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Islam, blasfemia y división entre Oriente y Occidente

En una mañana de febrero hace tres décadas, millones de occidentales se despertaron a leer en las noticias acerca de un concepto poco familiar: una “fatwa de muerte” por parte del Ayatola Ruhollah Jomeini, líder de la Revolución de Irán y fundador de la República Islámica, en contra del autor inglés Salman Rushdie. Los reportes aterrorizaron a Occidente e hicieron del término fatwa, que en árabe simplemente significa “opinión legal”, la palabra tenebrosa que es para muchos hoy. Los versos satánicos de Rushdie fueron publicados pocos meses antes de que el Reino Unido enfureciera a los musulmanes alrededor del mundo. Pero ninguna reacción había sido todavía así de radical como aquella de Jomeini, cuyo veredicto, como fue anunciado vía radio en Teherán el 14 de febrero de 1989 decía:

“En nombre de Él, el más Alto. Solo hay un Dios, al que todos volveremos.

Le informo a todos los musulmanes juiciosos del mundo que el autor del libro titulado Los versos satánicos —que ha sido compilado, impreso y publicado en oposición al Islam, al Profeta, y al Corán— y todos aquellos involucrados en su publicación que estaban conscientes de su contenido, están sentenciados a muerte.

Además, cualquiera que tenga acceso al autor de este libro, pero no posee el poder de ejecutarlo, debería reportarlo a la gente para que pueda ser castigado por sus actos.

Que la paz y la piedad de Dios y Sus bendiciones estén con ustedes”.1

Para hacer el llamado más atractivo, la Agencia de Alivio Iraní también anunció una recompensa de un millón de dólares para un asesino no-iraní, y 200 millones de riyals iraníes (equivalentes a $170.000) para uno iraní. Rushdie, quien se enteró de las noticias primero a través de la BBC World Service, pronto se escondió bajo la protección de la policía británica. Él pasaría más de una década bajo la protección de la policía y viviendo en la clandestinidad.

Jomeini se adhirió a esta causa como una oportunidad de convertirse en el primer defensor de la fe ante los ojos de los más de mil millones de musulmanes en el mundo. Esto era por la gloria de la Revolución de Irán, un movimiento que él había liderado una década antes y que veía como un modelo a ser exportado a otras naciones musulmanas. Este fue un sueño que en los años desde la salida del shah de Irán en 1979 había permanecido irrealizado —en gran parte debido a la división entre los musulmanes Shia de Irán y los mucho más numerosos musulmanes Sunni del resto del mundo. El Irán de Jomeini estaba, y todavía lo está, en competencia con otro poder musulmán, Arabia Saudita, que estaba a su vez apasionada en torno a la exportación de su propia marca de Islam, llamada Wahhabism (una versión más piadosa y literal del Islam Sunni).

Algunos comentaristas le atribuyen a Jomeini motivaciones más mundanas para su fatwa también, principalmente relacionadas a su necesidad de aumentar su respaldo político entre los iraníes. El gobierno acababa de concluir un armisticio humillante con el gobierno de Saddam Hussein en Irak luego de ocho años de la devastadora guerra entre Irán e Irak. Entonces, también, hubieron revelaciones vergonzosas acerca de los tratos con Washington sobre el asunto Irán-Contra.

De cualquier forma, el Ayatola Jomeini no hubiese podido emitir una fatwa de muerte si dicha respuesta draconiana no hubiese tenido precedente en el Islam —y si Los versos satánicos no fuesen realmente un libro blasfemo ante los ojos de los musulmanes.

Mahound y Jahilliyah

Rushdie nació en 1947 y formó parte de una familia musulmana en la India. Luego fue educado en Bombay y en Warwickshire, Inglaterra. Después inició su carrera de publicidad en Londres, luego de haber estudiado historia en Cambridge. Se describía como “un ser humano secular” que no creía en “entidades supernaturales”. Su galardonada novela de 1981, Los niños de la medianoche, construyó su reputación en círculos literarios. Los versos satánicos (1988), que le daría su fama y notoriedad internacional, era su cuarto libro.

