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La extraordinaria expansión del Pentecostalismo Global y sus dos narrativas · por Michele Punico

Según las estadísticas más acreditadas, el Pentecostalismo está viviendo una fase de extraordinaria expansión en todo el mundo. Sin embargo, tras los números se encuentra un movimiento complejo y heterogéneo, sobre el cual existen narrativas aparentemente inconciliables.

LA FASCINACIÓN POR LOS NÚMEROS

En el estudio del Pentecostalismo los números son particularmente importantes. No hay prácticamente artículo o libro que no haga referencia a las impactantes cifras de su demografía para describir el movimiento religioso. Según el World Christian Database, la mayor institución mundial para el recuento de los cristianos en el mundo, 35.000 nuevos creyentes se convierten cada día a la fe pentecostal. En 2020, afirma la misma institución, los pentecostales en el mundo superaban los 620 millones y en 2050 serán más de un billón. Esto significa que, en menos de treinta años, uno de cada tres cristianos será un cristiano pentecostal.

Además de la magnitud de los números, lo que genera asombro es la rapidez de la expansión. A pesar de ser un movimiento religioso joven, colocándose tradicionalmente su origen en 1906, en su breve vida el Pentecostalismo se ha impuesto como la religión que, a nivel global, se expande más rápidamente.

El fenómeno presenta proporciones impactantes sobre todo en África y América Latina. En países como Nigeria, Sudáfrica, México o Brasil la fundación de nuevas iglesias es incesante y su número ya iguala o supera el número de las iglesias católicas y evangélicas tradicionales. También en Asia, particularmente en Corea y Filipinas, la expansión procede de forma muy acelerada, restando cada día más fieles a las religiones tradicionales.

Como consecuencia de mirar al Pentecostalismo a través de los números, se ha popularizado la idea de un movimiento religioso triunfante, destinado a ganar una supuesta competición para el control de la cristiandad. Muchos teólogos y sociólogos, precisamente apoyándose en la autoridad de los números, hablan abiertamente de una nueva Reforma, más potente y drástica que la primera, que estaría ‘pentecostalizando’ el panorama religioso global.

En este clima de ‘triunfalismo demográfico’ se tiende a olvidar que números y estadísticas, a pesar de su aparente objetividad, siempre poseen una carga ideológica, la cual puede dificultar la comprensión del fenómeno que pretenden describir. En el caso del Pentecostalismo, mirar acríticamente a las cifras ha tenido como consecuencia considerar el Pentecostalismo como un movimiento unitario, con características doctrinales homogéneas y un patrón de desarrollo coherente en todo el mundo. A este modo de mirar al Pentecostalismo se le llama ‘Pentecostalismo Global’.

LA DOBLE NARRATIVA SOBRE EL PENTECOSTALISMO GLOBAL

A pesar de las estadísticas, la imagen de coherencia que transmite el modelo del Pentecostalismo Global es engañosa. Detrás de los números se encuentra un movimiento en continua transformación, en el cual conviven realidades heterogéneas y aparentemente contradictorias. Las estadísticas, a pesar del asombro y de la idea de unidad que producen, no pueden ocultar las muchas diferencias que existen tanto en el modo de entender el Pentecostalismo desde un punto de vista doctrinal, como de experimentarlo desde un punto de vista fenomenológico. No existe una definición unánime de Pentecostalismo, ni tampoco un acuerdo sobre lo que significa exactamente ser un cristiano pentecostal. De hecho, es muy distinta la manera en la que un pastor de una denominación pentecostal histórica define la propia fe, respecto a como lo hace un pastor de una iglesia independiente de recién institución. Muy diferentes son también las modalidades a través de las cuales los creyentes experimentan su fe en un contexto, por ejemplo, africano, con respecto a un contexto norteamericano, asiático o europeo. Todo esto se debe a que la religión pentecostal no posee un aparato dogmático ni una estructura jerárquica definida. Se trata de un fenómeno religioso extremadamente fluido y flexible, tanto en su doctrina como en su organización, y esto hace que sea más oportuno definirlo como un movimiento religioso, en continuo devenir, más que una religión en busca de codificación. El empleo del término ‘movimiento’ quiere precisamente evidenciar su intrínseca capacidad de evolución y su flexibilidad, gracias a las cuales el Pentecostalismo ha logrado adaptarse a contextos muy diferentes en muy breve tiempo.   

