La islamofobia es esa concepción del Islam descontextualizada, como si esta religión fuera algo inmutable por los siglos de los siglos, en la cual las acciones de los musulmanes están única y exclusivamente gobernadas por su fe. Nada más cuenta. Como toda fobia, es irracional. Todo cuanto se diga de un musulmán es creíble –siempre y cuando lo que se diga sea negativo. Desde luego que no todos los musulmanes son santos, pero las acciones de todo musulmán que se desvíe de lo que consideramos moralmente aceptable, encuentran una meta-explicación en su religión, aun cuando el “musulmán” en cuestión ni siquiera sea practicante de la fe. Pero eso no importa. Está en el ADN de ciertos pueblos (cuando no tribus), por lo general más obscuros de piel que el europeo promedio; por eso es que la islamofobia es eminentemente racista. Es más: la islamofobia se ha convertido en la cara respetable del neofascismo europeo. De la mano de la islamofobia partidos como el Frente Nacional de Le Pen en Francia ha logrado espectaculares resultados electorales; PEGIDA en Alemania y el UKIP en Inglaterra han crecido de manera dramática agitando sencillamente las banderas del odio a los musulmanes. Ante el influjo de refugiados sirios a Europa, a causa de una guerra alimentada precisamente por los Estados europeos, países como Dinamarca y Suiza ya han aprobado la confiscación de sus bienes a los refugiados, algo que recuerda las confiscaciones a los judíos en la década de los ‘30, cuando la moda era el anti-semitismo, o para ser más precisos, la judeofobia. Ya no me sorprendería que el paso próximo será arrancarles los dientes de oro. Los musulmanes, en realidad, se han convertido en los judíos del siglo XXI. Los paralelos sobran y la discusión ociosa de ciertos liberales y alguno que otro izquierdista bobo-secularista sobre la “pertinencia” de la comparación, es insultante cuando miles mueren en el océano y mientras se desarrolla un clima de odio insoportable en toda Europa que está teniendo estallidos de violencia. Aunque estos liberales e izquierdistas no lo entiendan, la ultraderecha ha entendido muy bien que los musulmanes son los nuevos judíos y agitan la islamofobia para adelantar exitosamente su repugnante agenda.
Hubo una época en que los judíos eran acusados de toda clase de atrocidades: secuestraban, supuestamente, niños para utilizar su sangre en ritos secretos. Eran los llamados libelos de sangre. Los judíos, con el pasar del tiempo, se convirtieron todos en banqueros avaros que lucraban del sudor del pueblo. Quizás había algún judío banquero que encajara con la descripción, pero hoy se acepta que la ecuación judío=banquero, es inexacta. Ni todos los judíos son banqueros, ni todos los banqueros son judíos. Pero esta era la extensión de la caricaturización del judío, desde la Edad Media también representados en el Judensau alemán –una representación caricaturesca de judíos en actos obscenos con una marrana. Hoy las caricaturas van en otro sentido: el musulmán terrorista, Alá en posiciones pornográficas, el árabe barbudo besando a otro árabe barbudo. Son sólo caricaturas dicen, ignorando el contexto de violencia simbólica y física en el que las caricaturas son reproducidas. Después de todo, los Judensau también eran caricaturas, una tomadura de pelo. Pero dudo que las víctimas de un pogromo lo hayan visto de esa manera. Las nuevas caricaturas islamófobas circulan hombro a hombro en las listas electrónicas de la ultra-derecha, tanto las caricaturas de racistas neoconservadores con las supuestamente liberales de Charlie Hebdo. Hay islamofobia para todas las clases, tanto para los matonescos cabezas rapadas así como para los socialbacanos liberales clasemedieros.
Con las caricaturas, también circulan toda clase de generalizaciones y acusaciones grotescas. Los foros virtuales se llenan de frases como “golpean a sus mujeres, cometen crímenes de honor, son misógenos, violadores, son todos terroristas y atacantes suicidas en potencia, quieren acabar con nuestra cultura”, mientras aparentemente olvidan que el “terrorismo” no es patrimonio del Islam como lo demuestran las milicias cristianas en EEUU, El Líbano o la República Centroafricana, el noruego André Breivik, o como también lo demuestran los ataques de fanáticas evangélicos a clínicas abortivas en EEUU. También olvidan que ninguna cultura en el mundo está exenta de maltrato a la mujer y que España, por siglos el autoproclamado guardián de la Fe Católica en Europa, es líder indiscutido en feminicidios en esta parte del mundo. “Su religión es intrínsecamente fanática”, chillan los islamófobos –como si el cristianismo fuera un ejemplo de tolerancia. Citan selectivamente y sin contexto al Corán para demostrar las tendencias intrínsecamente violentas del Islam –pero pasan por alto los numerosos asesinatos, genocidios y hasta infanticidios presentes en el Torá y la Biblia (de igual manera que olvidan que todos estos libros sagrados tienen, junto a estos pasajes macabros, otros pasajes más benevolentes y compasivos). Obviamente para explicar esto no hay que recurrir a explicaciones políticas o que pongan los hechos en contexto –en el Islam reificado, cosificado, está la explicación última de todos los males de la humanidad.
