Si miramos el firmamento en una noche estrellada veremos que en él parpadean miles de estrellas. Pues bien, casi tantas estrellas como hay en el firmamento hay hoy grupúsculos yihadistas. De los numerosos surgidos en los últimos años, algunos son simples vástagos, ramificaciones de otros ya existentes, de contornos mal definidos, que se confunden con otros afines hasta formar una rebulosa informe, en la que de vez en cuando alguno aspira a destacar, ganar notoriedad e imponerse sobre los demás en la escena internacional, recurriendo a actos terroristas, cuya autoría reclama como hazañas heroicas. Estos grupúsculos neofundamentalistas desgajados de agrupaciones fundamentalistas de más envergadura se muestran mucho más radicales y extremistas en sus acciones que el tronco del que proceden. Tanto unos como otros se inscriben en el marco de lo que se ha convenido en llamar el Islam político(al-Islam as-siyâsî), porque hacen hincapié en el carácter político de la religión musulmana y tienden a llevar a cabo acciones directas contra el Estado.
Podemos decir que el Islam político moderno encuentra sus primeras manifestaciones en los Hermanos Musulmanes (al-ijuân al-muslimûn), partido fundado en 1928 por Hasán al-Banna en la ciudad egipcia de Ismailiya, situada en la zona del Canal de Suez. Los Hermanos Musulmanes (HHMM) adquirieron un carácter más político a partir de 1938, cuando, a través de su semanario al-Nadhir, difundían sus ideas, de las que no estaban ausentes amenazas de combatir a cualquier político u organización que no trabajaran a favor del Islam y la restauración de las glorias del pasado. Para entonces, los HHMM tenían ya más de 300 ramas que comulgaban con sus ideas. A principios de los años cuarenta intensificaron su capacidad organizativa y paramilitar. Dentro del movimiento se creó un “órgano secreto” y se formaron “falanges” especiales, a veces en forma de organizaciones de exploradores (“boy-scouts”). LosHHMM fundaron también sus propias empresas, fábricas, escuelas y hospitales, y consiguieron infiltrarse en varias organizaciones, incluidos los sindicatos y las Fuerzas Armadas, hasta el punto de que a finales de los cuarenta llegaron a representar casi un Estado dentro del Estado.
Al Qaida hizo su aparición entre 1988 y 1989. Pero ya antes de esa fecha, desde principios de los años 80, para contrarrestar la influencia soviética en Afganistán, los EE.UU. propiciaron la formación de milicias islamistas, los Muyahidin
Al-Banna intensificó en esta década los ataques terroristas contra los intereses británicos en Egipto, matando o hiriendo al paso a muchos egipcios. La reacción del Gobierno fue entonces la de disolver a los HHMM. El enfrentamiento entre éstos y el Gobierno alcanzó su punto álgido a finales de 1948 y principios de 1949, con el asesinato por los HHMM del Primer Ministro Nuqrashi y el asesinato por el Gobierno del propio líder de los HHMM, Hasán al-Banna. Sin entrar aquí en detalles sobre la ideología de los HHMM, nos limitaremos a decir que al-Banna defendía sobre todo una concepción holística, totalizante, del Islam, de donde el eslogan de las tres D,conforme al cual el Islam se propone ser Dîn (religión), Dunya (bajo mundo, modo de vida) y Dawla (Estado). Esta perspectiva parece implicar la necesidad de la acción colectiva para que entre en juego la totalidad del Islam. La actitud de los gobiernos árabes y de los países islámicos en general hacia los movimientos islamistas radicales no ha dejado nunca de estar exenta de cierta ambigüedad. En Egipto, después de décadas de permanecer fuera de la ley, en la clandestinidad, de sufrir sus afiliados persecuciones y cárceles, Sadat, que sucedió a Nasser en 1970, autorizó a los HHMM a reanudar sus actividades, siempre que no se erigieran en partido político. Obtuvieron, con todo, notable éxito, al conseguir reclutar a estudiantes universitarios y recién licenciados, que constituían dentro de la población egipcia el elemento más decepcionado por el abismo entre sus grandes expectativas y las crudas realidades de los modestos puestos mal pagados de funcionarios públicos, a los que estaban destinados. A pesar de la actitud más tolerante de Sadat hacia los islamistas, con el claro propósito de neutralizar o contrarrestar la acción de los partidos de izquierdas, otros factores como la política llamada de “apertura” (infitâh), destinada a fomentar la inversión extranjera, que solo favoreció a unos pocos ricos, pero no aportó beneficios tangibles al conjunto de la población, la reducción de las subvenciones del Estado a los productos básicos, impuesta por el FMI, las negociaciones de paz con Israel, consideradas una claudicación ante el enemigo sionista, y otras decisiones políticas dictadas por Sadat en el sentido de un acercamiento a los Estados Unidos, enfurecieron a los HHMM y a otras organizaciones islamistas más radicales como al-Yihad y Takfîr wa-l-Hichra (Excomunión y Emigración). En estos grupos islamistas predominan los elementos con experiencia universitaria que, impulsados por una mezcla de creencia religiosa, desesperación social y penuria económica, rechazaban el régimen de Sadat, considerado impío, y reclamaban que el deber de todo buen musulmán era obrar por derrocarlo y reemplazarlo por un Gobierno a favor de una restauración de la Sharia (ley islámica). Consciente del peligro que representaba para su régimen la oposición islamista clandestina, Sadat ordenó en septiembre de 1981 la detención y encarcelamiento de más de 1.000 personas sospechosas de conspirar contra su régimen. El 6 de octubre de 1981, cuando Sadat pasaba revista