El progresismo y la República eran, para Cruz Laplana, un peligro que había que suprimir, y que se estaba extendiendo por Cuenca gracias a la masonería. Este pensamiento, unido a la llegada a su diócesis de Rodolfo Llopis, alumno de la Institución Libre de Enseñanza, y la expulsión del cardenal Segura, un integrista, prepararon al obispo conquense para la lucha contra la República.
“Por Dios y por la Patria”
A partir de 1931, Cruz Laplana decidió “cumplir con los deberes ciudadanos por Dios y por la Patria”, conspirando contra el Gobierno legítimamente consituido. Para ello organizó una red de propagandistas de extrema derecha y puso en marcha dos publicaciones, para lo cual empleó gran parte de su fortuna personal.
Acción Católica
Entre los hombres de confianza del obispo se encontraba el general Fanjul, que dirigió el golpe de estado del 18 de julio en Madrid, y diversas personalidades de Falange y la derecha ultraconservadora. Desde esta posición, Laplana organizó asociaciones de jóvenes y adultos integrados en Acción Católica, cuyo objetivo fundamental era el de combatir a la izquierda.
Apoyo a la Falange
La influencia del prelado llegó a su cumbre en 1936, momento en el que “por voluntad expresa del señor obispo fue presentado don José Antonio Primo de Rivera en la candidatura de las derechas”, según recoge Sebastián Cirac. De este modo, Laplana confirmaba su apoyo a la Falange en general y a sus pistoleros en particular. No en vano estos últimos seguían su pensamiento cuando afirmaban que “ahora nos encuentra la revolución mejor organizados que en 1931 y, además, acostumbrados no sólo a sufrir, sino también a resistir”.
El 18 de julio
Pero el 18 de julio la sublevación militar no triunfó en Cuenca. Cruz Laplana fue arrestado y fusilado, y antes de morir dijo: “Si es preciso que muera por salvar a España moriré a gusto”. Ni siquiera esta última frase ha sido publicada por la Iglesia en el libro editado por los obispos con motivo de la beatificación.