Desde el Concilio de Cartago a finales del siglo IV, la jerarquía cristiana afirma como dogma de fe la existencia de un “pecado” cometido por Adán y Eva, consistente en una desobediencia a Dios, que se transmitiría al resto de la humanidad con la excepción de María, la madre de Jesús. Se trata del llamado “pecado original”.
Sin embargo, en el Antiguo Testamento no se menciona tal “pecado original”, aunque se hace referencia a la desobediencia de Adán y Eva a una prohibición de Dios y al correspondiente castigo, tal como puede leerse en el Génesis, donde Dios le habría dicho a Eva después de su desobediencia:
“Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás a tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará”1,
y, a continuación, a Adán:
“Por haber hecho caso a tu mujer y haber comido del árbol prohibido, maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga comerás sus frutos todos los días de tu vida […] Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás”2.
Es decir: Esa desobediencia habría determinado que Dios les expulsara del Paraíso, les condenase a ganar el pan con el sudor de su frente, a parir con dolor, y, en el caso de la mujer, a quedar sometida al hombre. Sin embargo y por lo que se refiere a la cuestión de la mortalidad del hombre, en el último texto citado no se considera que exista una relación de causalidad entre aquella desobediencia primitiva y dicha mortalidad, sino que simplemente se presenta como un hecho natural que el hombre es polvo y que al polvo volverá, o, lo que es lo mismo, que después de la muerte no hay otra vida sino que el hombre se convierte de nuevo en aquella materia inerte de la que fue formado, sin que este regreso represente un aspecto más del castigo divino, que sólo por accidente o por fatalidad repercute en la descendencia e Adán y Eva, pero no porque Yahvé hubiera condenado explícita e injustamente a su descendencia.
Este relato bíblico junto con el de la creación del mundo debió de tener como fundamento el deseo natural de entender diversos hechos, como el de la existencia del Universo, el de la existencia del sufrimiento en general y el del sufrimiento de la mujer durante los alumbramientos, y el de explicar por qué la mujer estaba sometida al varón. Y en todos los casos de situaciones negativas los sacerdotes judíos o quienes escribieron estos relatos se sirvieron de ellos para controlar y dominar a su pueblo, advirtiendo que sólo mediante la fidelidad a su Dios –es decir, a las órdenes de los sacerdotes-, mediante el cumplimiento de ciertos sacrificios y mediante la donación de bienes a los sacerdotes de Yahvé se podría aplacar su ira y conseguir su perdón. Tales doctrinas se defendían además porque afirmar la existencia de su Dios Yahvé a la vez que la de los diversos males de la vida como si vinieran de Yahvé de un modo gratuito no parecía nada lógico, pues el Dios de Israel, siendo bueno, hubiera debido evitarlos. Y efectivamente eso era lo que, según el escritor de esta fantasía, en un primer momento habría hecho Yahvé durante el tiempo en que Adán y Eva vivieron en el Edén, en el que incluso estaba el “árbol de la vida” que hubiera podido concederles la inmortalidad si el propio Yahvé no lo hubiera evitado mediante sus poderosos querubines cuando les expulsó del Edén.
Sin embargo, fiel al machismo bíblico, pero en contradicción con el texto anterior por lo que se refiere a la causa de la mortalidad del hombre, el autor de Eclesiástico relaciona la muerte con el pecado de Eva:
“Por la mujer comenzó el pecado, por culpa de ella morimos todos”3.
Pero, así como son muchas las ocasiones en que se hace referencia a Dios castigando a los judíos infieles hasta la tercera y la cuarta generación, ésta es la única en que se hace referencia al primer pecado considerando a la mujer, representada por Eva, culpable de él. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, con la excepción del texto mencionado, nunca se hace referencia a un pecado tan “original” que recaiga en la descendencia de Adán y Eva y que requiera de la encarnación divina para liberar de él a la Humanidad!!
1. La doctrina de los dirigentes católicos, que consideran que el supuesto pecado original se trasmite de padres a hijos desde Adán y Eva, de los cuales descendería toda la humanidad, fue defendida posteriormente por Pablo de Tarso, aunque en los evangelios ya se hace referencia a la salvación de los hombres por “los pecados” en general, y quedó expresada en la serie de ocasiones en que, de acuerdo con el escritor de Eclesiástico, escribió:
“por el delito de uno solo la condenación alcanzó a todos los hombres”4,
como si tuviera algún sentido que, a consecuencia de una supuesta falta cometida por Eva, el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con dicha falta – y suponiendo que lo fuera-, debiera ser condenado.
