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La gran regresión del aborto en EE UU: el cigoto antes que la mujer

Yo tenía 18 años cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos estableció el derecho constitucional al aborto. Da la impresión de que voy a vivir para ver cómo lo quitan casi 50 años después. Se ha filtrado a los medios de comunicación un primer borrador de fallo redactado por el juez Samuel Alito. Ya se ha escrito mucho sobre los argumentos jurídicos expuestos en el fallo original de Roe contra Wade y los que presenta el borrador —por supuesto, importantes—, pero a mí me interesan mucho más las razones filosóficas y políticas generales que impulsan a las fuerzas antiabortistas en mi país y en otros.

En su borrador, Alito se refiere varias veces al “no nacido”, una categoría inalterable que abarca todas las etapas de la gestación, desde la célula fecundada o cigoto hasta el feto humano minutos antes del nacimiento. El hecho de que esta entidad no nacida esté dentro y físicamente unida a una persona madura que vive, respira y piensa no suele mencionarse en el discurso de los antiabortistas, porque es necesario desvincular el cigoto, el embrión y el feto de la mujer. Si se traslada la atención a la situación de la mujer, su cuerpo, su autonomía y al hecho de que, durante meses, es absurdo aislar al “no nacido” de ella, la perspectiva cambia.Yo veo el embarazo como un proceso complejo de separación durante el que uno se convierte en dos.

Quienes promueven el derecho de la mujer al aborto no suelen apelar a los datos biológicos. No es extraño, porque la política de la misoginia convierte una y otra vez a las mujeres en máquinas de hacer bebés. En realidad, el embarazo es indiferente al género. Los hombres trans dan a luz, pero hace falta un sistema reproductor femenino intacto. Si el cigoto, que se convierte en una bola de células que se multiplican sin cesar, se implanta en el útero —un proceso complicado y del que aún se sabe poco—, entonces empiezan a formarse la placenta y el embrión. Pero durante el primer trimestre, la placenta no funciona. El embrión se alimenta directamente del revestimiento, de lo que recibe el lírico nombre de “leche uterina”. En el segundo trimestre, la placenta, el órgano mediador del embarazo, empieza a suministrar nutrientes y hormonas de la mujer al feto, mantiene separados sus sistemas sanguíneos y organiza el intercambio celular, el microquimerismo, entre ellos.

Cuando una mujer da a luz a un niño, este está unido a ella por el cordón umbilical, que hay que cortar; y el parto no termina hasta que la placenta se desprende de la pared uterina y la mujer la expulsa. La retórica antiabortista nunca hace mención de la placenta y el ombligo porque ve a la mujer como un contenedor pasivo para “el no nacido”. Esto es un disparate biológico. El feto depende del cuerpo de su madre, y su dependencia radical no termina con el nacimiento. Si no hay otras personas que los cuiden durante años, los niños humanos mueren. No somos lagartos.La retórica antiabortista ve a la mujer embarazada como un contenedor pasivo para el ‘no nacido’

El límite entre la persona embarazada y el embrión que se convierte en feto no está bien definido. La filósofa contemporánea Elselijn Kingma argumenta que la conexión física del embarazo convierte a los embriones y fetos en “partes” del organismo materno hasta el nacimiento. Es un argumento sobre la sustancia, la mujer como ser esencial del embarazo; la suya es una postura de uno/otro. Yo veo el embarazo como un proceso complejo de separación progresiva durante el que uno se convierte en dos.