Esta misma flexibilidad, sin embargo, ocasiona incertidumbres y perplejidades a la hora de describir el movimiento. Tanto en las publicaciones especializadas, como en la prensa más divulgativa, existe una complejidad representacional, que sumándose a la complejidad definitoria y fenomenológica, dificulta la comprensión. Esta complejidad se manifiesta en la presencia de una doble narrativa.

Por una parte existe la que podemos denominar ‘narrativa del éxito’, que presenta al Pentecostalismo como un movimiento de gran influencia, no solamente religiosa, sino también social, económica y hasta política. Es una narrativa que se centra fundamentalmente en el papel de las ricas mega-iglesias, estadounidenses, pero no solo, mostrando los extensos recursos económicos y humanos de los que disponen y su perfecta integración en el sistema económico global. En las faraónicas estructuras de estas iglesias se congregan miles de personas, atraídas por las habilidades comunicativas de pastores-empresarios multimillonarios, cuya influencia llega a muchos líderes políticos. En esta narrativa, el Pentecostalismo busca la mayor visibilidad posible, impulsado por el objetivo de la reconquista espiritual y material de un Occidente definido como secularizado y corrupto.

Dependiendo de quien la escuche, la ‘narrativa triunfalista’ es capaz generar un sentimiento de admiración o de desconfianza. Muchas personas se sienten atraídas por su insistencia en el éxito y el bienestar material, a menudo sintetizada a través del lema de la ‘Teología de la Prosperidad’. Sin embargo, para otras personas no resulta fácil hacer convivir la insistencia en la materialidad con una idea más espiritual de religión.

Completamente opuesta a la ‘narrativa del éxito’ es la que podemos definir como la ‘narrativa de la marginalidad’. Esta narrativa da a conocer un Pentecostalismo invisible, cuyas iglesias ocupan edificios semiabandonados en los suburbios de las grandes ciudades. Esta narrativa describe al Pentecostalismo como un movimiento que no busca integrarse en la sociedad, sino que pretende separarse de ella. Surge la imagen de un movimiento más interesado en la defensa de las minorías que en la participación en las dinámicas socioculturales y económicas globales. Sus iglesias son descritas metafóricamente como ‘refugios’ para aquellas personas que sufren algún tipo de marginación social. Personas que, al sentirse inadaptadas al mundo, buscan algún tipo de compensación.

La ‘narrativa de la marginalidad’ también genera sentimientos contradictorios. Para algunos, es una ‘narrativa de resiliencia’, que refuerza la autoestima alimentando la defensa identitaria y la solidaridad comunitaria. Para otros, al contrario, es una narrativa que genera marginalidad y rechazo, debido a que viene conectada con la idea de pobreza y fracaso.

Las dos narrativas conviven al mismo tiempo, lo cual acaba produciendo una complejidad representacional que dificulta la equilibrada comprensión del movimiento.

¿Cuál de las dos narrativas es la correcta?

La respuesta es que, aunque contradictorias, las dos son verdaderas y falsas al mismo tiempo. Ambas son hijas del modelo interpretativo del Pentecostalismo Global, del cual representan las dos caras. Una no puede existir sin la otra y ambas, por si solas, son incompletas.

UNA RELIGIOSIDAD MARGINAL, PERO MUY LLAMATIVA

Detrás de la existencia de dos narrativas aparentemente opuestas hay motivaciones históricas e ideológicas y, para entenderlas, hay que remontarse a los orígenes del movimiento pentecostal.

Según la versión más acreditada, el movimiento pentecostal nació en la primavera de 1906 en Los Ángeles, cuando un grupo de personas afroamericanas empezó a reunirse en un humilde edificio en la calle Azusa, en un barrio pobre de la ciudad, para escuchar la predicación del pastor negro William Seymour (1870-1922). Tanto Seymour como casi todos sus seguidores eran hijos e hijas de esclavos liberados, por lo tanto personas de baja condición social, marginadas económica y racialmente. En sus reuniones oraban y alababan a Dios a través de formas de expresión muy llamativas, mezclando durante muchas horas invocaciones, gritos, llantos y movimientos corporales incontrolados.  Afirmaban estar poseídos por el espíritu de Dios, que les otorgaba el poder de hablar en lenguas desconocidas (glosolalia), curar enfermedades y expulsar los espíritus malignos.