a un desfile militar para celebrar el octavo aniversario de la travesía del Canal de Suez el 6 de octubre de 1973, fue víctima de un atentado que le costó la vida. El autor de los disparos era un militar afiliado al grupo radical al-Yihad, que había conseguido infiltrarse en las Fuerzas Armadas. A finales de los años setenta del pasado siglo, operaban en Egipto alrededor de veinte grupos yihadistas, si bien dos de ellos, a los que ya nos hemos referido, at-Takfîr wa-l-Hichra y al Yihad, fueron los que alcanzaron mayor notoriedad. Aunque entre las dos organizaciones había algunas diferencias, ambas basaban su inspiración ideológica en los escritos de Sayyid Qutb, un miembro de los HHMM ejecutado por el régimen de Nasser en 1966. Para Qutb, cuando los gobernantes dejan de basar sus leyes en la Sharia, tanto ellos como sus gobiernos no pueden ser ya calificados de musulmanes, sino de impíos. Todo verdadero musulmán tenía la obligación de desobedecer a esos gobiernos y destruirlos, por cuantos medios fueran necesarios, con el objetivo último de restaurar la Sharia. Dado que no eran musulmanes de verdad, esos gobiernos eran legítimamente objeto del yihad o lucha sagrada por la causa del Islam. Para Qutb, el régimen de Nasser se encontraba en estado de “yahiliya” (literalmente “ignorancia”, en referencia al paganismo árabe preislámico), y sus jóvenes discípulos opinaban que el régimen de Sadat correspondía a la misma categoría. Tanto at-Takfîr wa-l-Hichra como al-Yihad preconizaban el derrocamiento violento del régimen impío de Sadat por una vanguardia de musulmanes puros, que restaurasen la Sharia. De las entrevistas realizadas por estudiosos egipcios se desprende que entre los miembros de ambas organizaciones, aunque algunos eran habitantes de los barrios pobres, semianalfabetos, predominaban los estudiantes universitarios y los recién licenciados, muchos de los cuales habían conseguido ingresar en las facultades más exigentes y más laicas, como la de Medicina, Farmacia e Ingeniería. Estos estudiantes y licenciados solían trasladarse de pequeñas ciudades y pueblos a las universidades de las grandes aglomeraciones, donde experimentaban la alienación de la vida urbana. Recurrían a las asociaciones islámicas con las que se habían criado de niños en sus pueblos como un ancla a la que agarrarse en una sociedad que les resultaba moralmente confusa y poco favorable económicamente. Su frustración por las sombrías perspectivas de encontrar un empleo y su búsqueda de una alternativa islámica a la sociedad, en la que deberían haber alcanzado una posición y que debería haberles brindado una oportunidad, pero no lo había hecho, significa una clara condena del fracaso del Estado en infundirles esperanzas en el futuro.
Al reclamar la autoridad califal, el Estado Islámico, siguiendo el precedente de al-Qaida, desafía los principios fundacionales del orden global actual, en el que la autoridad política se encuentra institucionalizada en un sistema universal de Estados-nación soberanos más que anclados en un sistema universal de autoridad religiosa.
Junto a estas dos organizaciones de mayor notoriedad, proliferaban otros grupúsculos más pequeños, de los que nos limitaremos aquí a mencionar algunos surgidos en el espacio geográfico del Próximo Oriente: Yama’at al-muslimîn(Asociación de Musulmanes), Kata’ib Muhammad (Las Falanges de Mahoma),ambas en Egipto; at-Tawhid al-islami (La Unicidad del Islam) y Yund Al-lah (El soldado de Alá), ambas en el Líbano; al-Muyahidûn (Los Muyahidin), en Siria, y, por último, el Hizb at-Tahrir (Partido de la Liberación), vástago del frondoso árbol de losHHMM, que operaba en Siria, Líbano y Jordania desde la década de 1950. Todos estos grupúsculos radicales preconizaban el derrocamiento de los regímenes impíos (kuffâr, singular kâfir) para establecer en ellos un “orden islámico” regido estrictamente por la Sharia. Para ello, todo buen musulmán no debía vacilar en recurrir a cuantos métodos fueran precisos, incluidos los atentados terroristas y los asesinatos. Aunque estos neofundamentalistas consideran que el imperialismo occidental, materialista y opresor, es el principal causante de los males que aquejan a las sociedades islámicas, mayores enemigos del Islam que los dirigentes occidentales son los propios dirigentes de los países islámicos, que se dicen musulmanes, pero solo lo son de boquilla. En este sentido, estos grupos radicales entroncan directamente con el pensamiento del teólogo y jurista árabe Ibn Taimiya (siglos XIII-XIV de la era cristiana), quien, además de considerar un deber de todo buen creyente combatir a judíos, cristianos y a los no musulmanes en general, pensaba que los mayores enemigos del Islam, a quienes había que combatir en primer término, eran los que, autoproclamándose musulmanes, no lo eran de veras, sino hipócritas (munâfiqûn), como el Profeta Mahoma designaba a los habitantes de Medina sobre cuya fidelidad al Islam abrigaba dudas, y a los que se refiere en varias azoras, particularmente en la 4 (véanse las aleyas 63, 141 y 144 en la versión española del Corán, de Juan Vernet). Para Ibn Taimiya, aún peores que los no musulmanes eran los que pretendían serlo, como era el caso de los mongoles, convertidos al Islam desde finales del siglo XIII, pero contra los que Ibn Taimiya predicó el yihad por ser, según él, falsos musulmanes. De entonces acá el fundamentalismo o integrismo islámico basa sus principios religiosos en estas ideas, y preconiza, si fuera preciso para imponerlas, el recurso a la violencia, con su indisociable cadena de atentados terroristas y asesinatos.
