Puede que Tierra Santa sea la cuna del Judaísmo, el Cristianismo y del Islam, las tres fes abrahámicas que tanto tienen en común, pero Israel ha preferido recurrir a una tradición que concibe la religión en términos de enfrentamiento entre civilizaciones.
Theodor Herzl, el padre de ideología nacional de Israel, el sionismo, afirmó que un Estado judío debería actuar como “una muralla defensiva de Europa contra Asia, un puesto de avanzada de la civilización como algo opuesto a la barbarie”. Desde este punto de vista, Israel está situado en la línea divisoria entre un Occidente judeo-cristiano y las hordas bárbaras del Oriente islámico.
La idea de enfrentamiento se ha llevado a cabo de la manera más obvia en las repetidas guerras de Israel contra los vecinos árabes, en sus amenazadora postura respecto a Irán y en su interminable ocupación del territorio palestinos, generosamente subvencionada tanto directa como indirectamente por Estados Unidos y Europa.
Pero Israel también ha querido explotar este modelo dentro de su territorio, entre sus ciudadanos. Décadas de discriminación institucional y sistemática, así como de represión interna de su millón y medio de palestinos que tienen la ciudadanía israelí se han justificado para la mayoría judía en esos términos.
En este contexto hay que entender el anuncio que hizo este mes el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu de lo que se está llamando de forma inocua un “foro” entre el gobierno de Israel y los palestinos cristianos de Israel.
Su inquietante objetivo es acabar con la exención de servir en el ejército de la que han disfrutado los cristianos en Israel.
A nivel práctico Netanyahu espera que los cristianos puedan ayudar a hacer cumplir la ilegal ocupación por parte de Israel de sus parientes en Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza. Pero en realidad esta medida no consiste en aumentar las filas del ejército.
Tanto los cristianos como los musulmanes están excluidos del servicio militar de Israel. Se puede solicitar individualmente ser eximido de esta exclusión y cada año lo solicitan unas pocas personas: unas dos docenas de palestinos cristianos y una pequeña cantidad de musulmanes, generalmente de la comunidad beduina.
En caso de que los cristianos sirvan en el ejército, se unirán a la diminuta comunidad drusa, a la que se llama a filas desde la década de 1950. Esto hará que solo quede exenta la parte más numerosa de los ciudadanos palestinos, los musulmanes.
El papel de los drusos es ilustrativo. Después de décadas de servir en el ejército han logrado pocos beneficios, a pesar de que Israel los trata como un grupo nacional aparte de los demás ciudadanos palestinos. Incluso tienen su propio sistema escolar para inculcar la creencia de que los drusos y los judíos son aliados históricos.
Los drusos, que tienen muchas ganas de demostrar su lealtad al Estado, son muy temidos en los territorios ocupados donde se les considera más brutales aún que sus camaradas judíos.
Si Netanyahu tiene éxito, conseguirá un logro importante al acabar con el ya antiguo compromiso de unidad entre los cristianos y los musulmanes de Israel. Ambas comunidades han establecido instituciones políticas y partidos laicos conjuntos que trascienden la línea divisoria sectaria.
En los últimos años se ha fortalecido su identidad como palestinos y no solo porque Israel ha definido lo fundamental de la identidad israelí en términos de pertenencia al pueblo judío.
A Netanyahu le gustaría hacer retroceder el reloj del tiempo a la década de 1950, cuando se conocía a la población nativa simplemente como “las minorías” y se esperaba de ellas que se identificaran como grupos sectarios. El objetivo era explotar estar diferencias para mantener a cada sector débil, aislado y, lo que ya sería ideal, enfrentado.
Ahora Netanyahu ve una oportunidad de utilizar el servicio militar como un medio de implementar una política de divide y vencerás.
La idea se ha estado maquinando durante décadas, pero era irrealizable porque Israel no había podido encontrar (como sí había hecho con los drusos) un líder religioso cristiano que quisiera cooperar. Ahora tiene uno en la figura de un importante clérigo de Nazareth, Jibril Nadaf.
El año pasado Jibril Nadaf dio su bendición a una conferencia organizada por el ministerio de Defensa para promover el servicio militar entre los movimientos scout cristianos. Los servicios de seguridad interrogaron bajo sospecha de instigación a los líderes comunitarios que denunciaron a Nadaf.
Israel esta pregonando a bombo y platillo el éxito de haber triplicado respecto al año pasado la cantidad de adolescentes cristianos reclutados, aunque la cantidad sigue siendo pequeña.
Israel ha tratado de sacar partido de este momento poniendo de relieve a los cristianos los supuestos peligros que plantean la Primavera Árabe. Los altos cargos israelíes sugieren que el creciente poder de los movimientos islámicos es una advertencia de que la religión cristiana necesita un aliado dentro del Estado judío.
Jibril Nadaf habla ahora en términos similares. Recientemente afirmó: “Nuestro objetivo es proteger Tierra Santa y el Estado de Israel”. Solo los cristianos que ayudan a Israel, añadió, “siguen la senda del cristianismo”.
No es difícil descubrir las huellas de Israel en todo esto. El mes pasado se formó un nuevo partido político en Nazareth a favor de una lista electoral conjunta cristiana y judía, y defiende el servicio militar para los cristianos. Su fundador es hermano del asesor del ministro de Defensa sobre asuntos de los cristianos, Ehab Shilyan.
Este peligroso entrometimiento en las delicadas relaciones entre cristianos y musulmanes de Israel podría llevar fácilmente a la violencia y al derramamiento de sangre. Pero no es probable que a Israel le importe eso si tiene múltiples beneficios.
Los cristianos palestinos han sido figuras clave en la lucha por iguales derechos en Israel, un lucha que ha molestado profundamente a Israel ya que amenaza con exponer la desigualdad estructural de Estado judío.
Israel hubiera preferido debilitar este tipo de política palestina interna laica y dejar así el terreno a los extremistas islámicos.
Los cristianos de Israel también han sido unos poderosos defensores de las campañas internacionales en contra de Israel utilizando sus contactos para promover el movimiento de boicot, desinversión y sanciones creado entre grupos de las iglesias extranjeras, algo que Israel denomina “deslegitimación”.
Situar a los cristianos palestinos del lado de Israel desinflaría esta campaña.
Pero lo que quizá es más importante, Israel preferiría que los cristianos rechazaran la variante palestina de la teología de la liberación y adoptaran el sionismo cristiano que domina en Estados Unidos, el principal patrocinador de Israel.
Los sionistas cristianos creen que judíos y cristianos se encaminan a un enfrentamiento apocalíptico con el Islam.
El objetivo de todo esto es acorralar a la población musulmana de Israel contra una esquina y crear un relato mucho más puro para Israel en el que judíos y cristianos son hermanos que cuidan las murallas defensivas. Pero más probablemente Israel se arriesga a que asegurar esta tesis del enfrentamiento entre civilizaciones se convierta en una profecía de autocumplimiento.
Jonathan Cook es un periodista independiente que reside en Nazareth