Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Islamofobia, fascistización, racialización

Entrevista a Ugo Palheta y Omar Slaouti

En el libro Défaire le racisme, affronter le fascisme (La Dispute, 2022) basado en entrevistas a Ugo Palheta y Omar Slaouti, éstos se proponen hacer accesible al mayor número posible de personas las experiencias y herramientas, tanto académicas como activistas, surgidas de las luchas antirracistas y antifascistas pasadas y presentes. Publicamos aquí una parte de la primera entrevista, titulada “Islamofobia, fascistización, racistización”, en la que los autores analizan algunas de las especificidades de la islamofobia en Francia y definen conceptos como fascistización y racismo institucional.

La Dispute: ¿Pueden decir algo más sobre la naturaleza específica de la islamofobia en Francia?

Omar Slaouti: Cuando hablamos de racismo, hay que destacar las diferentes formas que adopta. El antigitanismo, el racismo antiasiático, sobre todo en el periodo de la covid, la negrofobia y la islamofobia no tienen las mismas raíces y, según los contextos, unas son más activas que otras, sin que esto signifique que haya competencia entre ellas desde el punto de vista de las personas racializadas de abajo. En cuanto a la islamofobia (…), hay especificidades francesas: en el extranjero, la gente no entiende lo que pasa en Francia, en particular, con la cuestión del Islam y de la islamofobia. Tampoco es ajeno a la dimensión imperialista antes mencionada, ni a la dimensión colonial puesta de relieve por Saïd Bouamama en su último libro 1/ o por Olivier Le Cour Grandmaison en uno de sus libros 2/: Francia tiene una historia colonial de la que no puede desprenderse y que sigue estructurándola. Evidentemente, hechos como los 4.000 registros organizados durante el estado de emergencia o las declaraciones de Darmanin explicando que era el momento de enviar señales a los musulmanes, aunque no estuvieran implicados en actos terroristas, no son ajenos a la penetración y apropiación de las esferas y cuerpos privados durante los periodos coloniales.

Durante un tiempo, muchas personas musulmanas sufrieron lo que yo llamo el síndrome de la puerta rota. Podías sentirte bajo sospecha por cualquier cosa, y alguna gente se sentía aterrorizados por el mero hecho de ser musulmana. Desde todo lo alto, podíamos sentir que nos estaban convocando. “En nombre del feminismo, os impedimos que vistáis como queráis”: el tema del pañuelo se debate en todas partes, pero sin contar con las mujeres, que son las primeras afectadas. En nombre de la libertad de expresión, se puede cerrar una editorial. En nombre del laicismo, se invade el espacio de la organización del culto musulmán y se publica una Carta de los Principios del Islam que los imanes y las organizaciones religiosas deben ratificar, y donde se especifica (artículo 9 de la Carta):

“Los actos antimusulmanes son obra de una minoría extremista que no puede confundirse ni con el Estado ni con el pueblo francés. Por consiguiente, las denuncias de un supuesto racismo de Estado, como todas las posturas de victimismo, equivalen a una difamación. Alimentan y exacerban tanto el odio antimusulmán como el odio a Francia”.

Este es un ejemplo perfecto del mandato islamófobo del Estado. Por último, en nombre de la lucha contra el racismo, se disuelven asociaciones que luchan contra el racismo, sobre todo si el racismo que se combate es la islamofobia. La Coordination contre le racisme et l’islamophobie (CRI) fue disuelta en octubre de 2021: las razones aducidas para justificar esta disolución –la misma excusa se ha utilizado en el caso de la CCIF, la mayor asociación antirracista de Francia e incluso de Europa en número de miembros– apuntan en particular al hecho de que la CRI denuncia la islamofobia en Francia.