Este libro se valía del realismo mágico para contar la historia de dos expatriados de la India en la Inglaterra contemporánea. Uno de ellos, Farishta, experimentó visiones en sus sueños relacionadas con un profeta defectuoso llamado “Mahound” —un término derogatorio para el Profeta Mahoma que se usó en los textos cristianos medievales. Mahound estaba vivía en una ciudad llamada “Jahilliyah”, que es la forma en la que los musulmanes se refieren a la Arabia pre-islámica. Mahound decía tener revelaciones de Dios, pero estas realmente estaban envenenadas por el diablo. De manera todavía más irreverente, las mujeres que aparecían en la novela como esposas de Mahound también eran prostitutas que trabajaban en un prostíbulo local.

Los críticos literarios consideraron que el libro era interesante, pero los musulmanes lo consideraron demasiado ofensivo. Ali Mughram al-Gandhi, un líder musulmán inglés de la época, lo denominó “el libro más ofensivo, sucio y abusivo que alguna vez se haya escrito por un enemigo hostil del Islam”. Pronto las organizaciones musulmanas se movilizaron para lograr que el libro sea prohibido por el gobierno británico, el que, bajo el liderazgo de la Primera Ministra Margaret Thatcher, se negó a invocar la desde hace mucho obsoleta ley contra la blasfemia. Las reacciones más enfurecidas vinieron después. Copias de Los versos satánicos fueron quemadas en público en ciudades alrededor del Reino Unido, un rito que se repitió en ciudades alrededor del mundo musulmán, donde se realizaron manifestaciones masivas para protestar por la publicación del libro. Luego de eso vino la fatwa de muerte del Ayatola.

Rushdie, que ahora vive en EE.UU., últimamente sobrevivió la amenaza. Dejó de esconderse en 1998, cuando el presidente Mohammad Khatami, que gobernó Irán entre 1997 y 2005, declaró que la fatwa no sería implementada (Pero los partidarios de Jomeini no se darían por vencidos. En 2005, los Guardias Revolucionarios, con la bendición del Ayatola Ali Khamenei, el sucesor de Jomeini, declararon que la fatwa seguía en pie. En 2016, una organización iraní de la línea dura elevó la recompensa por la cabeza de Rushdie).

Mientras tanto otros actos de violencia relacionados a Los versos satánicos si perjudicaron a otras personas. Antes de la fatwa, los disturbios anti-Rushdie en el Reino Unido y Oriente Medio produjeron pocas muertes. Después de la fatwa, se dieron ataques más serios. Varias librerías en Londres fueron atacadas con bombas. El traductor japonés de la novela, Hitoshi Igarashi, fue apuñalado hasta su muerte en julio de 1991 en Ibaraki, Japón. Esto fue pocos días luego de que el traductor italiano, Ettore Capriolo, fuese apuñalado en Milán (él sobrevivió). También hubo un intento de asesinato contra el publicador de la edición noruega de Los versos satánicosWilliam Nygaard; recibió tres disparos en octubre de 1993 en Oslo, pero sobrevivió.

Más de estos incidentes se darían. La fatwa del Ayatola Jomeini abrió el camino a la retribución violenta en contra de aquellos que representarían al Profeta Mahoma o publicarían trabajos que sometían al Islam una crítica, o eran percibidos como lo hacían. En 2005, la publicación de una serie de caricaturas del Profeta Mahoma por parte del Jyllands-Posten, un periódico danés, provocaron protestas y boicots a nivel internacional. En 2011 y 2015, la revista satírica francesa Charlie Hebdo fue atacada por atreverse a imprimir las caricaturas del profeta del Islam. En el último ataque que se dio en Paris, 12 personas fueron asesinadas por terroristas pertenecientes a “Al-Qaeda en la Península Arábiga”. Su motivo, decían ellos, era “vengarse por el honor” del Profeta Mahoma. Y el verano pasado, el mundo por poco evitó todavía otro drama. El “Concurso de Caricaturas de Mahoma” anunciado por Geert Wilders, el político holandés de extrema derecha que es frontalmente anti-musulmán, fue cancelado a fines de agosto debido a amenazas de muerte. Estas últimas provenían principalmente de Paquistán, donde Tehreek-e-Labbaik, un partido islamista radical, organizó manifestaciones masivas y su líder prometió “bombardear Holanda” si su grupo alguna vez era capaz de adquirir bombas nucleares.

