El monopolio del rabinato en la vida familiar amenaza con poner palos a las ruedas a este gran avance
Son casi las 11 de la noche. Etai Pinkas prepara una copa de ron para un amigo mientras su marido, Yoav Arad, navega en internet recostado sobre un sofá de los años 70 y de diseño nórdico. Ambos vienen de pasar unos días en Barcelona. Y, como si se resistieran a olvidar unas vacaciones que describen con exclamaciones, han dejado en el porche de la entrada dos pares de zapatillas del Hotel Axel, uno de los hoteles gais del Eixample. Ese que con punzante sentido del humor y orgullo de clase se anuncia con la etiqueta de heterofriendly, lo que significa que los heterosexuales también son bienvenidos.
Al regresar a Tel-Aviv, considerada la capital rosa de Oriente Próximo, Etai y Yoav se enteraron de la última conquista legal de la comunidad gay para la que llevan años trabajando. El mes pasado el fiscal general del Estado, Menahem Mazuz, autorizó a las parejas del mismo sexo la adopción de niños sin ningún vínculo biológico con los miembros de la pareja. Cada solicitud deberá aprobarla el Ministerio de Bienestar Social. Pero se trata de un precedente histórico. Hasta ahora, la justicia israelí solo permitía a los homosexuales adoptar a los hijos biológicos de cualquiera de los cónyuges.
"Es una decisión muy importante porque corrige varias décadas de discriminación hacia gais y lesbianas en un asunto muy sensible, reglado hasta ahora por los valores religiosos", apunta Etai, de 34 años y concejal laborista en el Ayuntamiento de Tel-Aviv. "Al fin y al cabo, –tercia su marido, un año mayor que él e inversor inmobiliario– lo importante en el caso de las adopciones es asegurar el bienestar del niño".
Un referente en la zona
Con esta decisión, Israel se consolida como el país más progresista de la región en lo que respecta a la protección de los derechos de los homosexuales. La travesía ha sido azarosa y con muchos palos en las ruedas. Hasta 1988, la homosexualidad era un delito punible con 10 años de prisión. Y, hasta 1993, el Ejército podía expulsar a un soldado si descubría su "desviación sexual".
La batalla está lejos de haber acabado. En el Estado judío, la vida familiar y muchos derechos civiles están bajo el monopolio del rabinato. No existe, por ejemplo, el matrimonio civil. Los casamientos se ofician por el rito ortodoxo siguiendo los preceptos de la halajá o ley judía. Este marco religioso impide incluso los matrimonios mixtos entre un judío y un gentil y niega a los bastardos la posibilidad de santificar su unión. De modo que muchos israelís se casan en el extranjero, en lugares como Chipre, para no tener que pisar la sinagoga.
Por el camino tienen que soportar los insultos constantes de los poderosos partidos ultraortodoxos que consideran la homosexualidad "una abominación", tal y como la describe la Biblia. Hace unos días, el diputado Shlomo Benizri, del Shas sefardí, relacionaba las catástrofes naturales con la última decisión del fiscal general. "¿Por qué ocurren los terremotos?" decía durante un debate en la Kneset acerca de cómo las administraciones deben responder a los seísmos. "Una de las razones es por la decisión del Parlamento de dar legitimidad a la sodomía".
Argumentos de risa
A Etai y Yoav les entra la risa al escuchar este tipo de afirmaciones. Tienen el devenir del tiempo a su favor y no dejan de conquistar derechos. Para empezar, su matrimonio, oficiado en Canadá hace unos años, está reconocido por el Estado. Ahora intentan tener un hijo por fecundación in vitro fuera de Israel, donde solo está al alcance de las parejas heterosexuales. "La fecundación del óvulo se hará en Rumanía y al niño lo gestará una madre en la India. Es un proceso complicado", asegura Yoav, que emplea su tiempo libre como voluntario en Hoshen, una organización dedicada a explicar la homosexualidad en colegios, cuarteles y comisarías de policía.
Mucho ha cambiado desde que salieron del armario. Al mudarse a su apartamento de fachada blanca y estilo Bauhaus solo se preguntaron qué pensarían los vecinos dos días después de mudarse. "Hace años me lo hubiera planteado antes. Al darle tan poca importancia, me di cuenta de que ya no me preocupa qué pensará la gente. Por suerte esta sociedad ha evolucionado mucho", recuerda Yoav frente a una televisión gigante de pantalla plana. Ahora conciencia a otros y les anima a que vivan abiertamente su homosexualidad.