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Kiko, un santo en camino

ESCRIVÁ DE BALAGUER será elevado a los altares el próximo 6 de octubre, mientras que Kiko Argüello, con un millón de seguidores, está destinado a ser el primer santo laico del siglo XXI. La diferencia entre ambos es que éste tiene como misión cristianizar a la gente humilde

   Los dos son españoles y fundadores de las nuevas «legiones» papales: José María Escrivá y Kiko Argüello. El primero subirá a la gloria de Bernini el próximo 6 de octubre. El segundo está destinado a ser uno de los primeros santos laicos del siglo XXI. Los dos se identifican con el Camino: libro de cabecera del primero y nombre del movimiento fundado por el segundo. Los dos fundaron movimientos neoconservadores, fieles al Papa y a la tradición.El Opus puede presumir de fundador santo y de sus 84.000 miembros, muchos de los cuales forman parte de la elite política, social y cultural mundial. Consecuencia del reparto del mercado religioso, el Camino se concentra en las clases populares y presume de un líder carismático que arrastra a más de un millón de seguidores.Mientras la Obra prepara la hora de gloria de san Jose María, las comunidades neocatecumenales consideran a Kiko un santo en vida. Porque su destino es el altar.
Según la doctrina de los neocatecumenales, la familia tiene tres altares: la eucaristía, la mesa y el tálamo nupcial. «El tálamo es la habitación donde se hace el amor y se da la vida. En él no puede dormir ninguna otra persona y, antes de hacer el amor, las parejas neocatecumenales rezan al Señor. Porque el Camino les enseña la auténtica sexualidad», asegura Kiko. Las parejas del Camino están obligadas a tener los hijos que Dios les dé y ni siquiera pueden utilizar los métodos anticonceptivos naturales.Suelen esposarse entre ellos. «Casaos con las hijas de Israel», les repite Kiko. Y los que se casan con hombres o mujeres de fuera están obligados a convertirlos. Si no, tienen que abandonar el «paraíso neocatecumenal». Porque la familia es importante, pero Dios lo es más. Por eso, las normas permiten a un neocatecumenal separarse (divorcio de hecho), si el otro cónyuge no le apoya, para salvar su alma. Y por eso sus hijos viven en una especie de burbuja: no pueden ir a discotecas ni salir con gente que no sea del Camino, ni ver la tele, ni leer revistas juveniles, ni vestirse a la moda, ni enseñar el ombligo, ni… Y por eso, sus mil familias misioneras itinerantes lo dejan todo y se van con su numerosa prole a evangelizar a los sitios más insólitos, como Kazajistán, Japón, Siberia, China, Liberia o Alaska.
Su poder económico es incalculable. Siempre oculto y en la sombra, el poderío del millón de kikos extendidos por el mundo lo gestiona la Fundación Familia de Nazaret para la Evangelización Itinerante, constituida en Madrid, el 3 de noviembre de 1992, por el cardenal Suquía. Una fundación que tiene personalidad jurídica propia tanto en el ámbito eclesiástico como civil. Según sus estatutos -que desconocen la mayoría de los kikos-, su fin es organizar el movimiento y sostenerlo económicamente, por medio de la «gestión de oblaciones, contribuciones, donaciones, herencias y legados que le sean conferidos por los fieles de las comunidades neocatecumenales y por otros entes y personas privadas». Eso significa en dinero contante y sonante casi 120 millones de euros anuales.
Con ese dinero pagan a más de mil familias en misión; cada año invitan a unos 150 obispos a encuentros para explicarles el Camino; sostienen sus 46 seminarios (en los que gastan casi 18 millones al año); tienen un centro religioso en Israel, la Domus Galilae, para organizar cursos bíblicos, y centros especiales en Porto San Giorgio (Italia), Lima (Perú) y San Pedro del Pinatar y El Escorial (España). ¿De dónde procede ese dinero? Sobre todo de los diezmos. Cada familia entrega el 10% de sus ingresos a la comunidad. Sus dirigentes utilizan esos fondos sin rendir cuentas a nadie.
Reinando sobre este conglomerado sociorreligioso, la trinidad de los kikos: Kiko Argüello, Carmen Hernández y el sacerdote Mario Pizzi. Sus fieles adoran a Carmen, pero se sienten seducidos por el carisma de Kiko. Tiene tanto tirón que a sus seguidores se les conoce por su nombre. Algo que a él le indigna. «Aquí seguimos a Cristo; es un término peyorativo que utilizan nuestros enemigos», asegura. «Mi vida ha sido una historia de amor con Cristo. Él me ha buscado y yo le he respondido siempre mal».No cabe duda de que será el santo laico del siglo XXI. Un nuevo cruzado, al estilo de Saulo, dispuesto a devolver sus raíces cristianas a Europa, que «va camino de la apostasía».
