La escuela debe estar al servicio de la formación de los niños, del desarrollo de su autonomía intelectual y moral, y no al de ningunos intereses de grupos particulares (ideológicos, económicos, o de otra índole)
El presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y secretario general de la Comisión Islámica de España (CIE), Riay Tatary, ha pedido para 2014 la "plena aplicación" del Acuerdo de cooperación de la CIE con el Estado, y, más concretamente, que se garantice la enseñanza del Islam en las aulas, pues sólo el 4,5 % de los más de 220.000 alumnos musulmanes la recibe en la actualidad.
Para esto, habría que eliminar el requisito de que haya al menos 10 alumnos para formar un grupo y aumentar considerablemente el número de profesores a cargo del Estado, cifrado ahora en 46, casi todos en Andalucía (16), Ceuta (13) y Melilla (11); la UCIDE denuncia que “el 90% del profesorado de religión islámica se encuentra desempleado” (lo transcribo sin llegar a entenderlo). Por otro lado, Tatary señala “avances” como “la autorización para asistentes religiosos musulmanes en centros penitenciarios” y la apertura de un espacio religioso en RTVE; de exenciones fiscales no se queja, pues la CIE no paga el IBI ni algunos otros impuestos. No pide de momento mucho más, supongo que por prudencia estratégica, pues ¿por qué no una casilla en la declaración de la renta, capacidad para inmatricular propiedades, funerales de Estado musulmanes, símbolos en lugares públicos, participación de las autoridades en sus ceremonias, amplia cobertura de sus eventos (como el Hajj) en la TV estatal, etc.? Parece lógico y de justicia que los musulmanes quieran disfrutar de condiciones equiparables a las de los católicos, pues ¿por qué van a tener estos más privilegios por parte del Estado que ellos? Lo mismo cabe decir de los creyentes de otras religiones, como los evangélicos, cuyo representante, Mariano Blázquez, pide además que exista en la escuela una materia de “Hecho religioso” donde todos los alumnos escuchen a representantes de todas las religiones, demanda notable si consideramos las estimaciones que sitúan su número en torno a las 4.200.
Sin embargo, la pregunta crucial no es ninguna de las anteriores, sino ¿por qué va a tener un creyente religioso privilegios de cualquier tipo por parte del Estado frente al resto de ciudadanos? Ni más derechos, ni, por descontado, menos. Es curioso cómo las organizaciones religiosas sólo reclaman igualdad cuando están en desventaja frente a otras, y entonces incluso apelan a veces a la laicidad del Estado, recordando que éste no tiene ninguna confesión. Lástima que lo que demanden no sea realmente un Estado aconfesional (laico), único compatible con el respeto a la libertad de conciencia de los ciudadanos y con la convivencia democrática, sino multiconfesional. Es decir, un Estado de éramos pocos y parió la abuela más clérigos enganchados a la teta estatal.
Volviendo al principio: ¿acaso no se debe hablar de Islam en la escuela?, ¿y de catolicismo, judaísmo, budismo…? ¡Claro que sí!, pero nunca como asignaturas dependientes de las autoridades religiosas, es decir, jamás como proselitismo adoctrinador. Las religiones deben tratarse, cuando corresponda, en las distintas materias, por sus aspectos históricos, artísticos o sociológicos. Pero también por los filosóficos, éticos… y científicos. Puesto que la escuela debe dirigirse a “formar personas autónomas, críticas, con pensamiento propio” (como muy bien reconoce el preámbulo de la LOMCE), debe estimularse la reflexión sobre toda información relevante que llegue a los niños ahí afuera. Esto les ha de servir, entre otras cosas, para defenderse de cualquier tipo de engaños, como los de las pseudoterapias (sean o no milenarias y de ojos rasgados), conspiranoias y nuevaeras, y, eventualmente, los publicitarios y políticos. Pero también de las pretensiones milagristas (aquí no he puesto el prefijo pseudo porque sería redundante) de los distintos credos. Que aprendan a someter a escrutinio crítico, a la luz de la ciencia, también las afirmaciones religiosas: ¿hay pruebas de ciertos acontecimientos muy extraordinarios, son posibles las resurrecciones, ocurren las intervenciones sobrenaturales, existen entes celestiales, hay libros dictados por Dios o Allah…? Me temo que la respuesta racional a todas estas preguntas es la misma: no. Pero lo esencial que para los niños no haya ningún asunto sagrado en el sentido de tabú, que no pueda ser sometido a la indagación crítica, sin reservas: las afirmaciones religiosas no merecen ninguna protección (“respeto”) en este sentido. Es muy sano que los niños entiendan que han estar sujetas a un escepticismo muy exigente, dado el alcance de sus pretensiones. Al mismo tiempo que deben aprender a respetar, por descontado, a quien decida creer en lo que quiera, a los diversos creyentes (e increyentes) y sus derechos de expresión, asociación, etc.
En cuanto a la vertiente moral, es importante que repasen la teoría y la práctica de las religiones mayoritarias desde el punto de vista de los derechos humanos. Ejemplo de ejercicio: los derechos de las mujeres y de los homosexuales, ¿han sido y son violados en y desde esas religiones? La respuesta es tristemente obvia. Examínense, de manera destacada, la Biblia, el Corán y la Torá desde esta perspectiva; por ej., ¿estos textos no son materiales sumamente apropiados para inculcar el sometimiento de las mujeres a los hombres? Como cuando hablo de “niños” me refiero a los dos sexos, en este caso hay que resaltar los graves peligros que la enseñanza de la religión entraña para las niñas. Analícese también, en estos libros sagrados, la extrema crueldad con que llegan a ser tratados los herejes, los paganos, los ateos y hasta los creyentes… de otros credos (en definitiva, los infieles). Tal vez muchas víctimas de las religiones se preguntaran que, con Dioses así, quién necesita demonios. ¿Ayuda eso a explicar cómo se (mal)tratan de hecho entre sí, tan a menudo y tan extremadamente, los creyentes de religiones distintas, hasta cuando las diferencias son microscópicas? Por concretar más ahora respecto al Islam: ¿el análisis del Corán ayuda a entender que los ateos se enfrenten aún hoy a pena de muerte en trece países, todos ellos bajo el arbitrio de la sharia? (nótese que me resisto a hablar de “países musulmanes”). Compárense las enseñanzas y dogmas de estos libros sagrados con lo que hemos aprendido mediante la ciencia y con lo que hemos avanzado en el reconocimiento laico de derechos humanos. Creo que este tipo de ejercicios —si no están dirigidos/manipulados por los clérigos de turno— sí que serían emancipadores.
En estas reflexiones no podemos olvidar, en fin, un principio fundamental: la escuela debe estar al servicio de la formación de los niños, del desarrollo de su autonomía intelectual y moral, y no al de ningunos intereses de grupos particulares (ideológicos, económicos, o de otra índole), ni siquiera aunque éstos sean defendidos por sus propios padres, madres o tutores. De hecho, deberá servir a los niños para poder sostener su integridad frente a los habituales intentos de abuso por parte de esos grupos.
Así pues, atendiendo al bien de los niños, la respuesta a las peticiones del representante de los credos islámicos (que sólo hay que adaptar a las equivalentes del resto de representantes o autoridades de otras religiones) debe ser: sí, la enseñanza del Islam en la escuela mediante una asignatura dictada por las autoridades musulmanas tiene tanta licitud como la del catolicismo dictada por los obispos: ninguna. Por lo que, como asignatura confesional, ¿Islam (o cualquier religión) en la escuela? ¡No!, gracias: la escuela, pública y laica.