Igual procedimiento emplearon después otros países europeos para apoderarse de Asia y de esa África saqueada y rota que hoy muere hasta en nuestras costas europeas. Por hacer una “cruzada mundial” y ser “el pueblo elegido”, como acaba de repetir, Bush destruye ahora enteros países musulmanes, e intenta hacerlo con otros.
Sin embargo, cuando hoy el Papa Ratzinger dice en Alemania querer predicar la paz sólo pone como ejemplo de mala guerra santa… la de los musulmanes; y por si quedara alguna duda, retrocede –en más de un sentido– seis siglos, a una Constantinopla asediada, para dar la razón y repetir con el emperador Bush, digo, el entonces de turno, Manuel II Paleólogo, la maniquea barbaridad de que Mahoma “sólo ha traído de nuevo cosas malvadas e inhumanas”. ¿Cabe mayor parcialidad y provocación, mayor daño a la causa de la paz y de todos? Pero, dictador absoluto e infalible, autodenominándose “Santo Padre”, e incluso, por añadidura personal, “Bendito”, sólo poco a poco después, amenazado de muerte por otros fanáticos y forzado hasta por sus más incondicionales defensores, ha dado por fin unas pobres excusas personales, de boquilla. Se repite a escala aún mayor el escándalo de hace pocos meses, cuando visitó el campo de concentración de Auschwitz, donde, en vez de reconocer sus pecados como Ratzinger, soldado de Hitler, y los de su Iglesia, que tanto colaboró con los nazis, tuvo el valor de querer exculpar a casi todos los alemanes,“víctimas también –se atrevió a decir– y engañados por cuatro locos”.
Disfrazándose de un blanco inmaculado, como aquellos personajes evangélicos a los que Jesús tanto denunció como “sepulcros blanqueados”, Ratzinger es la encarnación misma de la más dogmática buena conciencia, esa “obra maestra del diablo”, en palabras del Cardenal Newman. Incapaz de ver la viga también en el propio ojo, siendo uno más de esos guías ciegos contra los que nos advertía el Evangelio, y como no hace tanto lo fuera el Cardenal Spellman, al afirmar que la guerra de Vietnam era “una cruzada por la civilización”, este mal pastor alemán, más que el Papa Borgia, nos lleva a todos, creyentes o no, hacia el abismo.