Asociaciones de mujeres son sus principales detractoras
Una candidata cubierta con el pañuelo islámico ya es algo excepcional en Europa. Si además pertenece a un partido trotskista, que hace bandera de la laicidad y el feminismo, se convierte en un fenómeno inédito.
Es el caso de Ilhem Moussaid, estudiante de 22 años, que concurre a las elecciones regionales francesas del próximo mes ocupando el cuarto puesto de la lista del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) en Aviñón.
«La formación está integrada mayormente por no creyentes pero también hay creyentes. La diferencia conmigo es que es visible», argumenta Moussaid, que no ve contradicción alguna entre el pañuelo blanco que oculta completamente sus cabellos y la ideología «de la verdadera izquierda, que defiende el feminismo y el internacionalismo». «El sentido de mi candidatura es dar voz a las mujeres y los hombres salidos de barrios populares», sostiene.
El velo de Moussaid no es integral. Luce en el cuello un pañuelo tipo kufiyya palestina y viste a la occidental, de forma recatada pero no sombría. Sin embargo, en pleno debate sobre la prohibición del burka –símbolo del integrismo islámico–, su irrupción en la escena política ha levantado mucha polvareda.
Para empezar, en su propio partido, dividido entre partidarios y detractores de presentar una candidata que exhibe un signo religioso considerado también una muestra de sumisión de la mujer respecto al hombre. Los militantes del departamento de Vaucluse que apoyaron la inclusión de Moussaid en la lista han hecho público un comunicado justificando su decisión. «La fe es una cuestión privada que no debe ser obstáculo para la participación en nuestro combate cuando los fundamentos laicos, feministas y anticapitalistas son sinceramente compartidos», reza el texto. Buena parte de sus camaradas opina lo contrario. «Llevar signos (religiosos) en nombre del partido es crear una ambigüedad que nos parece inoportuna», indican en su contracomunicado. Un vivo debate al que se ha sumado la asociación Ni putas ni sumisas, que defiende los derechos de las mujeres en los barrios desfavorecidos y apuesta claramente por una ley antiburka.
La presidenta de esta organización, Sihem Habchi, musulmana que aboga por un islam moderno y tolerante, quiere llevar la candidatura de Moussaid a los tribunales por considerar que su actitud es «antifeminista, antilaica y antirrepublicana». A su juicio, resulta «inconcebible exhibir una vestimenta que refleja la segregación de sexos, porque la sumisión de la mujer está prohibida en la República». Deplora también que la iniciativa se produzca «cuando en los barrios las chicas y los chicos luchan contra el oscurantismo rampante», que hace del velo «el estandarte de su proyecto de sociedad».
Estas críticas han afectado profundamente a la candidata de Avignon. «La reacción de las feministas es lo más duro, yo no estoy oprimida, y pienso que eso se ve. Me entristece que ocho años de mi vida se reduzcan a mi foulard, me apena oír que mi creencia personal es un peligro para los demás cuando defiendo la amistad, el respeto, la tolerancia, la solidaridad y la igualdad para todos los seres humanos», ha declarado a Le Monde la joven, que responsabiliza a Nicolas Sarkozy de la creación de una «atmósfera islamofóbica».
Moussaid, que tampoco juzga incompatible su práctica religiosa con su posición favorable al aborto y la contracepción, se ha encontrado en el ojo de un huracán destinado a desacreditar al jefe de filas del NPA, el popular cartero Olivier Besancenot. Acusado de provocación y de manipulación con el único objeto de dar un golpe mediático, tanto la derecha como la izquierda se regodean aconsejándole «releer a Marx y su cita, la religión es el opio del pueblo».
«No vamos a excusarnos por recuperar el terreno en los barrios populares», se justifica el joven líder, que hace un año refundó la Liga Comunista con la creación del Partido Anticapitalista.
Para los herederos de Trotski, conciliar la laicidad, el feminismo y la apertura a los barrios desfavorecidos está resultando un camino lleno de espinas.