La especificidad de esta islamofobia en Francia se debe precisamente a su matriz colonial. Si retomamos el ejemplo del pañuelo, mientras el 16 de mayo de 1958 los militares Bugeaud y Massu torturaban y asesinaban, sus respectivas esposas convocaron a una docena de mujeres argelinas “para trabajar por la unión de los corazones” y provocaron aquella ceremonia de quitarse el pañuelo, en nombre de la liberación de las mujeres musulmanas y de la misión civilizadora. Las imágenes de estas ceremonias son públicas y circulan. La idea de que el Islam era una religión intrínsecamente peligrosa y un signo de inferioridad civilizatoria también formaba parte de la islamofobia erudita de la Tercera República. Ya entonces, la religión musulmana se percibía y se construía como un obstáculo para la expansión colonial de Francia, por lo que había que occidentalizarla; hoy en día se le sigue presentando como bárbara y opuesta al progreso y la emancipación, en contraposición, por supuesto, a los valores judeocristianos blancos; de ahí ese Islam de Francia en contraposición al Islam en Francia. Es precisamente a través de esta construcción esencializada y estigmatizada del Islam que se produce su racialización y que su tratamiento político se inscribe en el marco de la política de la raza.

En este contexto, una de las prioridades sería denunciar esta islamofobia de Estado que disuelve o amenaza nuestras estructuras religiosas y nuestras solidaridades orgánicas, y que, con la ley sobre el separatismo, nos convierte en enemigos internos. En cambio, las organizaciones que luchan contra la islamofobia se han quedado aisladas, defraudadas por un gran número de organizaciones que suelen movilizarse contra todas las formas de discriminación. Los organizadores de las manifestaciones masivas contra la ley de seguridad globalno han querido movilizarse con el mismo fervor contra esta ley llamada de separatismo, a pesar de que el artículo 36 reintroducía el artículo 24, que había sido abandonado en la ley de seguridad global. Por último, esta ley inicua y estas disoluciones racistas se producen en silencio, el mismo silencio que acompaña a los procesos de fascistización.

Ugo Palheta: En mi opinión, también existe una especificidad francesa en el nivel de institucionalización de la islamofobia. En el plano ideológico, en Italia, por ejemplo, libros de islamofobia absolutamente delirantes y conspirativos, como los de Oriana Fallaci, han vendido millones de ejemplares 3/. En Alemania, el movimiento Pegida –un movimiento específicamente islamófobo– consiguió sacar a la calle a decenas de miles de personas en 2014 y 2015, mientras que movimientos equivalentes en Francia nunca lo han logrado. En Inglaterra y Estados Unidos también hay ideólogos islamófobos que desempeñan un papel importante en el debate público. Pero es cierto que en Francia, y esto es lo que la hace única en mi opinión, el Estado es un actor central de la islamofobia. La ley del 15 de marzo de 2004 sobre el uso de símbolos religiosos llamados ostentosos en las escuelas, la circular de Chatel sobre las madres acompañantes y, más recientemente, la ley llamada de separatismo (que se ha convertido en una Ley de refuerzo del respeto de los principios de la República) y el artículo de la ley del trabajo que permite a las empresas imponer estatutos laicos: todas estas medidas legales están de hecho dirigidas a las y los musulmanes. A menudo es este nivel de institucionalización lo que sorprende en el extranjero. Los medios de comunicación estadounidenses no han descubierto la islamofobia, pero imaginar, por ejemplo, que los concejales locales tomen la decisión de prohibir el burkini en las playas de sus municipios parece bastante impensable para las y los estadounidenses o ingleses.

Y no creo que la historia hubiera acabado así si toda una parte de la izquierda francesa no estuviera tan impregnada de colonialismo. Como nos recordaba Pierre Tévanian en Le Voile médiatique (El velo mediático) en 2005 4/, cuando se inició el debate sobre el velo en las escuelas, los sondeos de opinión mostraban que la población estaba muy dividida sobre la cuestión de la necesidad de una nueva ley sobre símbolos religiosos en las escuelas, más o menos al 50%. Al principio, la gente se mostraba en general escéptica, más en las clases trabajadoras que en las altas, y mucho más entre los partidarios de la izquierda que en los de la derecha. Pero tras un año de pseudodebates orquestados por los grandes medios de comunicación, tras el trabajo de una comisión parlamentaria cuyas recomendaciones finales estaban claras desde el principio, y sobre todo con una izquierda que o estaba muy a favor de la ley (PS, LO) o, en el mejor de los casos, dividida al respecto (PCF, Verdes, LCR), se produjo un vuelco y una amplísima mayoría de las personas encuestadas se declaró a favor de una nueva ley.