Un modo de pensar tan absurdo era coherente sin embargo con la mentalidad de los autores de la Biblia, en donde se cuenta, por ejemplo, que en la última de las famosas plagas de Egipto Yahvé, de manera despótica y absurda, castigó a los egipcios con la muerte de todos sus primogénitos –y a los de sus animales- a fin de conseguir que su faraón permitiese la marcha de los judíos. Igualmente son muchas las ocasiones en las que los sacerdotes, aparentando trasmitir órdenes de Yahvé, exhortan a los judíos a atacar a determinados pueblos y a exterminar a toda su población, incluyendo a ancianos, mujeres y niños; y son también numerosas las ocasiones en las que Yahvé, según lo presentan los sacerdotes, se muestra como un ser vengativo que castiga las ofensas recibidas “hasta la tercera y la cuarta generación”5, lo cual representa ya el mismo tipo de arbitrariedad que el condenar a todas las generaciones posteriores, tal como sucedería como consecuencia del supuesto “pecado original”, aunque en este último caso esa arbitrariedad tan injusta contra el conjunto de la humanidad, que nada tuvo que ver con aquel pecado, quedaba elevada a la máxima potencia. En cualquier caso, así se daba una explicación, a nivel de fábula bíblica, de los diversos males que en el contexto de la “cultura” judía quizá no hubieran podido entenderse como una simple decisión arbitraria de Yahvé, aunque también es verdad que la misma ocupación de la llamada “tierra prometida” por parte del pueblo de Israel era un ejemplo de arbitrariedad y de barbarie total del propio Yahvé, en cuanto los judíos llegaron a la tierra de Canaán y la ocuparon sin más, conquistándola y asesinando a sus habitantes, a partir del argumento según el cual los sacerdotales de Israel, que se presentaban como emisarios de ese Dios, dijeron que ésa era “la tierra prometida” que Yahvé les había prometido:
“Él […] derrotó a muchas naciones y mató a reyes poderosos: a Sijón, rey de los amorreos, a Og, rey de Basán, y a todos los reyes de Canaán; y dio sus tierras en herencia a su pueblo Israel […] Porque el Señor salva a su pueblo y se compadece de sus siervos”6
Conviene tener en cuenta que en Génesis, primer libro de la Biblia, en el que aparece el relato de aquella desobediencia, Dios castiga absurdamente a la serpiente, que por cierto nada tiene que ver con el demonio, y a su descendencia, y castiga a Eva y a Adán, pero nada en absoluto se dice de un castigo para su descendencia, al margen del simple hecho de que, una vez expulsados del Paraíso, ya no regresaron a aquel idílico lugar, pues una de las finalidades de la expulsión era la de evitar que comieran del “árbol de la vida”7, que les hubiera permitido vivir para siempre8. Pero además, en el Antiguo Testamento existen textos en los que de manera explícita se habla en contra de que los hijos carguen con las culpas de los padres. Así sucede, por ejemplo, en Ezequías, donde se dice:
Vosotros decís: “¿Por qué no carga el hijo con la culpa de su padre?” Pues porque el hijo, recta y honradamente, ha guardado todos mis mandamientos y los ha puesto en práctica: por eso vivirá. El que peca es el que morirá. El hijo no cargará con la culpa del padre, ni el padre con la del hijo”9
1.2. El dogma absurdo del pecado original implica además diversas contradic-ciones nuevas:
La primera consiste en el hecho de que en los diversos libros del Antiguo Testamento –con la excepción mencionada del libro Eclesiástico, escrito hacia el año 180 a. C.– no se dice nada que haga referencia a tal pecado, a diferencia de lo que luego se comenzó a defender en el Nuevo Testamento hasta que la secta cristina lo proclamó como dogma de fe a finales del siglo IV. Además, sólo en el Nuevo Testamento comienza a hablarse del Hijo de Dios muriendo para redimir al hombre de ese o de otros pecados.
La segunda consiste en el propio carácter absurdo y contradictorio de un pecado que se hereda, pues, en cuanto el concepto de pecado hace referencia a una acción voluntariamente cometida en contra de supuestas leyes divinas, no tiene sentido la tesis de que el hombre nazca ya en pecado, pues antes de nacer no puede haber realizado acción alguna, ni voluntaria ni involuntaria, en contra de tales supuestas leyes. De hecho, el mismo Aurelio Agustín –“san Agustín”- sólo pudo encontrar como expli-cación de la “herencia” de ese pecado una nueva doctrina tan absurda como la anterior, consistente en la teoría de que los hijos heredaban de los padres no sólo el cuerpo, sino también el alma -doctrina conocida con el nombre de “traducianismo”-, ya que estando relacionado el pecado con una potencia del alma como lo sería la voluntad, si el hombre sólo heredase el cuerpo, Aurelio Agustín no entendía qué lógica podía haber en la doctrina de tal supuesto pecado, pues el cuerpo era sólo el instrumento del que se servía el alma para realizar aquellos actos que podían estar o no de acuerdo con la voluntad divina, pero no podía ser la causa del pecado. Por otra parte, si el alma era creada directamente por Dios para cada uno de los hombres, era absurdo imaginar que Dios hubiese creado un alma en pecado. Sin embargo, los dirigentes cristianos de la época no aceptaron la tesis de Agustín, seguramente porque, al considerar el alma como una realidad espiritual, no podían aceptar que se transmitiese de padres a hijos como consecuencia de una relación meramente física y material. Así que, no encontrando ninguna explicación racional para esta doctrina, los dirigentes cristianos de los primeros siglos no tuvieron ningún reparo en considerar el pecado original -¡y tan “original”!- como un misterio, concepto con el que trataban de esconder y negar la serie de contradicciones en que incurrían continuamente.
