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La semana santa es santa

Existe el peligro de reducir la Semana Santa. Ella es, ante todo, una celebración litúrgica, la más importante del Año Cristiano.” -Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife- 

Como le pasa al antitaurino con la feria de San Isidro, o al harto de fútbol con los mundiales, a los anticlericales se nos ponen de punta los colmillos cuando llega esta semana, y el cuerpo nos pide incordiar un rato. Y no porque ésta sea, como en efecto es, la principal celebración del año católico, cosa que respeto; sino por ser también uno de los momentos en que más se visibiliza el trato de favor que la iglesia católica recibe del Estado, y lo lejos que seguimos de un Estado laico.

Ya sé, me van a decir que las procesiones no son cosa de la jerarquía episcopal, sino una manifestación de religiosidad popular, o incluso algo puramente cultural. Pues vale, pero cuéntenselo a los obispos, que no pierden la ocasión para monopolizar y rentabilizar el escaparate que para su causa representa todo un país paralizado por vírgenes y cruces. De hecho, es una de los argumentos que suelen ofrecer para frenar los intentos laicizantes: “¿Dónde van con esas reformas, impíos? ¿Es que no se dan cuenta de que España es un país católico? No hay más que ver cómo se celebra la Semana Santa…”

Con tal excusa, reciben todo tipo de facilidades para la expresión pública de su religión, y esa expresión se convierte en el mejor motivo para conservar esas facilidades, en círculo perfecto: toman las calles porque lo tienen fácil, y lo tienen fácil porque toman las calles. El resultado: días festivos coincidentes con sus celebraciones, calles a su disposición, recursos municipales para lo que haga falta, y gobernantes al frente de la procesión.

Y si nos quejamos, nos aplican el mismo razonamiento que con la navidad: nos reprochan que disfrutemos estas vacaciones o que nos paremos a ver pasar una procesión, reclamando así su carácter católico excluyente. Como si no hubiera países donde el calendario de fiestas laborales y escolares no coincide al milímetro con el religioso (Francia, sin ir más lejos), o como si no pudiésemos entrar en una catedral más que para rezar.

Y a todo esto: ¿para cuándo la esperada ley de libertad religiosa?

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