Una religiosidad tan llamativa no podía pasar desapercibida y por eso, a pesar de ser personas marginalizadas, Seymour y sus seguidores atrajeron rápidamente la atención de la prensa local y nacional. En pocos días, la noticia de aquellas personas incultas que hablaban lenguas desconocidas y oraban con modalidades que a los demás parecían exageradas, se extendió rápidamente por todo Estados Unidos. Sin embargo, al mismo tiempo que la nueva religión atraía la atención de miles de personas, su interés hacia aquellos que vivían en los márgenes de la sociedad alimentó prejuicios y desconfianza. A pesar del clamor y del interés que suscitaba, o tal vez precisamente por ello, el Pentecostalismo fue considerado como una secta y por muchos años la narrativa que prevalece es la de un movimiento marginal para marginados, refugio de personas desadaptadas y perdedoras.

HACIA EL CAMBIO DE NARRATIVA

El predominio de la ‘narrativa de la marginalidad’ estuvo presente hasta los años ochenta del pasado siglo, cuando se produjo una inversión del equilibrio de fuerzas entre las dos narrativas. Se trató de un verdadero cambio de paradigma interpretativo y fue consecuencia de la confluencia estratégica de tres diferentes proyectos, de orden estadístico, teológico e histórico.

El protagonista principal de este cambio fue David B. Barrett (1927-2011), un ingeniero aeronáutico que en 1957 se había hecho misionero en Kenia con la Sociedad Misionera Anglicana. Desde entonces, Barrett se había dedicado a viajar para recopilar datos sobre la presencia de las misiones cristianas en todo el planeta y en 1982, en colaboración con Todd Johnson, había publicado la primera edición de la World Christian Encyclopedia. A partir de 1988 Barrett difundió una clasificación del Pentecostalismo en tres olas sucesivas: la del Pentecostalismo clásico, directamente conectado con el nacimiento americano del 1906, la de los ‘carismáticos’, que incluía pentecostales que actuaban dentro de las denominaciones católicas y protestantes, y, finalmente, las denominadas ‘redes carismáticas independientes’. Esta tercera ola se refería a todas las demás realidades religiosas dispersas por el planeta que en sus estadísticas Barrett relacionaba, de una manera o de otra, con el Pentecostalismo. Será este tercer grupo el llamado a protagonizar la denominada ‘explosión pentecostal’. Gracias a esta clasificación, el movimiento pentecostal mundial pasó de 332 millones de practicantes en 1988 a 523 millones en 2000. El conjunto de las tres olas fue denominado por Barrett ‘la renovación pentecostal y carismática del Espíritu Santo’. A este sistema de clasificación y de interpretación se le denominará en los decenios sucesivos ‘Pentecostalismo Global’, donde la palabra ‘Global’ oscila entre una acepción descriptiva y una prescriptiva/interpretativa.

Según el modelo del Pentecostalismo Global, todas las manifestaciones pentecostales en el mundo se difundían a partir de un origen común, el famoso ‘avivamiento de la calle Azusa’, y, aunque organizándose de manera diversificada según los contextos locales, presentaban el mismo patrón de desarrollo y la misma coherencia estructural. A través de estadísticas y cronologías estándares, se imponía una visión ‘evolucionista’ del movimiento, según la cual toda nueva manifestación religiosa que no se podía relacionar con las denominaciones tradicionales y que enfatizaba el empoderamiento a través del Espíritu, independientemente del contexto en el que se desarrollaba, se consideraba de facto una evolución adaptativa del propio Pentecostalismo.

Detrás de la afirmación del Pentecostalismo Global estaban las ideas de algunos teólogos norteamericanos que, deseando recuperar la visión del cristianismo como fuerza de transformación histórica, proporcionaron al modelo sus presupuestos ideológicos. Entre los más influyentes se encontraban John Wimber (1934-1997), líder de la Vineyard Christian Fellowship, y Charles Peter Wagner (1930-2016). Este último, con su bestseller The third wave, publicado en el mismo año 1988, sugirió probablemente a Barrett la noción conceptual de las tres olas progresivas. Según Wagner, el mundo estaba encaminado en la senda de una nueva era del Espíritu, que habría acabado con todas las diferencias denominacionales.

Las estadísticas de Barret eran exclusivamente descriptivas, sin embargo fueron vistas por muchos teólogos y sociólogos de la religión como prueba de la fuerza del movimiento pentecostal sobre la cristiandad y sobre la sociedad en su conjunto. Esto produjo una inversión del equilibrio de poder entre las dos narrativas y, a partir de entonces, la ‘narrativa del éxito’ prevaleció sobre la ‘narrativa de la marginalidad’.

