Sorprende el celo que fray Gallardón ha puesto en el derecho de la mujer a parir y el poco celo que ha puesto en defender el derecho de la mujer a trabajar. Si defendiera este derecho y garantizara el derecho al trabajo de la mujer al cien por cien, el cinismo cursi pseudointelectual que pone en su celo antiabortista, enmascarado bajo su yo patriarcal proteccionista de los valores del macho cristiano, caerían por su propio peso. El señor Gallardón, con sayo o sin él, ignora, como la Santa Madre Iglesia, que las mujeres, exactamente igual que los hombres, hacen el amor por placer. ¿Habrá conocido este señor lo que es el placer sexual? O lo que es lo mismo cuando las mujeres de 11, 12, 13, 14, 15, 16…etc, etc, etc tienen relaciones sexuales las tienen sencillamente porque sólo, fíjese señor Gallardón, porque sólo quieren disfrutar con sus cuerpos. Y esto a usted le irrita. Si quisieran tener hijos no creo que con esas edades los quisieran tener, es más, y sin embargo son tan mujeres orgánica, política, social y moralmente como las madres de familia numerosas.
No sabíamos que disfrutar con el sexo como única finalidad fuera degradante hasta que fray Gallardón, inquisidor general del Reyno, lo ha proclamado para mayor decencia de la mujer cristiana. Creía que ya no estábamos en el siglo XV o en la Dictadura de Franco donde la decencia de la mujer se expresaba en el número de hijos que tenía. Porque, señor Gallardón, siguiendo su argumento clerical, la mujer es más mujer cuantos más hijos tenga. Porque no me vaya usted a comparar una mujer que ha parido un hijo con la que ha parido 20. Estas sí que son modelos de mujeres. Sólo que hoy día ese modelo clerical ya no existe. Y sin embargo, las mujeres, aún sin tener hijos, siguen siendo orgánicamente mujeres, sólo que ejercen cuando les da la gana esa función orgánica.
Usted sabe perfectamente, lo tiene que saber después de haber citado a Azaña, que tampoco era un revolucionario, que los derechos de la mujer se los dio la Constitución de la Segunda República y entre ellos, además del derecho al voto, le dio el derecho a casarse por lo civil y a divorciarse. Claro, la Iglesia católica como usted, le declararon la guerra a la República. ¿Sabe con qué argumentos? No precisamente en defensa de la vida sino justificando la muerte en defensa de su Dios. En julio de 1937 el episcopado español, impulsor de la CEDA, decía en su Carta colectiva lo siguiente: “3.-Nuestra posición ante la guerra
…Pero la paz es la «tranquilidad del orden, divino, nacional, social e individual, que asegura a cada cual su lugar y le da lo que es debido, colocando la gloria de Dios en la cumbre de todos los deberes y haciendo derivar de su amor el servicio fraternal de todos».Y es tal la condición humana y tal el orden de la Providencia – sin que hasta ahora haya sido posible hallarle sustitutivo- que siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la Humanidad, es a veces el remedio heroico, único, para centrar las cosas en el quicio de la justicia y volverlas al reinado de la paz. Por esto la Iglesia, aun siendo hija del Príncipe de la Paz, bendice los emblemas de la guerra, ha fundado las Ordenes Militares y ha organizado Cruzadas contra los enemigos de la Fe…
…que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el movimiento nacional, o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales.
La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del Gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias; la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España con todos sus factores, por la novísima «civilización» de los soviets rusos.
…Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hombres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad política y social.
Pero, sobre todo la revolución fue «anticristiana».”
Mire señor Gallardón, todos los regímenes autoritarios y totalitarios, las monarquías absolutas, las dictaduras, el catolicismo, el islamismo, el luteranismo, el anglicanismo, el fascismo, el nazismo, el franquismo, que lo mismo da, han idealizado a la mujer como madre, pero la han humillado como ser humano al reducir, como hace usted, su condición a la de parir y al someter su voluntad a la del macho. Aún todavía, puesto que las familias siguen siendo, para orgullo de su casta, patriarcales, autoritarias, antifeministas y homófobas, las mujeres, no todas por fortuna, siguen siendo idealizadas como madres y sometidas a la voluntad del macho. ¿No es ese su modelo de familia, señor Gallardón? Usted cree, como ministro invicto de Justicia, algo cursi en su inútil esfuerzo por aparentar ser un intelectual, que una familia patriarcal española o una familia musulmana española puede ser compatible con la Declaración Universal de los Derechos Humanos o con el artículo 16 de la Constitución española? Dígame sí o no. Y qué celo ha puesto usted para que esas mujeres más mujeres, Gallardón dixit, que las que no tienen hijos decidan por sí mismas lo que tienen que hacer con su cuerpo y puedan tomar sus propias decisiones. ¿Por qué calla señor Gallardón? ¿Pero a usted le cabe en su cabeza pseudointelectual que las mujeres tienen que renunciar a tener relaciones sexuales cuando les dé la gana y con quien les de la real gana porque le molesta al clero? Si es que la capacidad de ser madres la tienen ahí, pero no les da la gana ejercerla se ponga o se vista usted como quiera. Porque eso lo deciden ellas y no la Santa Madre Iglesia.