Las y los políticos y los medios de comunicación realizaron un esfuerzo ideológico muy potente para imponer la idea de que el Islam y las y los musulmanes eran un problema para Francia, que requería un nuevo laicismo (de hecho, un “laicismo falsificado”, en palabras del historiador Jean Baubérot) para proteger la República. Es también lo que decía el sociólogo Pierre Bourdieu, pero casi  ince años antes, en la época del llamado problema de Creil en 1989: “Un problema puede ocultar otro” 5/. En otras palabras, el llamado problema del pañuelo oculta lo que es realmente un problema para los racistas, lo que es insoportable para ellos, a saber, la presencia duradera de millones de personas procedentes de la inmigración poscolonial. Bourdieu dijo esto en 1989 y suena terrible para el sentido común, lo que queda ampliamente corroborado por la evolución del debate político sobre el tema (en quince años hemos pasado de la cuestión de los símbolos religiosos en las escuelas a la del gran reemplazo…), pero si dices eso en el debate público actual en Francia, es muy probable que te tachen de islamista de izquierdas, de partidario del separatismo, de terrorista y, por tanto, que te descalifiquen desde el principio y de una vez por todas.

La Dispute: Han empleado una serie de términos que convendría definir con precisión: racialización, racismo de Estado, racismo estructural, pero también fascistización, fascismo, neofascismo… ¿Podrían explicarlos y analizar su relación?

U. P.: Empecemos quizás por definir rápidamente el fascismo, que se refiere esencialmente a un cierto tipo de proyecto o ideología, que puede o no concretarse en organizaciones (cuyas formas varían según los contextos históricos y nacionales) y un cierto tipo de Estado (un poder dictatorial cuyas características específicas no voy a tratar aquí, ya que nos llevaría demasiado lejos). El proyecto fascista consiste en pretender regenerar una comunidad imaginaria (generalmente la nación, pero potencialmente también la civilización o la raza) mediante una vasta operación de purificación o limpieza: purificación etnorracial (dirigida contra las minorías etnorraciales, religiosas, etc., que impedirían a la nación constituirse como tal, fiel a su pasado ancestral, a sus raíces profundas, a su identidad casi eterna y gloriosa, etc.) y purificación política (dirigida contra los movimientos acusados de dividir a la nación y, por tanto, de debilitarla: los que practican la lucha de clases, las feministas, los antirracistas, etc.). Ni que decir tiene que tal proyecto se basa en una visión completamente quimérica de la nación (esencializada, eternizada, fetichizada) y en una concepción mitológica de su pasado.

En nuestro libro Face à la menace fasciste, escrito con Ludivine Bantigny, intentamos desarrollar esta perspectiva en términos de fascistización. En primer lugar, la idea principal es que el fascismo no se produce de la noche a la mañana, sino que, en cierto modo, hay todo un proceso que tiene lugar aguas arriba y aguas abajo de la conquista del poder político por los fascistas. El fascismo, como régimen, como poder fascista, basado en aplastar todas las formas de disidencia social, sindical, política, artística, etc., no puede surgir sin toda una fase histórica de impregnación, tanto ideológica como material, sin una serie de transformaciones que alteren el equilibrio interno del Estado en beneficio del aparato represivo (en particular, la policía), multiplicando su capacidad de intervención autónoma (y por tanto arbitraria), y justificando ideológicamente, legitimando, esta vasta empresa de purificación de la que acabo de hablar. Utilizamos el concepto de fascistización para designar esta fase de preparación ideológica y material. Una de las ideas que desarrollamos a continuación es que hay dos fases de fascistización: la primera, que precede a la llegada de los fascistas al poder (y creo que es el tipo de fase en la que estamos en Francia); la segunda, que sigue a la conquista del poder político (es la fase en la que se han encontrado, por ejemplo, el Brasil de Bolsonaro o la India de Modi).