En pocas palabras, la fricción expuesta por la controversia en torno a Los versos satánicos todavía acecha al mundo y probablemente lo seguirá haciendo, una y otra vez en el futuro: una fricción entre el compromiso de Occidente con la libertad de expresión y la aversión a la blasfemia de los musulmanes.

Esta es una fricción que necesita ser abordada.

Blasfemia real o percibida

La fricción aquí no es solo acerca de vigilantes mostrando pistolas y cuchillos en contra de aquellos que blasfeman, o aquellos que se cree que han blasfemado, en contra del Islam. También se trata acerca de leyes anti-blasfemia que son implementadas en alrededor de 30 países donde la mayoría de la población es musulmana, y que muchas veces son respaldadas por las autoridades musulmanas predominantes (En total, hay alrededor de 50 países en el mundo que ilegalizan la blasfemia, según un reporte de 2014 del Pew Research Center. Uno de ellos, Irlanda, abolió la prohibición “medieval” de la blasfemia con un referéndum en octubre).

Las personas que son señaladas por dichas leyes pueden realmente ser blasfemos —personas que abiertamente desacralizan los símbolos sagrados del Islam, tales como el Corán y el Profeta Mahoma. Pero muchas veces son personas que no tienen intención de faltarle el respeto al Islam pero cuyas opiniones o creencias no ortodoxas son consideradas blasfemas. Este es el caso de los Ahmadis en Paquistán, una secta musulmana no ortodoxa cuyos miembros creen en un mesías musulmán del siglo 19, y quienes están sujetos a ser encarcelados, o atacados físicamente, simplemente por declararse musulmanes.

En Paquistán, uno de los países con mayor censura en el mundo en torno a este aspecto, las leyes también pueden ser utilizadas de manera cínica para perseguir a aquellos que no son musulmanes por conflictos personales o diferencias de opinión. Este fue el caso de Asia Bibi, una mujer cristiana que tuvo una disputa en 2010 con sus compañeros de trabajo musulmanes en una hacienda sobre si ella tenía el derecho a tomar del mismo vaso que ellos. Los trabajadores la acusaron de “insultar al Profeta Mahoma” y ella tuvo que pasar los próximos ocho años en la cárcel. En octubre, ella fue perdonada y liberada por la Corte Constitucional de Paquistán, cuya prudente decisión salvó a la Señorita Bibi y destacó la tolerancia de cristianos por parte del Profeta Mahoma. Los islamistas militantes de Paquistán estaban enfurecidos por la reciente ratificación de su liberación y continúan amenazando su vida. Como este reporte de AP señala, los radicales asesinaron a tiros al gobernador provincial que públicamente denominó el caso como una farsa, y el ministro de gobierno del país que cuestionó la ley de blasfemia se topó con el mismo destino.

La política de identidades

¿Por qué es la parte mayoritariamente musulmana del mundo tan adversa a la blasfemia –por qué, en las palabras de un artículo de 2017 de Foreign Policy, tiene un “problema con la blasfemia”? Las respuestas a esta pregunta son complejas, algunas de ellas provienen directamente de la religión, otras solo indirectamente.

Empecemos con las segundas. Pocos musulmanes en el mundo moderno se sienten de alguna forma aislados, humillados, o perseguidos por las potencias foráneas —que muchas veces aunque no siempre son poderes occidentales— y el resultado es una ansiedad que produce reactividad. En otras palabras, no estamos hablando de una creencia religiosa per se sino de una identidad insegura que produce una psicología política reaccionaria. El tratamiento blasfemo, incluso crítico, del Islam, desde esta perspectiva, es recibido como todavía otro asalto en contra de las personas oprimidas del mundo que debe ser contestado con furia.