De al-Qaida al Estado Islámico
Literalmente “la base”, al Qaida hizo su aparición entre 1988 y 1989. Sus fundadores fueron, como se sabe, Osama bin Laden, Abdullah Azzam y otros activistas. Pero ya antes de esa fecha, desde principios de los años 80, para contrarrestar la influencia soviética en Afganistán, los Estados Unidos propiciaron la formación de milicias islamistas, compuestas en su mayoría de combatientes árabes de diversas nacionalidades, los Muyahidin, que contaron con la activa participación, entre otros, de Bin Laden. En campos de entrenamiento situados en diversos puntos de Afganistán, los Estados Unidos suministraron armamento y dieron instrucción militar a estos combatientes. Bin Laden desempeñó un importante papel en las acciones de los Muyahidin contra el Gobierno prosoviético de Afganistán, y, posteriormente, contra el mismo ejército soviético, cuando los rusos se implicaron militarmente en la guerra. Una vez desalojados los soviéticos del país y derrocado el Gobierno afgano, el antiguo agente de la CIA, que tanto había contribuido al triunfo de los Muyahidin y apoyado posteriormente el advenimiento de los talibán, pasó a convertirse en enemigo cuando su oposición al “materialismo marxista”, que con tan especial ahínco había combatido en Afganistán, derivó a una no menos virulenta oposición al “materialismo occidental”, ambos igualmente impíos (“kuffâr”). Al-Qaida operaba como una red, que incluía un ejército multinacional de combatientes de distintos países del mundo, no solo musulmanes sino también occidentales, en los que residen numerosos emigrantes de origen musulmán, que al-Qaida conseguía captar por medio de una activa propaganda en las mezquitas y en las redes sociales, hábilmente manejadas por informáticos convertidos a la “causa”. A diferencia de otros grupos islamistas, muy locales y con proyección dentro de un solo país o en países aledaños, al-Qaida aspiraba a tener una proyección universal, sin que sus miembros se reclamen de ningún Estado en particular, considerando que su única patria es la “umma” (comunidad islámica). No entraremos aquí en detalles sobre los numerosos atentados terroristas cometidos por miembros de al-Qaida, suficientemente conocidos de todos, aunque convendría destacar que, si algunos de los más mediáticos, espectaculares y mortíferos fueron en países occidentales (Estados Unidos de América, en 2001; Madrid, en 2004; Londres, en 2005), la mayoría tuvieron lugar en países musulmanes. Las operaciones de al-Qaida experimentaron una evolución, pasando de acciones controladas de arriba abajo a acciones de grupos asociados con franquicia o “lobos solitarios”, que actúan con autonomía unos de otros, limitándose a seguir las grandes líneas ideológicas de los teóricos de la cúpula, representada, primero, por Bin Laden, y, después de su asesinato por los servicios secretos estadounidenses en Pakistán el 1º de mayo de 2011, por Aimán Az-Zawahiri, su sucesor al frente de al-Qaida. Esta evolución se ha intensificado después de la muerte de Bin Laden, mientras asistimos a una creciente proliferación de grupos autónomos, que se reclaman ideológicamente de al-Qaida, con capacidad para cometer acciones terroristas en distintos puntos del globo. Sin embargo, las disputas y enfrentamientos con otros grupos emergentes por razones, sobre todo, de liderazgo y de poder, contribuyeron a debilitar y a restar relevancia a la dimensión internacional de al-Qaida. Cuando en 2011 el yihadismo parecía destinado a extinguirse lentamente “falto de combatientes”, como diríamos haciendo un guiño al Cid de Corneille, volvió a ofrecérsele una ocasión de oro en la estela de los movimientos populares que estallaron en numerosos países árabes contra las dictaduras sangrientas que los oprimían desde hacía décadas. Aprovechando la indignación popular hacia los gobernantes, los islamistas se apropiaron del discurso radical de los verdaderos autores de la revuelta, cambiándolo de signo y haciendo hincapié en que la verdadera redención de los pueblos árabes solo podía venir del Islam, con cuyo fin era preciso recurrir al yihad. Así, gracias a una impostura y a la confusión reinante, consiguieron renacer de sus cenizas y recobrar aliento. El epicentro de este resurgir yihadista se sitúa en Iraq, y, posteriormente, en Siria. Se trata de un fenómeno singular. La invasión y ocupación de Iraq por los Estados Unidos causaron un enorme trauma y una profunda ruptura en la sociedad iraquí, ya muy fracturada por años de guerras y sanciones económicas. La ocupación estadounidense representó una verdadera catástrofe para Iraq. Al elevado número de muertos – más de un millón-, hay que sumar el desplazamiento dentro del país y el exilio masivos de más de cuatro millones de personas, el saqueo de museos, archivos y bibliotecas, el expolio de los recursos naturales y del petróleo, y la destrucción del tejido social iraquí. El desmantelamiento de las instituciones iraquíes, particularmente el desmantelamiento del Partido Baas (la llamada “desbasificación”) y del ejército creó un vacío, que desató una feroz lucha por el poder y permitió la infiltración de actores no estatales en el frágil Estado títere instalado por los Estados Unidos. A pesar de que yihadistas como Abu Musab az-Zarqawi desempeñaron un importante papel en conducir la insurgencia de la anticoalición desde principios a mediados de la década del 2000, su fanatismo y brutalidad no tardaron en alienarles la simpatía de las comunidades huéspedes, creando las condiciones para el surgimiento de Despertar (as-Sahwa”), un movimiento tribal sunní patrocinado por los Estados Unidos, que casi llegaría a eliminar a al-Qaida de Iraq. Toda una serie de factores explican el resurgir del yihadismo tras