En cuanto a la preparación ideológica, podemos verlo de mil maneras y a partir de mil pistas consultando los grandes medios de comunicación y observando el debate político actual en Francia. No me detendré en ello, porque es el aspecto más visible. En cuanto a la preparación material, se trata de que los gobiernos se han dotado de todo un arsenal jurídico y de toda una base institucional que permitiría a un gobierno de extrema derecha aplastar cualquier forma de oposición sin tener que salirse de la legalidad republicana. El ejemplo de la disolución de la CCIF es muy significativo desde este punto de vista. Tenemos una organización formada esencialmente por abogados y abogadas, que realizaba tanto un censo estadístico de los actos y discursos islamófobos como un trabajo jurídico de defensa de las personas musulmanas. Esta organización fue disuelta de la noche a la mañana, sin ninguna razón seria. Es realmente sorprendente, y debería parecer escandaloso a cualquier persona con el más mínimo apego a las libertades civiles, pero no ha provocado ninguna movilización a gran escala.

La segunda fase de la fascistización es la transformación del Estado de una democracia capitalista en el sentido tradicional (papel importante del parlamento, respeto de las libertades públicas, etc.) o una forma muy degradada de democracia capitalista (democradura, democracia autoritaria, democracia iliberal, etc.) en un Estado fascista. A veces imaginamos que detentar el poder político significa detentar el poder y tener la capacidad de hacer lo que queramos con él, pero esta idea ha sido regularmente desmentida porque quienes detentan el poder político pueden enfrentarse a sectores hostiles del Estado, al poder económico (el capital o ciertas fracciones del capital) y, por supuesto, a las luchas populares. Por ejemplo, cuando Trump y Bolsonaro llegaron al poder en Estados Unidos y Brasil, respectivamente, no pudieron hacer exactamente lo que querían. Así que hay una segunda etapa de fascistización, que puede ser victoriosa para los fascistas o conducir a su derrota. Si tomamos el ejemplo del fascismo histórico, Mussolini no consiguió realmente fascistizar el Estado hasta tres o cuatro años después de llegar al poder (Hitler, por su parte, fue mucho más rápido en lo que los propios nazis llamaron Gleichschaltung). Durante tres o cuatro años en Italia siguió habiendo oposición política, incluso en el parlamento (el líder comunista Antonio Gramsci fue incluso diputado hasta su detención en noviembre de 1926), hubo movimientos sociales y huelgas, que obviamente fueron reprimidos con más dureza que en el periodo anterior, pero aún no estábamos en el contexto del Estado fascista tal y como surgió a finales de los años veinte.

En efecto, como ha señalado Omar, la fascistización procede de diferentes maneras según la posición de cada uno en la sociedad y, en particular, según se pertenezca o no a las minorías religiosas y étnico-raciales que suelen ser el objetivo principal no sólo de los fascistas, sino también del Estado en la fase de fascistización: todas esas personas que pueden ser perseguidas sin ningún motivo real; todas esas personas cuyas organizaciones pueden ser disueltas; todas esas personas que pueden ser controladas en la calle, manoseadas, maltratadas, humilladas, etc. Por eso decimos, con Ludivine Bantigny, que el fascismo está y no está: no está ahí en el sentido de que, estrictamente hablando, no hay Estado fascista; de lo contrario no habría medios de comunicación independientes ni sindicatos independientes del Estado, las organizaciones feministas, antirracistas y antifascistas probablemente no sobrevivirán mucho tiempo, ni tampoco la izquierda radical… Pero el fascismo está ahí en el sentido de que hay elementos y procesos de fascistización en marcha, que afectan, en particular, a las minorías, a la población romaní, por ejemplo, a quienes se ha privado de su derecho a ir a la escuela en algunas comunas, a las personas inmigrantes, por supuesto (a las que se acosa y maltrata constantemente), a las musulmanas, a las residentes en barrios obreros y de inmigrantes, etcétera.