Uno que presenció la crisis de Los versos satánicos en el Reino Unido, el escritor inglés nacido en la India Kenan Malik, capturó esta motivación secular en un artículo reciente el periódico The Guardian. “El asunto Rushdie”, escribe Malik, “fue una expresión temprana de lo que ahora denominamos como política de identidad”. Como él observa,

“Muchos manifestantes anti-Rushdie no eran religiosos, mucho menos ‘fundamentalistas’, pero activistas jóvenes de izquierda. Algunos habían sido mis amigos y algunas amistades sufrieron conforme tomamos lados opuestos en la controversia. Ellos fueron atraídos a la campaña anti-Rushdie en parte por el desencanto con la izquierda y su fracaso de tomar en serio al racismo, y en parte porque la izquierda en sí misma estaba abandonando su apego a los valores universales por la política de identidad, facilitando el camino de muchos asiáticos jóvenes seculares hacia una perspectiva alternativa del mundo”.

En Islam otros profetas, como Abraham, Moisés, o Jesús, son tan sagrados como el Profeta Mahoma; y Dios es más sagrado que ellos. Esto conduce a la conclusión (que he desarrollado en otras partes) de que la obsesión musulmana con castigar los insultos, reales o percibidos, solo en contra del Profeta Mahoma es una señal de que la política de identidad está en juego. Los militantes islamistas están motivados por el trato de Mahoma más que por cualquier otra cosa. La fuente de su radicalismo no es solo el respeto a aquello que es sagrado, sino una militancia para defender aquellos que solo la comunidad o ummah considera sagrado.

En otras palabras, lo que estamos viendo está conectado al nacionalismo religioso, que es distinto de la religión. Eso podría explicar por qué, como Malik nos dijo, “muchos manifestantes anti-Rushdie no eran religiosos”. Eso también podría explicar por qué Paquistán muchas veces es el principal país que persigue la blasfemia radicalmente —dado que en Paquistán, una nación fundada en torno a la identidad musulmana, el fervor nacionalista y religioso fácilmente se convierten en uno solo.

Este versus Oeste

Otro aspecto del problema es una brecha que existe, no entre Occidente e Islam, sino entre Occidente y Este. En la mayoría de las culturas orientales, el honor y la vergüenza son determinantes. El honor de uno es defendido ferozmente, y poner la vergüenza encima del honor conduce a una ferocidad todavía mayor. Nótese que las culturales orientales en cuestión podrían incluir a los cristianos orientales también, mostrando cómo las actitudes culturales pueden atravesar las divisiones religiosas.

Una observación que podría ayudar a explicar este fenómeno proviene de Matthew Anderson, un candidato a un doctorado en el Departamento de Estudios Teológicos y Religiosos de Georgetown University, quien ha estudiado la legislación de blasfemia en Islam. En 2015 fue a Egipto para investigar un incidente en la aldea de Kafr Darwish, donde un hombre cristiano cóptico llamado Youssef Tawfiq supuestamente publicó material ofensivo relacionado al Profeta Mahoma en su cuenta de Facebook. La provocación percibida condujo a violencia en contra de los hogares cópticos, lo cual a su vez condujo al éxodo temporal de la comunidad cóptica de esta aldea.

El incidente despertó un escándalo a nivel nacional. En el centro se encontraba la creencia de que la blasfemia es un crimen —y que esta creencia era compartida por todos. “Inesperadamente”, Anderson escribió, “encontré que al menos algunos cópticos también creen que la blasfemia, ya sea en contra del Islam o el Cristianismo, es un crimen que debe ser castigado con la ley”. Agregó:

“Dos sacerdotes cópticos que entrevistamos fueron explícitos de que realmente era un crimen si Ayman de hecho había publicado material ofensivo en Facebook en contra del Profeta Mahoma. Esto quizás sorprenderá a aquellos bajo la impresión de que todos los cristianos en Egipto mantienen opiniones acerca de la libertad de expresión o de la libertad de culto que son idénticas a aquellas del liberalismo estadounidense moderno”.