la frustrada experiencia del Despertar sunní. En primer lugar, un Gobierno iraquí, discriminatorio y divisivo bajo Nuri al-Maliki, no logró atraerse a los sunníes desafectos que seguían al movimiento Despertar. Jefe del partido confesional ad-Dawa (El llamamiento), compuesto únicamente por shííes, al-Malikí accedió al poder después de las elecciones de 2010. Preocupado sobre todo por construir sus propias redes clientelares más que en cimentar un Estado iraquí pluriconfesional, al-Maliki no integró a los sunníes iraquíes en el proceso político, lo que dejó a estos últimos receptivos a las propuestas yihadistas renovadas, así como a una continua división confesional de Iraq. Al mismo tiempo, la falta de interés de Washington por presionar a Bagdad, para que cumpliera su compromiso de propiciar una reconciliación con los sunníes y garantizar así un arreglo político de posguerra, favoreció esta deriva. A todo esto hay que añadir que la desintegración parcial de la autoridad gubernamental en Siria después del comienzo de la guerra civil proporcionó un nuevo estímulo al yihadismo en Iraq y en otros lugares. La guerra de Siria brindó a los yihadistas valiosas oportunidades de adquirir experiencia en el campo de batalla y conseguir nuevos reclutas, así como la posibilidad de actuar en santuarios fuera del alcance del gobierno de al-Maliki. Después de la captura de la ciudad siria de Raqqa, el Estado Islámico se apoderó de pozos de petróleo, lo que le permitió financiar sus operaciones sin tener que depender de sus patrocinadores privados de Arabia Saudí y de los países del Golfo, hasta entonces sus proveedores habituales de fondos. El acceso a recursos independientes los hizo más ricos, más osados y más peligrosos que ninguno otro de sus rivales yihadistas, y les permitió preparar el terreno para sus ataques posteriores al Estado iraquí. Así surgió lo que conocemos en sus siglas en inglés como ISIS (Islamic State of Iraq and Siria) o ISIL (Islamic State of Iraq and the Levant), y en sus siglas árabes DAISH (ad-Dawlat al-Islamiyyah fi-l-‘Iraq wa ash-Sham). Recordemos que “ash-Sham” es el término árabe con el que se designa a la Gran Siria o el Levante. Tras su ruptura en febrero de 2014 con al-Qaida, la captura de Mosul el 6 de junio y la proclamación el 29 de junio del mismo año por Abu Bakr el Bagdadi de un Califato Islámico, del que se autoerigió en califa, el nuevo “Estado” se consolidó como la entidad yihadista terrorista más peligrosa, y, desde luego, la más rica. Su origen está en laYama’at at-Tawhid wa-l-Yihad, creada por Abu Musab az-Zarqawi en 1999 y rebautizada como Tanzim Qaidat al-Yihad fi Bilad ar-Rafidain, (Al Qaida en Iraq), cuando el grupo expresó lealtad al-Qaida en 2004. Como Yam’at, primero, y, luego, como al-Qaida en Iraq (AQI), el grupo participó en la insurrección iraquí que siguió a la invasión de Iraq en marzo de 2003. En enero de 2006 se unió a otros grupos insurgentes sunníes para formar el Consejo de los Muyahidin, que en octubre de 2006 proclamó la formación del Estado Islámico de Iraq. Aunque el Estado Islámico es una prolongación del movimiento yihadista global, tanto por su ideología como por su cosmovisión, sus orígenes sociales tienen raíces en un contexto iraquí específico, y, en menor medida, en la guerra siria, que estalló hace cuatro años. Mientras que la organización central de al-Qaida surgió de una alianza entre el ultrarreaccionario salafismo saudí y el islamismo radical egipcio de los Hermanos Musulmanes, el Estado Islámico surgió de una “impía” alianza entre un vástago de al-Qaida, basado en Iraq, y elementos del derrotado régimen baasista de Sadam Husein. Una combinación explosiva. Al-Qaida priorizaba la lucha contra el “enemigo lejano”, es decir, los Estados Unidos y sus aliados europeos, mientras que AQI (al-Qaida en Iraq) y su sucesor el Estado Islámico se han centrado sobre todo en el shiísmo y el “enemigo cercano”, es decir, los regímenes iraquí y sirio, así como todos los regímenes “laicos” y pro-occidentales del mundo árabe. En Iraq el Estado Islámico ha hecho importantes progresos en la construcción de un protoestado yihadista en franjas del Triángulo sunní, que fue anteriormente la cuna de la insurgencia de la anticoalición durante la guerra de Iraq. Basándose en sus éxitos en Siria, el Estado Islámico se ha comprometido no solo a superar a Bagdad en capacidad armamentista, sino también en su capacidad para gobernar, por lo menos en las áreas de mayoría sunní que controlan en la actualidad. Esto constituye una evolución radical de las estrategias de sus predecesores más proteicos (como al-Qaida en Iraq) y refleja la extrema confianza en sí mismos de sus líderes. A nivel regional, el Estado Islámico ha desafiado la legitimidad del orden establecido en dos niveles. Al intentar consolidar un mini-Estado, que abarca partes de Siria e Iraq, el Estado Islámico cuestiona la distribución territorial que prevalecía desde el Acuerdo Sykes-Picot de 1916, en virtud del cual la región quedaba dividida en esferas de influencia británica y francesa. El Acuerdo Sykes-Picot representa el símbolo perdurable de una traición y humillación para el mundo árabe. Su importancia en la propaganda del Estado Islámico refleja la hábil utilización del sentimiento pan-arabista para legitimar su mini-Estado en ciernes. La declaración de al-Bagdadi de un Califato resucitado constituye en realidad, una reivindicación del liderazgo de los musulmanes del mundo entero, al tiempo que cuestiona directamente la legitimidad de la monarquía saudí, que fundamenta su autoridad en su condición de custodio de las ciudades santas de la Meca y Medina. Por último, a nivel sistémico, al reclamar la autoridad califal, el Estado Islámico, siguiendo