La 'carta', titulada "Libertad y coraje", era una encendida defensa de la ya fallecida Oriana Fallaci, célebre periodista y muy destacada en estos últimos años por su fervor visceral antimusulmán. Odiaba el Islam, nunca mejor dicho, hasta la extenuación. Advertía Enrique Bohórquez, al final de su misiva, sobre "los signos de radicalización religiosa [de los musulmanes de Melilla, que] cada vez son más alarmantes". Algo que refuté posteriormente en un artículo de réplica, expresando a la vez mi honda preocupación por las implicaciones de la 'carta'.
Desde entonces el rumbo que han tomado muchas de las políticas de los gobiernos de la Unión Europea y, sobre todo, la deriva de la mayoría de las 'líneas editoriales' de los medios de comunicación contra el Islam, sí que son verdaderamente alarmantes. España, más allá del gesto estéril de la "Alianza de Civilizaciones" de ZP, no es una excepción. En palabras del intelectual libanés de origen cristiano, Georges Corm, en su grato libro "La fractura imaginaria. Las falsas raíces del enfrentamiento entre Oriente y occidente" (Tusquets Editores), estamos ante un "golpe de Estado cultural". O quizás algo peor. Veamos.
Argumentar aquí sobre el mito de la laicidad es inútil, pero qué razón tenía el gran historiador británico Arnold Toynbee quien consideraba los aspectos laicos de la civilización occidental una fase "necesariamente efímera" y denunciaba a los pensadores y filósofos que la han presentado como una característica de la civilización occidental. Efectivamente, uno de los problemas fundamentales en ese empeño de occidentalizar el mundo, la llamada globalización, reside precisamente, como denuncia brillantemente Georges Corm, en esa falsa laicidad o "laicidad engañosa". Falsedad que adquiere su apogeo actualmente con la moderna y renovada criminalización del Islam y de sus seguidores.
Como es sabido, desde el Renacimiento europeo las raíces de Europa han sido grecolatinas, una conquista contra la hegemonía que había impuesto la Iglesia: "fuera de la Iglesia no hay salvación", clamaba urbi et orbe. Sin embargo las raíces grecolatinas son paganas, panteístas, es decir pluralistas. El paganismo clásico es la pluralidad institucionalizada y garantizada, el mestizaje de las culturas y en absoluto la exclusión por la condición cultural o religiosa. Son los primeros fundamentos de la democracia.
No obstante, desde hace poco tiempo, contrariamente a los propios valores en los que supuestamente se inspira Europa, se ha impuesto el término raíces judeocristianas. Ha sido un cambio muy rápido, brusco, radical. Es la fórmula de exclusión que pretende situar al Islam fuera de los parámetros socioculturales de Occidente.
En la historia de Europa, una historia terriblemente marcada por el antisemitismo, incluso hace apenas unos decenios, era impensable, por no decir imposible, unir los vocablos judío y cristiano. Sin embargo ahora se le ha dado legitimidad, naturalidad, como fórmula que ubica fuera de la esfera de Europa, de Occidente, al Islam. Por eso, como denunciara José María Ridao, se empieza a hablar de la multiculturalidad como una "gangrena" a extirpar.
Todo esto es sencillamente una tremenda irresponsabilidad, una inconsecuencia con la verdadera realidad europea que, inexorablemente, cada día avanza más hacia la pluralidad irreversible, hacia la multiculturalidad de hecho.
Por ello, cuando se editorializa en una ciudad como Melilla, paradigma de la multiconfesionalidad, sobre "los signos de radicalización" hay interrogantes que plantearse para empezar a entendernos. ¿El que las mujeres opten libremente por lucir el hiyab o pañuelo islámico se interpreta como signo de extremismo? ¿Frecuentar la mezquita para los rezos preceptivos y reforzar la cohesión islámica, lo es también? Dicho de otro modo, ¿tener una vida metódicamente islámica es un "signo de radicalización"? En cierto modo son absurdas estas interrogantes, como lo son las suspicacias que hay sobre el Islam.
En un artículo memorable del referido José María Ridao, "El Islam como coartada" (El País 27-03-2002), explicaba pedagógicamente cómo las religiones no pueden ser laicas, imposible, ninguna lo ha sido ni será. Es el sistema por el que nos regimos quien debe ser laico y actuar desde la neutralidad. Lo que no impide que al Islam insistentemente se le exija hacer la Reforma, cosa que jamás ha hecho ninguna confesión. Pero el colmo del despropósito adquiere proporciones insospechadas cuando a los individuos se les reclama, o insinúa, un comportamiento homologado en aras de una alineante modernidad. Asimilación incondicional o arriesgarse a ser criminalizado, ese es el dilema. Pero como bien dijo José Bono en una tertulia radiofónica al ser interpelado por su condición de católico practicante: "si no vives como piensas, acabarás pensando como vives", en eso estamos los musulmanes, si nos dejan, claro.