En el programa oculto del Partido Popular no sólo encontramos su defensa de la propiedad del capital financiero y especulativo, ni su recorte a los derechos individuales, como es el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, y otros recortes que afectan al nivel de vida de los ciudadanos, únicos paganos de la crisis creada por el capital especulativo. Encontramos una ofensiva en toda regla contra todos los derechos individuales, contra la libertad y la democracia, desde posiciones clericales dogmáticas y totalitarias que están decididas a volver a una especie de nacional-catolicismo. Reacción que no debería extrañarnos y no porque esté en los objetivos políticos de la Iglesia católica, sino porque se viene manifestando contra las libertades en nombre de “su libertad religiosa” desde sus medios y desde la calle.
Ahora con su organización política, el P.P., como en la Segunda República lo fue la C.E.D.A., tratan de imponernos sus valores ya que no por persuasión por obligación legal. ¿Por qué es tan importante defender el modelo clerical-autoritario de familia en los objetivos de esta contrarrevolución moral que nace de la doctrina cristiana y de sus valores cristianos? Voy a limitarme a exponer aquí lo que la doctrina cristiana dice de la familia para saber de qué estamos hablando, de sus contenidos y de la gravedad que para la libertad tiene esta concepción y su imposición total. Sin olvidar que tras la ofensiva contra el aborto se encuentra la defensa de esos valores tradicionales que constituyeron la ideología de la Dictadura de Franco.
En la introducción de la encíclica “Castii connubii”, escribió el papa Pío XI, contemporáneo de Mussolini y de Hitler:
“3. Y comenzando por esa misma Encíclica, encaminada casi totalmente a vindicar la divina institución del matrimonio, su dignidad sacramental y su perpetua estabilidad, quede asentado, en primer lugar, como fundamento firme e inviolable, que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no fue protegido, confirmado ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, autor de la naturaleza, y de Cristo Señor, Redentor de la misma, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Esta es la doctrina de la Sagrada Escritura, ésta la constante tradición de la Iglesia universal, ésta la definición solemne del santo Concilio de Trento, el cual, con las mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor a Dios”.
En una palabra, los hombres y mujeres nada tienen que opinar sobre dicho contrato bilateral, de manera que sólo nos queda acatar la voluntad divina “revelada” a la alta jerarquía católica, según afirma dogmáticamente esta misma. Prohibición que se hace extensiva a los parlamentos democráticos deslegitimados para legislar en materia calificada de divina por esta jerarquía. Y continúa el papa:
“PLAN DIVINO
36. Es necesario, pues, que todos consideren atentamente la razón divina del matrimonio y procuren conformarse con ella, a fin de restituirlo al debido orden.
Mas como a esta diligencia se opone principalmente la fuerza de la pasión desenfrenada, que es en realidad la razón principal por la cual se falta contra las santas leyes del matrimonio y como el hombre no puede sujetar sus pasiones si él no se sujeta antes a Dios, esto es lo que primeramente se ha de procurar, conforme al orden establecido por Dios. Porque es ley constante que quien se sometiere a Dios conseguirá refrenar, con la gracia divina, sus pasiones y su concupiscencia; mas quien fuere rebelde a Dios tendrá que dolerse al experimentar que sus apetitos desenfrenados le hacen guerra interior.
