Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Juan Manuel de Prada, por la ignorancia hacia el misticismo

En su última columna en XLSemanal, el escritor Juan Manuel de Prada escribe las palabras “Dios” y “Creación” con mayúsculas y “ciencia” y “universo” con minúsculas. El detalle no tiene la menor importancia, por supuesto, pero dado que utiliza su tribuna para atacar a la Ciencia y manipular la realidad en favor de sus creencias, me ha parecido oportuno dar respuesta una vez más a tanta efervescencia cavernaria.

TEXTO DE LA COLUMNA DE Juan Manuel de Prada al final del artículo

 

No contento con haberse erigido en el pasado en el gran defensor del Creacionismo, el señor De Prada se descuelga este domingo (atentos a su quiosco) con un alegato anticientífico en el que hace gala de su ignorancia y distorsiona gravemente lo que significa la Ciencia y cuáles son sus verdaderos objetivos. Bajo el título de “Ciencia y fe”, De Prada arremete contra ese constructo imaginario que él ha dado en llamar “mesianismo científico” o “idolatría de la ciencia” y que, como trataré de demostrar, no es más que una sucesión de falacias que no aguantan el más mínimo análisis intelectual. Pero antes de desmontar sus argumentos, procedamos a leer lo que dice el escritor con sus propias palabras:

La idolatría de la ciencia… pretende que el conocimiento científico y la fe religiosa son irreconciliables; y que la misión de la Ciencia no es otra sino instaurar un Paraíso en la tierra que expulse la fe al lazareto de las supersticiones. Inevitablemente, cuando la ciencia se endiosa y se hace idolatría, acaba exigiendo que no exista ninguna instancia moral que pueda poner cortapisas a su desarrollo: todo lo que es científicamente posible – afirma esta nueva forma de mesianismo científico- debe hacerse sin vacilación.

En primer lugar, estaría bien preguntarle al señor De Prada si cuando dice que la Ciencia “se endiosa” se refiere a que adquiere las malas costumbres de los dioses imaginados por los hombres, es decir, que trata de destruir todo aquello que no encaje con el dogma de fe. De ser así, el señor De Prada debe saber que el objetivo de la Ciencia no es dar un patrón de ideas inamovibles ni arrinconar ninguna idea en función de su procedencia sino ponerla en contraste con la realidad de los hechos y su posible falsabilidad mediante experimentos. Si su idea es producto de su imaginación y no hay manera de demostrarla, la carga de la prueba corre de su cuenta y no debe enfadarse por el nombre que le ponga la ciencia sino esforzarse en demostrar con pruebas que tiene razón y que existe su particular tetera de Russel o que hay un dragón en su garaje.

Por otro lado, la afirmación de que no existe “ninguna instancia moral que pueda poner cortapisas a su desarrollo” está escrita desde la profunda ignorancia de lo que es la Ciencia. Por un lado, existen los comités de ética y las autoridades administrativas, y por otro los científicos no son seres humanos desprovistos de un código de valores y llegados desde la nada para sembrar el mal. Es ésta una vieja falacia de la religión, insistir en que solo se puede tener moral, o principios, desde la creencia en seres mitológicos y pautas estipuladas desde algún altar, y que una persona agnóstica o atea tiene por fuerza que ser una criatura rastrera y sin moral.

Por último, la afirmación de que “todo lo que es científicamente posible debe hacerse sin vacilación” merecería despeñar al señor De Prada por el mismo precipicio por el que se arrojan desde hace siglos las ideas científicas que, aún siendo posibles, se han descartado por impracticables, inútiles o disparatadas. Hay mucha gente allí, pero seguro que les hace compañía.

Una vez realizada la primera embestida, llega el momento de poner en práctica este ejercicio tan divertido que hace todo intolerante, que es indicar que él no tiene ningún problema con lo tuyo, en serio, y que le estás malinterpretando:

Para un creyente, la ciencia no supone ningún obstáculo a su fe, puesto que ningún avance científico podrá jamás negar la existencia de Dios; por el contrario, el creyente verá siempre en la ciencia una posibilidad de avanzar en el conocimiento del universo, de las realidades empíricas, en definitiva, de la Creación.

