La fiebre especuladora no para y ahora ha llegado a una orden religiosa. Confusas y desconcertadas, las hermanas asisten a una protesta pública que recoge firmas y reivindica las plazas escolares que podrían desaparecer, y no faltan descreídos que las llaman corruptas. La pregunta habrá sido obligada al confesor: "Padre, ¿es pecado la especulación del suelo?". El secreto de la confesión hace recomendable la no publicación de la respuesta.
Y pensar que las movía un intención benemérita: las buenas obras. Sacarían mucho dinero con la operación, que podrían dedicar a socorrer necesidades del prójimo. Un día una niña apareció corriendo en el despacho de la directora: "¡Madre superiora, madre superiora, hay un señor que quiere hablar con usted". Era la tentación ataviada de promotor inmobiliario. ¿Por qué no decir que era el mismísimo Satanás, que iba a desplegar sus artes malignas ante unas monjitas ignorantes de las maldades de este mundo? El diablo se limitaba a poner el cebo y ya sabrían las inmobiliarias la buena predisposición de las religiosas.
Esta versión dividiría al actual frente opositor. Los creyentes, por lo menos, deberían dar crédito a la intermediación diabólica. Los de conciencia de manga ancha podrían creer que todo ha sido un chanchullo.
¿Seguro que la madre superiora no recuerda un cierto olor a azufre en el extraño visitante?
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