Anderson también descubrió, entre los musulmanes que entrevistó, “una insistencia común de que hay una diferencia significativa entre lo que ellos consideran ser una crítica formal de la religión musulmana y el discurso o imágenes (como las caricaturas) que tienen la intención de ridiculizar la fe. Las anteriores son consideradas como algo permisible, mientras que las segundas deben ser tratadas como un crimen. Esto también parece reflejar una brecha cultural: en Occidente, la sátira podría ser vista como una forma de crítica; en Oriente, puede ser vista no solo como una simple crítica sino como un insulto —y hay un amplio consenso de que el insulto es un crimen serio que merece un castigo serio.

Raíces dentro de la religión

Aparte de las raíces culturales de esta intolerancia, esta también tiene raíces religiosas —las cuales, por supuesto, podrían ser vistas como una reflexión, o conservación, de las raíces culturales.

Islam, a diferencia del cristianismo, es una religión legalista con un cuerpo de leyes que cubren muchos aspectos de la vida. Este se llama Sharia, lo cual implica un “camino” deseado divinamente, mientras que la interpretación humana se llama fiqh, o jurisprudencia. Esta última emite un veredicto acerca de la blasfemia y este no es uno ligero. En las cinco principales escuelas de jurisprudencia islámica —la Sunni Hanafi, la Shafi, y las escuelas Hanbali, junto con la Escuela Shia Jafari— la blasfemia en contra de Dios o un profeta (sabb Allah o sabb al-Rasul) es un crimen capital. La única disputa es sobre si el blasfemo debe ser salvado de la ejecución si él o ella se arrepiente. Hanafis, Shafis, y Jafaris perdonan a los blasfemos que se arrepienten; los otros no.

Vale reconocer que para que una conversación acerca de la compatibilidad del Islam con la libertad de expresión siquiera empiece, dichos veredictos en la jurisprudencia islámica deben ser reformados.

Los argumentos a favor de una reforma han sido esgrimidos, por lo menos desde el siglo diecinueve. Esa fue una época en la que los académicos musulmanes, siendo positivamente influenciados por el liberalismo occidental —tales como Ahmad Khan, Muchammad Abduh, Rashid Rida, y Muhammad Iqbal— empezaron a cuestionarse algunas de las provisiones de la Sharia que estaban vigentes desde hace mucho y que estaban en conflicto con la libertad de expresión, la libertad de religión, o la igualdad ante la ley. Las perspectivas reformistas que ellos sembraron han sido traspasadas a las nuevas generaciones, incluyendo académicos actuales como Rashid al-Ghannushi, Mohammad Hashim Kamali, Abdullah An-Naim y Abullah Saeed.

El argumento reformista también tiene dos componentes claves. El primero y más importante es volver a la fuente más fundamental de Islam, el Corán. Mucho de lo que luego se convirtió en legislación islámica establecida está ausente en el Corán y esto es cierto para los castigos en la tierra por la blasfemia (o por la apostasía) también. El Corán, en cambio, tiene versos que ordenan respuestas pacíficas a la blasfemia tales como negarse a “sentarse junto a” aquellos que “ridiculizan las revelaciones [de Dios]” (como, nuevamente, he explicado en otra parte).

El segundo componente de la reforma es revisitar la Sunna —la tradición del Profeta Mahoma que está escrita en las colecciones “hadith”, o dichos, que fueron canonizados hace casi dos siglos luego de la muerte del Profeta en 632 AD. Estas colecciones hadith, en las cuales está basada gran parte de la Sharia, si incluyen historias del ordenamiento de ejecución de algunos blasfemos por parte del Profeta Mahoma durante los años formativos del Islam. En particular, la historia de Ka’b ibn al-Ashraf, un poeta judío en Medina cuya ejecución por parte de musulmanes es narrada en la colección hadith más reputada, ha sido tomada por juristas como un precedente para ejecutar a los blasfemos.

El argumento reformista aquí es razonar que Ka’b ibn al-Ashraf no fue asesinado por insultar al Profeta o al Islam, sino por “incitar a la gente a ir a la guerra [contra los musulmanes]”, como Ismail Royer indica en un artículo importante que critica la legislación paquistaní contra la blasfemia desde una perspectiva musulmana. Royer se refiere a los académicos Hanafi tradicionales quienes tenían una visión más liberal sobre esta cuestión, incluyendo al jurista Badr al-Din al-Ayni, quien insistió que Ka’b y otros como él “no fueron asesinados simplemente por sus insultos [al Profeta], sino que seguramente fue porque ayudaron [al enemigo] en contra de él, y se unió con aquellos que libraron guerras en contra de él”.