Teniendo en cuenta la historia de la humanidad, esta parte tiene bastante poca gracia. Si la religión no encuentra obstáculo en la Ciencia, ¿por qué han tratado de impedir cualquier avance científico o del conocimiento humano desde la noche de los tiempos? Tal vez sea un malentendido y se hayan repuesto, pero la hostilidad de esta columna contra el avance científico no nos da muchas esperanzas.

Por cierto, lleva usted razón. La Ciencia no podrá demostrar la inexistencia de dios ni del Unicornio rosa. Prosigamos:

Pero llegó un momento en que la idolatría de la ciencia quiso erigirse en la única sabiduría o certeza posible, todo lo que no pudiera cobijarse en el ámbito científico quedaba automáticamente descalificado, como mera superstición y opinión prescindible.

Muy al contrario de lo que afirma el señor De Prada, la Ciencia no otorga certezas absolutas ni verdades inamovibles, sino que está sometida a revisión constante por la realidad de los hechos contrastados. Si alguien demuestra que una hipótesis es falsa, la Ciencia no actúa como la religión, persiguiendo al hereje, sino que termina reconociendo que tiene razón. Es razonable que la pérdida de la posición hegemónica de la religión le escueza al señor De Prada , pero en materia de persecución y de verdades absolutas, más le valdría no tirar mucho de archivo, a ver si le va a doler.

La idolatría de la ciencia pretende que el conocimiento empírico que nos brinda la ciencia… invada ámbitos que le son ajenos. La ciencia, por mucho que avance, no podrá explicarnos jamás la genialidad de una obra artística, ni dictaminar sobre nuestros sentimientos… simplemente porque son realidades que no pertenecen al mundo material. Y sin embargo son realidades plenamente existentes que exigen otras formas de conocimiento. Pero la idolatría de la ciencia… pretende convencernos de que la genialidad de una obra artística depende de las reacciones químicas que su contemplación produce nuestro organismo; pretende explicar genéticamente la índole de nuestros sentimientos…. y pretende, también, negar la existencia de Dios.

¡Uy! Esta falacia me encanta. Y el señor De Prada parece abonado a ella. Consiste en contraponer la ciencia con el mundo del arte y la creatividad. Está en la línea de la cita del a veces brillante Luis Buñuel, profundamente equivocado en esta ocasión: “La ciencia no me interesa. Ignora el sueño, el azar, la risa, el sentimiento y la contradicción, cosas que me son preciosas”. Bueno, pues va a ser que no, queridos amigos. El arte, el sueño y la risa no están reñidos con la Ciencia. De hecho, no conozco ninguna otra faceta de nuestra actividad tan plena de emociones intensas y ansia por saber, ni que implique tan profundamente al espíritu humano. Conocer las reacciones químicas que se producen en el cerebro, o indagar sobre nuestros genes, no mata la obra artística ni amenaza la genialidad de nadie. ¿Qué tontería es ésta? De Prada, como un niño asustado, reclama al mago que no le desvele el truco. “Por favor, no indaguéis en la causa última de las cosas, no desveléis la gracia de lo no revelado”. La ignorancia como coartada para el misticismo, un vicio intelectual como otro cualquiera.

Negando la existencia de Dios, en el fondo, la idolatría de la Ciencia niega la existencia de un Logos, de una Razón Creadora; y en un mundo carente de razón, sometido por lo tanto al caos, es más fácil defender la actuación de una ciencia liberada de todo tipo de trabas éticas o morales, una ciencia que ya no se conforma con escudriñar las leyes más íntimas de la naturaleza, sino que aspira a hurgar en ellas a capricho, aspira a alterarlas, a contrariarlas, a invertirlas, a abolirlas en fin, con la coartada de propiciar un mayor progreso humano.