Durante milenios, los argumentos filosóficos se han centrado sobre todo en la categoría moral del conceptus. ¿Es una persona? ¿Es una persona en potencia? Aristóteles creía que el esperma masculino aportaba la forma animada, o alma, al feto, mientras que el de la mujer contribuía con la materia, el cuerpo inerte. Sin embargo, el feto no tenía alma en el momento de la concepción, sino más avanzada la gestación. En el caso del varón, el alma llegaba al cabo de 40 días. La mujer tenía que esperar 90 para que llegara la suya. Y la influencia de Aristóteles sigue viva. Tomás de Aquino adoptó la teoría de que no hay alma en el momento de la concepción. La Iglesia católica vaciló sobre la adquisición del alma durante siglos, hasta que, en 1869, el papa Pío IX declaró que el óvulo fecundado era “un alma”. Ahora se utiliza el determinismo genético contra el aborto. En un artículo escrito en 2007 para una publicación del Vaticano, Enrico Berti relaciona “la secuencia” de los “componentes” del ADN con “una fórmula” o forma. Si los genes son el plano o código de una esencia inmutable del ser, entonces el cigoto con material genético de ambos padres ya es “un alma”.

El genoma es vital para el desarrollo de cualquier organismo, incluido el humano, pero no es un plano abstracto de nuestras características, sino parte de la realidad material de cada célula, y sus acciones dependen de su entorno celular. Los estudios epigenéticos han demostrado que el estrés procedente del exterior de un organismo puede afectar a la expresión de los genes. El genoma no es un alma predestinada, sino parte del complejo desarrollo de los seres vivos.

Manifestantes pro derecho al aborto cerca del capitolio de Georgia en Atlanta, el pasado 14 de mayo.
Manifestantes pro derecho al aborto cerca del capitolio de Georgia en Atlanta, el pasado 14 de mayo. Ben Gray (AP)

El juez Alito, católico conservador, no utiliza la palabra “alma” ni apela a Aristóteles, pero trata la “vida fetal” como un estado fijo, extrañamente separado de la persona embarazada. Sus argumentos legales se basan en el originalismo, una filosofía jurídica que hoy constituye la mayoría en el Tribunal Supremo. Los originalistas creen que su trabajo es revelar el significado público “objetivo” de la Constitución en el momento en que se redactó: 1787. Si hay una enmienda que figura en una resolución concreta, entonces se la somete a su propio escrutinio temporal. En este caso se trata de la 14ª enmienda, de 1869, que estableció la ciudadanía para todas las personas nacidas en Estados Unidos, es decir, incluidos los antiguos esclavos, e incluye una cláusula de igual protección que se utilizó en el caso de Roe para argumentar a favor del aborto como un derecho a la intimidad. El originalismo no ignora los precedentes legales, pero, aun así, es en esencia una filosofía de la inmovilidad. Reifica momentos históricos concretos, pero ignora el curso dinámico de la historia. Su rigidez jurídica es similar a la de la causa antiabortista, que congela a “los no nacidos” como “almas” plenamente formadas que esperan a que las liberen de su cautiverio en el útero.

El argumento de Alito es de una estrechez esperable. Sostiene que la Constitución no dice nada sobre el aborto. No lo dice, pero es un documento corto, deliberadamente vago y que deja muchas cosas sin mencionar. Aunque el texto constitucional empieza con una floritura tan emotiva como “Nosotros el pueblo”, el juez no dice que en ese “nosotros” no entraba ninguna persona que hubiera estado, estuviera o pudiera estar. En 1787, “nosotros” se refería a “los hombres blancos con propiedades”.En 1880, los médicos ya se habían aliado con el Estado para legislar sobre el cuerpo femenino

Como la Constitución estado­unidense se basa en el derecho consuetudinario inglés, Alito recurre a autoridades y casos de siglos anteriores para alegar que hay una “tradición ininterrumpida” que consideró delito el aborto desde “los primeros días del derecho consuetudinario hasta 1973″. En realidad, cuando se redactó la Constitución, el aborto estaba muy extendido, era común y legal hasta la primera vez que sentía mover al feto, es decir, el cuarto o quinto mes, que era una percepción interna subjetiva a juicio de la propia mujer. Aunque, según el derecho consuetudinario, la mujer necesitaba el permiso de su marido para hacer muchas cosas, el aborto no era una de ellas. Lo irónico es que, tras la legalización del aborto en Estados Unidos, casi todas las interrupciones a mitad de embarazo o en una etapa más avanzada han sido objeto de restricciones legales. El derecho al aborto volvió a ser una norma de derecho común.

