hombre no merece ser considerada como independiente de esta persona o de esta función.
Y finalmente, lo más importante: ¿Qué revela este conflicto en el seno de la ejecutiva del Partido Socialista? Que las contradicciones de la realidad pueden saltar a la cara de toda construcción política. Es evidente que los atentados del año 2015 han relanzado el debate sobre “¿Qué hacer?” frente a estas atrocidades, y en este marco el debate sobre la laicidad ha vuelto a aparecer con fuerza y vigor. Sobre todo porque la política del Partido Socialista va en la dirección de un nuevo concordato, pero sin decirlo y a pesar de conservar una apariencia de conformidad con el espíritu de la ley de 1905. Está en el corazón de la política neoliberal el pasar alianzas con los comunitarismos y los integrismos para que ocupen paulatinamente, para los más pobres, el sitio de los servicios públicos y de la protección social desmantelados, como en el Antiguo Régimen Monárquico.
Es bien conocida la relación de negocios establecidas por los neoliberales con les tres países cómplices del desarrollo del yihadismo islamista y de las estructuras islamistas de tipo salafista o “Hermanos Musulmanes”: Arabia Saudí, Qatar y Turquía.
Son bien conocidos también la laxitud y la generosidad de los poderes públicos neoliberales en cuanto a la financiación de las escuelas privadas confesionales y de los edificios de culto, en particular iglesias y catedrales (la municipalidad de Creteil ha dado recientemente una subvención de 1.000.000 euros para la catedral de Créteil y el distrito del Val-de-Marne 400.000 euros, mientras practican la más absoluta austeridad para todos los demás gastos sociales).
Es bien conocida la política del actual gobierno en el sentido del reforzamiento de las prácticas de tipo “concordatario” en cinco departamentos: Bas-Rhin, Haut-Rhin, Moselle, Guyane y Mayotte. Y se lanzan propuestas a favor de desarrollos similares en todo el territorio con la perspectiva de la formación de los imanes bajo control del Estado.
Son bien conocidas las prácticas acomodaticias con las estructuras religiosas en numerosos países neoliberales, despreciando así a todos los que desean más libertad para el conjunto de los ciudadanos, y no sólo para los de tal o tal creencia. Únicamente la aplicación del principio de laicidad permite ampliar la libertad de todos (creyentes, ateos y agnósticos); al contrario, los comunitarismos rompen el principio de la universalidad de los derechos y favorecen la supremacía de las leyes religiosas sobre las leyes universales dictadas democráticamente por la República.
En el caso francés, la lectura del reciente estudio “Trayectorias y Orígenes” 2016 del INED[2] nos ayuda, desde este punto de vista, a poner los relojes en hora. Es bien conocido el uso del concepto de islamofobia, que fustiga al mismo tiempo los actos racistas antimusulmanes (que se deben de combatir con vigor como todos los actos racistas) y las críticas de la religión (que son derechos categóricos a partir del momento en que se otorgó la libertad de conciencia que constituye la base del principio de laicidad).
Y es porque Elisabeth Badinter ha defendido esta idea que los dirigentes de los despachos de la calle de Solferino se han permitido pronunciar palabras indecentes. Frente a esta impostura, tenemos la obligación de afirmar que Elisabeth Badinter tenía razón y que su reacción es correcta, como era correcto el texto de la “banda de los 5” del Nouvel Obs – de la cual formaba parte Elisabeth Badinter en noviembre 1989 – apoyando la campaña militante destinada a recoger en las leyes las circulares del Frente Popular que una ofensiva legislativa de Lionel Jospin había vuelto caducas.
Recordemos que durante más de un siglo, todo el mundo estuvo de acuerdo con la definición de la laicidad: había los que le eran favorables y los que no, pero todo el mundo hablaba de lo mismo. Desde entonces, con la aparición del movimiento reformador neoliberal y del relativismo cultural (que afirma que todas las ideas se valen) como arma ideológica de destrucción masiva de los principios emancipadores republicanos, todo el mundo dice ser laico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Pero han aparecido más de una decena de definiciones del concepto, todas contradictorias entre sí.
Y tenemos cada vez más dificultades para comprendernos. Sobre todo porque hoy en día, la laicidad oscila muchas veces entre dos concepciones erróneas. Por un lado está el ultralaicismo antilaico que utiliza la palabra “laico” como arma contra una única religión, el islam. Es la acepción de la extrema derecha y la derecha neoliberal, y se tiene que combatir con fuerza. Por otro lado, está la interpretación de una parte del PS (entre los cuales están Jean-Louis Bianco y Nicolas Cadène del Observatorio de la laicidad, pero también intelectuales del tipo de Baubérot, y también la mayoría de “la izquierda de la izquierda”): es una especia de taparrabo del comunitarismo y de las “prácticas acomodaticias” con las estructuras religiosas, despreciando la necesaria separación entre la sociedad civil (la calle) y las esferas de la autoridad política y de constitución de las libertades (escuela, protección social y servicios públicos).
Si hablamos de las traducciones jurídicas del principio de laicidad, se encuentran en gran parte en la ley del 9 de diciembre 1905 (sin los retrocesos posteriores) que prohibía los símbolos políticos y religiosos en la escuela. Los partidarios de la segunda acepción del término deberían justificar sus críticas confrontándolas con la campaña laica de Jean Jaurès y Aristide Briand y con la política del Frente Popular. Esperamos con impaciencia que lo hagan. Pero tendremos que esperar, porque la mayoría de la “izquierda de la izquierda” no está abierta a un debate argumentado.
Por Bernard Teper
Co-animador del la Red Educación Popular (REP). Co-autor de: “Neoliberalismo y crisis de la deuda;Contra los depredadores de la salud; Jubilaciones, la alternativa oculta; Laicidad: más libertad para todos; Repensar la República social para el siglo XXI; Para acabar con el “agujero de la seguridad social”; Pensar la protección social del siglo XXI.
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[1] “solferinien”: la palabra proviene de la situación geográfica de la sede nacional del Partido Socialista Francés, en la calle de Solferino, en París. A partir de ahora traduciremos este adjetivo por: “dirección del Partido Socialista”. (NdT)
[2] Se pueden sacar dos conclusiones de este estudio que se sitúa en contra de las prácticas y los discursos de “la izquierda de la izquierda”:
La adhesión de los franceses de la segunda generación a Francia es masiva: el 93% están de acuerdo con fórmulas del tipo: “me siento francés” o “me siento en casa en Francia”. Y este sentimiento está compartido por muchos inmigrantes, incluso cuando no tienen la nacionalidad francesa ( el 47% de los inmigrantes extranjeros dicen sentirse franceses. Aunque adhieran masivamente a su nuevo país, las personas de origen extranjero chocan a menudo con una negación de “francidad” de parte de la sociedad.
Conclusión: Para evitar caer en la descomposición, hay que parar de refrendar lo que clama el 7% restante, que son los únicos a los que hace caso la mayoría de la “izquierda de la izquierda”.
Sobre la cuestión religiosa, el estudio del INED señala que los ateos y los agnósticos representarían el 49%, los “indiferentes” a la religión serían según el estudio un 62%; y si contamos las personas moderadamente religiosas, el porcentaje sube al 95%. “En la lista de las características propuestas a los encuestados para definirse, pocas veces eligen la religión: sólo 7% la mencionan. Entre los inmigrantes y sus descendientes, el 21% la citan: 28% entre los inmigrantes del Maghreb, y 26% entre los de Turquía.”
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Traducción del artículo publicado el 20.01.2016 en ReSPública
Laurence Arseguet para el Observatorio del Laicismo