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La manipulación sectaria

Los métodos coercitivos de manipulación sectaria que persiguen el cambio de una persona a través de una acción inducida desde el exterior se denominan comúnmente lavado de cerebro

El lavado de cerebro combina persuasión y castigo, es utilizado para captar y mantener dentro del grupo a los adeptos y tiene como fin último su explotación emocional, sexual y/o económica, dejando un terrible rastro de secuelas psicopatológicas que penetran todas las dimensiones de la personalidad del individuo, afectando todas las áreas de funcionamiento.

Para entender adecuadamente estas secuelas es necesario así mismo entender cómo una persona puede llegar a convertirse en sectario por efecto de la manipulación. En efecto, los métodos de lavado de cerebro persiguen la anulación de las funciones intelectuales críticas del individuo, la persuasión de la voluntad mediante la repetición sugerente de los mismos mensajes basados en argumentos de un líder percibido como autoridad absoluta así como el aislamiento del entorno familiar y social, impidiendo de esta forma el contraste de opiniones y la división de lealtades. El individuo se convierte así en adepto sectario, configurando un mundo maniqueo del bien y del mal en el que el grupo es depositario de todas las virtudes y el mundo exterior se percibe como algo degradado y amenazante. La persona captada es presionada a romper con todos los lazos afectivos con el exterior.

De esta forma, el ahora adepto va configurando unas representaciones mentales del mundo cada vez más alejadas de la realidad, en términos simplistas de todo o nada. La gama de grises desaparece y los matices personales de dudas, críticas y sugerencias de cambio son interpretados por el líder como síntoma de que algo no va bien en la cabeza del adepto y deslealtad hacia los postulados básicos del grupo. En el caso de críticas externas de otros hacia el adepto, cuando estas provienen del mundo exterior al grupo, se interpretan como señal de integridad moral propia, justificando estas críticas como un ataque a dichos postulados básicos.

Por otro lado, el grupo sectario presta en un primer momento seguridad y apoyo incondicional a la persona que ingresa en él, lo cual es muy significativo si esta persona pasa por una situación de crisis. Con el ingreso recibe cariño por parte de personas desconocidas que le dan refugio en el que sentirse protegido, haciéndole sentir especial, escuchado en su soledad, querido, salvado y revestido de dones espirituales, elegido para una misión salvífica trascendente.

En estas condiciones, la persona captada y mantenida en un grupo sectario mediante métodos coercitivos de manipulación se deshumaniza, pierde el contacto con la realidad de quién es, de su valor intrínseco como persona como alguien que puede pensar, sentir y decidir por sí mismo, devaluándose en su propia autoestima de tal forma que nunca va a reconocer su propia necesidad de ayuda para salir de dicha situación. El adepto deja así de pensar por sí mismo, lo cuál supone un beneficio de comodidad, ya que no tiene que reflexionar ni sentirse responsable de sus propias decisiones, sino solo seguir las directrices del líder reforzadas por la cohesión monolítica del grupo.

F. Gómez Moreno es Licenciado en Psicología y Psicoterapeuta en ejercicio, así como Profesor de Consejería del Centro de Estudios Teológicos CET-CARISMA de la Comunidad Bautista de Madrid.

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