Ya sabía yo que tarde o temprano iban a salir los “invertidos”. Por supuesto, la Ciencia es perversa porque pretende alterar el orden natural, un orden que curiosamente siempre coincide con la verdad arbitraria definida por la religión de cada cual. Jugando a la falacia circense, si las naturaleza debe ser inamovible, ¿deberíamos dejar de luchar contra la malaria o esos gusanos que, como suele citar David Attenborough, se comen los ojos de los niños? Si hablamos de la crudeza con que suceden las cosas en el orden natural le podría dar una charla sobre parásitos, enfermedades o leones que matan a sus crías. Ay, amigos impíos, ¡qué ambivalencia la del orden natural!

Por cierto, ¿habla De Prada del “progreso humano”? Mmmm, en seguida vamos a ello, pero dejemos que antes nos deje su momento extático para la demonización:

Pero ese mesianismo científico que se nos ofrece como una especie de panacea universal se revela, a la postre, una trampa saducea: las coartadas para propiciar un mayor desarrollo humano acaban convertidas en instrumentos de una mayor destrucción humana. Así ocurrió en el pasado en el ámbito de cierta investigación atómica, que acabó abriendo las puertas de la creación de armas mortíferas; sí ocurre hoy, por ejemplo, en el ámbito de cierta investigación genética.

No hay un solo artículo anti-científico en el que no acabe apareciendo la bomba y el viejo argumento de los científicos locos con ansias de destrucción. Los autores de este tipo de afirmaciones resultan ser algo olvidadizos. Se dejan en el tintero las vacunas, la penicilina, el aumento de la esperanza de vida gracias a los avances de la ciencia, los conocimientos sobre cuanto nos rodea, los avances técnicos que han mejorado la vida de millones de personas y hasta la imprenta, que permite poner negro sobre blanco pensamientos tan oscuros como el que acabamos de leer. El “progreso humano”, del que habla De Prada con añoranza en el anterior párrafo, se ha producido indefectiblemente cuando el ser humano se ha defendido de este tipo de ideas, cuando ha tirado a los predicadores del púlpito y ha decidido empezar a pensar libremente y sin inquisidores de la moralidad.

… una ciencia demente que, en su loca carrera en pos de beneficios pingües y espectacularidad mediática, no vacila en fomentar los métodos más sensacionalistas y en infundir las esperanzas más quiméricas entre quienes padecen enfermedades incurables, con tal de acrecentar su predicamento.

No tengo palabras para describir la vileza que destila este penúltimo párrafo. Las esperanzas quiméricas a los enfermos incurables, señor De Prada, se las suelen dar aquellos que recetan soluciones mágicas, oraciones o visitas a un santuario, no los científicos que trabajan honradamente para encontrar una solución. ¿Quién es el “demente” aquí y quién intenta “acrecentar su predicamento”? Conozco a algún columnista capaz de escupir sobre la razón y la libertad para defender sus creencias, está usted refinando el estilo, sin duda.

Y el colofón:

Así la ciencia se convierte en superstición, que era exactamente el calificativo que los idólatras de la ciencia reservaban a las creencias religiosas.

Rimbombante e inexacto, como todo el artículo en general. La última vez que le escribí le aconsejé que leyera y estudiara antes de meter la pata. Veo que no ha seguido mis consejos. Respeto profundamente que usted crea en lo que quiera, desde luego, pero utilizar una tribuna pública para mentir e intoxicar es harina de otro costal. Esa ciencia “demente” de la que usted habla ni existe ni da miedo, más bien deberíamos cuidarnos de ideas como las que promueven el retorno a la caverna. La Ciencia solo dice que sus creencias no se pueden demostrar, guarde la palabra “persecución” para mejor ocasión.

 

Decía el gran físico y filósofo Carl Friedrich von Weizsäcker que «el primer sorbo de la copa de la Ciencia aparta de Dios, pero cuanto más se bebe de ella… más claro se ve en su fondo el rostro del Creador». La idolatría de la ciencia pretende justamente lo contrario: pretende que el conocimiento científico y la fe religiosa son irreconciliables; y que la misión de la ciencia no es otra sino instaurar un Paraíso en la tierra que expulse la fe al lazareto de las supersticiones. Inevitablemente, cuando la ciencia se endiosa y se hace idolatría, acaba exigiendo que no exista ninguna instancia moral que pueda poner cortapisas a su desarrollo: todo lo que es científicamente posible -afirma esta nueva forma de mesianismo científico- debe hacerse sin vacilación.