«Un día entré en mi cuarto y comencé a gritarle a Dios: «¡Si existes, ayúdame! ¡No sé quién eres!» Y en aquel momento el Señor tuvo piedad de mí y tuve una experiencia de encuentro con Él.Recuerdo que lloraba amargamente. Me sentía como un agraciado, como el que está ante el pelotón de ejecución y le dicen: «Eres libre». Lógicamente, el salvado llora y casi no se cree que le hayan liberado. Pasé de la muerte a ver que Cristo estaba dentro de mí». Así fue la caída del caballo de Francisco José Gómez de Argüello. Era el 13 de mayo de 1962 y Kiko tenía sólo 23 años, pero toda una vida de pecador. Como Saulo, Ignacio de Loyola o como Charles de Foucauld.
Kiko nace el 9 de enero de 1939 en León, en el seno de una familia burguesa que, contando él dos años, se traslada a Madrid. Narra así su infancia: «Soy hijo de una familia acomodada; el primogénito de cuatro hermanos. Mis padres eran católicos de misa diaria.Al ir a la universidad, entré en crisis con mi familia y conmigo mismo».
Y rompe el cordón umbilical con la tradición cristiana de su casa (fugándose a los 19 años) y alejándose de la Iglesia. «Me asqueaba ver a los que me rodeaban decir que eran cristianos y vivir como si no lo fuesen. El dios de mi casa era el dinero. No aceptaba ser un burgués». Y decide buscar sentido por otros caminos. En concreto, por el camino de la filosofía de Sartre.Enganchado al existencialismo, Kiko se dedica a pintar y gana el Premio Nacional de Pintura, uno de los máximos galardones con los que se reconocía a los pintores noveles. Pero sigue sin encontrar sentido a su vida. «Había muerto interiormente y sabía que el fin seguramente sería el suicidio».
BAJADA A LOS INFIERNOS
En medio de este abismo existencialista, que él llama su kénosis o bajada a los infiernos, se decide por Bergson, el filósofo de la intuición, que le encamina de nuevo. Se dedica al arte religioso y a militar en los Cursillos de Cristiandad, un movimiento conservador de recristianización. Después, se lo juega todo a una carta. Renuncia a su casa, a su familia, a su carrera y se va a vivir a las chabolas de Palomeras Altas, en Madrid. Siguiendo el ejemplo de Charles de Foucauld, un místico francés muy conocido en los 60, sólo se lleva una imagen de San Francisco, una Biblia y una guitarra. «Entre las chabolas, encontré una barraca que servía para los perros vagabundos y me metí allí».
También le perseguían y le pegaron varias veces (él dice que estuvieron a punto de matarle) los otrora famosos Guerrilleros de Cristo Rey, fanáticos de derechas, que no soportaban que un católico optase, en nombre de Dios, por la escoria de la sociedad. Pero a él lo que más le preocupaba era no saber hablar de Dios ni responder a las preguntas de sus vecinos gitanos. Hasta que un día halló la solución: «Hubo un hombre que resucitó: ¡Jesucristo!».Ese sería el núcleo central de su mensaje: predicar al Resucitado.
BENDICIÓN DE ROMA
Así surgió el germen del Camino. Una intuición que recibió la consolidación definitiva de manos de Carmen Hernández, su ideóloga y teóloga. Hernández era una joven doctora en Químicas y licenciada en Teología, que formaba parte de las Misioneras de Cristo Jesús.Pero por su carácter rebelde y su «incapacidad para obedecer» no fue admitida a los votos solemnes en su congregación. Bien formada, se había empapado de la reforma litúrgica del Vaticano II de manos del liturgista catalán Pere Farnés y, junto a una de las hermanas de Manuel Fraga, trataba de crear algo nuevo en el seno de la Iglesia Católica. En uno de sus viajes a Madrid le hablaron de Kiko, se fue a verle a su chabola y se quedó impactada por su intuición; se unió a él y pusieron en marcha el Camino neocatecumenal.
Primero en las chabolas. Después, en Madrid. Con la bendición del entonces arzobispo de la capital, Casimiro Morcillo, que se convierte en el ángel custodio de Kiko. Y llega a ir con su seiscientos a impedir que la policía le tire la chabola. Con su aval, Kiko predica en parroquias de Madrid y Zamora. Y se va a Roma. La cosa funciona. Tanto en las parroquias de ricos, como en las de pobres. En España y en Italia. Y en pocos años, el Camino se extiende.
