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La fe homeopática

El 8 de mayo, la cátedra Boiron de la Universidad de Zaragoza presentó, con notable repercusión mediática, el “Libro blanco de la Homeopatía”, en el que se resalta la eficacia y la seguridad de esta terapéutica, y el aval científico que la sustenta. Veamos qué hay de todo esto.

            La homeopatía se basa esencialmente en dos principios: el de que “lo similar cura lo similar” y el del poder de las grandes diluciones de los principios activos. El primero justifica el prefijo “homeo”: lo que causa determinados síntomas, a bajas dosis puede curar esos mismos síntomas (aunque las causas sean otras). Puede ser, por ej., un compuesto tóxico. No hablamos de vacunas ni de fitoterapia. Es una hipótesis carente de pruebas, con el solo ‘fundamento’ de la fe en una versión de la magia “simpática”, la que establece una ligazón entre cosas o fenómenos parecidos pero dispares, sin relación lógica entre sí.

En cuanto a las enormes diluciones que se realizan en la preparación de medicamentos homeopáticos, digamos que a veces equivalen a disolver en el océano Pacífico un poco del principio activo antes de tomarse un trago. Trago en el que, muy probablemente, no queda nada de la sustancia activa original. Ante esta obviedad, los homeópatas argumentan ¡que el agua guarda “memoria” de lo que tuvo disuelto! ¿Cómo lo hace, y por qué sólo guarda memoria del principio activo, y no de avatares escatológicos, pongamos por caso? Aquí ya no llega la teoría… ni hay la más mínima demostración de tamaña maravilla: seguimos con la magia simpática, por la que cosas que han estado en contacto siguen ejerciéndose influencia una vez separadas. ¡Y el efecto sigue aunque ya ni esté el agua, como cuando se trata de “gránulos”! Cuidado, que lo que sí llevan en muchos casos los preparados es lactosa, sacarosa y/o alcohol.

            En definitiva, la base teórica de la homeopatía es una fe en la que se mezclan magia y disparate, en este caso sin diluir. Pero, claro, si se demuestra que funciona… Los meta-análisis de estudios clínicos indican, en conjunto, que no hay un efecto claro más allá del placebo. El Ministerio de Sanidad lo reconoció en 2011 (http://goo.gl/CCgtI), y destacó que “En general, las revisiones realizadas concluyen que la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. Curiosamente, esta conclusión ha sido ignorada en el libro blanco.

¿Cómo es posible que a veces la homeopatía parezca funcionar? Pues, sobre todo, por el efecto placebo, por la acción de terapias ‘de verdad’, y porque muchas afecciones remiten de forma natural.

            Así pues, estamos ante una pseudociencia en toda regla. Sin embargo, supongo que como el tomar agua, azucarillo y, no aguardiente, pero sí un poquito de alcohol (esto es, un aguachirri dulce), parece inocuo, las leyes españolas permiten la venta, aunque hasta 2012 no se han regulado “medicamentos homeopáticos”: doce, a los que exigen “ausencia de indicación terapéutica” en la etiqueta o el prospecto. Si esto parece de locos, ¿qué decir sobre el que precisamente los “no regulados” (la gran mayoría) se puedan vender sin siquiera esta cortapisa?

            Pero hay más respecto a la “inocuidad” de la homeopatía. El más reciente y completo estudio sobre este asunto (http://goo.gl/ZsLTL) ha recopilado de la literatura médica más de mil casos de “efectos adversos”, directos (por ej., por dilución insuficiente de un tóxico) o indirectos (sobre todo, por abandono de la medicina seria), por seguir tratamientos homeopáticos: más que nada, reacciones alérgicas e intoxicaciones, pero también cuatro muertes. Estos efectos adversos son poco frecuentes, pero también presumiblemente infravalorados.

Por todo lo dicho, la venta de productos homeopáticos en las farmacias como si de verdaderos medicamentos (sometidos a criterios muy rigurosos para probar su eficacia e idoneidad) se tratara, constituye, en mi opinión, un fraude inadmisible.

            Por otro lado, el que haya sistemas sanitarios de otros países que incluyen la homeopatía cabe achacarlo a decisiones políticas populistas. En cuanto a las nueve universidades españolas que ofrecen estudios homeopáticos, se han ganado su inclusión en www.listadelaverguenza.es, donde se denuncian los organismos que promueven las falsas ciencias. Como en el caso del libro blanco recién salido, a menudo reciben financiación de la multinacional francesa Boiron, la principal fabricante de productos homeopáticos. ¿A quién le puede extrañar que ese libro blanco disfrace la irracionalidad de ciencia? Es como si el libro blanco de los ‘productos milagro’ lo publicase Power Balance. Más sorprende, y duele, el que la Universidad a veces haga el juego a intereses espurios.

Hay honrosas excepciones, pero, globalmente, los licenciados en Medicina y Farmacia reciben una preparación muy pobre frente a las pseudociencias y, en particular, frente a la homeopatía. Sólo así se explica que (apoyadas por la deplorable legislación) la mayoría de las farmacias promuevan el consumo homeopático, primando el negocio sobre el cuidado de la salud de los clientes. Frente al libro blanco (blanco boironés), a los farmacéuticos –y a todos– les recomiendo la lectura de “La homeopatía ¡vaya timo!”, de Víctor Sanz.

Y, mientras no se ponga fin a esta penosa situación, más vale que los ciudadanos nos autodefendamos no dejándonos engañar con la homeopatía: en bien de nuestro bolsillo, pero sobre todo, de nuestra salud y nuestra inteligencia.

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