el precedente de al-Qaida, desafía los principios fundacionales del orden global actual, en el que la autoridad política se encuentra institucionalizada en un sistema universal de Estados-nación soberanos más que anclados en un sistema universal de autoridad religiosa. La visión de un califato resucitado puede parecer a ojos occidentales una absurda fantasía totalitaria Pero explota la profunda desafección de un orden mundial, que, para una minoría airada de musulmanes, constituye un producto del imperialismo occidental, cuyo objetivo es el de mantener a la comunidad musulmana (umma) apartada de Dios y dividida, así como rehén de una ponzoñosa modernidad laica. Los últimos éxitos del Estado Islámico son pasmosos e inquietantes. Muestran que los extremistas yihadistas siguen siendo enemigos flexibles y susceptibles de acomodarse, capaces de aprender de sus errores y de explotar los agravios históricos y el caos generado tras la primavera árabe. Pero, aunque el yihadismo sigue siendo una amenaza potencial a la paz y la seguridad mundiales, sería aventurado exagerar su habilidad estratégica. Ha obtenido importantes victorias en el campo de batalla y en materia de propaganda, pero a medida que aumentan las ambiciones de al-Bagdadi, también lo hacen las filas de sus enemigos. El Estado Islámico rompió con al-Qaida, y la violencia fratricida desplegada hoy entre el Estado Islámico y el Yabhat an-Nusra li Ahl ash-Sham (Frente de Apoyo a la Gente de Siria) ilustra la grave división que amenaza al movimiento yihadista. Los choques personales e ideológicos, que enturbiaron durante mucho tiempo los medios yihadistas, se intensificaron después de la declaración de autoridad califal de al-Bagdadi. A pesar de sus pretensiones de solidaridad islámica a nivel mundial, los yihadistas estuvieron durante mucho tiempo fuertemente divididos por sentimientos nacionalistas. A medida que el Estado Islámico fagocita a los afiliados a al-Qaida, las tendencias entrópicas se agravarán probablemente. La rapidez y amplitud de los triunfos del Estado Islámico y las desmesuradas ambiciones de al-Bagdadi están, entretanto, galvanizando a la oposición regional. Durante más de tres décadas los extremistas sunníes gozaron del patrocinio de ricos benefactores de los países del Golfo, deseosos de realzar sus propios méritos religiosos prestando ayuda bajo cuerda a peligrosos fanáticos en el extranjero. Ahora, saciados de pillajes y cada vez más autosuficientes gracias a actividades, que van del secuestro a las exportaciones de petróleo, pasando por la venta de antigüedades y el tráfico de drogas, el Estado Islámico ya no es tan dependiente del bolsillo de sus anteriores patrocinadores. La combinación de autonomía financiera y fanatismo ideológico convierte al Estado Islámico en un importante foco de desestabilización para Estados que hasta no hace mucho financiaban a sus adeptos. La ambición de fundar su propio Estado Islámico puede, sin embargo, causar su ruina. Disfrutando de la gloria del momento de su propia “misión cumplida”, el Estado Islámico, como manto protector de la minoría sunní iraquí, confina su atractivo potencial al Triángulo sunní. Pero también garantiza virtualmente la hostilidad de la mayoría no sunní del país a la futura expansión yihadista. Incluso dentro de su nuevo feudo es probable que el Estado Islámicoencuentre que es mucho más difícil gobernar que conquistar. Las comunidades huéspedes pueden ser sometidas por el terror solo durante algún tiempo, pero para consolidar su Califato el Estado Islámico necesita desarrollar las capacidades propias de un Estado en materia de impuestos, administración, justicia y movilización popular. Hay pruebas de que esto es precisamente lo que el Estado Islámico está tratando de hacer en Raqqa y en otros enclaves del territorio que controla. Pero aquí el Estado Islámico se enfrenta a una paradoja clave. Si es capaz de aprender de los errores de al-Zarqawi, desarrollar capacidades fiscales y administrativas de gobierno territorial, y forjar con los notables locales las coaliciones necesarias para hacer que el Gobierno del Califato sea políticamente sostenible, el Estado Islámico podría hacerse con un punto de apoyo territorial, del que sería difícil desalojarlo a medio plazo. Pero cuanto más el Califato se convierta en Estado, más fácil será mantenerlo circunscrito dentro de ciertos límites, y, a la larga, hacerlo retroceder. Desde el surgimiento del yihadismo global en los años ochenta del pasado siglo, en el crisol del yihad antisoviético afgano, los yihadistas se beneficiaron de las ventajas del desarraigo. Los insurgentes del siglo XX seguían frecuentemente estrategias tendientes a extender su autoridad desde áreas de “base” aisladas hasta rodear y derrocar gobiernos dentro de un territorio claramente definido. A la inversa, la élite yihadista internacional se organiza en torno a redes desterritorializadas y explota las tecnologías modernas de comunicación para librar una revuelta contra Occidente a escala mundial. Al Bagdadi y sus seguidores siguen siendo los herederos ideológicos de Bin Laden. Han demostrado el mismo tino para aprovechar la infraestructura de la globalización (incluidas, más particularmente, las redes sociales) para proseguir su lucha y lograr la adhesión a su causa de extremistas a escala global. Pero el gobierno territorial es algo bien distinto del activismo en Twitter. Las tensiones que entraña la consolidación de un Califato local, mientras se libra un yihad global serán muy difíciles de evitar. Puede que el Califato haya renacido, después de su abolición en 1924 por la República turca de Mustafá Kemal, pero la prepotencia y arrogancia de su nuevo califa puede, sin, embargo, causar su ruina.