Hay que estar alertas porque en cualquier lugar se puede esconder un musulmán. Hasta el mismo Obama será siempre sospechoso para ciertos sectores de ser un cripto-musulmán porque ha habido musulmanes en su familia, y no importa cuánto cerdo coma, nunca puede ser fiable del todo. Pero el islamófobo es ambivalente. Odia al musulmán, particularmente si es refugiado, pero adora sus curris, sus kebabs, los necesitan para limpiar sus calles, para conducir sus buses, para servir de enfermeras o empleadas domésticas. Se les necesita, pero se les teme, porque a lo mejor pueden quererse igualar. Actúan como si fueran los dueños de “nuestro” país, nos invaden, quieren islamizarnos, estas son algunas de las quejas más comunes del islamófobo. Un supuesto “experto” decía en Fox News que ciudades inglesas como Birmingham estaban prácticamente controlados por musulmanes; que semejante estupidez pueda ser dicha en plena televisión demuestra la distorsión de la realidad vista a través del cristal de esta fobia. El problema, en realidad, no es como deshacerse de todos los musulmanes, sino controlar su número y mantenerlos en su lugar. Que sepan quién manda. Que sepan quién es el amo. El espíritu colonial ha traspasado barreras de clase: quien no tiene privilegios económicos, al menos quiere privilegios por raza. Aunque no sea más que el privilegio de poder poner la bota encima de otro ser humano.
¿De dónde viene la islamofobia? La islamofobia se presenta naturalizada en el marco de la supuestamente eterna guerra de civilizaciones –José María Aznar, entre las múltiples idioteces que ha dicho, alguna vez mencionó que la guerra contra el fundamentalismo islámico, supuestamente venía desde el momento en que España se negó a ser un peón en el tablero del mundo musulmán y declaró la guerra al Islam. Como si España hubiera existido cuando el “moro” Tariq ibn Ziyad –que en su ignorancia, Aznar se imaginará como un Osama bin Laden del siglo VIII- cruzó el estrecho de Gibraltar en el 711, o como si su odisea se explicase por esa inmutable esencia expansiva del Islam, que sería una peculiaridad de ellos. Da casi la risa, que esta versión de la historia venga de un estadista que se sienta sobre un Estado decadente fundado en la carcasa de un imperio que se extendió por tres continentes durante varios siglos. La islamofobia no puede ser reificada ni cosificada, ni descontextualizada, de la misma manera que tampoco debe hacerse tal cosa con el Islam. Aunque se pueda encontrar la discriminación hacia otras religiones como una constante histórica, y aunque hace siglos se diga en Francia que “todos somos el árabe de alguien”, la islamofobia actual no tiene nada que ver con los moros en la Iberia visigótica, ni con la batalla de Lepanto, ni con las Cruzadas. La islamofobia puede utilizar esta historia para invocar miedos ancestrales, pero esta narrativa funciona al nivel de un mito. Un mito tan inexacto como cuando Al-Qaeda llama a las tropas imperialistas “cruzados”.
El surgimiento de la islamofobia, tal cual se está expandiendo hoy en Europa, está ligado a esa reacción profunda que se impuso en el marco político global desde la caída del Muro de Berlín y el establecimiento del Nuevo Orden Mundial, decretándose desde Washington el fin de la historia. El surgimiento de la islamofobia es congruente con una nueva división colonial del mundo y con el desplazamiento de las causas políticas-ideológicas de toda narrativa política. Terminamos así con guerras “tribales” en África, con “crimen organizado” en América Latina (las guerrillas se convirtieron en meros carteles y hasta un fenómeno como el chavismo es explicado en lenguaje más afín a la criminalística que a la política), y por supuesto, en el Medio Oriente, todo vendría a ser explicado en función del Islam. Al desplazar la política, no debemos entrar a discutir qué está pasando en el Medio Oriente en la última década, ni mucho menos, el rol de Europa y EEUU en todo ese desastre. En realidad siempre ha sido sí. Es un punto negro, sin historia, sin contexto, sin pasado. Lo único que tienen esos países son musulmanes, y por ello, siempre estarán en guerra. Y a los que llegan acá, hay que tenerlos a raya. Así, la islamofobia cumple el fin de naturalizar el imperialismo, el neocolonialismo y la misión civilizadora de Occidente, a la vez que convierte el racismo, la discriminación y la violencia anti-inmigrante en algo excusable. Los tiempos actuales son de profunda reacción en Europa en todo sentido, sea en la cultura, en los derechos sociales y económicos, en la política. La islamofobia no es más que la banda sonora del ascenso político de una siniestra ultra-derecha global que desprecia todo cuanto huela a progresismo y pasa desapercibida, precisamente, porque todo el mundo está demasiado preocupado de los molestos musulmanes. La islamofobia es, de hecho, una pieza clave en el sistema de dominación. Y a los que denunciamos esto, nos tratan de ser “blandos” ante la “amenaza terrorista”, cuando no, cómplices de ella. Mientras tanto, el neofascista solapado es el buen muchacho respetable, ciudadano ejemplar. ¡Vaya infamia!