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La Liga por la Laicidad pide que se ponga fin a los privilegios de la Iglesia católica

En Cataluña defender el laicismo no es algo nuevo, que haya surgido como reacción a las manifestaciones airadas de la jerarquía eclesiástica y la derecha tras la propuesta del Gobierno central de reformar el sistema educativo.

 El laicismo cuenta con una larga tradición que se remonta al siglo XIX. La industrialización, la aparición de los primeros movimientos obreros y la emergencia de una intelectualidad defensora de los valores republicanos e ilustrados trajeron consigo la aspiración al Estado laico. Hoy, esta tradición tiene como principal heredera la Liga por la Laicidad, que ha presentado una batería de 64 propuestas para avanzar hacia ella, en el bien entendido de que la laicidad no significa la persecución del hecho religioso, sino un espacio común de convivencia entre todos los ciudadanos, creyentes de diferentes confesiones religiosas y no creyentes.

La Liga por la Laicidad la promueven, entre otras entidades, la Fundación Ferrer i Guàrdia, Ateus de Catalunya, sindicatos, movimientos de maestros de renovación pedagógica, la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de Cataluña, dos logias masónicas y organizaciones no gubernamentales. “Ha llegado la hora de afrontar, con valentía, los retos que nunca se han cumplido para consolidar la democracia”, entre ellos el laicismo, aseguran en el documento que recoge sus tesis.

Jordi Serrano, director de la Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia, sitúa el origen de las reivindicaciones laicistas en Cataluña a comienzos del siglo XIX, cuando se forja la primera conciencia republicana: “La revolución liberal y la industrialización crean una nueva estructura económica y una nueva clase social, la trabajadora, que, aliada con la intelectualidad, consigue importantes avances sociales”, explica. En cambio, en el resto de España, la divulgación del pensamiento laicista fue minoritaria, en consonancia con el menor desarrollo económico, que no llegó hasta mediados del siglo XX. España avanzaba a dos velocidades, tanto en el aspecto económico, como en el ideológico y el religioso.

En Cataluña, estos movimientos republicanos, que albergaban grupos de fuerte vocación anticlerical, estallarían en la Revolución de 1868, de la que surgió la primera Constitución que proclamó la libertad de culto. Seis años después, con la restauración borbónica, volvió la confesionalidad del Estado. En este clima, Francesc Ferrer i Guàrdia fundó en 1901 la Escuela Moderna, centro que sacó de su temario la asignatura de religión y destacó por sus avances pedagógicos, como proclamaba su propio nombre. “Fue el primer centro educativo en Cataluña y España que planteó la coeducación: niños y niñas compartían el aula, en la que tampoco había segregación social”, comenta Serrano.

La vida de la Escuela Moderna fue muy corta. Fue clausurada en 1909, coincidiendo con la ejecución de Francesc Ferrer i Guàrdia, acusado de ser el promotor intelectual de la Semana Trágica, el levantamiento popular que tuvo lugar en Barcelona en julio de ese año. “La Segunda República volvió a recuperar la separación entre Iglesia y Estado y la escuela pública laica, a la que puso fin la Cruzada Nacional-católica y los 40 años de dictadura franquista”, añade Serrano. Estos episodios, según Albert Riba, presidente de Ateos de Cataluña, “ilustran que el laicismo no es una batalla actual”, y que “cada vez que la Iglesia católica ve amenazada su posición, monta un cristo”. “En la transición”, añade, “a cambio de la no beligerancia de la Iglesia católica, ésta conservó todos sus privilegios, se anestesió la laicidad en aras de la democracia”.

Por esta razón, la Liga por la Laicidad pide derogar los acuerdos internacionales de 1976 y 1979 entre el Estado español y la Santa Sede. “Es en estos acuerdos, y no en la Constitución, en los que se establece la fórmula actual de financiación de la Iglesia a través del impuesto de la renta o la inclusión en las escuelas públicas de una asignatura de religión confesional optativa, cuyos profesores son elegidos directamente por los obispos pero pagados por el dinero de todos los contribuyentes”, destaca Jordi Serrano, director de la Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia. Serrano también denuncia que estos acuerdos “no derogan el Concordato con el Vaticano de 1953, sino que lo actualizan”.

Escuela sin religión

La Liga por la Laicidad propone sacar la religión fuera de la escuela e integrar su temario de manera transversal en las materias humanísticas, como literatura, geografía o historia. Jordi Serrano, de la Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia, recuerda que el proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE) del Ejecutivo socialista “no plantea sacar la religión de la escuela”, y atribuyó la actitud airada de los obispos “a que se da cuenta de que España deja de ser católica”. Serrano recuerda que un estudio de la Fundación Santa María sobre religión y juventud afirmaba que el 54% de los jóvenes catalanes se declaran no religiosos, el porcentaje más alto de España.

Serrano también pide enmendar el artículo del Estatuto catalán que hace referencia a la laicidad de la escuela pública, ya que también afirma que las madres y padres “tienen garantizado el derecho que les asiste para que sus hijos e hijas reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones en las escuelas de titularidad pública”. Unió Democràtica de Catalunya se negó a apoyar el Estatuto si no se garantizaba la religión en las escuelas, y el redactado final ha decepcionado a los colectivos laicistas y a los movimientos cristianos de base. “Hay personas que consideran el hecho religioso negativo. ¿Se respetará este criterio en la educación de sus hijos?”, pregunta Serrano.

Albert Riba, presidente de Ateos de Cataluña, cree que una asignatura sobre cultura religiosa “tendría que analizar el hecho religioso desde una perspectiva científica y explicar las miserias de las religiones, como la Inquisición o las guerras de religión, algo que no les interesa”, detalla. Riba recuerda que la Ley de Calidad que propuso el PP incluía una asignatura llamada Sociedad, cultura y religión, obligatoria para los alumnos que no estudiasen la asignatura confesional, aunque su temario estaba “infectado de catolicismo”.

“El ateísmo únicamente se analizaba en un temario de cuarto curso, que lo incluía junto con las dictaduras del siglo XX, los totalitarismos, el estalinismo y el Holocausto”, denuncia. Según Riba, “la religión forma parte de la historia y como tal tiene que explicarse en las escuelas, pero sin tomar partido, ya que para el enseñamiento confesional, ya están los templos”.

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