La derecha rancia y la nueva izquierda dan más importancia a la ofensa que a la libertad
En distintos países estamos viendo cómo se ataca a la libertad de expresión. Unas veces de forma sibilina, con la «realidad alternativa», es decir, inventarse bulos que intoxiquen a la opinión pública. Otras veces metiendo en la cárcel a periodistas, como en Turquía. En España vemos que un tuitero es un ser peligrosísimo, que puede llevar a la humanidad al caos y la destrucción con 128 caracteres, por lo que merece años de cárcel.
En el caso español, el fenómeno es una expresión de nuestra historia anómala con la democracia, o mejor dicho, de nuestra escasa cultura democrática. Uno de los hijos perversos de la dictadura y de nuestras guerras civiles fue ETA. En su momento, estuvo bien proteger a posibles víctimas de ETA de sus amenazas y ofensas. Ver cómo amenazan a un ser querido y después de asesinarlo, quienes han participado en el acto se burlan de tu dolor, debe ser insoportable. Está bien que actúe la justicia. Pero la interpretación ligera de este problema está generando un monstruo censurador.
Estos días hemos visto otras dos situaciones que han generado tensión, desde polos ideológicos enfrentados. Por un lado, el ganador de la gala Drag Queen de Las Palmas de Gran Canaria, ha sido acusado de ofender los sentimientos religiosos, y ya hay demandas de que actúe la justicia. Mucha gente de izquierdas se indigna con esta represión de la libertad de expresión. Pero para mi sorpresa, muchos de quienes critican esta represión quieren prohibir el autobús transfóbico de HazteOir. Si nos tomamos en serio la libertad de expresión, también debemos permitir esta aberración ultra. Podría caber la objeción de que, debido a que buscan humillar a menores, está bien que se prohíba. Pero creo que esto puede ser un error, pues es necesario conocer qué piensan otras personas, por varios motivos.
Para empezar, me he enterado de que vivo en un país con gente dispuesta a gastar dinero para humillar a menores. Si no les dejo que se expresen viviré en algo mucho peor que la indignación, en la ignorancia. Al reprimir a esta gente cruel e irracional, no conseguiremos que cambien de idea, y lo que es peor, los convertimos en víctimas. Ya hemos visto lo que pasa en EEUU cuando los blancos heterosexuales se sienten víctimas. Acaban apoyando al que dice las «verdades» que nadie dice por miedo a las sanciones, como Trump.
Dejar que expresen su pensamiento puede servir para que expongan su debilidad mental. Si es verdad lo que dicen, ¿cuál es el plan de Dios para las personas intersexuales?, es decir, aquellas que la biología ha colocado en un lugar fluido entre el sexo masculino y el femenino. Si es verdad lo que dicen, ¿por qué hace falta decirlo? No he visto a nadie que haga una campaña diciendo «aprende terrestre, no tienes alas, no vuelas y nunca volarás». Las cuestiones naturales no son discutibles, pero a vista del revuelo que se está montando, no cabe duda que sí es discutible la relación entre sexo y género, y por tanto, no es natural.
Estamos entrando en una dinámica absurda en la que todo lo que ofende merece ser prohibido. La derecha rancia y la nueva izquierda se dan la mano al hacer prevalecer el derecho a no ser ofendido frente al derecho a la libertad de expresión. Derecha y nueva izquierda no ofenden igual, la primera ofende a los débiles, la segunda a los poderosos. Pero eso no quita para que nos tomemos en serio la libertad de expresión. Sin libertad de expresión, lo único que conseguimos es que haya gente que se sienta perseguida, no que cambie de ideas.
Cuando no compartimos una opinión, no debemos prohibirla, sino refutarla. De lo contrario, dejaremos que crezca un malestar silencioso que puede estallar en cualquier momento.