San Agustín expone de este modo con cuánta sabiduría se haya esto así establecido: Es conveniente -dice- que el inferior se sujete al superior; que aquel que desea se le sujete lo que es inferior se someta él a quien le es superior. ¡Reconoce el orden, busca la paz! ¡Tú a Dios; la carne a ti! ¿Qué más justo? ¿Qué más bello? Tú al mayor, y el menor a ti; sirve tú a quien te hizo, para que te sirva lo que se hizo para ti. Pero, cuidado: no reconocemos, en verdad, ni recomendamos este orden: ¡A ti la carne y tú a Dios!, sino: ¡Tú a Dios y a ti la carne! Y si tú desprecias lo primero, es decir, Tú a Dios, no conseguirás lo segundo, esto es, la carne a ti. Tú, que no obedeces al Señor, serás atormentado por el esclavo.
Y el mismo bienaventurado Apóstol de las Gentes, inspirado por el Espíritu Santo, atestigua también este orden, pues, al recordar a los antiguos sabios, que, habiendo más que suficientemente conocido al Autor de todo lo creado, tuvieron a menos el adorarle y reverenciarle, dice: Por lo cual les entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza, de tal manera que deshonrasen ellos mismos sus propios cuerpos y añade aún: por esto les entregó Dios al juego de sus pasiones. Porque Dios resiste a los soberbios y da a los humildes la gracia, sin la cual, como enseña el mismo Apóstol, el hombre es incapaz de refrenar la concupiscencia rebelde.
PIEDAD NECESARIA
37. Luego si de ninguna manera se pueden refrenar, como se debe, estos ímpetus indomables, si el alma primero no rinde humilde obsequio de piedad y reverencia a su Creador, es ante todo y muy necesario que quienes se unen con el vínculo santo del matrimonio estén animados por una piedad íntima y sólida hacia Dios, la cual informe toda su vida y llene su inteligencia y su voluntad de un acatamiento profundo hacia la suprema Majestad de Dios.
Obran, pues, con entera rectitud y del todo conformes a las normas del sentido cristiano aquellos pastores de almas que, para que no se aparten en el matrimonio de la divina ley, exhortan en primer lugar a los cónyuges a los ejercicios de piedad, a entregarse por completo a Dios, a implorar su ayuda continuamente, a frecuentar los sacramentos, a mantener y fomentar, siempre y en todas las cosas, sentimientos de devoción y de piedad hacia Dios.
Pero gravemente se engañan los que creen que, posponiendo o menospreciando los medios que exceden a la naturaleza, pueden inducir a los hombres a imponer un freno a los apetitos de la carne con el uso exclusivo de los inventos de las ciencias naturales (como la biología, la investigación de la transmisión hereditaria, y otras similares). Lo cual no quiere decir que se hayan de tener en poco los medios naturales, siempre que no sean deshonestos; porque uno mismo es el autor de la naturaleza y de la gracia, Dios, el cual ha destinado los bienes de ambos órdenes para que sirvan al uso y utilidad de los hombres. Pueden y deben, por lo tanto, los fieles ayudarse también de los medios naturales. Pero yerran los que opinan que bastan los mismos para garantizar la castidad del estado conyugal, o les atribuyen más eficacia que al socorro de la gracia sobrenatural.” Y continúa:
“SUMISIÓN A LA IGLESIA
38. Pero esta conformidad de la convivencia y de las costumbres matrimoniales con las leyes de Dios, sin la cual no puede ser eficaz su restauración, supone que todos pueden discernir con facilidad, con firme certeza y sin mezcla de error, cuáles son esas leyes. Ahora bien; no hay quien no vea a cuántos sofismas se abriría camino y cuántos errores se mezclarían con la verdad si a cada cual se dejara examinarlas tan sólo con la luz de la razón o si tal investigación fuese confiada a la privada interpretación de la verdad revelada. Y si esto vale para muchas otras verdades del orden moral, particularmente se ha de proclamar en las que se refieren al matrimonio, donde el deleite libidinoso fácilmente puede imponerse a la frágil naturaleza humana, engañándola y seduciéndola; y esto tanto más cuanto que, para observar la ley divina, los esposos han de hacer a veces sacrificios difíciles y duraderos, de los cuales se sirve el hombre frágil, según consta por la experiencia, como de otros tantos argumentos para excusarse de cumplir la ley divina.