Durante siglos se entendió que ciencia y fe proporcionaban formas de conocer la realidad complementarias con metodologías distintas. La fe proporcionaba un conocimiento sobre Dios y sobre los planes de Dios para el hombre, sobre el sentido de la vida humana. La ciencia, por su parte, proporcionaba un conocimiento sobre el funcionamiento de la materia. Para un creyente, la ciencia no supone ningún obstáculo a su fe, puesto que ningún avance científico podrá jamás negar la existencia de Dios; por el contrario, el creyente verá siempre en la ciencia una posibilidad de avanzar en el conocimiento del universo, de las realidades empíricas, en definitiva de la Creación; y este mejor conocimiento de la Creación lo hará más consciente y agradecido de la existencia de un Dios Creador que ha querido manifestarse a través de sus obras.

Pero llegó un momento en que la idolatría de la ciencia quiso erigirse en la única sabiduría o certeza posible; todo lo que no se pudiera cobijar en el ámbito científico quedaba automáticamente descalificado, como mera superstición u opinión prescindible.

La idolatría de la ciencia pretende que el conocimiento empírico que nos brinda la ciencia, es decir, el conocimiento de la materia y de sus propiedades, invada ámbitos que le son ajenos. La ciencia, por mucho que avance, no podrá explicarnos jamás la genialidad de una obra artística, ni dictaminar sobre nuestros sentimientos… simplemente, porque son realidades que no pertenecen al orden material. Y, sin embargo, son realidades plenamente existentes que exigen otras formas de conocimiento.

Pero la idolatría de la ciencia pretende dar respuesta también a esos ámbitos de la realidad que la ciencia verdadera considera ajenos a su competencia. Pretende convencernos de que la genialidad de una obra artística depende de las reacciones químicas que su contemplación produce en nuestro organismo; pretende explicar genéticamente la índole de nuestros sentimientos… y pretende, también, negar la existencia de Dios. Negando la existencia de Dios, en el fondo, la idolatría de la ciencia niega la existencia de un Logos, de una Razón Creadora; y en un mundo carente de razón, sometido por lo tanto al caos, es más fácil defender la actuación de una ciencia liberada de todo tipo de trabas éticas o morales, una ciencia que ya no se conforma con escudriñar las leyes más íntimas de la naturaleza, sino que aspira a hurgar en ellas a capricho, aspira a alterarlas, a contrariarlas, a invertirlas, a abolirlas en fin, con la coartada de propiciar un mayor progreso humano. Pero ese mesianismo científico que se nos ofrece como una suerte de panacea universal se revela, a la postre, una trampa saducea: las coartadas para propiciar un mayor desarrollo humano acaban convertidas en instrumentos de una mayor destrucción humana. Así ocurrió en el pasado en el ámbito de cierta investigación atómica, que acabó abriendo las puertas a la creación de armas mortíferas; así ocurre hoy, por ejemplo, en el ámbito de cierta investigación genética. Pero este mesianismo científico que postula que todo lo que puede hacerse debe hacerse sin interferencia de escrúpulo moral alguno está siendo, a la postre, la tumba de la verdadera ciencia, que cada vez tiene más dificultades para hacerse escuchar en el concurrido manicomio de una ciencia demente que, en su alocada carrera en pos de beneficios pingües y espectacularidad mediática, no vacila en fomentar los métodos más sensacionalistas y en infundir las esperanzas más quiméricas entre quienes padecen enfermedades incurables, con tal de acrecentar su predicamento.

Así la ciencia se convierte en superstición, que era exactamente el calificativo que los idólatras de la ciencia reservaban a las creencias religiosas.

Archivos de imagen relacionados

  • Cienciayfe
Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share