En Estados Unidos, desde el siglo XVII hasta bien entrado el XIX, curanderos, boticarios y médicos anunciaban y vendían productos abortivos “para recuperar la menstruación”. Era un gran negocio. Las mujeres indígenas llevaban mucho tiempo utilizando hierbas para inducir el aborto, e incluso las mujeres esclavas, cuyo cuerpo era propiedad del amo y sufrían violaciones frecuentes a manos de él, tenían fórmulas para librarse de los embarazos no deseados. El aborto precoz era omnipresente y aceptado. Alito reconoce el umbral de los movimientos internos y luego lo descarta porque “la norma se abandonó en el siglo XIX”, en 1869, la segunda fecha que el magistrado, con su originalismo, congela en el tiempo.

Existe un amplio consenso académico sobre el motivo por el que el instante de notar los movimientos del feto empezó a perder importancia a mediados del siglo XIX. Los servicios de aborto estaban dirigidos en su mayoría por personas ajenas a la profesión médica, incluidas muchas mujeres, hasta que los médicos empezaron a organizarse para expulsar a los “irregulares”. Las mujeres pobres y solteras no eran las únicas que buscaban ayuda. Cada vez eran más las mujeres blancas, de clase media, casadas y anglosajonas que querían abortar, y, por otra parte, estaban llegando millones de inmigrantes irlandeses, italianos y judíos de Europa del Este. En 1860, el país estaba dividido por la esclavitud y acababa de empezar la guerra de Secesión. El movimiento feminista tenía cada vez más fuerza, estaba impulsando el acceso de la mujer a las profesiones, incluida la medicina, y defendía la “maternidad voluntaria”. Los médicos se resistieron. Presionaron a las cámaras legislativas para que prohibieran el aborto por ser un vicio moral y recurriendo a una retórica nativista. El feticidio era un suicidio racial. Horatio Storer, un obstetra que dirigía la organización Médicos contra el Aborto, dio la voz de alarma al preguntar si los territorios occidentales “se llenarían con nuestros hijos o con los de los extranjeros”.

Siri Hustvedt en la Gala del Premio Berggruen el pasado 4 de mayo en Beverly Hills, California.
Siri Hustvedt en la Gala del Premio Berggruen el pasado 4 de mayo en Beverly Hills, California. David Livingston (Getty Images)

También contribuía a esta reflexión la vieja fantasía de la autonomía del feto. En 1857, un médico estadounidense, Jesse Boring, expresó el temor y el deseo masculino cuando negó un hecho biológico que estaba ya demostrado: “El óvulo fecundado no solo es un hombre embrionario, sino algo todavía más importante, un ser independiente y autónomo, es decir, que contiene en sí mismo los materiales para desarrollarse, tan separado de la madre como del padre […] No existe verdaderamente […] ningún vínculo real entre la placenta y el útero”. La cruzada consiguió sus objetivos. En 1880, los médicos ya se habían aliado con el Estado para legislar sobre el interior del cuerpo de la mujer. Lo que ella quisiera dejó de importar.

Alito alude a esta historia, muy conocida, pero para burlarse de ella: “¿De verdad vamos a creer que los cientos de legisladores cuyos votos eran necesarios para promulgar estas leyes lo hicieron por su hostilidad contra los católicos y las mujeres?”. Sí. Y también contra otros. La misoginia, el racismo, la intolerancia religiosa y la xenofobia son ingredientes para el desastre. Cuando los fascistas toman el poder, ya sea despacio o lentamente o de repente, las leyes para controlar la reproducción no tardan en llegar. Así sucedió en la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la España de Franco.

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