El teólogo publica ‘Pederastia; ¿Pecado sin penitencia’ (Taurus)
“La pederastia es un problema estructural, legitimado institucionalmente por las más altas jerarquías durante décadas, desde el Vaticano hasta los obispos de numerosas diócesis de todo el mundo. No vale decir que son casos aislados y marginales, sino que afecta a todo el cuerpo eclesial”
“Los pederastas dentro de la iglesia católica se ubican en el ámbito de lo sagrado, que es considerado espacio protegido, y, desde la institución eclesiástica, es excluido del ámbito cívico y se pretende blindar frente a cualquier acción judicial. Así se viene procediendo desde tiempos inmemoriales”
“Pareciera que la jerarquía eclesiástica y la Justicia hubieran hecho un pacto, la primera para negar el pecado y la segunda para no investigar ni castigar el delito”
“Los cristianos y las cristianas no pueden guardar silencio, pues el silencio es delito. Deben denunciarla, condenarla”
“Hay que exigir a la jerarquía transparencia evangélica en la búsqueda de la verdad, llegando hasta las últimas consecuencias. Exigirles la apertura de los archivos donde se encuentran las informaciones sobre agresiones sexuales cometidos dentro de la IC. La búsqueda de la verdad está por encima de la inviolabilidad de los documentos”
“La pederastia es uno de los mayores escándalos de la Iglesia católica del siglo XX, si no el mayor, el que más descrédito ha provocado en esta institución bimilenaria. Es un problema estructural, legitimado institucionalmente por las más altas jerarquías durante décadas, desde el Vaticano hasta los obispos de numerosas diócesis de todo el mundo”. El teólogo Juan José Tamayo publica ‘Pederastia; ¿Pecado sin penitencia’ (Taurus), un ensayo necesario sobre el drama de los abusos sexuales en la Iglesia.
Excelentemente documentado, el libro ofrece una visión dura de los silencios y las culpas, así como una reivindicación de la dignidad de las víctimas y del papel de los medios de comunicación a la hora de destapar un escándalo del que, pese a todo, únicamente conocemos la punta del iceberg.
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– ¿Se reduce la pederastia a unos pocos casos o es un problema estructural en la Iglesia católica?
La pederastia es uno de los mayores escándalos de la Iglesia católica del siglo XX, si no el mayor, el que más descrédito ha provocado en esta institución bimilenaria. Es un problema estructural, legitimado institucionalmente por las más altas jerarquías durante décadas, desde el Vaticano hasta los obispos de numerosas diócesis de todo el mundo. No vale decir que son casos aislados y marginales, todo lo contrario: los pederastas dentro de la iglesia católica se ubican en el ámbito de lo sagrado, que es considerado espacio protegido, y, desde la institución eclesiástica, es excluido del ámbito cívico y se pretende blindar frente a cualquier acción judicial. Así se viene procediendo desde tiempos inmemoriales.
La pederastia se ha producido en todos los espacios del poder eclesiástico y en sus dirigentes: cardenales, arzobispos, obispos, miembros de la Curia romana, miembros de congregaciones religiosas, responsables de parroquias, capellanes de Congregaciones religiosas femeninas, profesores de colegios religiosos, formadores de seminarios y noviciados, padres espirituales, confesores, etcétera.
-¿Y en España?
En España, el negacionismo, el silencio, el ocultamiento de los crímenes de pederastia durante décadas y la permisividad del delito, primero; el encubrimiento, la minusvaloración del número de pederastas y de víctimas (“solo pequeños casos”, afirmó Luis Argüello, siendo secretario de la Conferencia Episcopal Española) y la falta de denuncia ante los tribunales de justicia, después, y, posteriormente, la auditoría encargada por la Conferencia Episcopal Española al despacho de abogados Cremades & Calvo Sotelo, son la mejor demostración del desprecio a las víctimas y de la falta de compasión con ellas por parte de un importante sector de la jerarquía católica española, que se convierte así en responsable y cómplice de dichos crímenes.
– ¿Cuál es la raíz de este crimen?’
Yo creo que se encuentra en el poder detentado por las personas sagradas, un poder omnímodo y en todos los campos. Hay poder sobre las conciencias, poder sobre las mentes, poder sobre las almas y sobre los cuerpos, que se convierten en propiedad de las masculinidades sagradas, objeto de colonización y de uso y abuso a su capricho.
