El afgano Atiq Rahimi da la palabra a una mujer oprimida en «La piedra de la paciencia», una adaptación de su propia novela (Premio Goncourt) protagonizada por la actriz iraní Golshifteh Farahani
Una mujer musulmana en Afganistán cuida de su marido que ha quedado en coma al recibir una bala en el cuello. Su obligación es rezar, pero ella, angustiada por la guerra y la miseria, comienza a hablar al hombre, le dice lo que jamás se la permitió decir ni pensar, le cuenta sus sufrimientos, sus frustraciones, la soledad… y los deseos, el mal sexo que tuvo con él, el que le gustaría tener y… Convierte a ese marido en estado vegetativo en syngué sabour, una piedra mágica que, según la mitología persa, protege de la tristeza, el sufrimiento, el dolor y la miseria. Esta es la liberadora historia de La piedra de la paciencia, la nueva película del director afgano Atiq Rahimi, autor también del libro, con el que ganó el Premio Goncourt (en España está editado por Siruela).
Jean-Claude Carriére, guionista de las películas francesas de Buñuel, ha escrito esta adaptación al cine, protagonizada por Golshifteh Farahani, la primera actriz iraní que ha trabajado en una superproducción de Hollywood, donde llegó después de ciertas películas arriesgadas, algunas prohibidas en su país. Ella es aquí el rostro de la liberación y la voz de la provocación. Lo que dice con las palabras que pronuncia -la película está rodada en farsi- no es tan subversivo como el hecho de decirlo, es la libertad de expresarse, el gozo de sentirse libre. “La palabra -asiente el director- se convierte en un fenómeno existencial”.
¿Qué esperaba del trabajo con Jean-Claude Carriére?
Fue Jean-Claude Carrière quien me animó a hacer esta película. El es mi maestro. Ya había tenido la experiencia con la película anterior, Tierra y cenizas, y sabía lo duro que era una adaptación. Me hacía falta tomar distancia con relación al libro y a mis personajes. La mirada de Jean-Claude me dio esta distancia que buscaba.
Vio en el hospital a un hombre que había asesinado a una escritora y luego había intentado suicidarse. Por lo visto, entonces usted pensó qué haría si fuera una mujer…
En 2005, me enteré de la muerte de Nadia Anjuman, una poetisa afgana. Era muy joven, 25 años, y acababa justo de tener un niño, su marido la había pegado hasta matarla. Indignado, escribí una carta abierta que se publicó en Francia y luego fui a Afganistán para encontrarme con la familia de la víctima. Se negaron a verme. En la cárcel, el marido se había inyectado gasolina en las venas y estaba en coma en el hospital. Entonces pensé que si yo fuera una mujer me quedaría a la cabecera de la cama, junto a este hombre, para contarle todo lo que una mujer, su mujer, había sufrido, todo lo que una mujer puede soportar y sufrir.
La película es especialmente subversiva, no tanto por lo que la mujer cuenta, como por el hecho de contarlo. Esa mujer descubre el gozo de la libertad de palabra, de la libertad de expresión. ¿Es la gran reivindicación que quería hacer con esta historia?
En una sociedad como la de Afganistán, donde las mujeres y los hombres no pueden expresarse libremente, no pueden comunicar sus pensamientos, ni sus sentimientos, la palabra se convierte en un fenómeno existencial. ¡Y para que la mujer pueda expresarse, hace falta que el hombre esté paralizado, en coma! Aquí las palabras no están exactamente para dar información a los espectadores. Hasta la cámara se mueve con arreglo a lo que la mujer dice y raramente de acuerdo a sus acciones. Es el homenaje que rindo a la imagen y a la palabra de una mujer oprimida.
Ya se ha ocupado antes de la guerra, la violencia y la situación de la mujer en países como el suyo, Afganistán. Escribir sobre mujeres siendo un hombre ¿no le resulta complicado?
Un hombre es una mujer como todas las demás, ¿no? El trabajo de un novelista es justamente ese, captar los pensamientos, los sentimientos de los otros; conceder la palabra a los o a las que no la tienen.
¿Qué aportó la actriz Golshifteh Farahani a la historia?
Al comienzo del rodaje le dije: “El trabajo de un autor, de un guionista, de un realizador consiste en poner a su personaje en la mierda, y el del actor o la actriz es el de sacarlo de esa mierda”. Gracias a los sentimientos de Golshifteh Farahani, a su belleza, gracias a su coraje, gracias a su arte, sacó muy bien al personaje de la mierda.
¿Después de una novela y una película como éstas, puede volver a Afganistán?
Hice la película, asumo las consecuencias. Por el momento todo está bien. La película se ha visto tanto en Afganistán como en Irán.
En cuanto al elemento subversivo, ¿tiene intención agitadora con la película?
Jean-Claude Carrière cuenta que Buñuel le decía: “Un guionista tan pronto como se despierta debe matar a su padre, besar a su madre y traicionar a su patria, si no, es inútil”. Una buena lección. No hice esta película por provocación, sino por vocación. Creo que la vocación del arte nos empuja a volver a debatir nuestras costumbres, nuestras sociedades, nuestras tradiciones. Si como artista no logro despertar a los espíritus adormecidos, por lo menos me gustaría perturbar su sueño pesado.
La película sirve como herramienta liberadora y también de denuncia. Por supuesto, el público en algunos momentos siente miedo por el personaje, ¿eran éstas sus intenciones?
En efecto, la película funciona como un thriller. Y por supuesto, al enterarse de lo que es la piedra de paciencia, el espectador empieza a temer el estallido de este hombre al que se presenta como esta piedra mágica.
Además de la situación de la mujer, La piedra de la paciencia denuncia la hipocresía religiosa y la de los hombres. ¿La hipocresía es uno de los males de este siglo XXI?
La hipocresía ha estado y estará, desgraciadamente, muy presente en las sociedades tradicionalistas en las que los hombres y las mujeres viven una contradicción permanente. El abismo que se crea entre lo que uno es y lo que aparenta ser empuja a la gente hacia la hipocresía. Es el caso de nuestro siglo XXI, pero también de los siglos precedentes. Es la censura la que provoca la contradicción y la contradicción, la hipocresía.
Al hablar de La piedra de la paciencia se ha referido usted a Alemania, año cero, sin duda una de las más grandes películas sobre la guerra. ¿Ha habido más referencias en su trabajo?
Sí. Hablo de Alemania, año cero, no sólo porque la historia pase justo después de la guerra, sino también por el aspecto cinematográfico. Cómo rodar las ruinas, el desamparo de una familia, el hombre encerrado en una pequeña habitación, etc. Además de esta obra maestra, está también el capítulo The Hand, de Eros, de Wong Kar-Wai. Esa relación entre una prostituta y un joven sastre es conmovedora. Me inspiré en ello para la relación entre la mujer y el soldado. Incluso hay un plano a cámara lenta, acompañado por una música que rinde homenaje a este gran cineasta. Y luego, hay por supuesto influencia de Gritos y susurros, de Ingmar Bergman.
¿Conoce usted la novela Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes?
Conocí ese libro en España cuando mi libro se publicó en español. Estuve buscando una traducción del libro en francés, pero fue imposible, se había agotado hacía tiempo. Se reeditó en 2010.
Atiq Rahimi, director de ‘La piedra de la paciencia’.