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La fe de los forofos · por David Torres

Durante la Semana Santa siempre me gusta recordar dos o tres frases que ejemplifican muy bien esa serie de ceremonias y liturgias en las que el dolor, la angustia, la tortura y la muerte salen a pasear por las calles. Una vez, creo que fue en Motril, asistía al momento en que la imagen de la Virgen ruega a una pareja de soldados romanos que la dejen pasar para consolar la agonía de su Hijo: la mujer insistiendo una y otra vez hasta que los romanos, conmovidos, apartan las lanzas. Más conmovido todavía estaba un señor motrileño que, con lágrimas en los ojos y apretando un pañuelo, gimoteó a mi lado: «El que no crea en esto es para pegarle dos tiros en la boca, no me jodas». Yo tenía sólo nueve o diez años, pero me aparté prudentemente, por si acaso.

En este exhibicionismo del sufrimiento -necesario para recordarnos el mal trago que tarde o temprano vamos a beber todos- existe un ansia competitiva que culminó el día en que un gitano sevillano, según cuenta la tradición, sentenció en voz alta que la Virgen de la Macarena «le daba por el culo a todas las demás vírgenes». Con todo, ninguna de esas frases puede compararse a la que oyó mi querido y añorado amigo Rafael Martínez-Simancas en una procesión de Viernes Santo en Málaga: «Hay que ver, pensar que si no es por el hijoputa de Pilatos, un poco más y nos quedamos sin Semana Santa». Ciertamente, lo que se celebra es la agonía y la crucifixión de Jesucristo, porque llega Pilatos a soltarlo y a saber cómo hubiera acabado la historia.

Hay algo enternecedor que equipara la fe de los creyentes y la fe de los forofos políticos, esa peña que lleva décadas votando al PP esperando que un día dejen de robar o esa otra peña que lleva décadas votando al PSOE esperando que se haga de izquierdas. Resulta asombroso ver a un cofrade del PSOE portando el cirio pascual antes de las elecciones y comiéndose después muy compungido la hostia de la OTAN, la hostia de la reconversión industrial, la hostia de los GAL, la hostia del Concordato, la hostia del Polisario y las hostias que hagan falta. Lo esencial a la hora de presenciar un milagro es tener paciencia.

Más asombroso aún es el tesón del costalero del PP, que aguanta años y años soportando la peana de la corrupción, los santos de la Gürtel, de Naseiro, de Taula, de Nóos, de Púnica y de docenas y docenas de santos más, ya que no pierde la esperanza de que algún día la mierda empiece a oler a rosas. A Bárcenas, a Matas y a unos cuantos más se les ha ido poniendo cara de mártir entre barrotes y hay otros que, además, ya han subido a los cielos en cuerpo y alma. De ahí que en las últimas encuestas, Feijóo haya vuelto a ganar terreno, a pesar de los negocios más que turbios de su hermana y de su relación de amistad nada turbia con Marcial Dorado, un capo del narcotráfico con el que viajaba más que Cristo con los apóstoles.

Al votante del PP, cristiano por convicción y por ideales, no le importan gran cosa esos pecados capitales, porque saben que al hermano hay que perdonarlo no siete veces, sino setenta veces siete. Es verdad que en Génova hace tiempo que sobrepasaron esa cifra, pero por algo a Cristo lo crucificaron entre ladrones. Con arrepentirse en el último momento, suficiente. Ahí está, sin ir más lejos, Almeida, que perdonó en su momento a los conseguidores que estafaron millones de euros al Ayuntamiento aunque le constaba desde el momento en que se produjo que se trataba de una estafa de manual. Perdónalos, Señor, porque no saben lo que saben. Si no es por la Fiscalía, un poco más y nos quedamos sin Semana Santa.

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