Un poder que se basa en la masculinidad sagrada, sin control, sin equilibro de otros poderes, porque en la Iglesia católica no hay división de poderes, como tampoco hay democracia. Un poder patriarcalsobre las mujeres, los niños, las niñas, los adolescentes, los jóvenes y las personas más vulnerables y más fácilmente influenciables.
Pero quizá lo más grave es que el comportamiento criminal de los pederastas y el silencio de la jerarquía terminan por desacreditar a la comunidad cristiana, a toda la comunidad cristiana. Hoy la comunidad cristiana, que ya conoce tamaños crímenes, debe levantar la voz profética de denuncia contra los pederastas y sus cómplices. Callar se convierte en delito: delito de silencio.
– El libro se titula ‘Pederastia, ¿Pecado sin penitencia? ¿Por qué lo elegiste?
Cuando terminé el libro, el título me surgió de manera espontánea. Durante los últimos 80 años, la jerarquía no reconoció la gravedad del pecado ni la humillación a la que fueron sometidas las víctimas, miró para otro lado cínicamente ante las denuncias y las informaciones que recibía, y se limitó a cambiar de destino a los pederastas incluso sin informar de las razones de dicho traslado a otros lugares de España u otros países, donde seguían delinquiendo impunemente.
A las víctimas se les imponía silencio para salvar el buen nombre de la Iglesia y se les amenazaba con penas severas que podían llegar a la excomunión si osaban hablar de las agresiones sexuales de las que eran objeto. Hacer público tamaño crimen se consideraba desobediencia y una traición al silencio impuesto. Esto generaba un clima de permisividad con los agresores, una atmósfera de oscurantismo para con las víctimas y un ambiente de complicidad de la jerarquía.
– ¿Es también, o ha sido, un pecado -y un delito- sin castigo?
Sin duda. Si en la Iglesia católica no se impuso la correspondiente penitencia a los pederastas conforme a la gravedad del pecado cometido, en el ámbito de la administración de justicia no se impusieron las obligadas penas conforme a la gravedad del delito. Pareciera que la jerarquía eclesiástica y la Justicia hubieran hecho un pacto, la primera para negar el pecado y la segunda para no investigar ni castigar el delito.
La jerarquía optó por el silencio y el encubrimiento y ni siquiera puso en práctica las sanciones establecidas en el Código de Derecho Canónico, como era la de excluir a los pederastas del estado clerical. En el caso de la administración de justicia había un miedo reverencial a los obispos y al clero. La simbiosis no podía ser mayor. No olvidemos que vivíamos en un régimen de nacionalcatolicismo en el que los cinco poderes: el legislativo, el ejecutivo, el judicial, el militar y el religioso estaban al servicio de la dictadura y el poder religioso la legitimaba. Mi impresión es que dicho miedo sigue manteniéndose hoy en un sistema en el que todavía quedan no pocos restos de nacionalcatolicismo.
– ¿Cómo ha evolucionado la visión de la sociedad sobre los abusos a menores? ¿Y en la Iglesia?
Hasta hace muy poco tiempo la sociedad era desconocedora de los crímenes y, por tanto, no podía actuar críticamente ni denunciarlos. Tampoco tenía conocimiento la comunidad cristiana. Por eso ni la sociedad ni la comunidad cristiana pueden ser acusadas de cómplices. Ahora las cosas son distintas. Los casos de pederastia son conocidos y los pederastas tienen nombres y apellidos. En la sociedad se han creado asociaciones de víctimas que concientizan a la sociedad, denuncian a los pederastas, acompañan a las víctimas que tristemente siguen sintiéndose solas y reclaman la rehabilitación de la dignidad pisoteada y una justa y necesaria reparación por los daños causados que en muchos casos duran toda la vida.
En el seno de la Iglesia católica hay colectivos cristianos muy sensibilizados hacia el problema. Uno de los más madrugadores fue la asociación “Iglesia sin abusos”, creada en 2002 en una parroquia madrileña ante las agresiones sexuales de un sacerdote. Llegó a denunciar el caso ante la fiscalía, ganó en la Audiencia y el Tribunal Superior confirmó la sentencia. El arzobispo (Rouco) fue condenado como responsable civil subsidiario.