Complicidades occidentales y estrategias geopolíticas
Es indudable que la proclamación del Estado Islámico afecta no solo a Iraq y Siria, sino también a otros Estados de la región como Irán, Arabia Saudí, Líbano e Israel, sin olvidar a un nivel más global a los Estados Unidos de América, Rusia y China. Para nadie es un secreto que los Estados Unidos financiaron y adiestraron a al Qaida durante la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética y propiciaron después el traslado de Bin Laden a este país y la aparición de los talibán. El objetivo de la operación era utilizar el arma de la religión contra el “ateísmo marxista”, cuyo máximo representante era la potencia rival por antonomasia a nivel mundial, o sea, la URSS. En el caso del Estado Islámico todo parece indicar que serían también los Estados Unidos los que fomentaron la aparición de este movimiento radical, según revelan los últimos documentos desclasificados de la U.S. Defense Intelligence Agency (DIA) del Gobierno estadounidense, de fecha 12 de agosto de 2014. Se trataba de crear grupos radicales sunníes capaces de combatir a los shíies, representados sobre todo por Irán y sus aliados en la región, o sea, el régimen sirio y Hezbolá en el Líbano. Paralelamente, se trataba de sembrar el terror a escala mundial, publicando titulares de prensa alarmistas sobre las acciones terroristas del Estado Islámico, visibilizadas sobre todo a través de vídeos de decapitaciones de periodistas o cooperantes occidentales, con el doble objetivo de justificar, por un lado, toda posible intervención militar en la región, y de instaurar, por otro, en los países considerados blanco delEstado Islámico, un control y vigilancia más estrechos de los ciudadanos, lo que entraña, con el pretexto de luchar contra el terrorismo, un recorte de los derechos y libertades. Según denunció Edward Snowden, analista de la National Security Agency (NSA, Agencia Nacional de Seguridad) de los Estados Unidos, Abu Baqr al-Bagdadi era una “adquisición de los servicios de inteligencia” occidentales. El documento de la Agencia Nacional de Seguridad indica que el grupo fue creado por los servicios de inteligencia estadounidenses, británicos e israelíes (CIA; MI6 y Mossad, respectivamente) como parte de una estrategia apodada del “avispero” para atraer a Siria militantes islamistas de todo el mundo y crear la percepción de que Israel estaba amenazado por un enemigo cerca de sus fronteras. Ya en 1982, Oded Yinon, periodista israelí vinculado al Ministerio israelí de Asuntos Exteriores, escribió el Zionist Plan for the Middle East (Plan Sionista para Oriente Medio), en el que señalaba que todos los Estados Árabes debían ser divididos por Israel en pequeñas unidades, e Iraq y Siria disueltos posteriormente en zonas étnicas y religiosas como en el Líbano. Éste sería el principal objetivo de Israel en el frente oriental a largo plazo. La destrucción de los Estados árabes e islámicos se llevaría a cabo desde el interior, explotando sus tensiones étnicas y religiosas internas.
Al-Qaida priorizaba la lucha contra el “enemigo lejano”, es decir, los Estados Unidos y sus aliados europeos, mientras que AQI (al-Qaida en Iraq) y su sucesor el Estado Islámico se han centrado sobre todo en el shiísmo y el “enemigo cercano”, es decir, los regímenes iraquí y sirio, así como todos los regímenes “laicos” y pro-occidentales del mundo árabe.
La verdad es que el nuevo autoproclamado “califa del Islam” suscita numerosas dudas e interrogantes. ¿Cómo alguien más bien mediocre y sin particular relevancia consiguió alcanzar tan elevada dignidad sin contar con poderosos padrinos que lo catapultaran? Este personaje, cuyo rostro al descubierto tiene un aspecto patibulario digno de figurar en un aviso de “Wanted” (Se busca), se llama en realidad Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri as-Samarrai, y nació en 1971 en Samarra, ciudad situada en el centro de Iraq. El “califa” tiene, pues, hoy, 44 años. Poco se sabe de él, excepto su megalomanía, que lo llevó a adoptar el nombre de Abu Bakr, sucesor y suegro de Mahoma, casado con su hija Aicha, y primero de la lista de los cuatro primeros califas del Islam, conocidos como “ar-rashidûn”(los “bien guiados”). Al-Bagdadi participó en la insurgencia iraquí de 2003 contra la ocupación estadounidense de Iraq. Hecho prisionero el 2 de febrero de 2004, cerca de Faluya, los estadounidenses lo mantuvieron encerrado en el centro de detención de Camp Bucca durante once meses, hasta diciembre de 2004 en que fue liberado como un “prisionero de bajo nivel”. Hay fundadas sospechas de que fue durante su estancia en el centro de detención de Bucca cuando fue captado por la CIA. En cualquier caso, allí coincidió con toda una serie de antiguos militares de Sadam Husein, con los que estableció y mantuvo desde entonces estrechos vínculos, hasta el punto de que se unirían posteriormente al Estado Islámico. Abu Bakr al-Bagdadi formó parte de al-Qaidahasta romper con la organización por cuestiones de liderazgo, al negarse a reconocer la autoridad de Aimán az-Zawahiri, sucesor de Bin Laden. El 8 de abril de 2013 era proclamado el Estado Islámico de Iraq y Siria, y el 29 de junio de 2014, el califato, con al-Bagdadi designado como “califa Ibrahim”. El Estado Islámico de Iraq y Siria debía entonces pasar a ser llamado sencillamente Estado Islámico. Según fuentes de los servicios secretos británicos e iraquíes, al-Bagdadi tendría un doctorado en estudios islámicos por la Universidad de Bagdad. De ser así, el personaje no ha demostrado hasta ahora poseer conocimientos en la materia que le hagan acreedor de tan elevado título académico. Parece que todo lo que le rodea es un enigma, un misterio. Cultiva el secretismo sobre su persona, lo que contribuye a realzar su halo de hombre providencial. Es más bien un personaje insignificante, mediocre, sin ningún carisma especial, que se vio propulsado de la noche a la mañana a lo más elevado de la jerarquía islámica a nivel internacional. Algo sorprendente y que lo convierte, a ojos de muchos, en un personaje sospechoso, aupado por los servicios secretos de ciertos países occidentales para ejecutar los planes concebidos por el imperialismo para la región del Cercano Oriente. Hay que decir que sus mentores pueden estar orgullosos de los rápidos éxitos obtenidos en tan corto espacio de tiempo por este turbio y brutal personaje. El objetivo último de esos planes consiste en derrocar al régimen sirio, que cuenta con el apoyo de Irán, Rusia y China, mientras que la oposición cuenta con el de los Estados Unidos de América, Arabia Saudí, los países del Golfo, Turquía