Es extremadamente difícil encontrar una organización que vapulee a los avances científicos con más saña que la Iglesia Católica. Cualquier tipo de descubrimiento que ponga de manifiesto la estulticia de sus dogmas es vilipendiado, atacado, desacreditado y discutido desde posturas de taimados manipuladores con la pretensión de mantener en el oscurantismo y la ignorancia a las personas, para que prevalezcan sus ensoñaciones y espurias teorías.
Encontramos infinitos ejemplos adecuadamente documentados. No por leyendas orales, no, son documentos oficiales de la propia institución eclesiástica que muestran con contundencia los procedimientos que han sido utilizados durante siglos para que la luz y la verdad no sean conocidas. Empezando por el proceso a Galileo, hasta la reciente resistencia a la investigación con células madre. En el trayecto pasaron por la negación de la circulación de la sangre, la teoría de la evolución de las especies, la redondez de la tierra o la negación de la condición humana a las personas de raza negra. Sin olvidarnos de los autos de fe, en los que eran achicharrados unos pobres diablos en aras del mantenimiento de la ortodoxia de los principios cristianos.
Con esos antecedentes institucionales, las instancias purpuradas se permiten la licencia de acudir a la ciencia para justificar la existencia de su ser soñado. Viene a cuento esta introducción por el reciente escrito de Monseñor Munilla, Arzobispo de San Sebastián y miembro del OPUS DEI. El obispo alude a la ciencia para argumentar la veracidad de la vida y existencia de Jesús de Nazaret. Según Munilla son los historiógrafos quienes dan sobradas pruebas de la vida y milagros de su ser imaginario. Naturalmente es una especie de ”Ciencia a la Carta”.
El rigor científico utilizado por los sabios de referencia de Munilla es de “tanta calidad” que siguen certificando la Sabana Santa como sudario del crucificado, a pesar de las pruebas realizadas con Carbono 14 que demuestran, de manera concluyente, la falsedad de la Reliquia de Turín, (a la sazón una pieza de tela pintada con el fin de disfrazarla de sudario del Maestro). El origen de la farsa está fechado de forma fehaciente en el siglo XIV. El Vaticano conoce la verdad y la oculta.
Los mismos científicos, a los que alude Monseñor, hablan de la existencia de la Veracruz en tantas astillas que con la madera de todas ellas – convenientemente unidas – se podría construir un andamio para repintar el Empire State Building. O las espinas de la Santa Corona que portó el crucificado que, si todas fueran ciertas, habría que atribuirle al portador de la misma una cabeza con el diámetro de un campo de futbol. Por no hablar de la cantidad ingente de clavos que son tenidos por reales cuyo número daría para crucificar a un ser con mas extremidades que un cien pies.
Las referencias históricas apuntadas por Monseñor en su artículo deben de ser las de Flavio Josefo, Tácito, Plinio el Joven o Suetonio. Todas ellas están escritas basándose en fuentes desconocidas y tan poco certeras como las leyendas de los evangelistas, panfletos que al atribuirles su génesis en la inspiración divina no necesitan demostración. Tan solo supersticiones, leyendas, temores y desconocimiento. Es decir: base científica ninguna.
En una sociedad tan extraordinariamente administrada como era la del imperio Romano, del cual han llegado documentos oficiales que nos revelan los secretos de alcoba de los prohombres y las miserias de los ilustres, resulta que en una de las provincias bastión de la defensa de las fronteras Orientales del Imperio como era Judea, aparece un individuo que, según las teorías que nos quieren colar, produce una convulsión política y social, remueve los cimientos de la sociedad judía, arrastra masas ingentes de personas que hacen peligrar las estructuras del Estado, cuestiona el orden establecido y empuja a las autoridades del reino de Judea a una persecución violenta que obliga al Gobernador Romano a tomar cartas en el asunto. Pues bien; de toda esta conmoción los cronistas oficiales, los administradores de la provincia y los autores reconocidos de la época no dejan un solo documento, ni oficial ni casi oficial, ni privado, ni público. Nada.
Un agitador de masas de tal calibre pasó totalmente desapercibido para las autoridades, no provocó ninguna información de relevancia que transmitir a Roma. Nada.
De la vida y milagros de Jesús de Nazaret, ni una palabra. En una sociedad infinitamente mejor estructurada que la Hispania de los Visigodos, ninguna administración reparo en el peligro que para el Imperio de Tiberio suponía el revolucionario. Nada.
Hubo que esperar hasta que a Paulo de Tarso se le iluminara la mente y proyectara la operación de marketing más importante que han conocido los mercados comercializadores del sector de los iluminados. Antes de Paulo: Nada
Incluso años más tarde, en la oscuridad de la Edad Media, sucesos infinitamente menos relevantes son transmitidos en documentos que han llegado hasta nuestros días.
Y en el siglo XXI aparece un alumbrado como Munilla, se marca un par de saltos mortales, un poquito de intransigencia, una pizca de desfachatez y alude a la verosimilitud científica de unos recopiladores de leyendas para atribuir como documento científico las creencias de unos abducidos. De las mentiras vaticanas que permanecen ocultas, Nada.