Los últimos años se han creado otras asociaciones. A principios de 2022 84 colectivos cristianos de base quienes una Carta Abierta a la Conferencia Episcopal Española en la que calificaban la falta de investigación sobre los abusos y su negación o minimización, sobre todo por parte de la Conferencia Episcopal, como “una venganza absoluta”, “una ofensa al evangelio” y “un gravísimo pecado de omisión”.
– Durante años, la pederastia fue vista en la Iglesia como un problema interno, que se solucionaba internamente, trasladando a los clérigos abusadores y ‘silenciando’ a las víctimas. ¿Continúa existiendo una dinámica de ocultamiento en la institución?
“Los trapos sucios se lavan dentro”, era la afirmación más frecuente y la práctica más extendida. El cardenal colombiano Darío Castrillón, siendo presidente de la Congregación del Clero, escribió en 2001 una carta a un obispo francés felicitándole por no haber colaborado con la justicia en el caso de un sacerdote pederasta condenado a 18 años de prisión por los abusos sexuales a 11 menores de edad
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich, encargó a un despacho de la ciudad una investigación sobre la pederastia en dicha archidiócesis entre 1945 y 2019, que se hizo público en 2019.El Informe acusaba a Ratzinger de malas prácticas en la gestión de la pederastia. El Vaticano encubrió e hizo caso omiso de los informes sobre pedofilia del fundador de los Legionarios de Cristo, amigo y colaborador de Juan Pablo II, quien definió a Maciel como “guía espiritual de la juventud”. ¿A costa del apoyo económico que Maciel aportaba a las arcas del Vaticano?
Recientemente, el cardenal español Luis Fernando Ladaria durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe practicó también la “cultura del silencio” ordenando a varios obispos no hacer públicos los casos de abusos sexuales de menores cometidos por sacerdotes para “evitar el escándalo público” y desplazando a los sacerdotes pederastas a otro ministerio que no conllevara contacto con menores.
-¿Cuál es el papel de las víctimas, de los supervivientes, en este asunto?
Deben convertirse en el centro de las investigaciones. Sus relatos deben ser creídos, sus sufrimientos, compartidos, sus heridas, curadas. Son ellas las que tienen la verdadera autoridad, como afirmaba el teólogo alemán Johann Baptist Metz de las víctimas del Holocausto. Hay que anteponer la atención a las víctimas sobre la protección de los intereses de la institución eclesiástica, que tantas veces las ha olvidado, y no ha mostrado com-pasión con ellas.
-¿Qué pueden hacer los cristianos ante esta lacra?
Una vez conocida su existencia, su magnitud y gravedad, los cristianos y las cristianas no pueden guardar silencio, pues el silencio es delito. Deben denunciarla, condenarla. ¿Cómo? No quedarse en la superficie del fenómeno, sino ir a las causas estructurales y exigir cambios estructurales, no simples revoques de fachada. Es necesario despatriarcalizar, des-jerarquizar, des-clericalizar, des-masculinizar, democratizar la Iglesia católica. El Papa Francisco acaba de afirmar que es necesario des-masculinizar la Iglesia y escuchar a las mujeres para ver la realidad desde otra perspectiva.
Es necesario despatriarcalizar, des-jerarquizar, des-clericalizar, des-masculinizar, democratizar la Iglesia católica. El Papa Francisco acaba de afirmar que es necesario des-masculinizar la Iglesia y escuchar a las mujeres para ver la realidad desde otra perspectiva
Hay que exigir a la jerarquía transparencia evangélica en la búsqueda de la verdad, llegando hasta las últimas consecuencias. Exigirles la apertura de los archivos donde se encuentran las informaciones sobre agresiones sexuales cometidos dentro de la IC. La búsqueda de la verdad está por encima de la inviolabilidad de los documentos. Su negativa, que tienden a justificar en los Acuerdos con la Santa Sede, es un acto de encubrimiento de los pederastas y de complicidad con ellos. Hay que reclamar la eliminación del celibato obligatorio de los sacerdotes, ya que no hay una vinculación intrínseca entre una vida célibe y el ministerio sacerdotal y es fuente de comportamientos afectivo-sexuales con frecuencia patológicos. Y pedir la supresión de los seminarios tal y como están actualmente organizados: internados donde los aspirantes al sacerdocio viven segregados de la juventud, de la familia y de la sociedad.
