En su libro “Homo Sapiens” H.N. Harari analiza las circunstancias de los humanos en sus orígenes, presentando un punto de vista muy interesante cuando, comparando el transcurso de las culturas del cazador-recolector a los inventores de la agricultura, se permite un juicio de valor entre ambos al considerar que la agricultura representó un retroceso en las capacidades de los humanos para “gestionar la complejidad” de su vida cotidiana. El primero necesitaba interpretar la naturaleza, su entorno, en su totalidad para aprovechar los recursos que directamente estaban a su alcance; los agricultores, por su pate gestionaban solamente una versión más reducida del medio natural. Los excedentes generados en el cultivo de la tierra obligaron a inventar un sistema de trueques para aprovechar esa acumulación de bienes y de ahí a la concentración del poder en solo algunos miembros de la tribu. El que vivía en un entorno más complejo recolectando vegetales silvestres o cazando necesitaba (y por tanto poseía) una mayor capacidad de gestionar la complejidad que quien se limitaba a vivir de un reducido número de especies vegetales cultivadas o algunos animales, solamente domésticos.
En 1719 fue publicada la novela “Robinson Crusoe” que, como es sabido, relataba como ficción una historia real de un marinero que llegó a sobrevivir durante varios años a la soledad de una isla desierta en el Océano Pacífico. Aparte de su originalidad e indudables méritos literarios, el relato podría ser interpretado como una parábola simbólica: Un hombre aislado, con una cultura media, era capaz de reconstruir por sí solo lo que era un modo de vivir semejante a un burgués de su tiempo, reproduciendo los modelos (y la complejidad) de su sociedad de origen empleando solamente su inteligencia y sus recuerdos. Los diferentes artilugios que el protagonista fabrica para proveerse de confort, son fruto de su ingenio: alojamiento, trampas, máquinas que le facilitan la vida diaria. Llegando incluso a conseguir algo normal para su “clase” de aquella época: un esclavo.
Durante años, siglos también, la vida cotidiana de la genta ha variado muy lentamente. Excluyendo una minoría privilegiada que vivía en las ciudades, cuando estas se inventaron, la humanidad veía pasar el tiempo sin grandes cambios; en el campo, donde vivió la inmensa mayoría de la población mundial hasta comienzos del S XX, las condiciones de vida apenas variaban con el paso de los siglos. Fue en las ciudades en donde se desarrollaban las invenciones y los progresos tecnológicos que propiciaron, hace relativamente poco tiempo, la llegada de lo que se llamó “la revolución industrial” que puede ser asociada sobre todo a las invenciones que permitieron aplicar mayores potencias al trabajo de modificar la naturaleza. Así, mientras que los agricultores primitivos aplicaban solamente su propia potencia muscular para trabajar la tierra, más tarde aplicando la fuerza de animales de tiro y tracción, la construcción de grandes obras primero y más tarde la naciente industria necesitó recurrir a la fuerza de las máquinas. Al principio movidas por humanos o caballos (tornos, “jaulas de ardilla”.. etc.) y más tarde la fuerza de ruedas hidráulicas y máquinas de combustión.
Robinson Crusoe, sin ser un hombre excepcional, era capaz de poseer una visión del mundo de su época a través de sus conocimientos acerca del mundo y la tecnología contemporánea con habilidad de gestionar la complejidad de la vida cotidiana de su tiempo. Los conocimientos científicos y tecnológicos se han transmitido oralmente o a través de invenciones como la escritura; pero es fácil hacerse una idea cabal de lo que en pocos siglos ha sucedido si recordamos que en las universidades más antiguas se poseía un número tan limitado de registros escritos que el Maestro encaramado en una tribuna y teniendo en las manos uno de los pocos libros disponibles, lo transmitía a sus alumnos a través de impartir “una lección”. La sociedad moderna dispone de un volumen de información que desborda la capacidad de que los humanos (de uno en uno) sean capaces de gestionar la complejidad de la rutina diaria. Crusoe poseía una versión global; sin embargo en nuestro tiempo nadie sería capaz de entender en detalle al mundo en su totalidad; una persona con un trabajo moderno, por ejemplo un informático o cualquiera que conoce las técnicas informáticas más avanzadas, no necesita tener ni idea de lo que constituye uno de sus apoyos más directos, como podría ser un microchip. La sociedad de la comunicación en la que nos movemos regula cualquier actividad a través de un entramado ya muy denso de redes que posibilitan lo simple y lo complejo y cualquiera de nuestro quehacer cotidiano empieza o termina por conectar con personas, máquinas o programas que hacen posible lo cotidiano. Estamos conectados con medios de comunicación que condicionan nuestro comportamiento, nuestra manera de pensar, de comprar y de votar; por nuestra parte, individualmente, estamos conectados a través de nuestros medios de uso individual para lo más banal, como conectar con otra persona, comprar o solicitar una información o llamada en solicitud de ayuda. Y todo ello encajado en lo que podría constituir una red de señales que regulan globalmente el comportamiento de los humanos como especie.