y, por supuesto, Israel, pieza fundamental en este tablero y que es a, a fin de cuentas, el que decide muchos de los movimientos de las demás piezas. El proyecto estadounidense en la región consiste en proteger por encima de todo sus intereses económicos y geoestratégicos. En este sentido, los Estados Unidos se proponen lograr dos objetivos: 1) debilitar o aislar a todos los elementos hostiles al Estado de Israel, o sea el régimen sirio, Irán y las milicias siíes de Hezbolá en el Líbano; y 2) diseñar un nuevo mapa geopolítico de la región. En relación con el primer punto, se trata de establecer un “cordón sanitario” islamista antishíi” desde Siria a China, sirviéndose del Estado Islámicoen Siria e Iraq y de sus grupos asociados en las ex Repúblicas soviéticas de Asia central (Azerbaiyán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajstán y Kirguistán), oficialmente laicas, pero de tradición islámica sunní (excepto Azerbaiyán, con un 85% de población shií), en las que Estado Islámico pueda formar milicias islamistas radicales, capaces de sembrar el terror en la región y constituir una amenaza para Rusia y China. En lo que respecta al segundo punto, se trata de impulsar una balcanización o “libanización” de los Estados de la región, consistente en la destrucción de los Estados de Siria e Iraq, con la implantación, por un lado, del Estado Islámico en partes de Siria situadas en el nordeste del país (Deir ez-Zora y Raqqa), precisamente donde se encuentran los pozos de petróleo, y en partes del Norte de Iraq, particularmente Mosul y otros puntos, y, por otro lado, con el desmembramiento de Iraq y la división del país sobre bases confesionales- shíies (del 60 a 70% de la población) y sunníes (del 20 al 30% de la población) – y étnicas- árabes, la mayoría de la población, y kurdos (el 10%). Divide ut imperes (Divide para reinar). Lo mismo que al-Qaida, el Estado Islámico recluta a sus afiliados por medio de una activa propaganda en mezquitas, cuyos imanes, al estar cada vez más vigilados, encuentran crecientes dificultades para transmitir sus prédicas, y, por supuesto, Internet, más difícil de controlar. Es sobre todo Twitter la red social más utilizada por los yihadistas. El perfil de los reclutados se asemeja a los de al-Qaida: un núcleo formado por afiliados de un nivel cultural más alto, y una masa de combatientes locales y extranjeros con un nivel de estudios elemental o bastante bajo, a los que se manipula fácilmente. Los de origen extranjero provienen en general de familias de emigrantes de origen musulmán establecidos en países europeos (Alemania, Bélgica, España, Países Bajos, Reino Unido) o de los propios países musulmanes (Argelia, Egipto, Marruecos, Túnez, Yemen). Son, en general, jóvenes desarraigados, que encuentran difícil encaje en las sociedades en las que viven. Los que residen en países europeos, pertenecientes ya en su mayoría a la tercera o incluso cuarta generación, según los países, golpeados por la crisis, que hace de ellos los principales afectados por el desempleo, arrastran una mísera existencia, vagabundeando por sus inhóspitos barrios del extrarradio de las grandes ciudades – en general grandes ciudades-dormitorio, carentes de instalaciones para actividades lúdicas, culturales o deportivas para la juventud-, y subsistiendo de pequeños latrocinios y trapicheos. Sin ningún aliciente ni perspectivas de futuro, son presa fácil de prédicas que los incitan a un retorno al Islam como única solución para sus males. Redescubrir sus orígenes y reivindicar su condición de musulmanes les infunde seguridad en sí mismos y realza su autoestima. Sienten que recuperan su dignidad, que no son unos fracasados, que no son “basura”, que pueden hacer algo para cambiar las cosas, que pueden ser útiles. La situación que viven estos jóvenes explica la facilidad con la que se dejan captar. No tienen nada que perder, más que quizá la vida en el combate, pero, entretanto, habrá valido la pena. La muerte tiene, además, su recompensa: la de ser recordados como “mártires” (shuhâd) e ir al Paraíso. Recordemos que el nivel cultural de estos jóvenes es, en general, bastante bajo y sus conocimientos del Corán, extremadamente rudimentarios: suelen limitarse a repetir como loritos las contadas azoras que justifican su opción islamista radical. Si el aliciente religioso no bastara, hay otro fundamental para estos jóvenes en paro, que consiste en cobrar un salario. Porque estos “soldados de Alá” perciben un sueldo nada desdeñable de mil y pico de Euros al mes, Si el incentivo económico es importante para los jóvenes musulmanes de los países europeos, más lo será para los de países árabes, entre los que el desempleo alcanza cifras alarmantes. A los jóvenes de estos países un plus de atractivo lo constituye la posibilidad de disponer libremente de mujeres, gracias a las jóvenes capturadas por los yihadistas en sus conquistas territoriales, pertenecientes en general a poblaciones consideradas “kuffâr” (infieles), particularmente la minoría yazidí, a las que los dirigentes del Estado Islámico convierten en “esclavas sexuales” y ponen a disposición de sus combatientes. Muchos de estos jóvenes provienen de países en los que las prohibiciones y tabúes socio-religiosos erigen barreras rígidas e infranqueables entre ambos sexos, de manera que la continencia hasta el matrimonio es la norma, a menos que recurran a los servicios de una prostituta, lo que no siempre se pueden permitir por razones económicas, como tampoco puede encontrar esposa fácilmente, por no disponer de los medios necesarios para pagar la dote. Así, unirse a las filas del Estado Islámicoles ofrece múltiples ventajas de todo orden. Según cifras correspondientes a septiembre de 2014, del periodista israelí Anchel Baber, en el periódico israelí Haaretz (4 de septiembre de 2014), el número de yihadistas que se habían trasladado a Siria desde diversos países ascendería a 10.351, pertenecientes a doce países. Las cifras de Haaretz indican el número estimado de combatientes por país y el número de yihadistas respecto del total de la población musulmana del país de que se trate. Los países serían los siguientes (por orden alfabético):
- Alemania, 300, uno de cada 20.000
- Arabia Saudí, 2.500, uno de cada 10.000
- Australia, 250, uno de cada 1.600
- Bélgica, 250, uno de cada 2.500
- España, 51, uno de cada 20.000
- Estados Unidos, 100, uno de cada 30.000
- Francia, más de 700, uno de cada 6.700
- Marruecos, 1.500, uno de cada 22.000
- Reino Unido, 500, uno de cada 5.700
- Rusia, más de 800, uno de cada 20.000
- Túnez, 3.000, uno de cada 3.500
- Turquía, 400, uno de cada 187.000.
