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La imagen de Dios

“Consideremos la causa de la pérdida de las alas, desprendidas del alma. De lo bello, lo sabio y lo bueno se alimenta el plumaje del alma, pero con lo torpe y lo malo se consume y acaba. Zeus, poderoso señor de los cielos, marcha en cabeza ordenándolo todo. Le sigue un tropel de dioses (…), sus carros avanzan fácilmente pero a otros les cuesta trabajo pues el caballo, entreverado de maldad, gravita y tira hacia la tierra forzando al auriga que no lo haya domesticado con esmero. Allí se encuentra el alma con su dura y fatigosa prueba (…). Los carros de los dioses se alzan sobre la espalda del cielo y al alzarse se las lleva el movimiento circular en su órbita. De las otras almas [las mortales], cualquiera que en el séquito de lo divino [hacia la morada celestial] haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro”.

En su Fedro cuatro siglos antes de Cristo, Platón describe el trayecto de las almas hasta lograr habitar próximas a la divinidad. En su ascenso, los más virtuosos, ligeros de equipaje, son capaces de seguir la estela de los dioses en sus giros. Los pecadores, grávidos por sus culpas, pierden pronto de vista el rumbo del séquito divino que los eleva. Mientras los virtuosos logran habitar cerca de los dioses, el auriga de los impuros cae despeñada apenas inicia su carrera hacia la divinidad. Es ésta una bella representación platónica del alma que sin duda ha contribuido a asentar culturalmente la popular caricatura alada, que todos hemos oído mencionar en algún momento de nuestra infancia. Como ésta, cientos de estampas alimentan la tradición de las bases culturales judeocristianas.

Dios representado

La imaginación es la capacidad de la mente para representar imágenes. La tradición judía hace comenzar la historia hebrea en el momento en que Abraham abandona Caldea hacia el 1870 a.c. Durante siglos, las fuentes del Antiguo Testamento se extenderán hasta el libro de la Sabiduría fechado el año 63 a.c. Homero y Hesiodo por su parte (VII a.c), se erigen en precursores de una mitología grecorromana que asienta en gran medida otros tantos importantes fundamentos culturales de la civilización judeocristiana. Las bases de este idealismo religioso y filosófico vertebran e ilustran una verdad revelada que se sostendrá no sólo en sus sagradas escrituras y su Iglesia, también en un argumentario mítico e icónico encaminado a extender sus fundamentos religiosos. Ubicada la proyección del hombre en la bóveda celeste, el “ideal representado” se apoyará en una verdad escrita que será también icónica: Adán y Eva, el éxodo, Abraham, la familia reunida en torno al pesebre, los magos, Cristo crucificado, el Pantocrátor, etc.

El Dios sin imagen de Aristóteles

Frente a un imaginario idealista, platónico, de la divinidad, Aristóteles intenta razonar y justificar dichos presupuestos. Si este idealismo filosófico o religioso concluye las bases de una divinidad accesible a todos, al discípulo de Platón le toca “pensar a Dios”, razonarle. En el libro XII de su Metafísica (cap.6-9) Aristóteles no tiene más remedio que proclamar a Dios lógicamente, como acto puro, continuo y eterno, causa incausada que se piensa a sí misma y ni siquiera se relaciona con el mundo.

Este Dios universal, cósmico, de Aristóteles, sin atributos antropomórficos, es un Dios que no es posible conocer ni tratar. ¿Pero si Dios no está hecho a imagen y semejanza del hombre (un Dios con ojos y oídos que atiendan a nuestras súplicas); si no es posible relacionarse con la divinidad, quién se apiadará de cada conciencia individual? “No hay muerte ni permanencia en la individualidad, sino materia, alma universal, mutando en nuevas individualidades” dirá Giordano Bruno antes de ser quemado vivo por la Iglesia. Esta causa primera, motor inmóvil y eterno del universo físico, se convierte así en el origen del panteísmo. La teología de Aristóteles es a la vez una suerte de ateísmo para todas aquellas religiones que personalizan una voluntad sobrenatural que las determina.

Islam

Si el cristianismo surge como herejía judía, la filosofía islámica deriva a su vez de una herejía cristiana de fuerte influencia aristotélica, el Nestorianismo. Seis siglos después de Cristo, el profeta sabe recoger y estructurar la lógica de este Dios derivado de la teología aristotélica para adaptarlo a una nueva sociedad. Frente a los politeístas cristianos (Padre, Hijo y Espíritu Santo) el Dios único, monoteísta y creador, acto puro sin causa previa, motor inmóvil del universo, no es humano o antropomorfo. Dios no es individual porque no es físico. La filosofía islámica conforma así una radical espiritualidad incapaz de concebir la representación humana.

Ciertamente, la sociología islámica no puede evitar incurrir en una cierta comprensión de su Dios que como otros muchos, “vela” o “se relaciona” en cierto modo con sus fieles, pero ello es entrar ya en el debate filosófico de esta religión. Frente a un cristianismo icónico, el Islam es una religión sin imágenes. Los motivos ornamentales de cualquier Corán buscan trasladar la imposibilidad de elevar la representación imaginada del hombre, a cuerpo religioso.

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