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«La posición del Papa es oscurantista y peligrosa»

Entrevista a Paolo Flores D'Arcais (Italia 1944), filósofo italiano sobre las peligrosas teorías antirracionalistas del Papa. Paolo Flores d'Arcais es profesor de Filosofía en Roma y fundador de MicroMega, una de las revistas de pensamiento de referencia en Europa

Flores d'Ar­cais, que ha polemizado con Joseph Ratzinger sobre la relación entre la razón y la fe, es uno de los autores más vivos de la filosofía contemporánea. Recientemente participó en Barcelona en un encuentro sobre Teologías del Poder en el Centro de Cultura Contem­poránea de Barcelona. En su intervención defendió que no hay enfrentamiento alguno entre el cristianismo representado por Benedicto XVI y el Islam. Al contrario. El Papa lo que ha propuesto es una alianza de las dos religiones frente al laicismo que pretende organizar la vida pública "como si Dios no existiera".
 

Pregunta. No es la primera vez que polemiza usted con Joseph Ratzinger.

 

Respuesta. No. Ya mantuve con él un diálogo cuando era cardenal. Versaba sobre la fe y la razón. No ha sido traducido al castellano. Fue un diálogo duro, enérgico.

 

P. Usted sostiene que los conflictos sociales se encarnizan si se utiliza la idea de Dios.

 

R. La idea central es que la modernidad nace con la frase de Hugo Grocio: "Como si Dios no existiera". Lo que dice es que en la vida pública el Estado debe legislar como si Dios no existiera. Se trataba de basar la vida pública en el laicismo para salir de la situa­ción endémica de guerra civil de sustrato religioso que había estado destruyendo Europa durante tres siglos y medio.

 

P. Y el Papa no está de acuerdo.

 

R. El Papa actual no sólo la discute, sostiene que incluso en la vida pública la religión tiene que tener un peso. Intenta invertir la idea central de la modernidad. Sostiene que en la vida pública, creyentes y no creyentes deben comportarse como si Dios existiera. Se trata de una estrategia radical que cuestiona toda la modernidad y constituye una es­pecie de teología de la reconquista, una expresión que tiene mayor significado aún en español que en italiano o francés. El Papa está convencido de que la raíz de todos los males modernos está en la Ilustración. Juan Pablo II decía que el gran mal del siglo XX era el totalitarismo, cuya raíz estaba en la Ilustración que pretende que el hombre es au­tónomo y puede legislar prescindiendo de la idea de trascendencia. Juan Pablo II y Be­nedicto XVI coinciden en que esta pretensión de autonomía lleva al nihilismo y a la des­trucción del hombre por los totalitarismos.

 

P. De modo que el problema es la ingerencia de la Iglesia en la vida política.

 

R. Benedicto XVI invierte el discurso de la modernidad y sostiene que la libertad, la de­mocracia, la convivencia sólo pueden ser defendidas desde la religión mientras que el laicismo destruye la libertad, la democracia, la convivencia. Lo que hace es una inver­sión también de la realidad.

 

P. ¿Por qué?

 

R. Nuestra sociedad es pluralista desde el punto de vista moral. Yo soy ateo, pero en una sala puede haber cristianos que interpretan el cristianismo de modo diversos, musul­manes que hacen lo mismo con el Islam, hebreos de diferentes tendencia y no creyentes, pero cada uno tiene su propio sistema de valores morales que, seguramente, no coinci­den. Esa es la realidad de la sociedad moderna. Y cada uno está convencido de que sus valores son los más justos, de lo contrario no los asumiría o los cambiaría. Pero para convivir juntos debemos aceptar que los valores morales propios no pueden ser impues­tos a los demás, hay que aceptar que los valores morales son relativos. El Papa define esta situación como una dictadura del relativismo, dándole una connotación negativa. Lo que él llama dictadura del relativismo es el horizonte del pluralismo.

 

P. Pero lo contrario del relativismo sería el absolutismo.

 

R. En efecto, si el Papa sostiene que el gran mal del mundo es la dictadura del relativis­mo, es decir, el pluralismo, la única respuesta es el retorno a la Verdad con mayúscula. Es decir, él propone que todos los hombres deben obedecer la Ley natural, sólo que ¿quién decide cuál es la ley natural? El Papa pretende que la única Ley natural es la que coincide con la doctrina católica. Y espera que las otras religiones se reconozcan en al­gunos principios morales frente a las tendencias a la secularización de la modernidad.

 

P. Una pretensión compleja.

 

R. Y contradictoria. El Papa defiende que la Ley natural impone el matrimonio indiso­lu­ble, el rechazo al aborto, la negación de la libertad sexual y de la homosexualidad. Pe­ro ni siquiera en estos asuntos va a conseguir un acuerdo con las otras religiones. El Is­lam no considera el matrimonio indisoluble y consiente la poligamia. La posición del Papa es oscurantista y peligrosa para las libertades individuales y los derechos civiles a los que está habituada Europa. Pero es también contradictoria, porque no es verdad que si la esfera pública se organizase bajo el principio "como si Dios existiera" desparezcan los conflictos. Primero, no hay un Dios único. Al menos hay tres: el del Antiguo Testa­mento, el del Cristianismo y el del Islam. Y ninguno de los tres es interpretado de modo uniforme.

 

P. Esto llevaría de nuevo a las guerras de religión. Al choque de civilizaciones.

 

R. Ratzinger ha dicho claramente, hablando del choque de civilizaciones, que no es en­tre el Cristianismo y el Islam. Es un choque entre la civilización religiosa y la civiliza­ción sin Dios. Esta idea cuestiona las conquistas de libertad de los últimos tres siglos. Y es contradictoria. Su discurso ha provocado en gran escándalo entre los países islámi­cos, pese a que no cuestionaba al Islam sino a las sociedades laicas. Ofrecía un pacto al Islam frente a los sin dios.

 

P. ¿A qué atribuye usted este resurgir de la teocracia?

 

R. Hay muchos factores, algunos coyunturales. El miedo al Islam, a los atentados, al te­rrorismo, que en el imaginario colectivo está asociado al Islam, lleva a pensar que hay que volver a una identidad que nos defienda del Islam. Pero hay un fenómeno más pro­fundo aún ¿Cuál es la diferencia fundamental entre el principio de una sociedad basada en la autonomía del individuo y milenios de historia en los que el poder no estaba en los hombres sino que procedía de otro? Cuando ocurría eso, nadie era libre, pero todos te­nían la certeza de su posición en el mundo, una certeza metafísica sobre el sentido del cosmos, del hombre de la vida. No había libertad, pero había certeza. Cuando el hombre se convierte en autónomo, gana la libertad pero pierde la certeza sobre el sentido. La de­mocracia promete a todos el poder sobre lo humano, a cambio de esa pérdida de sentido. Si esa promesa no se mantiene, si en realidad la democracia son formas de vida en las que no es verdad que día a día seamos dueños de nuestra propia vida, entonces la de­mocracia no mantiene lo que promete, entonces se busca el sentido en la religión, en la su­perstición. O en forma de identidad. Esa es la cuestión del fondo: la democracia no man­tiene sus promesas. Lo que ocurre es que las invocaciones de Dios no suavizan las diferencias, las enconan. Ya no se discute sobre la propia opinión sino sobre la voluntad de Dios. El conflicto es más duro, porque es entre absolutos y, además, el combate se hace con Dios al lado.

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