En tercer lugar, en cuanto la jerarquía católica considera que la omnipotencia divina pudo evitar que María naciera en pecado, esta doctrina representa la demos-tración más evidente de que nacer en pecado no sólo era absurdo en sí mismo sino que era evitable. En consecuencia, a partir de tal situación se plantea una insuperable dificultad: ¿No es contradictorio con la supuesta omnipotencia y amor infinito de Dios negar que concediese al resto de la humanidad la gracia que concedió a María? ¿Por qué no la concedió al resto de la humanidad? ¿Acaso pensó que era bueno que el hombre naciera en pecado? Pero, si era bueno, ¿por qué privó a María de ese “privilegio”? Y, si no era bueno, ¿por qué sólo utilizó su poder para librar del pecado a María y no al resto de la humanidad? Pues, a partir del supuesto de que el amor y el poder de Dios fuera infinito, no tendría sentido que ese poder se debilitase una vez concedida esa gracia a María. Y tampoco tendría sentido considerar que su amor fuera “más infinito” para unos que para otros. Quizá alguien, con ganas de decir disparates, pudiera sugerir que el pecado original era bueno a fin de que Dios manifestase su amor muriendo en una cruz, pero en tal caso la consideración del pecado como bueno sería contradictoria con la supuesta necesidad de la llamada “redención”. Además, habría sido un nuevo absurdo que el perdón a la humanidad se obtuviese por la mediación del sufrimiento y de la muerte injusta de alguien, tanto si se trataba de un hombre como si se trataba del mismo Dios. Tal explicación sólo podría tener sentido en el contexto de una mentalidad sádica en la que las ofensas al rey o al faraón sólo se perdonaban con la muerte del ofensor o de algún familiar, como su hijo -en este caso, el propio Dios convertido en hombre-, que pagaría por el delito de otro hombre.
Y, en cuarto lugar, esta doctrina representaría además una aplicación de la ley del Talión, “ojo por ojo, diente por diente”, que, aunque defendida en el Antiguo Testamento10, fue luego, según los evangelios, criticada por Jesús, y habría sido radicalmente incompatible con la constante referencia al perdón y a la misericordia infinitas de Dios, cuya aplicación debería ser gratuita precisamente por tratarse de una gracia y no el resultado de una “transacción” como la que podría expresar la supuesta “redención”, doctrina basada en la aplicación de una doctrina del estilo de “tú me ofreces un sacrificio y, a cambio, yo te perdono”.
3. Por otra parte, el pecado original, considerado en sí mismo, plantea además otros dos problemas que muestran igualmente su carácter absurdo:
3.1. Si en el momento de la supuesta creación de Adán y Eva no hubo contrato alguno entre Yahvé y Adán y Eva, que estableciese para éstos la obligación de obedecer los mandatos que él quisiera imponerles, es absurda la doctrina según la cual tuvieran tal obligación de obedecer a Dios a partir del argumento de que, como éste les había creado, tenía derecho a exigirles obediencia en aquello que quisiera mandarles, argumento que, como acertadamente señaló Hume respecto a la imposibilidad de obtener una conclusión prescriptiva a partir de premisas meramente descriptivas, no podía conducir a tal conclusión.
3.2. Es igualmente absurdo que Dios impusiera a Adán y a Eva la prohibición de comer de aquel árbol –al igual que cualquier otra prohibición- en cuanto, a causa de su predeterminación y de su presciencia, no sólo sabría de antemano que comerían del fruto prohibido sino que además, de acuerdo con la doctrina católica acerca de la omnipotencia y de la predeterminación divinas, Dios mismo les habría programado para que obrasen del modo en que lo hicieron.
Así que de nuevo nos encontramos ante la idea antropomórfica de un Dios que, al igual que un niño que, jugando con sus muñecos, deja volar su fantasía e imagina diversas aventuras entre ellos, aunque sólo sea él quien actúe mientras que sus juguetes sólo “hacen” aquello que él quiere que “hagan”, del mismo modo el propio Dios sería quien, de acuerdo con la Biblia y con la teología católica, habría determinado las acciones del hombre y la misma ilusión de cada uno de ser el auténtico protagonista de “sus actos”. Y, por ello mismo, habría sido un nuevo absurdo castigar a Adán y a Eva por ejecutar aquella desobediencia para la cual el propio Dios les habría programado. Y evidentemente este mismo absurdo es el que existe en el castigo de cualquier otra desobediencia o pecado, en cuanto todos los actos realizados por el hombre, según se defiende en la Biblia y en la misma teología católica, hayan sido programados o predeterminados por Dios.
1 Génesis, 3: 16.
2 Génesis, 3: 17-19.
3 Eclesiástico 25:24.
4 Romanos 5:18.
5 Por ejemplo, en Éxodo 20:5 y 34:7.
6 Salmos 135:8-14.
7 “Puso a los querubines y la espada de fuego para guardar el camino del árbol de la vida” (Génesis 3:23-24).
8 Génesis 3:22. La consideración de que toda culpa tiene carácter individual condujo a los musulmanes a rechazar la existencia de tal “pecado original”.
9 Ezequiel 18:19-20.
10Éxodo, 21: 24.