Por eso es difícil encontrar los términos adecuados para definir el sistema político en el que nos encontramos hoy. ¿Es una democracia? Evidentemente, si nos tomamos en serio las palabras, es decir, democracia como poder popular (en el sentido etimológico del término), parece difícil afirmar que estamos en una democracia. ¿Estamos en una dictadura? No. Ludivine y yo queríamos poner palabras a esta situación, que nos parece intermedia, entre una democracia capitalista clásica (con instituciones políticas basadas en el liberalismo en sentido clásico) y una dictadura de corte fascista. Una de las hipótesis vinculadas a la idea de fascistización es que el neoliberalismo autoritario, que Macron encarna a la perfección, no es la última etapa de este proceso, porque constituye un modo de dominación política estructuralmente inestable. Podría ser sólo una etapa en la construcción de otro tipo de poder, una forma de allanar el camino para un poder de tipo fascista, siempre que no se detenga el proceso…

O. S.: O tal vez se produzca una transformación interna del Estado, que se acelera con el poder neoliberal más clásico y que acentuará aún más la fascistización, en función de la relación de fuerzas con los movimientos sociales, como comentábamos al principio de la entrevista. En mi opinión, ese es el primer punto. El segundo, es que hay un escollo que hay que evitar, que sería preguntarse cuándo hay que llegar a la encrucijada para determinar si vamos o no vamos a dar la batalla contra este sistema. En este momento, nuestra preocupación es que asistimos a una tendencia fascistizante a la que obviamente tenemos que oponernos ahora mismo. Digo esto porque algunas personas dicen: “No estamos en un periodo fascista, no exista necesariamente una emergencia”. Es muy peligroso porque tiene consecuencias gravísimas en este momento, tanto para las personas inmigrantes como para todas las personas racializadas y para todas nuestras libertades sindicales, políticas y asociativas. Pero también es peligroso porque la fascistización allana el camino al fascismo si no se controla. El otro escollo a evitar, creo, es que no debemos ser prisioneros de la historia, es decir, no ganaríamos nada entendiendo el presente intentando copiar y pegar escenarios históricos heredados del pasado. Los fascistas tienen capacidad para adaptarse a las nuevas configuraciones del momento, incluso en relación con lo que existía ayer. Su discurso y sus prácticas no pueden ser los mismos: por eso el FN, que es fascista por naturaleza, adapta su discurso. Por supuesto, hay constantes. Una de las constantes de los periodos fascistas o fascistizantes es que la burguesía puede seguir haciendo lo que tiene que hacer, es decir, generar plusvalía en la relación capital-trabajo y financiarizar aún más la economía a través de los dividendos. Otra constante es que la fascistización sólo puede basarse en una construcción esencializada y estigmatizada de quienes representan el ellos frente a un nosotros moderno, puro y civilizado. Por eso es tan importante el racismo institucional, porque prepara el terreno para este proceso total y totalitario.

Mientras que el racismo institucional es, en última instancia, involuntario, en el sentido de que no se trata de que las instituciones escriban en blanco y negro o digan abiertamente que hay que discriminar a las personas por su color de piel o su religión supuesta o real (aunque, en la práctica, estas instituciones discriminen: esto es un hecho y ha sido ampliamente documentado por muchos sociólogos, juristas, sindicalistas e incluso por estructuras muy de centro-derecha), en cambio, el racismo de Estado se asume abiertamente con las palabras y el arsenal jurídico. Por supuesto, estas formas de expresar el racismo pueden solaparse y enriquecerse mutuamente. Hasta el punto de que, por ejemplo, las y los musulmanes en Francia están más discriminados en el empleo que las personas negras en Estados Unidos; o que la cuarta generación, los descendientes de inmigrantes poscoloniales, también son víctimas del racismo. El racismo de Estado en su triple dimensión –racismo en el Estado (racismo institucional), racismo de Estado (racismo específico de la creación del Estado-nación), racismo por el Estado (todas las declaraciones y legislaciones racistas)– encarna, en definitiva, lo que una gran parte de la izquierda nunca ha dejado de negar, cada vez que ha reducido la cuestión del racismo a la dimensión individual, psicologizando y, por tanto, tergiversando esta opresión estructural y sistémica.

Ugo Palheta, profesor de la Univesidad de Lille y coeditor de la web Contretemps.eu

Omar Slaouti, enseñante, forma parte del colectico Vérité et Justice pour Ali Ziri y fue iniciador de la Marche contre l’islamophobie

Traducción: viento sur

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share