“Reconozcan de una vez que la iglesia no está por encima del Estado”
Me da mucha pena comprobar como algunos destacados miembros de la Conferencia Episcopal de España son incapaces de no recurrir al disfraz del Cardenal Richelieu, para, embozados en la imagen de Armand Jean du Plessis, lanzar atolondradas lectio divinas en clave apocalíptica: “Cayó, cayó Babilonia la grande”.
La abominación de la desolación que ellos predican, no es sino uno de los más expresivos ingredientes de cuantos alejan a la actual Conferencia Episcopal de España de la gente de a pie, de quienes creemos que la Iglesia y el Estado pueden y deben convivir con serenidad y talante, colocando a cada cual en el sitio no que merece, sí en el que debe estar, siguiendo los principios reales e inalienables de un auténtico Estado Social y Democrático de Derecho.
Palabras como la de Blázquez, Cañizares, Sanz Montes, Munilla y tantos otros, demuestran la incapacidad intelectual e incluso teológica de ensotanados que, en mi opinión, sobran en la dirección de una iglesia sana, transparente y coherente con los principios que deben ser manejados por unos obispos, habida cuenta de la responsabilidad que tienen de cara a sus fieles.
Cuando piden orar por España, olvidan que España son españolas y españoles y que el pueblo soberano está siempre por encima de intereses, ideologías, opiniones y creencias. Me temo que su España está alineada con unos colores concretos, con los mismos que son incapaces, que han sido incapaces en todo este tiempo, siguiendo su estela purpurada, de condenar a los pederastas de la iglesia y reconocer y reparar a las víctimas.
Siempre el mismo guión, expresado hace pocas horas por Osoro (“Ha habido menos abusos en la Iglesia que en otras organizaciones”), pero no dice en cuáles ni siquiera qué número de víctimas de abusos y agresiones sexuales maneja la propia Conferencia Episcopal de España.
En todo caso, como si la luz viniera de un ambiguo ámbito comparativo, como si la justificación se basara en el consuelo de muchos, consuelo de tontos. Creo que ya ha llegado su hora, la de dar un certero paso atrás, la de reconocer de una vez que la iglesia no está por encima del Estado, la de claudicar de modo amistoso y cabal a ese guión arcaico en el que mantillas, alzacuellos, incienso y palios gozaban de una escandalosa impunidad. Ni cumplen con las instrucciones de Francisco ni parecen entender que la condición de príncipes de la Iglesia ya no tiene cabida en nuestra sociedad plural.
Los Motu Proprio del Papa se instruyen para su estricto cumplimiento, no para rebelarse contra ellos o escenificar un cumplimiento en falso, diría yo en rebelión. Cuando no se encuentra la salida del túnel, sea por incapacidad o por mala fe, tal vez fuera necesario recurrir a ayudas externas, a un diálogo fructífero que incluya saber aceptar el protagonismo exacto que la institución merece. Si hay lágrimas, que sean de alegría.
No me planteo que nadie desee acabar con la iglesia, la Constitución garantiza la libertad de culto así como la separación Iglesia-Estado. Dejen de un lado las excusas, los falsos temores, el victimismo gratuito e impropio de una institución fundada en el siglo I DC.
El padre de la logoterapia, Viktor Frankl expresó que incluso cuando no es completamente alcanzable, nos convertimos en mejores al intentar perseguir una meta más alta. Ese debe ser el reto de todos, también el suyo, el de los timoneles de la Iglesia española. Esos retos no son apelar a la teoría del silencio para resolver problemas, descalificar un gobierno de España con el único argumento de la llamada al miedo y a la bronca demagógica, a la hipérbole y la exageración.
Una iglesia debe comportarse como tal y no como una insustancial e irresponsable legión de sombras. Es hora por lo tanto de mantenerse en pie pero reconociendo que ese rol arcaico y vetusto que les beneficia de modo incorrecto y alejado de los tiempos que vivimos, tanto en las formas como en gran parte del fondo, ha caducado. Renovarse o morir, unamuniana paremia, que debieran asumir como propia.
Y sobre todo, asuman de una vez la responsable obligación que tienen con sus víctimas. Porque en esa asunción de errores estará la luz y la salida de uno de sus oscuros túneles. Reconozcan y reparen a sus víctimas de pederastia y como les ha ordenado Francisco reparen sus resquebrajados cimientos por el bien de la institución. Es una cuestión de cumplir con los derechos humanos, infancia y adolescencia, de carácter penal y de salud pública. Uno de sus más graves asuntos pendientes que requieren honestidad, firmeza y urgencia. Como afirmó Einstein : la oscuridad no existe, la oscuridad es en realidad, una ausencia de luz. La que les sigue faltando, unida en muchos casos al miedo y a la mala fe.
Juan Cuatrecasas, presidente Asociación Infancia Robada