Las autoridades de la Curia se alarman ante el predicador itinerante, laico para más inri, que convierte a miles de fieles y funda comunidades con el mismo ardor apostólico que el mismísimo Pablo de Tarso. En 1984, el guardián de la ortodoxia, cardenal Ratzinger, llama a su palacio a dos barbudos. Uno es un franciscano, líder de la Teología de la Liberación y abanderado de los pobres: Leonardo Boff. El otro, un laico, creador de un nuevo método de recristianización: Kiko Argüello.
Pero mientras Boff y su teología salen excomulgados del despacho, Kiko y su Camino encuentran en él la bendición de Roma. Juan Pablo II y su mano derecha teológica se dan cuenta de que tienen ante sí al fundador de la Teología de la Liberación domesticada, de su versión amable y eclesialmente correcta. El Papa acaba de lanzar su nueva evangelización y, para difundirla, necesita huestes bien preparadas y numerosas. No puede contar con jesuitas ni dominicos ni demás congregaciones que luchan más por sacar a la gente de la pobreza que por hablarles de Cristo. Sus nuevas legiones serán los movimientos neoconservadores.
El cardenal Ratzinger hace el diseño y marca el programa de sus nuevos guerrilleros. Mientras al Opus Dei y a los Legionarios de Cristo les ecomienda las clases altas y las elites, a los carismáticos y, sobre todo, a los neocatecumenales de Kiko les reserva la gente sencilla, el sector donde se juega el futuro de la institución. Además, los kikos tendrán otra misión: servir de muro de contención al avance de las sectas protestantes en Latinoamérica.
La bendición de Ratzinger y del Papa da alas a los seguidores de Kiko, que en dos lustros duplicaron sus efectivos y a finales del siglo XX rozaban el millón de miembros. Y eso que no es fácil ser kiko. Todo el que entra sigue un proceso de formación de 10 años como mínimo y 30 como máximo que consta de cinco etapas: el kerigma, el precatecumenado, el catecumenado postbautismal, la elección y renovación de las promesas bautismales y la familia de Nazaret, imagen del camino neocatecumenal.
A pesar de ser largo y comprometido, no son muchos los que desertan.«Se crea una dependencia psicológica con la comunidad, no en vano, los catequistas conocen tus más íntimos pensamientos revelados en las confesiones públicas, y Kiko repite sin cesar: «Si te vas, la sangre de Cristo caerá sobre ti». Hay un control total de las emociones de las personas y utilizan la culpabilidad y el miedo», dice un ex miembro que, a duras penas, ha conseguido rehacer su vida.
MONSEÑOR BLÁZQUEZ
Pero Kiko también tiene «muchos enemigos, incluso dentro de la propia Iglesia», recuerda. Y enemigos de peso, a los que en el Camino se les llama faraones. Como el difunto primado de Inglaterra, cardenal Hume o los cardenales italianos Saldarini, Pappalardo y Piovanelli. O el mismísimo cardenal Martini, arzobispo emérito de Milán, en cuya diócesis nunca han podido entrar. Los detractores más viscerales del Camino tachan a sus miembros de integristas.Otros critican su afán proselitista. Pero las críticas más serias son las referidas a su ser y su misión. Según el arzobispo emérito de Cuenca (Ecuador), Luis Alberto Luna, en el Camino hay «una constante separación entre conciencia y realidad social», una «lectura fundamentalista de la Biblia», una «visión moralista rigorista de la vida que lleva desde el individualismo satisfecho por el mecánico cumplimiento de los mandamientos a un acomodo a injusticias institucionales, políticas y profesionales».
A pesar de todo, su presencia se ha extendido por todo el mundo y por todas las diócesis españolas. Incluso tienen ya un obispo kiko, el titular de la diócesis de Bilbao, Ricardo Blázquez, uno de los teólogos del Camino. Levante, Murcia, Andalucía y Madrid son sus zonas de mayor implantación. Aunque muchos obispos e infinidad de curas no se fían. «Son una Iglesia paralela. En las parroquias donde entran, desaparece todo lo demás. Van con orejeras», dice un cura de Vallecas.
Para superar el recelo de los sacerdotes, Kiko comenzó a fundar sus propios seminarios, de donde salen los curas del Camino.Sacerdotes que ingresan a los 13 años y siguen el Camino durante 20 (el doble de la formación de un jesuita), no conocen ninguna otra forma de ser creyente y, allá donde vayan, sólo propagarán el modelo de los kikos. Con una cosecha abundante en tiempos de sequía vocacional, 1.500 seminaristas y 731 sacerdotes, al Camino le espera un radiante futuro y a su fundador, una corona.

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