La ofensa del sentimiento religioso está penada en la ley. Antes llevaba a la hoguera El cantante Javier Krahe está perseguido por ella
Dios está en cosas más grandes, pero los hombres, que son muy arrogantes, se empeñan en defenderlo… hasta desde el Código Penal.
Y en función de la existencia de esa legislación una asociación católica que tiene el nombre de Tomás Moro llevó a los tribunales al cantante Javier Krahe y a Montserrat Fernández, la directora del programa de Canal + donde emitieron una vieja película sobre la vida del artista en la que se escenificaba una receta de cocina que enseñaba a cocer un Cristo.
El juicio, visto para sentencia el lunes, levantó muchos comentarios, a favor y en contra de la legislación y del hecho mismo de llevar al juzgado un hecho tan viejo (la película se estrenó en 1977, el programa se emitió en 2004).
La blasfemia viene de lejos. Luis Alberto de Cuenca, filólogo, bucea en la memoria de ese concepto. “Es una palabra griega y no tenía el sentido que le damos ahora. Los griegos no podían concebirla como una palabra injuriosa contra Dios, la Virgen o los santos porque ellos tenían muchos dioses y diosas y no sentían la necesidad de arremeter contra ellos en momentos de cabreo, que es lo que suele hacerse entre los seguidores del Dios bíblico dentro del pensamiento religioso judeocristiano”.
“Lo que los griegos entendían por ‘blasfemar’ era ‘pronunciar palabras de mal augurio o que no deben ser pronunciadas durante un sacrificio”. Pero la sensibilidad actual sigue siendo levantisca. Tanto, que el Código Penal español ha renovado su fe en que, penando, los blasfemos se van a reprimir. Dice José Antonio Martín Pallín, magistrado emérito: “La blasfemia te llevaba a la muerte, y no hace tantos siglos. Ahora de vez en cuando reverdece y se manifiesta en brotes como aquel que casi le cuesta la vida a Rushdie, o al dibujante de Mahoma. Pasa entre nosotros. Recuerdo que a Boadella lo persiguieron por blasfemo”. ¿Y qué le parece que la blasfemia esté en el Código Penal? “Es una enorme arrogancia que un ser humano crea que debe proteger a Dios omnipotente”. El Derecho Penal está “para proteger objetos tangibles. ¿Quién dice qué sentimientos deben protegerse? Y estos señores de la asociación Tomás Moro, ¿quién los legitima para interpretar los sentimientos religiosos y titularse sus tuteladores”.
Desde el punto de vista de la teología, apunta Martín Pallín, puede haber acuerdo con respecto a la blasfemia, “pues no es lo mismo lo que piense un teólogo tridentino que lo que sienta un teólogo de la liberación”. Es, en definitiva, “una figura delictiva que debe ser erradicada”, sostiene.
Un teólogo, José María Martín Patino, que fue el segundo del cardenal Tarancón, no piensa demasiado diferente. “Alguien exclama ‘¡hostia!’, y no es para ir contra Dios. Y por supuesto que no creo que la blasfemia deba dirimirse con el Código Penal. A mí me parece un mal modo de usar la libertad. Creo que un hombre educado no debe molestar la libertad de otro dañando sus símbolos”.
Cuando la gente blasfema, cree Patino, está haciendo un uso extremo del anticlericalismo, “que es uno de los tópicos más socorridos de la conversación”. Y él cree, como el magistrado, “que los católicos no nos debemos agarrar al Código Penal para defender a Dios. ¡No estamos en tiempos de los Santos Oficios, que hicieron más mal que bien!”.
Fui con las mismas preguntas a algunos creadores. Eduardo Mendicutti, escritor: “No me gusta el insulto, no me gusta la blasfemia. Y creo que perseguir penalmente esta última es un despropósito. Ahora bien…” Después del “ahora bien” el escritor de Sanlúcar es terminante: “Ponte que yo soy gay y alguien me insulta, pues lo demando si me está ofendiendo. Y si soy religioso haría lo mismo. Pero hay católicos que son muy cínicos: se pasan la vida insultando a otros y no se les puede decir ni lo más mínimo… La blasfemia no me gusta porque ofende, pero llevarla al Código Penal… Es que hay que demostrar que verdaderamente daña. En cuanto a la creación artística y la religión: es verdad que la religión interfiere en nuestras vidas, y un creador tiene derecho a mostrarlo en sus interpretaciones artísticas”.
La blasfemia está en la Biblia, no hay que buscar más allá. Se enfadó Moisés con Dios, con Dios se molestaron muchos. Esa es la reflexión de César Antonio Molina. “No me gusta la blasfemia, no me gusta el insulto”, dice el exministro de Cultura, “prefiero el diálogo, el razonamiento. Pero, llegado a este extremo al que se ha llevado ahora el caso que nos ocupa, lo que el poder jurídico ha de discernir es entre la libertad de expresión y la libertad de prohibirla”.