La nueva clasificación no estuvo exenta de polémicas y dio lugar a un animado debate entre los partidarios de una visión más ‘estrecha’ y los de una visión más ‘ancha’ del Pentecostalismo. Por una parte estaban los conservadores, que no aceptaban que iglesias independientes, sin conexiones históricas con los hechos de la calle Azusa, fuesen consideradas iglesias pentecostales. Su objetivo era mantener el control del movimiento en manos de las grandes denominaciones pentecostales clásicas, principalmente de origen estadounidense. En el otro bando estaban los progresistas, defensores de una postura más abierta e inclusiva, interesados en difundir una concepción menos doctrinal y más experiencial de la fe pentecostal. La persona que quizás más contribuyó a la afirmación de un Pentecostalismo inclusivo fue el teólogo suizo Walter Hollenweger (1927-2016). Su obra mayor, titulada The Pentecostals: The Charismatic Movement in the Churches, fue publicada, en la edición inglesa, en 1972. Destinada a devenir la piedra angular de los estudios sucesivos sobre Pentecostalismo, la obra de Hollenweger definía el Pentecostalismo como un movimiento ‘curativo’ para las personas marginalizadas y argumentaba que la gran expansión del movimiento en los países pobres era debida tanto a su teología de tipo espontáneo como a sus peculiares modalidades comunicativas, particularmente aptas, según el teólogo, para favorecer la comunicación con el Espíritu de Dios. Hollenweger vinculaba directamente el nacimiento y la difusión del Pentecostalismo a las capacidades expresivas de los afroamericanos descendientes de los esclavos africanos. De esta manera, demostraba su cercanía ideológica a los movimientos de liberación nacional de los países africanos y asiáticos de los años cincuenta y sesenta, así como a los movimientos para la conquista de los derechos civiles de las personas negras en los Estados Unidos de los años sesenta.

MÁS ALLÁ DE LAS NARRATIVAS DICOTÓMICAS

¿Qué conclusiones podemos sacar de estas breves notas?

La primera es que las estadísticas sobre la difusión del Pentecostalismo no son suficientes, por sí solas, para comprender el movimiento pentecostal en toda su complejidad y hasta pueden resultar engañosas. Sin dejar de ser útiles para conocer el tamaño de la expansión que el movimiento ha alcanzado, las cifras no dan cuenta de las dinámicas históricas e ideológicas que interactúan en su interior. Con su pretensión de exhaustividad, los números terminan ocultando la complejidad de un fenómeno que no se deja encasillar en categorías pre-establecidas, ni clasificar por etiquetas.

La segunda conclusión que podemos extraer es que el movimiento pentecostal, cuando se observa a través de las narrativas contradictorias que lo acompañan, acaba reduciéndose a metáforas lingüísticas que crean la ilusión de la existencia de un ‘Pentecostalismo del éxito’ contrapuesto a un ‘Pentecostalismo de la marginalidad’.

Tanto la primera como la segunda conclusión nos advierten del riesgo de adoptar visiones reduccionistas que, simplificando engañosamente la complejidad del movimiento, dificultan su comprensión. Para evitar este riesgo, es necesario que tanto las estadísticas como las narrativas sean deconstruidas y contextualizadas, explicitando sus presupuestos históricos e ideológicos. Es este sin duda el requisito indispensable para acercarse a la comprensión del Pentecostalismo actual, respetando su heterogeneidad.

Para profundizar

  • Alexander, Paul (2009). Signs and Wonders: Why Pentecostalism is the world’s fastest growing faith. San Francisco: Jossey-Bass.
  • Anderson, Allan (2007). El pentecostalismo: el cristianismo carismático mundial. Madrid: Ediciones Akal.
  • Cox, Harvey (1995). Fire from Heaven: The Rise of Pentecostal Spirituality and the Re-Shaping of Religion in the 21st Century. Boston: Addison-Wesley Publishing.
  • Johnson, Todd (2014). “Counting Pentecostals Worldwide”. Pneuma 36 (2): 265-288. https://doi.org/10.1163/15700747-03602006.
  • Wilkinson, Michael y Jörg Haustein (Eds.) (2023). The Pentecostal World. Abingdon y New York: Routledge.
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