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La Iglesia ha radicalizado su visión de las interrupciones

Santo Tomás creía que el feto no era una persona durante las primeras semanas La tesis de que la vida se inicia en la fecundación es oficial desde el siglo XIX

La Iglesia católica asegura que su discurso sobre el aborto no ha mutado. Que siempre ha defendido que, tras cada fecundación, y justo después de cada fecundación, hay un humano. Que su defensa del derecho a la vida es idéntica a la que era. Incluso, en ocasiones, por boca de monseñores como Rino Fisichella, presidente de Pontificia Academia para la Vida, sostiene que es la única voz en defensa de la vida. Y, sin embargo, la Iglesia se ha movido. Su postura actual, que se publicita en diferentes ciudades españolas a través de esos controvertidos anuncios que sostienen que el Gobierno pretende cuidar y proteger más a los linces que a los fetos, no fue oficial hasta finales del siglo XIX, cuando se estableció la doctrina de la animación inmediata del feto. Esa teoría tiene menos de un siglo, un plazo muy corto para una institución, la Iglesia, con dos mil años de historia.
"El hecho de que ni san Agustín ni santo Tomás de Aquino, dos de los pensadores más importantes en la historia del catolicismo, vieran el feto en las primeras etapas del embarazo como una persona humana constituye todavía uno de los secretos mejor guardados del catolicismo –dice el filósofo norteamericano Daniel Dombrowski–. De hecho, san Agustín compara el feto en esas primeras etapas a un vegetal".

LA ENTRADA DEL ALMA
San Agustín (354-430) insistía en que el alma no entraba a formar parte del feto hasta el día número 46 desde la gestación –ni uno más ni uno menos– y, por tanto, no se debía considerar como un homicidio el aborto realizado antes de ese plazo. Por supuesto, el santo condenaba una interrupción voluntaria del embarazo de este tipo, pero no porque supusiera la pérdida de una vida humana –ya que no se podía hablar aún de humano–, sino porque venía a certificar que se había registrado una relación sexual por motivos distintos a los estrictamente reproductivos. Para él, el aborto hasta las seis semanas y media se encontraba al mismo nivel que las prácticas sexuales tras la menopausia, durante los periodos de infertilidad o en el embarazo.
Algo similar pensaban san Gregorio de Nisa (335-395), quien dijo que "mientras su estado no esté formado, es algo distinto a un ser humano". O, casi mil años después, santo Tomás de Aquino (1225-1274), aunque este hizo sus propios cálculos: donde san Agustín decía 45, él dijo 40. Para los hombres, claro. En el caso de las mujeres, santo Tomás establecía que la animación del feto no se daba hasta los 90 días de gestación, pues no parecía albergar ninguna duda de que el varón se formaba más rápido en el seno materno.
Esta doctrina, pese a ser rebatida por otros teólogos, llegó a tener carácter oficial en la Iglesia a raíz del Concilio de Trento, que se prolongó entre 1545 y 1563, y no se modificó hasta 1869, a partir de la encíclica Apostolica Sedis, en la que el papa Pío IX establece la excomunión para quien aborte en cualquier momento de la gestación. Para este pontífice, como para el actual y para la Conferencia Episcopal Española (CEE), el aborto, independientemente del momento, es un homicidio. Y así es como se llega al cartel del lince y el bebé o a los pronunciamientos como el que realizaron los obispos en 1998, cuando compararon las interrupciones del embarazo con los campos de exterminio nazis.

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