Por todo lo cual, a fin de que ninguna ficción ni corrupción de dicha ley divina, sino el verdadero y genuino conocimiento de ella ilumine el entendimiento de los hombres y dirija sus costumbres, es menester que con la devoción hacia Dios y el deseo de servirle se junte una humilde y filial obediencia para con la Iglesia. Cristo nuestro Señor mismo constituyó a su Iglesia maestra de la verdad, aun en todo lo que se refiere al orden y gobierno de las costumbres, por más que muchas de ellas estén al alcance del entendimiento humano. Porque así como Dios vino en auxilio de la razón humana por medio de la revelación, a fin de que el hombre, aun en la actual condición en que se encuentra, pueda conocer fácilmente, con plena certidumbre y sin mezcla de error, las mismas verdades naturales que tienen por objeto la religión y las costumbres, así, y para idéntico fin, constituyó a su Iglesia depositaria y maestra de todas las verdades religiosas y morales; por lo tanto, obedezcan los fieles y rindan su inteligencia y voluntad a la Iglesia, si quieren que su entendimiento se vea inmune del error y libres de corrupción sus costumbres; obediencia que se ha de extender, para gozar plenamente del auxilio tan liberalmente ofrecido por Dios, no sólo a las definiciones solemnes de la Iglesia, sino también, en la debida proporción, a las Constituciones o Decretos en que se reprueban y condenan ciertas opiniones como peligrosas y perversas.”
Pero la familia patriarcal, autoritaria, antifeminista y homófoba no es solamente un instrumento de represión sexual al servicio de una moral basada en el sufrimiento y la resignación, pretende ser una institución social que niega la existencia diferenciada del individuo y garantiza el orden social de la derecha conservadora, tradicionalista y reaccionaria, no existe otra forma de ser de derechas, fundamentando ese orden sobre la explotación económica, política, moral y cultural. Esta familia pretende ser la negación religiosa del individuo. Los siguientes párrafos lo dejan bien claro:
“Las democracias contemporáneas han reducido los cuerpos intermedios en general, y sobre todo la realidad de la familia, a una especie de joint-venture, como si fuese un mero contrato privado entre un hombre y una mujer. Ya no se reconoce su objetivo valor social. En este marco, toca a otros sujetos sociales, como la Iglesia, la cual corre incluso el riesgo de ser reducida a un ente de derecho privado, asumir la defensa de la relevancia social y civil de la familia y mostrar en qué medida las democracias modernas, cuando incurren en este error, se resquebrajan e impiden al hombre, en última instancia, una objetiva y equilibrada satisfacción de las propias exigencias constitutivas. Paradójicamente, unas jornadas sobre políticas familiares, promovidas directamente por una realidad eclesial, representan el intento de “obligar” a la sociedad civil y, sobre todo, a la sociedad política, a tomar nota de este gravísimo malestar y buscar urgentemente un remedio.
…Esta radical dicotomía es fruto de la pérdida progresiva de la conciencia del valor del “cuerpo social intermedio”, y sobre todo de su origen que es el matrimonio y la familia, hasta el punto de que no sólo el individuo, paradójicamente, se reduce a una mónada, sino que la misma articulación de la sociedad civil queda reducida a una suma de individuos. En ambos niveles, además, se produce una dialéctica incurable entre la esfera del deseo-interés subjetivos y el campo de las exigencias morales objetivas . La cultura moderna, sin que se dé cuenta y a pesar de su insistencia radical sobre el sujeto, es incapaz de ofrecer las razones de la polaridad constituyente individuo-sociedad, ya que pierde de vista, como veremos más adelante, la polaridad hombre-mujer”….
La doctrina cristiana siempre tiene una obsesión: negar la existencia del individuo porque de esa manera quedan eliminados los derechos individuales y persigue un objetivo: someternos absolutamente a su absoluta voluntad y para conseguirlo es necesario destruir moral y políticamente al individuo.
Una comunidad democrática, y termino, es aquélla en la que el individuo es la única fuente de valor. Es, por tanto, una sociedad laica que tiene como único fundamento de legitimidad la libertad, que se ejerce practicando los derechos individuales. Para ser ciudadano y disfrutar, en consecuencia, del derecho al sufragio, es condición necesaria ser libre jurando la constitución y no reconociendo otra soberanía que la que emana de los derechos individuales, ejercer la libertad y defenderla.
Cualquier miembro de la comunidad que amenace la libertad debe ser privado del derecho al sufragio y debe ser tratado como un sujeto extraño a la comunidad democrática. Sencillamente por ser un enemigo en potencia de la libertad y de la comunidad democrática. A nadie se le ocurriría proteger el nazismo, el fascismo o cualquier ideología totalitaria y teocrática en defensa de la libertad porque esas ideologías son enemigas de la libertad.
