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La Iglesia católica profundiza su cruzada contra los derechos humanos

Durante los próximos días 20-24 de abril tendrá lugar en la sede de naciones Unidas en Ginebra la revisión de los acuerdos de la Conferencia de Durban (Suráfrica) celebrada en 2001 sobre racismo, xenofobia e intolerancia asociada. Los países europeos y latinoamericanos y los Estados Unidos han solicitado incluir en la próxima Conferencia el tema la libertad de orientación sexual, proponiendo al efecto un proyecto de declaración que busca “condenar todas las formas de discriminación y todas las otras formas de violaciones basadas en la orientación sexual”.

El tema resulta de acuciante actualidad, teniendo en cuenta que según Naciones Unidas 84 países mantienen vigentes leyes que penalizan la homosexualidad, en ocasiones con la muerte. Durante la última sesión del Consejo de derechos Humanos celebrada en Ginebra, el gobierno de Nigeria declaró por ejemplo que la pena de muerte para actos de lesbianismo y homosexualidad debe ser considerada como un castigo “apropiado y justo”. Nigeria no es el único país que penaliza con la muerte la homosexualidad, existen ocho países en esta situación, entre los que se destaca Arabia Saudí en que ya se han ejecutado a varias personas por este delito.

Pues bien, contra el mencionado proyecto de declaración contra la penalización de la homosexualidad se levantó un bloque de países, que rechaza categóricamente que el tema se incluya en la Conferencia de Ginebra del 20-24 de abril. Este bloque se encuentra compuesto por los países africanos, los musulmanes y, como ya habréis adivinado, el Estado Vaticano. Todo parece indicar que la oposición a todo progreso en los derechos humanos se ha convertido en una política de Estado en el caso de la llamada Santa Sede. Lo interesante es que esta política lleva a unir en el concepto de cruzada que antes incluía a ateos y laicistas a otros grupos sociales que, como los homosexuales, representan porcentajes importantes de la población. Cabe esperar entonces que llegue el día que las víctimas de las cruzadas de la Santa Sede seamos una mayoría de la población tan apabullante que podamos darnos el lujo de abolir de una vez por todas el concepto de cruzada y de erradicar de la faz de la tierra toda práctica de persecución a seres humanos por sus ideas, su raza, sus creencias religiosas o sus orientaciones sexuales.

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