Luis García Montero, poeta, evoca una anécdota de Ricardo Gullón, crítico literario y fiscal. “Alguien fue denunciando por mentarle la madre ‘al Gran Señor’. Creyeron los que denunciaban que se había referido, el detenido, al generalísimo Franco. Pero cuando se enteraron de que era Dios el blasfemado ya la justicia de entonces no le concedió más importancia”. Dice Montero: “La blasfemia es el carnaval llevado al lenguaje. Se trata de invertir lo sagrado, como en los ritos medievales que convertían al demonio en el Señor o a los tontos en obispos. Por eso la blasfemia es propia de países de fondo religioso. El catolicismo español alimenta la blasfemia. Cuando desaparezcan los oídos puritanos, dejará de tener gracia ofender a la divinidad. Como me enseñó Carlos Barral en un poema memorable, Dios no entra en mis preocupaciones, no lo asocio a mis preocupaciones. En público, sin embargo, de vez en cuando tengo ganas de blasfemar cuando leo o escucho las opiniones de algún obispo”.
Adela Cortina, cuya especialidad es la ética, parte de las creencias de cada cual para situar en el tablero la palabra blasfemia. “Blasfemar, en el sentido grueso de la palabra y cuando se hace con intención, se supone que es un intento de herir a alguien. O bien a Dios, pero entonces el blasfemo tiene que ser creyente, porque, si no cree que exista el interlocutor, la intención de dañar carece de sentido, cae en el vacío. O bien se trata de fastidiar a quienes sí son creyentes, de herir su sensibilidad, porque el blasfemo cree que la fe es muy importante para esas personas, tanto al menos como pueden serlo el cariño a los padres o al propio país. En ese caso, es una pésima manera de potenciar la convivencia en sociedades pluralistas, que deberían estar pensando en cómo resolver conjuntamente los problemas de justicia social en vez de fastidiarse unos a otros”.
Es una cuestión de convivencia, y por tanto es una cuestión de lenguaje, de respeto al lenguaje, pero también al lenguaje del otro. Pero hacen mal los que ponen la blasfemia como el peor de los insultos. Esto dice Clara Sánchez, la novelista: “Es la forma de ofensa más inocente que conozco porque no se dirige a ningún semejante, a ningún ser vivo, sino a una idea, un concepto, un sentimiento que llamamos Dios. Y libera mucho rebelarnos contra el que nos ha metido en este tinglado tan absurdo de deseos y frustraciones”. Es un desahogo, dice Sánchez, como también opina su colega Julio Llamazares. Ella dice: “Casi siempre es una frase hecha, un grito al Más Allá para que no nos toque más las narices, y tiene la misma intención de insultar a Dios como de insultar al cosmos, al infinito, a la eternidad. Es una manera de revolverse contra la materia oscura, el big-bang, contra un universo indiferente a nuestros sufrimientos y alegrías, a nuestras enfermedades y calamidades”.
Y cuenta Llamazares: “En España la blasfemia está sobrevalorada, tanto por los que la practican como por los que se ofenden. Es una forma de desahogo, siempre y cuando no haya en ella intención de ofender. Es cierto que se ofenden con mucha facilidad representantes de la Iglesia que, por otra parte, son muy celosos de sus privilegios. Hay gente de verbo muy fino que ofende gravemente y otros con verbos muy gruesos que no ofenden nada”.
Recurrimos a Ian Gibson (de la muy católica Irlanda, que vive en España desde la Transición) para que vea desde allá y desde acá la controversia. “Vi La vida de Brian, de Monty Python. Me pareció una de las grandes películas de la historia del cine. Irreverente, sarcástica. Una luchadora, como los Tomás Moro que han ido aquí contra Krahe, quiso que la prohibieran. Todas las sátiras contra el monoteísmo son saludables. Porque el monoteísmo lleva siglos metiéndonos el miedo en el cuerpo, diciéndonos que Dios es amor y al mismo tiempo terrible castigo. El fanatismo es peligroso, y el fanatismo religioso es peligrosísimo. Nos lleva a la guerra y a la muerte. No está mal que contra el fanatismo haya risa y sarcasmos para desarmar a los policías espirituales”.
Un escritor, Miguel Tomás y Valiente, fue el que saltó, con una carta pública, contra el juicio a Krahe y a Fernández. “Lo que quería era que no estuvieran solos, que no se mantuviera la indiferencia ante su caso. Por eso escribí la carta, a favor de ellos y contra esta Iglesia que disfruta de tanto privilegio y a la que no se le puede decir nada. Hace mucho tiempo que muchos estamos cansados de estar en el bando perdedor”. Y gritó, Miguel gritó. No era una blasfemia, claro, sino lo que esta tiene de grito.
La obra de Eugenio Merino con un musulmán, un cristiano y un judío en oración provocó una protesta israelí en 2010. / LUIS SEVILLANO
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