Es sensato que el Gobierno prepare una asignatura sólida para reintroducir la buena conducta
La progresiva degradación de la conducta cívica ha engendrado preocupación en toda Europa. Al principio oímos quejas acerca de la crisis de lo que siempre se ha llamado buena educación. Más tarde, nos sorprendió la frecuencia con que se producían actos de vandalismo o incivismo público. Más preocupante aún ha sido el cariz que han ido tomando las cosas en las escuelas, donde se supone que la disciplina, el respeto a la autoridad del maestro y la buena conducta deben hallar morada natural. O, por extensión, en otros marcos semejantes, como hospitales o ambulatorios, donde es inconcebible que un paciente la emprenda a golpes con su médico.
Es, pues, sensato que los gobiernos y parlamentos europeos hayan ya legislado o se apresten a hacerlo para reintroducir la buena conducta cívica. Como paso para que impere el civismo, el Gobierno español está trabajando en un proyecto de asignatura que llevaría el título de Educación para la Ciudadanía.
LA SEMANApasada, la ministra de Educación, Mercedes Cabrera, acompañada por el secretario de Estado Alejandro Tiana, convocó una reunión de expertos y representantes de cuerpos responsables –como los miembros del Consejo Escolar– para exponer el proyecto y analizar con ellos los diversos aspectos de esa asignatura o área específica de enseñanza. Ambos expresaron la intención de que se transmitiría el proyecto a las autoridades autonómicas y que se contaría con ellas.
La posición del ministerio es que la enseñanza transversal del civismo (compartida por varias asignaturas) no está dando los resultados apetecidos, así que conviene introducir una asignatura de ética pública que instruya a nuestros más jóvenes conciudadanos en el arte de serlo. La opinión de los asistentesþcoincidió mayoritariamente en la necesidad de esa disciplina, pero presentó algunas reservas.
El primer escollo del proyecto es superar el peligro de que una asignatura dedicada a la buena conducta no degenere en una enseñanza blanda, fácil, de segundo rango, si no de tercero, es decir, en una maría innecesaria, que, además, pronto sería vista como un engorro por el tiempo que comería a otras asignaturas –historia, lengua, matemáticas– necesitadas de un horario suficiente. Es, pues, fundamental dotar de un contenido sólido y examinable a la asignatura, mediante materiales que, como el conocimiento de la Constitución de 1978, podrían evitar vaguedades desde el primer momento.
Otro, no menos espinoso, es el de que la asignatura se dote de un cuerpo docente totalmente adecuado. Sin apelar al gremialismo, no sería aconsejable que se añadiera sin más la enseñanza de esa asignatura a quienes enseñan Filosofía o Ciencias Sociales con menoscabo de esas asignaturas. ¿Cómo y cuándo se forman los maestros de Educación para la Ciudadanía? No solo los técnicos del ministerio y de las autonomías deben tener la palabra, sino también los representantes de los maestros.
No es difícil imaginar las críticas que van a surgir ante semejante proyecto. Las de la derecha son perfectamente predecibles. Antes de que lo lean, acusarán a los gobernantes de imponer una ética laica y permisiva, en la que se imponen los más perniciosos valores del relativismo racionalista y ateo. Aunque estemos acostumbrados a las jeremiadas reaccionarias de nuestra lamentable derecha, ello no significa que podamos ignorarlas. Con paciencia inagotable, habrá que insistir en que la educación cívica es neutra en lo que atañe a los dogmas religiosos y nada hostil, todo lo contrario, con valores tales como los representados por la familia, la solidaridad entre los ciudadanos y la fraternidad hacia las personas más desvalidas.
Desde la izquierda no faltarán quienes vean en el proyecto un esfuerzo cosmético para demostrar que el Gobierno está del lado de la buena conducta, pero crean que así no conseguirá imponerla. El peligro de que pueda haber algo de eso es menor si las autoridades educativas toman las medidas necesarias para dotar de contenido sólido a la asignatura y construir un cuerpo docente eficaz y competente para impartirla. Recursos hay. No hay más que ver en qué se invierten los dineros que pagamos los contribuyentes. Si no se pone en vigor la asignatura de Educación para la Ciudadanía con determinación, rigor y presupuesto, vale más dejar las cosas como están.
EN MUCHOS colegios públicos de varios países europeos hubo que echar mano de trabajadores sociales que fueran recuperando alumnos que, de no ser buscados, no iban a clase. Ahora, algunos centros han tenido que ser patrullados por guardias y gendarmes. Dentro de las aulas, las agresiones al profesorado aumentan. Las cosas empeoran por doquier.
La educación de los jóvenes para transformarse en ciudadanos de bien no va a depender, pues, solamente de esa asignatura. La desidia de sus propios padres, la miseria de la cultura mediática (¿cultura?) en que se hallan sumidos, la incapacidad para la austeridad y la renuncia –dos elementos esenciales para la formación del carácter– que promueve el clima moral de nuestros días no auguran un futuro risueño para el civismo. Pero si la generación que hoy se encuentra en los puestos de responsabilidad no toma las medidas necesarias, habrá cometido, habremos cometido, la más cobarde traición a nuestros propios conciudadanos. A nosotros mismos.