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Jóvenes de diferentes países explican los motivos por los que llevan hiyab

Orgullo, religión, tradición y sentido estético están en el origen de algo más que un pañuelo

Se llama Souhi, tiene 27 años y cubre sus cabellos con el hiyab desde los 11. «Me lo puse aunque mis padres no estaban de acuerdo. No es un símbolo de sumisión, cada cual hace lo que quiere, no cubre mi cerebro sino mi aspecto físico. ¿Qué mal hace?». Lleva en Catalunya 12 años. Una vez en clase alguien le dijo que no debería llevar el pañuelo. Los profesores se pusieron de su parte.

Pero más adelante sí se sintió discriminada. «Tras acabar un ciclo formativo en educación infantil, a la hora de hacer prácticas, solo me ofrecían la posibilidad de ir a 2 de los 20 centros donde las hacían y tuvieron que celebrar reuniones de padres con el profesorado y la dirección para decidir si me admitían. Me dijeron que era preferible que no llevara el hiyab. Acabé llevando una gorra y un pañuelo para cubrirme el cuello. Tras una semana de contacto con los alumnos y el centro, todo cambió y enseguida pude hacer todas las prácticas con el pañuelo», relata Souhi. Ahora trata de buscar empleo en guarderías. En las públicas no encuentra plaza y en las privadas le cierran la puerta «con excusas». Tiene muy claro lo que haría si a su hija le pidieran que se quitase el velo en clase: «Haría todo lo necesario e iría a los tribunales si hace falta para revindicar su derecho a llevarlo».

Affaf es una argelina de 37 años. Lleva hiyab «por religión y por orgullo», afirma. «Mi marido estaba en contra de que lo llevara, me decía que esperara. Llevo cuatro años aquí y me siento muy respetada por los vecinos y mi entorno, más allá de algún comentario no respetuoso de personas mayores», agrega. ¿Las familias obligan a llevarlo? «Hay de todo, puede ser que alguna madre o marido lo exija pero muchas lo hacen convencidas. En Argelia la mujer casada es más respetada si lleva el pañuelo, está bien visto», indica Affaf.

Hasta el final
En su caso, estaría dispuesta a ir hasta el final en defensa del uso del pañuelo en la escuela. «Si tengo una hija no la obligaré a ponerse el hiyab. Cuando llegue a una cierta edad que decida ella. Y si le impidieran llevar el pañuelo en clase lucharía y reivindicaría su derecho, si está covencida. Sí, mantendría la decisión aunque se quedara sin ir al colegio. Saldría en manifestación para reinvidicar el velo y, si pese a todo no la dejaran usar el pañuelo, nos iríamos a nuestro país, que es lo que quieren algunos», afirma.

Aysha vino de Bangladesh hace cuatro años con el velo puesto. Ahora tiene 26, está casada y tiene dos hijas. «Hace años, mi madre no quería que llevara hiyab, decía que nadie se casaría conmigo. Mi marido me lo escondió y seis meses después lo encontre. Él dice que estoy más guapa sin pañuelo». Aysha explica las raíces religiosas que la mueven a usar el velo: «Tiene mucho que ver con el Corán, con no atraer a los hombres. Hay mujeres que enseñan el escote y esto puede romper familias». Aysha admite el choque que le produce ver a «las chicas con minifalda y escote maquillándose en el aula sin respeto al instituto. ¿Por qué eso no molesta a nadie?», se pregunta.

Sus hijas no llevan el hiyab. «A la mayor le he explicado qué significa para mi el velo, por qué lo llevo y le he pedido que se lo ponga, pero no la he obligado. Es su decisión y de momento no quiere». Si le obligaran a quitarle el pañuelo a sus hijas, dice que sentiría rabia y tomaría una decisión junto a su marido. Recuerda que el Corán proclama que «estudiar es obligatorio y que si es necesario tienes que ir a China a buscar la ciencia y el saber. Tan obligatorio para los musulmanes es el velo como estudiar», aclara Aysha.

Amigas con y sin velo
En un instituto del entorno de Barcelona comparten aula y amistad dos jóvenes de origen marroquí de 16 años. Fátima, muy tímida, explica que lleva el hiyab por dos motivos: por su religión y porque le gusta. No le ha generado ningún problema. Su madre también lo lleva y afirma que si en el futuro sus hijas quieren, a ella le gustaría que lo usaran.

Fátima es de Tetuán y, según explican los responsables de su instituto, procede de un entorno menos occidentalizado que el de su amiga, originaria de Casablanca, que no lleva el hiyab. Ambas viven ajenas al conflicto. Su instituto se define como cristiano y abierto. Permite el hiyab.

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