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La MUD y el estado laico en Venezuela

El estado laico ha sido una noción acomodada a las circunstancias de nuestra cultura popular. De este modo, festividades como Navidad y Semana Santa se convirtieron en oportunidades para el descanso. La alta valoración de la opinión de los prelados católicos en asuntos seculares ha sido tradición del mismo modo que se ha mantenido invariable su no participación en cargos públicos (situación distinta a la de  organizaciones evangélicas, pues Organización renovadora auténtica (ORA) y Nueva visión para mi país (NUVIPA) han sido dirigidas por pastores que promueven un estado de carácter confesional, como fue la España franquista o, en la actualidad, el Irán de los ayatolas). La novedad de la situación es la exhibición de la fe en términos de discurso político. Funcionarios y líderes políticos hacen, pues, gala de su fervor: ¿se tratará de un consejo de losmarketeros políticos cuyas frases favoritas son “la mayoría quiere” y “la mayoría piensa”?

El estado laico supone que los políticos no hacen gala de sus creencias ni toman partido. La razón es simplísima: en Venezuela, por ejemplo, hay judíos, musulmanes, santeros, evangélicos, budistas, creyentes de las diversas variantes del New Age, ateos y gente que no practica sistemáticamente ningún culto. El estado tiene que mediar entre las diferencias culturales, sociales y religiosas y, por lo tanto, inhibirse de apoyar alguna religión en particular. Esto no tiene nada que ver con las creencias personales de los funcionarios y líderes; en definitiva, la religión puede ser  necesaria para dotar de sentido la existencia, pero este es otro tema.

Tanto la constitución de 1961 como la de 1999 aseguran la libertad de cultos y de conciencia: nadie está obligado a creer en ninguna fe en particular ni puede ser castigado en modo alguno por sus creencias. No obstante, la religión ha penetrado la vida cotidiana de un modo preocupante porque desborda el límite de la vida privada o comunitaria más inmediata para convertirse en un instrumento político. Por ejemplo, Chúo Torrealba, coordinador de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), le pidió recientemente un milagro al Nazareno de San Pablo para Venezuela. Aparte de que un político pidiendo milagros es desconcertante, en tanto hombre de acción, un líder tan importante de la tolda opositora debería militar en la causa de la restitución del estado laico en Venezuela.

La mezcla religión-política alcanza incluso la gestión local. Tan devastador ha sido el chavismo que las direcciones de cultura de las alcaldías, en lugar de dedicarse a organizar, por ejemplo, aquellas estupendas tandas del Festival Internacional de Teatro de Caracas, coincidentes con la Semana Santa, se dedican ahora a promocionar eventos católicos como si sólo Cristo nos quedase después del arrase revolucionario. Los funcionarios tampoco se privan de exhibiciones de fe. Se acompañan todas las religiones o ninguna, le sugerí al Alcalde Ramón Muchacho vía Twitter. Su rostro, por cierto, apareció en botellas de agua bendita repartidas en una misa, incómoda y absurda situación por la que ofreció disculpas. Una tuitera señaló, en apoyo al alcalde, que la mayoría es católica, y esa mayoría tiene en sus manos la verdadera fe. Los judíos, evangélicos y musulmanes —cuando son fundamentalistas como esta tuitera— ven a los católicos como perfectos  idólatras. Esto es lo que el estado laico evita: el vapuleo de cualquier sector de la sociedad en nombre de dios. La democracia se define también por su trato a los sectores minoritarios.

Estado laico no equivale a estado ateo. Un estado ateo impondría por la fuerza el abandono de las religiones, lo cual es una violación de la libertad de conciencia. El estado laico, ganancia de la modernidad, significa su separación de cualquier iglesia. Aunque políticos como Henri Falcón consideran al Papa Francisco el más grande líder del mundo (lo mismo piensan los musulmanes de sus imanes, aunque sin duda el Vaticano tiene alcance mayor), el hecho real es que el avance de la mujer en el mundo público y educativo, la contraconcepción, el divorcio y la enseñanza de la ciencia, han sido posibles porque en su momento se le colocaron límites a las iglesias, entre ellas la católica.

No juzgo, desde luego, al Papa  en el contexto de la política exterior vaticana, delicado asunto que toca intereses diversos y muy complejos, lo juzgo en función de ciertos valores conservadores que la iglesia católica sigue promoviendo. Como laica, espero que el estado se mantenga neutral. Si los católicos no quieren divorciarse, perfecto. Si la homosexualidad es pecado para los evangélicos, perfecto. Si una musulmana gusta de la burka, allá ella. Pero lo que me parece inadmisible es que los ciudadanos que no pertenezcan a estas religiones se vean obligados a seguir sus preceptos. Por ejemplo, no considero correcto utilizar los  recursos de la ciudadanía en monumentos como el Manto de la Virgen en Lara, por la sencilla razón de que el gobernador Falcón tendría que invertir también en templos o monumentos para otras religiones y existen prioridades en un país sin dinero. Mis impuestos no deberían pagar monumentos o celebraciones religiosos en lugar de mejorar la vialidad o la educación, tan simple como esto.

La confusión entre religión, militares y política (Chávez, Falcón, los numerosos “camaradas evangélicos” en  cargos públicos, el catolicismo exhibicionista en  la MUD) que ahora reina en nuestra ex-república ex-moderna, contradice la constitución y alimenta el autoritarismo. Cuando se suma, además, el espíritu de show, la mezcla tiene un nuevo ingrediente de predicación e histeria colectiva: recordemos aquel discurso evangélico del cantante Ricardo Montaner en el mitin de cierre de Capriles en Maracaibo en 2013, en el cual llamaba a los chavistas a arrepentirse en nombre de Cristo. Pensemos también en las grandes manifestaciones religiosas que le hicieron culto al difunto responsable de la ruina nacional.

Cuando Capriles (no hablo de López porque está preso por lo que piensa, razón elemental de consideración que poca gente entiende) invoca al santoral completo y es defendido por sus seguidores no como un líder político con nada más y nada menos que siete millones de votos a sus espaldas, sino como un monaguillo “tan bueno”, “tan sacrificado”, le hacen un flaco favor. Cuando se pretende que todos recemos en manifestaciones públicas se irrespeta a los no católicos (ocurrió en una marcha de mujeres convocada por María Corina Machado, por poner un caso). Los copeyanos jamás hicieron el alarde religioso de Capriles, relacionado tal vez con su condición de militante de Primero Justicia, cuya cuenta oficial de Twitter divulgó en estos días una imagen de Cristo con el logo de la organización encima. Sé que es desconocimiento más que mala intención (lo hacía la falange española cuando Franco y lo hace el chavismo), pero se trata nada más y nada menos que la cuenta de Twitter oficial del partido opositor más respaldado.

Tanto chavistas como opositores deben cesar la confiscación del favor divino en sus discursos políticos porque es una falta de respeto tanto a las iglesias como a la condición laica del estado. Si se hace para ganar votos, peor todavía.

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