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La historia sugiere que el ateismo es tan natural como la religión

Los habitantes del mundo antiguo no siempre creían en dioses, según sugiere un nuevo estudio – arrojando dudas sobre la idea de que la creencia en una religión es “una configuración por defecto” en los humanos.

A pesar de verse excluidos en grandes parte de la historia, los ateos medraron en las sociedades politeístas del mundo antiguo – lo que genera grandes dudas sobre si los humanos están realmente “predeterminados” para a religión – según sugiere un nuevo estudio.

Esta afirmación es la propuesta central de un nuevo libro escrito por Tim Whitmarsh, Profesor de Cultura Griega y Miembro del St John’s College, de la Universidad de Cambridge. En él sugiere que el ateísmo – que normalmente se ve como un fenómeno moderno – no sólo era común en la antigua Grecia y en la Roma precristiana, sino que probablemente floreció más en esas sociedades que en la mayor parte de civilizaciones desde entonces.

Como resultado, el estudio desafía dos suposiciones que aparecen en los actuales debates entre creyentes y ateos: Primera, la idea de que el ateísmo es un punto de vista moderno, y segunda, la idea de un “universalismo religioso” – que los humanos están predispuestos de forma natural a la creencia en dioses.

El libro, titulado Battling The Gods, se presentó en Cambridge el martes (16 de febrero).

“Tendemos a ver el ateísmo como una idea que ha surgido en las sociedades seculares occidentales”, comenta Whitmarsh. “La retórica usada para describirlo es hipermoderno. De hecho, las primeras sociedades eran mucho más capaces que muchas posteriores de mantener el ateísmo dentro del espectro de lo que ellos considerabal normal”.

“En lugar de hacer juicios basados en la razón científica, estos primeros ateos planteaban objeciones universales sobre la paradójica naturaleza de la religión – el hecho de pedirte que aceptes cosas que no son intuitivas en tu mundo. El hecho de que sucediera hace miles de años sugiere que estas formas de incredulidad pueden existir en todas las culturas y, probablemente, siempre han existido”.

El libro defiende que la incredulidad es realmente “tan vieja como las montañas”. Los primeros ejemplos, tales como los escritos ateos de Jenófanes de Colofón (c.570-475 a.C) son contemporáneos al Judaísmo de la era del segundo templo, y significativamente anteriores a la Cristiandad y el Islam. Incluso Platón, según un escrito del siglo IV antes de Cristo, dice que los no creyentes contemporáneos a él “no eran los primeros en haber tenido esta visión sobre los dioses”.

Sin embargo, debido a que la antigua historia del ateísmo en gran medida no se escribió, Whitmarsh sugiere que también ha quedado ausente en ambos lados del debate actual monoteísta/ateo. Aunque los ateos describen la religión como una idea de etapas más antiguas y primitivas del desarrollo humano, el universalismo religioso también se basa, en parte, en la idea de que las primeras sociedades eran religiosas por naturaleza debido a que creer en dios es algo inherente para los humanos.

Ninguna de estas perspectivas es cierta, sugiere Whitmarsh: “Los creyentes hablan del ateísmo como si se tratase de una patología de una fase particularmente extraña de la cultura occidental que pasará, pero si pides a alguien que piense en ello, está claro que había personas que mantenían esta opinión en la antigüedad”.

Su libro estudia miles de años de la historia antigua para demostrar este punto, evaluando distintas formas de incredulidad expresadas por movimientos filosóficos, escritores, y figuras públicas.

Esto fue posible, en particular, por la diversidad fundamental de las sociedades politeístas griegas. Entre el año 650 y el 323 a.C, Grecia tenía aproximadamente 1200 ciudades-estado distintas, cada una con sus propias tradiciones y tipo de gobierno. La religión expresaba esta diversidad, como un tema de culto privado, rituales populares, y festivales de la ciudad, dedicados a numerosas entidades divinas.

Esto significa que no existía una ortodoxia religiosa. Lo más próximo que tenían los griegos a un texto sagrado unificado eran las epopeyas de Homero, que no ofrecían una visión moral coherente de los dioses y, es más, a menudo los describía como inmorales. De forma similar, no había una clase eclesiástica especializada que dijese a la gente cómo vivir: “La idea de un sacerdote diciéndote qué hacer era ajena al mundo griego”, señala Whitmarsh.

Como resultado, mientras que algunas personas veían el ateísmo como un error, raramente se los veía como moralmente equivocados. De hecho, habitualmente se toleraba como uno de los distintos puntos de vista que la gente podía adoptar sobre el tema de los dioses. Sólo ocasionalmente se legislaba activamente contra ello, como se hizo en Atenas durante el siglo V a.C, cuando Sócrates fue ejecutado por “no reconocer a los dioses de la ciudad”.

Aunque el ateísmo aparece en varias formas y tamaños, Whitmarsh también defiende que hubo una fuerte continuidad a lo largo de las generaciones. Los antiguos ateos tuvieron problemas con las preguntas fundamentales que mucha gente aún hoy se hace – como cómo lidiar con el problema del mal, y cómo explicar aspectos de la religión que parecen implausibles.

Estos temas se extendieron a partir del trabajo de los primeros pensadores – como Anaximandro y Anaxímenes, que trataron de explicar por qué fenómenos como los relámpagos y los terremotos no tienen en realidad nada que ver con los dioses – a través de escritores famosos como Eurípides, cuyas obras criticaban abiertamente la causalidad divina. Tal vez, el grupo más famoso de ateos del mundo antiguo eran los Epicúreos, que defendían que no existía la predeterminación y rechazaban la idea de que los dioses tuviesen control sobre la vida humana.

La época del ateísmo antiguo finalizó, según sugiere Whitmarsh, debido a que las sociedades politeístas generalmente lo toleraban, pero fueron reemplazadas por fuerzas imperiales monoteístas que demandaban la aceptación de único y “verdadero” Dios. La adopción de Roma de la Cristiandad en el siglo IV de nuestra era fue, según dice, “sísmica” debido a que usó el absolutismo religioso para mantener la unión del imperio.

La mayor parte de la energía ideológica del Imperio Romano tardío se gastó en luchar contra las creencias supuestamente heréticas – a menudo otras formas de Cristianismo. En un decreto del año 380, el Emperador Teodosio I incluso marcó una distinción entre católicos y el resto – a los que clasificó como dementes vesanosque (“lunáticos dementes”).

Tales normas no dejaban espacio para la incredulidad. Whitmarsh señala que su estudio no está diseñado para demostrar, o no, la verdad del propio ateísmo. En la primera página del libro, sin embargo, escribe: “Tengo,  no obstante, una fuerte convicción – que se ha reforzado en el curso de la investigación y escritura de este libro –de que el pluralismo cultura y religioso, y el debate libre, son indispensables para una buena vida”.

Artículo publicado el 16 de febrero de 2016 en Universidad de Cambridge

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