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La idea de que las mujeres musulmanas eligen libremente llevar el velo islámico es una ilusión, ya que enfrentan presiones sociales, familiares y religiosas que limitan su capacidad de decisión.
El hiyab, junto con otras formas de velo como el niqab o el burka, ha sido presentado por algunos sectores como una elección personal y un símbolo de identidad cultural o religiosa. Sin embargo, esta narrativa ignora una realidad más profunda: estos elementos son, en su esencia, instrumentos de opresión patriarcal que perpetúan la subordinación de las mujeres en las sociedades donde se imponen. En España y en el conjunto de Occidente, donde los valores de igualdad, libertad y laicismo deberían prevalecer, es imperativo prohibir su uso, especialmente en espacios públicos como escuelas y ámbitos laborales, para garantizar una sociedad verdaderamente equitativa y libre de sectarismos religiosos.
Símbolo de opresión, no de libertad
La idea de que las mujeres musulmanas eligen libremente llevar el velo islámico es, en muchos casos, una ilusión. En comunidades donde esta prenda es norma, las mujeres enfrentan presiones sociales, familiares y religiosas que limitan su capacidad de decisión. Desde niñas, se les inculca que cubrirse es un deber moral, una muestra de ‘pureza’ o una protección contra el deseo masculino. Este discurso no solo cosifica a las mujeres, reduciéndolas a objetos que deben ocultarse, sino que traslada la responsabilidad de la conducta masculina a ellas mismas. ¿Dónde está la libertad en un sistema que castiga a quien no se somete con ostracismo, violencia o culpabilidad?
En países donde el velo es obligatorio, las mujeres que se resisten enfrentan prisión, multas o incluso la muerte. En Occidente, aunque no exista una ley estatal que lo imponga, la coerción cultural sigue operando en muchas comunidades inmigrantes. Permitir el velo bajo el pretexto de la ‘libertad de elección’ es ignorar estas dinámicas de poder y blanquear un símbolo que, históricamente, ha servido para controlar y someter a las mujeres.
Igualdad en la educación y el trabajo
La presencia del velo en las escuelas y el ámbito laboral socava los principios de igualdad que deberían regir estos espacios. En las aulas, donde se forman las futuras generaciones, permitir que las niñas lleven velo mientras sus compañeros no enfrentan restricciones similares refuerza la idea de que las mujeres son inherentemente distintas y deben cumplir normas que los hombres no tienen. Esto no solo perpetúa la desigualdad desde la infancia, sino que contradice el objetivo de una educación laica y universal, libre de dogmas religiosos que dividan a los estudiantes.
En el trabajo, el velo puede ser una barrera para la integración y la neutralidad profesional. Las empresas y servicios públicos deben reflejar un estándar de igualdad y secularidad, no convertirse en escaparates de creencias personales que, además, llevan consigo una carga de sumisión femenina. Prohibir el velo en estos contextos no es una restricción a la libertad religiosa, sino una medida para proteger la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, evitando que las trabajadoras sean marcadas por un símbolo que las diferencia y, en muchos casos, las degrada.
Laicismo como pilar de una sociedad progresista
España y Europa tienen una larga historia de lucha por separar la religión del Estado, un esfuerzo que ha permitido avances en ciencia, derechos humanos y progreso social. El velo, como expresión visible de una doctrina religiosa patriarcal, choca con este ideal laico. Una sociedad secular no puede permitirse símbolos que representen la supremacía de una creencia sobre la razón o que perpetúen estructuras de poder desiguales. La tolerancia hacia el velo, lejos de ser un gesto de apertura, es un paso atrás hacia el sectarismo y la fragmentación cultural.
La prohibición del velo no busca atacar a las personas, sino liberarlas de las cadenas de una tradición opresiva. Es un mensaje claro: en Occidente, las mujeres no deben ser definidas por mandatos religiosos ni patriarcales, sino por su capacidad, su talento y su libertad. Volver a los ideales de la Ilustración —ciencia, laicismo y progreso— exige rechazar todo aquello que nos arrastre al oscurantismo, y el velo es, sin duda, uno de esos lastres.
Prohibir el velo en España y Occidente no es un acto de intolerancia, sino de coherencia con los valores de igualdad y libertad que decimos defender. Es hora de dejar de romantizar prácticas que, lejos de empoderar a las mujeres, las atan a un pasado de sumisión. En las escuelas, en los trabajos y en la vida pública, debemos apostar por una sociedad donde ninguna niña o mujer se vea obligada a ocultar su rostro o su identidad bajo el peso de una tradición machista. Solo así construiremos un futuro verdaderamente laico, igualitario y progresista.