En nombre de la libertad no puede ser atacado su fundamento: el individuo como única fuente de valor y los derechos individuales. En esta sociedad las leyes y la justicia deben proteger el ejercicio de la libertad y condenar y perseguir a sus enemigos.
Rerum novarum, Carta Encíclica de S.S. León XIII sobre la "condición" de los obreros, 15-mayo-1891
Familia y Estado
9. El derecho individual adquiere un valor mucho mayor, cuando lo consideramos en sus relaciones con los deberes humanos dentro de la sociedad doméstica. – No hay duda de que el hombre es completamente libre al elegir su propio estado: ora siguiendo el consejo evangélico de la virginidad, ora obligándose por el matrimonio. El derecho del matrimonio es natural y primario de cada hombre: y no hay ley humana alguna que en algún modo pueda restringir la finalidad principal del matrimonio, constituida ya desde el principio por la autoridad del mismo Dios: Creced y multiplicaos. He aquí ya a la familia, o sociedad doméstica, sociedad muy pequeña en verdad, pero verdadera sociedad y anterior a la constitución de toda sociedad civil, y, por lo tanto, con derechos y deberes que de ningún modo dependen del Estado. Luego aquel derecho que demostramos ser natural, esto es, el del dominio individual de las cosas, necesariamente deberá aplicarse también al hombre como cabeza de familia; aun más, tal derecho es tanto mayor y más fuerte cuanto mayores notas comprende la personalidad humana en la sociedad doméstica.
10. Ley plenamente inviolable de la naturaleza es que todo padre de familia defienda, por la alimentación y todos los medios, a los hijos que engendrare; y asimismo la naturaleza misma le exige el que quiera adquirir y preparar para sus hijos, pues son imagen del padre y como continuación de su personalidad, los medios con que puedan defenderse honradamente de todas las miserias en el difícil curso de la vida. Pero esto no lo puede hacer de ningún otro modo que transmitiendo en herencia a los hijos la posesión de los bienes fructíferos.
A la manera que la convivencia civil es una sociedad perfecta, también lo es – según ya dijimos- y del mismo modo la familia, la cual es regida por una potestad privativa, la paternal. Por lo tanto, respetados en verdad los límites de su propio fin, la familia tiene al menos iguales derechos que la sociedad civil, cuando se trata de procurarse y usar los bienes necesarios para su existencia y justa libertad. Dijimos al menos iguales: porque siendo la familia lógica e históricamente anterior a la sociedad civil, sus derechos y deberes son necesariamente anteriores y más naturales. Por lo tanto, si los ciudadanos o las familias, al formar parte de la sociedad civil, encontraran en el Estado dificultades en vez de auxilio, disminución de sus derechos en vez de tutela de los mismos, tal sociedad civil sería más de rechazar que de desear.
11. Es, por lo tanto, error grande y pernicioso pretender que el Estado haya de intervenir a su arbitrio hasta en lo más íntimo de las familias. – Ciertamente que si alguna familia se encontrase tal vez en tan extrema necesidad que por sus propios medios no pudiera salir de ella, es justa la intervención del poder público ante necesidad tan grave, porque cada una de las familias es una parte de la sociedad. Igualmente, si dentro del mismo hogar doméstico se produjera una grave perturbación de los derechos mutuos, el Estado puede intervenir para atribuir a cada uno su derecho; pero esto no es usurpar los derechos de los ciudadanos, sino asegurarlos y defenderlos con una protección justa y obligada. Pero aquí debe pararse el Estado: la naturaleza no consiente el que vaya más allá. La patria potestad es de tal naturaleza, que no puede ser extinguida ni absorbida por el Estado, como derivada que es de la misma fuente que la vida de los hombres. Los hijos son como algo del padre, una extensión, en cierto modo, de su persona: y, si queremos hablar con propiedad, los hijos no entran a formar parte de la sociedad civil por sí mismos, sino a través de la familia, dentro de la cual han nacido. Y por esta misma razón de que los hijos son naturalmente algo del padre…, antes de que tengan el uso de su libre albedrío, están bajo los cuidados de los padres. Luego cuando los socialistas sustituyen la providencia de los padres por la del Estado, van contra la justicia natural, y disuelven la trabazón misma de la sociedad doméstica.
Javier Fisac Seco
Historiador
Ultimos libros publicados: Dios es de derechas. Nazismo, franquismo y catolicismo: una alianza contra la libertad y El mito de la transición política: Franco, D.Juan/el Rey y el PSOE/PCE en la Guerra Fría.