También hay otro tipo de argumento reformista que se denomina “historicista”. Este sugiere que lo que sea que uno encuentre en el Corán o en la tradición profética en términos de jurisprudencia constituye un cuerpo de datos históricos que están atados a su contexto, y que no necesariamente son norma para todos los musulmanes de todos los tiempos. El hecho de que el Corán legisla la esclavitud, por ejemplo, no significa que la esclavitud sea una institución justificada. Uno de los pioneros de esta lectura “historicista” del Corán y de la tradición islámica más amplia fue el académico nacido en Paquistán Fazlur Rahman Malik (1919-1988), quien vivió luego en EE.UU., dando clases en la Universidad de Chicago. Hoy hay teólogos “Fazlur Rahmanist” en Turquía, Indonesia, y otras partes, tratando de difundir este enfoque.

El futuro del Islam

Tales argumentos reformistas pueden escucharse alrededor de todo el mundo musulmán —junto con las reacciones conservadoras a estos. Hablando de manera comparativa, el mundo musulmán, en promedio, está en exactamente el mismo periodo cuando John Locke escribió Una carta sobre la tolerancia (1689) o cuando John Stuart Mill escribió Sobre la libertad (1859). Hay liberales buscando el cambio, en otras palabras, en contra de los conservadores que piensan que los herejes y los infieles deben ser castigados y que todas las ideas subversivas deben ser prohibidas.

No hay un camino recto a través del cual esta reforma pueda proceder, dado que el Islam, a diferencia del Catolicismo, no tiene una autoridad central que pueda cambiar la doctrina religiosa para sus 1.500 millones de seguidores. En este sentido es más parecido al Protestantismo, donde la autoridad está distribuida entre un sinnúmero de instituciones nacionales, centros tradicionales de aprendizaje, líderes carismáticos, televangelistas, teólogos modernos, moderados, radicales, y muchos individuos confundidos.

El progreso —hacia el liberalismo— podría darse solo conforme más y más musulmanes encuentren a los argumentos reformistas persuasivos. Eso puede suceder solo conforme más y más musulmanes se sientan en casa en el mundo moderno, en lugar de ser aislados por ese mundo —mucho menos amenazados, invadidos, o bombardeados.

Sobre la blasfemia, en particular, los musulmanes llegarán a aceptar las normas liberales cuando comprendan que no están ayudando a su religión al responder a las críticas, o incluso a las burlas, con violencia y furia. Simplemente están demostrando ser inmaduros y provocando más insultos en contra de la fe.

Esto puede que sea difícil de comprender para los islamistas militantes en los barrios pobres de Paquistán, pero los musulmanes que viven en Occidente parecen estar comprendiendo finalmente cómo funcionan las cosas aquí. Esto fue evidente en la postura notablemente moderada que los musulmanes holandeses adoptaron cuando Wilders intentó organizar su “Concurso de Caricaturas de Mahoma” en Holanda. La furia se sintió en Paquistán, pero no en las calles de las ciudades o pueblos de Holanda, conforme reportó el periódico The Guardian. “Es fácil esparcir odio”, dijo un musulmán holandés, Usman Firdausi, “pero la respuesta es la dignidad”.

La dignidad, de hecho, es la respuesta correcta a las caricaturas de Mahoma o a Los versos satánicos. 30 años después de la fatwa de muerte del Ayatola, no todos los musulmanes pero al menos algunos parecen estar comprendiendo esto.

Referencias
1
 Daniel Pipes, The Rushdie Affair: The Novel, The Ayatola, and the West (Birch Lane Press, 1990) p. 27.

2 “Fact, Faith and Fiction”, Far Eastern Economic Review, 2 de marzo de 1989 1989.

3 Leonard Williams Levy, Blasphemy: Verbal Offense Against the Sacred, from Moses to Salman Rushdie (UNC Press Books, 1995), p. 562.

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