Entiendo y respeto, como no podía ser menos, la alegría que embarga al presidente de la Hermandad de la que depende la Macarena de Sevilla, al conocer que el Estado, o sea cada uno de los españoles y las españolas, le van a regalar de su bolsillo 1.116.000 euros, casi 200 millones de las antiguas pesetas como subvención a la cofradía.
Afirmado esto, desearía que los fervientes admiradores de la popular imagen sevillana, también con el mismo respeto que yo, me entiendan a mí y a los que discrepamos del regalo económico y de su fin. Y es que lo que voy a expresar se que puede herir sensibilidades a pesar de que no sea el único, sino muchos, quienes así opinamos.
Me parece una auténtica barbaridad, un derroche cruel y una injustificada inmoralidad que en tiempos de crisis, cuando muchas criaturas y familias enteras que engrosan las listas del paro, sufren para llegar no a fin de mes -que muchos no llegan- sino simplemente para poder satisfacer las mínimas y básicas necesidades humanas, que el Estado done esa cantidad apabullantemente descarada a una cofradía, hermandad o imagen.
Y me es indiferente que sea para la Macarena o que fuera para la sección anabaptista del Betis de Lopera, para la congregación de monges tibetanos de la Sierra de Cádiz, para los “kikos”, los amigos de Alá, los bisnietos de Buda o los herederos directos de Confucio. Me parece una frivolidad alejada del más estricto espíritu evangélico aplicar ese dinero en adecentamiento y mejora del templo de la Macarena, por mucho que se la denomine Basílica.
Aznar pudo hacer mal en aprobar esa ayuda y Zapatero obró bien al anularla. Pero en todo caso, en un Estado que en la práctica y realmente empieza a tener de aconfesional lo que yo de caballero legionario, puede entenderse que la derecha ligada al integrismo católico apruebe tamaña barbaridad de dispendio económico. Puede comprenderse, si. Lo que a todas luces es una sinrazón y una injusticia, sería que en los tiempos que vivimos, mientras los jóvenes y menos jóvenes no pueden pagar la hipoteca y pueden terminar embargados y en la calle, y los mayores deambulan en su cotidiano y dramático via crucis sevillano, en aras de una talla y de una imagen, sí popular y querida, admirada y vitoreada, pero imagen religiosa al fin y al cabo, reciba un dispendio que aplicado a otros menesteres humanos y urgentes, salvaría muchas, muchísimas situaciones angustiosas.
Nada más lejos con esta aseveración que ofender a tantos cofrades, hermanos y penitentes que creen profundamente que tras la imagen de madera de pino y ciprés policromado, hay algo más que eso, una deidad o un alma real. Lo respeto y creo que el Estado, hasta determinados límites, debe de colaborar. Así lo vemos, año tras año, en la semana santa andaluza a la que yo ya en anteriores artículos invité a conocer. Pero ya digo, hasta una determinada limitación. Hoy esos márgenes son más estrechos y las necesidades más perentorias y urgentes. La solución a la crisis es de todos, creyentes o no, conservadores o progresistas, ricos y pobres, trabajadores y empresarios.
Propongo que la Hermandad, llegado el caso de que recibiera la ayuda si el recurso no prosperase, acuerde con las distintas administraciones y entidades privadas sevillanas, propiciar un fondo común con nuevas aportaciones. Que ese dinero se utilice para resolver problemas reales del populoso y denso barrio sevillano. Que con la ayuda de otras entidades ofrezcan en nombre de la Virgen si así lo desean, su mejor presente: empleo y salarios. Una cooperativa, una Casa de Oficios o una Escuela Taller que denominada “Virgen de la Macarena” si lo prefieren, de cobijo y salarios a jóvenes desempleados y/o a mayores en edad laboral crítica. Y si lo quieren que se especialice en labores profesionales ligadas al culto: restauración de mantos o imágenes, rehabilitación de patrimonio religioso, arreglo de templos o una fábrica de hostias, aunque para esta última actividad industrial recomiendo un estudio de mercado previo.
Seguro que la Virgen Macarena, según la biografía que de pequeño me dieron de ella, toda generosidad y bondad, abnegación y sacrificio, lo agradecerá. Lo demás, será adorar al becerro de oro y una desvergüenza en los tiempos que corren. Si así se hace, si a ese destino laboral se emplean esos fondos, pueden contar conmigo (lo prometo) en su recorrido en el barrio de San Gil, aunque tenga que soportar algo tan anacrónico como ver colgado de tan bella imagen, el fajín de un genocida sanguinario como Queipo de Llano. Allí estaré.
La Macarena puede esperar, los sevillanos con “los lunes al sol”, no.