Estas cifras son hoy, después de transcurrido un año, superiores a 20.000. Es interesante constatar el elevado número de yihadistas procedentes de países como Francia o Reino Unidos, ambos con un alto porcentaje de musulmanes de origen magrebí, en el primero, y pakistaní, en el segundo. En el caso de España, hoy son evidentemente más del doble de lo que eran en septiembre de 2014, muchos de ellos originarios de Ceuta y Melilla, donde barrios populares como el del Príncipe, en Ceuta, o la Cañada de la Muerte, en Melilla, en los que predominan la pobreza y la exclusión, son un caladero de yihadistas. Junto a estos combatientes llegados del exterior están, por supuesto, los combatientes locales, que se cuentan por miles, para constituir un temible ejército de fanáticos y aventureros, capaces de cometer las peores atrocidades y salvajadas. En esta guerra de exterminio del Estado Islámico contra todos los que considera kuffâr, el número de muertos según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en Londres, ascendería en abril de 2015 a 300.000, de los cuales más de 100.000 serían civiles, y 11.000 niños. A ellos hay que añadir los miles de desaparecidos y los cuatro millones de refugiados, de los 23 millones y pico a que asciende la población siria. Este es el panorama de un país devastado por la guerra, con cientos de edificios en ruinas, del que miles de familias huyen aterrorizadas con sus hijos a cuestas para salvar el pellejo.
La combinación de autonomía financiera y fanatismo ideológico convierte al Estado Islámico en un importante foco de desestabilización para Estados que hasta no hace mucho financiaban a sus adeptos.
En estas condiciones, ¿cómo detener esta guerra?, ¿cómo poner fin a tanta destrucción y locura exterminadora? No creemos que una intervención armada sea la solución del conflicto. Se ha visto que los bombardeos aéreos de los Estados Unidos no han conseguido frenar las ambiciones expansionistas del Estado Islámico. Los Estados Unidos disponen, por supuesto, de los medios necesarios para intervenir y terminar con el Estado Islámico, pero no lo hacen, en primer lugar, porque el precio a pagar en términos económicos, políticos y humanos sería demasiado elevado. No les interesa. Solo han intervenido cuando el Estado Islámicocruzó las líneas rojas: los Estados Unidos movilizaron su fuerza aérea solo cuando elEstado Islámico amenazó con ocupar Erbil, capital de la Región Autónoma Kurda y sede del gobierno regional kurdo, así como partes de la región kurda, pero no la movilizaron para frenar la expansión del Estado Islámico cuando Mosul, con una importante minoría cristiana, fue ocupado. Pocos analistas se han referido a este asunto y han tratado de explicarlo, excepto el periodista británico Robert Fisk, quien en un artículo publicado en The Independent (10 de agosto de 2014), atribuía las causas de la injerencia estadounidense a la presencia de un gran número de estadounidenses en la región kurda, así como a la existencia en el Kurdistán iraquí de petróleo, que ronda los cuarenta y cuatro mil millones de barriles de las reservas iraquíes, lo que equivale a ciento cuarenta y tres mil millones de barriles , es decir, el 35% de las reservas iraquíes de petróleo. Además del gas, hay muchas compañías petroleras, como la American Corporation, Global Oil, Mobil, Chevron, Exxon y Total, que trabajan en el Kurdistán iraquí. Son también miles los estadounidenses y europeos que viven y trabajan en Erbil, cuyas inversiones alcanzan diez mil millones de dólares. Estas compañías americanas tienen privilegios e intereses en esta región septentrional de Iraq, donde, según los acuerdos concertados, perciben más del 20% de los beneficios. Por eso, los estadounidenses intervinieron allí en defensa de sus intereses y de sus nacionales. Así las cosas, aunque estén dispuestos a intervenir cada vez que el Estado Islámico cruce las líneas rojas y sus intereses se vean amenazados, no parece que las intervenciones de los Estados Unidos vayan tan lejos como para poner en peligro la existencia del Estado Islámico. Si los Estados Unidos quisieran de verdad terminar con éste, hay otras opciones que la intervención armada, de las que la más eficaz y decisiva sería, en primer lugar, la de privar al Estado Islámico de todas sus posibles fuentes de financiación, de manera que la falta de fondos no le permitiera pagar a los miles de mercenarios que se unieron a sus filas al olor del dinero. En segundo lugar, pero no por eso menos importante, que los Estados europeos comprendieran que sus intereses no están en fomentar y perpetuar las divisiones étnicas y religiosas y los conflictos bélicos en el Cercano Oriente, sino en favorecer la instauración en Siria e Iraq de regímenes verdaderamente democráticos y no confesionales, con los que los países europeos puedan mantener buenas relaciones de amistad y fructíferos intercambios comerciales y culturales. Pero para ello sería preciso que Europa disociara su política exterior de la de los Estados Unidos y antepusiera los valores éticos y humanos a los intereses de la Banca y el salvaje capitalismo neoliberal. Evidentemente, esto no va a suceder, y así, mientras sirva los intereses de los Estados Unidos y de Israel y no exceda los límites del cometido que se ha asignado, es decir, crear el desorden y el caos y mantener divididos a los Estados de la región, su pervivencia está asegurada. Pero si cruzara determinadas líneas rojas, como ya lo hizo con el intento de ocupación de Erbil, los Estados Unidos no dudarían en intervenir para pararle los pies, y si llegara el caso, eliminar a al-Bagdadi y sustituirlo por otro que les fuera más obediente.
María Rosa de Madariaga. Historiadora
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