De tal modo que en comparación con otras épocas en las que los humanos, considerados uno a uno individualmente, conocían lo necesario para sobrevivir, en nuestros tiempos la complejidad de la organización humana ha llegado a necesitar instrumentos que no serían abarcables en “una sola cabeza”. Los humanos como especie biológica quizás nos movemos en estos momentos de predominio tecnológico en lo que sería comparable al comportamiento de los peces en un cardumen. Hemos visto con frecuencia en imágenes que nos muestran los documentales sobre la naturaleza cómo se comportan las bandadas de peces (cardumen) en sus desplazamientos o en situaciones de actividad como puede ser al ser atacadas por un depredador. La respuesta a los estímulos (amenazas) es global y todo el grupo constituye en realidad un solo organismo que podríamos llamar “multiindividual”. Dentro del colectivo, ciertamente, son posibles, como entre los humanos, los movimientos individuales (nadando en contracorriente) que no son apenas perceptibles en la geometría del conjunto.
Un ser unicelular es ya un ser vivo: un organismo. Otro organismo algo más complejo está formado por agrupaciones de células que forman su estructura y sus órganos. Desde un cierto punto de vista una sardina y un cardumen podrían ser considerados como dos organismos diferentes en su grado de complejidad. Siguiendo con la comparación entre el colectivo humano, regulado a través de la red global de comunicación, que podría interpretarse como un “nuevo organismo” diferente al que constituye el homo sapiens como individuo. Las señales que posibilitan el comportamiento de los individuos (hombre o sardina) se regulan a través de su sistema neuronal; las agrupaciones de individuos posiblemente se regulan por comportamientos que a través de la evolución, aprendiendo a partir de acción acierto/error, han moldeado parte de su memoria genética. Lo que podríamos llamar exomemoria en los humanos (tradición oral, escritura, sistemas digitales de comunicación) así como las redes globales de comunicación, incluida la individual y la colectiva, no solamente ayuda a vivir, sino que condiciona la forma de hacerlo. Los organismos multiindividuales no humanos se comportan siguiendo las señales del entorno: nutrientes, temperatura, presencia de depredadores… todo el comportamiento es interpretable como determinado por ese entorno. En cierta forma el equilibrio organismo multiindividual y medio ambiente es comparable al homo sapiens cazador recolector que está adaptado por su pacto con la naturaleza. No existen excedentes y no existe concentración del poder.
Para concluir: la Especie Humana contemporánea, como organismo multiindividual asentada sobre el planeta tierra, está condicionada por las siguientes circunstancias: 1) Un sistema de comunicación global complejo del que depende de una u otra forma la vida individual y colectiva; 2) Una producción de excedentes en todos los campos, agricultura ganadería, elaborados y una generación de residuos incontrolada; 3) Desequilibrio entre grandes grupos de individuos, ricos y pobres; 4) Acumulación del poder en pocos “puntos de decisión” que no es claro si son individuos, minorías o programas digitales ya impersonales; 5) Absoluta desconexión con las respuestas del medio natural, cambio climático, agotamiento de materias primas y combustibles, por el contrario agresiones irreversible sobre el medio ambiente global; 6) Permanencia de diversos sistemas de creencias (religiones) que dificultan la racionalización de la vida social y propician la incompatibilidad de la vida en común de los grupos sociales.
La gestión de la complejidad ya no constituye una actividad intelectual de cada humano que pueda quedar al margen de la que requiere el Organismo multiindividual Humano. No es previsible racionalmente prever cual es la evolución de esa forma de organizarse por el Homo sapiens en el futuro. Las señales de alarma han sonado hace tiempo en el planeta tierra y nadie duda ya de las premoniciones pesimistas de algunos “gurus” ecologistas que comenzaron a importunar en los años sesenta del siglo pasado. Los humanos estamos en algunas partes del mundo, sobre todo si pertenecemos a las clases menos desfavorecidas, bastante tranquilos pensando que, al igual que con la extinción de los dinosaurios, los problemas los tendrán –si acaso- nuestros descendientes muy, muy lejanos: aún podemos tener ilusión por tener hijos y prolongar nuestra vida sobre la tierra. Entre tanto no estaría mal considerar otra vez, como siempre fue necesario, quienes somos y a donde vamos como colectivo humano.
Eduardo Peris Mora
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