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La polémica sobre el velo islámico

¿Debe un país laico permitir el uso del velo islámico? Francia dice que no, España e Inglaterra dicen que sí, Italia vive en la confusión. La lógica trabaja a favor de Francia.

En esta nación, la laicidad es el pilar de la identidad republicana y de su Constitución y las escuelas públicas son la piedra de toque de este laicismo.

Un liberalismo jacobino que luchó en otro tiempo contra una mayoría católica no puede temblar ahora contra una minoría islámica. Pero no las tiene todas consigo. El ideal laicista desconectó a los franceses del trasfondo cristiano de su propia cultura, lo que les debilita en la lucha contra los musulmanes, de ahí que Chirac pidiera que se pusiera una asignatura de Religión en la escuela pública.

En la Turquía laica, con un 98% de musulmanes, las mujeres no pueden usar el velo en los colegios, las universidades, los ministerios, etcétera. La turca Gülsan Atalay, economista laica de 25 años, afirma que le da vergüenza que exista el velo.

Un alto personaje egipcio ha sido muy criticado por los imanes por atreverse a afirmar que Dios ha creado la belleza para que la podamos contemplar. Este juicio coincide exactamente con la opinión de Aisha, la mujer preferida de Mahoma, que se la llevó a su casa a los 9 años y que, al parecer, era bellísima: «No me pondré detrás de la cortina. Si Dios me hizo bella es por que quiere que se me vea tal como soy».

El Corán no dice nada respecto a ese velo. La palabra 'hiyab' no significa pañuelo de cabeza, sino cortina o pared divisoria.

Fue el celoso Mahoma el que puso a sus mujeres detrás de una cortina separándolas del recibidor. Esto dice la Azora 33,53: «Cuando pidáis un objeto a sus mujeres, pedídselo detrás de la cortina». Esto es lo que no aceptó Aisha, mujer política, que dialogaba con toda naturalidad con los visitantes.

Esta mujer, que le conocía como si le hubiera parido, se le escapó en dos ocasiones al desierto porque, al parecer, se le había perdido un carísimo collar de perlas, volviendo a casa con un apuesto mancebo que se la encontró perdida. Esto causó gran indignación a Mahoma, pues la noticia corrió como la pólvora. Mahoma esperó que Dios se lo aclarara en una revelación, como así fue: «Aisha era inocente». Pero ésta tenía clavada otra fechoría de Mahoma al exigir para sí la bellísima esposa de su ahijado, que no reaccionó, pues se lo había revelado Dios. La reacción de Ahisa fue mordaz: «Esposo mío, observo que con frecuencia tu Dios te revela aquellas cosas que más te favorecen».

Según la arabista francesa Yaqueline Chabbi, la forma de vestir la musulmana es una cuestión social no religiosa. Así sucedió en España durante siglos.

Hasta la llegada al poder de Ruho-Llan Jomeini, el velo de la mujer en Irán significaba tanto como el que llevaban las mujeres en mi pueblo: una sencilla prenda de vestir para usos prácticos. Fue Jomeini el que le convirtió en símbolo político-religioso. De ahí la lógica reaccón del jeque francés, el sonní al Azhar Mujammmad Tatawi: «La mujer musulmana que viva en un país en el que no esté permitido el uso del velo debe atenerse a la ley allí vigente».

También es comprensible la reacción de las feministas alemanas: «El velo de la mujer musulmana es la bandera de los cruzados islamistas».

En el islam, el móvil religioso y político han ido siempre unidos, pero no hasta el vestido de la mujer. En la actualidad, por desgracia, el velo es un símbolo religioso-político, además de social. Mina la igualdad, la integración, la cohesión cultural, los usos y costumbres y los valores y favorece la aparición de guetos. No es, pues, algo inocente.

Félix Martínez del Cura. Teólogo, profesor y diplomado en ecumenismo en París

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