Hay que reclamar la eliminación del celibato obligatorio de los sacerdotes, ya que no hay una vinculación intrínseca entre una vida célibe y el ministerio sacerdotal y es fuente de comportamientos afectivo-sexuales con frecuencia patológicos. Y pedir la supresión de los seminarios tal y como están actualmente organizados: internados donde los aspirantes al sacerdocio viven segregados de la juventud, de la familia y de la sociedad
-¿Cuál ha sido el papel de la prensa en esta tarea?
Muy importante, diría que fundamental para sacar a la luz los múltiples casos de pederastia dentro de la Iglesia. De lo contrario habrían pasado desapercibidos o se habrían reducido a simple anécdota. No toda la prensa ha tenido la misma actitud de informar sobre los pederastas y sus víctimas. Han sido preferentemente los medios de comunicación laicos quienes más empeñado han puesto en dicha tarea informativa. Aquí en España cabe destacar la encomiable labor de Religión Digital, que viene informando sobre el tema desde hace diez años con excelente competencia profesional y en actitud de denuncia sin ceder a presiones y la rigurosa investigación del diario El País durante los últimos seis años, cuyos informes ha enviado al Vaticano y al presidente de la conferencia Episcopal Española para que estuvieran informados en detalle de la crueldad de los violadores sexuales clericales.
A partir de la información de estos y otros medios de comunicación el panorama está cambiando considerablemente y se están produciendo avances importantes. El primero es la pérdida del miedo de las víctimas, que denuncian y señalan a los pederastas con nombres y apellidos y ubican con todo detalle los escenarios en los que se producían las agresiones sexuales: parroquias, colegios religiosos, seminarios, noviciados, casas sacerdotales, etc., lugares todos ellos “sagrados”, convertidos en espacios de humillación de personas indefensas y, en lenguaje religioso, de gravísimos pecados. Las denuncias de las víctimas y de las asociaciones que las representan se dirigen a la jerarquía eclesiástica y a la administración de justicia civil.
El segundo avance es el procesamiento no solo de los responsables de tan viles crímenes, sino también de los cómplices y encubridores. El tercero ha sido la creación de numerosas asociaciones de víctimas que reclaman a la jerarquía eclesiástica petición pública de perdón, sanciones a los pederastas y reparación, y a la administración de justicia juicios justos y penas acordes a los delitos cometidos.
El cuarto cambio importante ha sido la creación de comisiones independientes de la institución eclesiástica para investigar los casos de agresiones sexuales a menores durante los últimos sesenta, setenta y ochenta años con la apertura de los archivos eclesiásticos. Ese ha sido el proceder de algunas conferencias episcopales como, entre otras, las de Alemania, Francia, Portugal… No así el caso de la Conferencia Episcopal Española, que encargó un auditoria al despacho de abogados Cremades-Calvo Sotelo, dirigido por Javier Cremades, miembro del Opus Dei, institución que no se ha caracterizado precisamente por colaborar con la justicia, peor aún, en el caso del colegio de Gaztelueta siguió defendiendo la inocencia de un profesor condenado por abusar sexualmente durante dos años de un alumno de dicho colegio que ya había sido condenado en sentencia firme.
Gracias a los medios de comunicación hemos conocido la magnitud y gravedad del fenómeno pederasta, que no conoce fronteras y es tan universal como lo es la Iglesia católica. La actitud de “luz y taquígrafos” de estos medios contrasta con la acusación de algunos obispos españoles que, cada vez que aparecen informaciones sobre la pederastia clerical, se defienden echando balones fuera y acusando a los medios de comunicación de orquestar una campaña intencionada para criminalizar y desacreditar a la Iglesia católica.
-¿No aprecia una desproporción entre las penas impuestas por el Código de Derecho Canónico a los pederastas y las aplicadas a las mujeres que interrumpen el embarazo?
Una desproporción enorme en perjuicio de las mujeres. La máxima sanción para los pederastas es la expulsión del estado clerical, que rara vez se aplica; la que se aplica a las mujeres que abortan es la excomunión latae sententiae, cuando los abusos sexuales constituyen un grave delito y el derecho al aborto está reconocido en la legislación de vario países, incluido España. Sorprende, asimismo, que sectores católicos ultraconservadores se dediquen a hacer escraches a las puertas de las clínicas abortistas y no los hagan en las iglesias y los domicilios de los sacerdotes pederastas que siguen ejerciendo el ministerio sacerdotal.