I. ETIMOLOGÍA Y BOSQUEJO HISTÓRICO.
Integrismo es un sustantivo derivado del adjetivo íntegro, que en la primera acepción que da el Diccionario de la Lengua Española significa: «aquello a que no falta ninguna de sus partes»; también se aplica a «la persona que cumple exactamente y con rectitud los deberes de su cargo o posición»: un ciudadano (juez, funcionario, etc.) íntegro. Deriva del latín integer-gri. Dos son las acepciones que el Diccionario de la Real Academia Española registra para el sustantivo integrismo: a) «Partido político español fundado a fines del siglo XIX, y basado en el mantenimiento de la integridad de la tradición española»; b) «Actitud de ciertos sectores religiosos, ideológicos, políticos, partidarios de la inalterabilidad de las doctrinas». En su sentido actual, la palabra integrismo es un término de vocabulario polémico, con fuerte significado peyorativo, y que ha perdido gran parte de su fuerza en la cultura occidental por su confusión o sinonimia con /fundamentalismo.
Al abordar una aproximación crítica al integrismo, es obligatorio hacer hincapié en que el ser íntegro (la integridad) es algo verdaderamente fundamental para el ser del hombre. ¿Qué ocurre cuando uno no es íntegro? Pues que se siente imperfecto, carente y falto de algo; en definitiva, incompleto. Entonces, denominamos integrismo a esa actitud radical y consecuente con una idea, valor o principio (religioso, político, social…), al que se considera lo fundamental, y cuyo arraigo se expresa y se manifiesta con una claridad nítida para su mejor afianzamiento a través de una doctrina (dogmatismo); doctrina que se tiene que plasmar con autoridad en unas normas de validez absoluta para todo tiempo y lugar y para las que no cabe la autocrítica. Esa idea, valor o principio se defiende o impone de forma agresiva si fuera preciso, pues está en juego implantar el bien y la justicia en una sociedad amenazadora y desviada de lo que el integrismo considera lo correcto. El integrismo es, por tanto, más un temperamento que una corriente; es toda una actitud y toda una disposición del hombre (conocimiento, sentimiento, voluntad), que en modo alguno puede referirse única y exclusivamente a los afiliados y simpatizantes del credo político del partido integrista o partidos afines.
A la hora de hacer un bosquejo histórico en España, es preciso tener muy presente que una de las tareas del integrismo es hacer ver que su pensamiento se identifica con la ortodoxia del Eclesiasticismo Oficial y la verdadera tradición, por cuanto el hecho de ser católico es prioritario y lo que le confiere identidad, por encima de cualquier militancia política o social. La religión católica se convierte en el factor decisivo y referencia) a la hora de tomar decisiones en materia personal y político-social, negando con ello la autonomía legítima de los diferentes ámbitos de la vida. No se podía transigir sobre los principios católicos, porque la verdad estaba ligada a ellos. El integrismo constituye una de las tres ramas más importantes del catolicismo político español, junto con el carlismo y el catolicismo liberal. Su nombre (integrismo) le viene de su defensa a ultranza de la integridad de la verdad católica y su adhesión a ella sin reservas, así como de su absoluta intransigencia con el error. El nombre oficial fue el de Partido Católico Nacional y tenía como presidente a su fundador (1888), Ramón Nocedal. Sus militantes principales procedían del carlismo, y el órgano de difusión de sus doctrinas fue El Siglo Futuro. La actitud del partido fue siempre la de manifestarse como enemigo irreconciliable de la sociedad alumbrada por el liberalismo. Fue la suya toda una radical reacción contra el incipiente proceso de modernización que estaba teniendo lugar en España. La doctrina del partido queda perfectamente recogida en el discurso que D. Ramón Nocedal tiene en Burgos (julio de 1889): «Antes que nada y sobre todo, somos católicos (…) y así nuestra primera acción sea humillarnos ante su Vicario en el mundo, a quien se debe sujetar y rendir toda humana criatura y decirle: "Habla, Señor, que tus hijos escuchan, ganosos de oír tu voz y obedecer tus mandatos, con ansia de vivir y morir confesando y defendiendo todas y cada una de tus enseñanzas" (…). Más nosotros, católicos españoles, de verdad queremos que la historia de España se reanude y continúe allí donde fue interrumpida por la asoladora invasión de extranjeras novedades que la desnaturalizan y pervierten (…). Sustentamos que es monstruoso, insoportable despotismo, que la autoridad temporal, llámese Parlamento, República o César, se constituya fuente de todo derecho, juez y maestro de doctrinas (…). Quisiéramos asimismo que España, desgraciada y abatida por el liberalismo, tuviera bríos y pujanza como en los buenos tiempos de su cristiana fe (…). Amamos y defendemos la libertad, y por eso aborrecemos los horrendos que, con nombre de libertad de conciencia, libertad de cultos, libertad de imprenta, abrieron las puertas de nuestra patria a todas las herejías y a todos los absurdos extranjeros y extranjerizados que ya habían llenado de luto y vergüenza a otras naciones (…). Lo primero y principal es que España sea bien gobernada, según la norma establecida en nuestras antiguas leyes y enseñada recientemente por León XIII en sus admirables encíclicas. Y así, dedicaremos todas nuestras fuerzas a preparar el advenimiento del Estado cristiano (…). Pongámonos a defender la soberanía social de Jesucristo». En 1901, con ocasión de los debates en el Parlamento sobre las congregaciones religiosas, Ramón Nocedal invita «a pelear con los partidos liberales, a quienes no yo –dice–, sino León XIII, llama imitadores de Lucifer». En 1906 el Integrismo fue herido de muerte con la desaparición de Ramón Nocedal. Entre sus seguidores destacan: A. Aparisi y Guijarro, J. M. Ortí y Lara, F. Sardá y Salvany, L. Carbonero y Sol, etc. Durante la República española, el integrismo volvió a fusionarse en las filas carlistas, y Fal Conde dirigió el tradicionalismo desde 1934. En definitiva, todo ello no fue más que la versión española de las corrientes ultramontanas que en Francia defendía Luis Veuillot desde las páginas de L'Univers, y en Italia el diario Journal de Roma, junto con el importantísimo órgano jesuítico La Civiltá Cattolica. El partido desapareció, pero no el integrismo, que se mantiene, se manifiesta y se proyecta en grupúsculos y partidos políticos, sociales, religiosos, etc.
II. POSTULADOS DE LA ACTITUD INTEGRISTA.
Tratamos ahora de plasmar las ideas fuerza que a sus partidarios movían, la concepción del hombre y de la vida que de ellos surgía, y la forma de ser y de estar en la sociedad que ellos expresaban y adoptaban. Destacamos los siguientes rasgos: Es una actitud de exclusión: el integrismo recusa a todo hombre que no comparte sus principios. Es una actitud de hostilidad: se sienten amenazados en su identidad y responden. Es una actitud de rechazo del pluralismo y del relativismo: se ignora la pluralidad. Íntegro se es sólo de una manera: la suya. Lo católico como fundamento y única fuente de la verdad: así se nos dice que «se necesitan católicos puros e íntegros: no cedáis un punto en vuestros principios; manteneos firmes; acordaos que no cabe conciliación de ninguna especie entre la luz y las tinieblas» (Arzobispo de Génova, 1885). Ante la situación político-social: la regeneración por la Iglesia como tarea inaplazable. La causa de los males de la sociedad tenía su único origen, para la mentalidad integrista, en el alejamiento de la religión (/secularización), y poseían una única solución: la vuelta a la religión. Una actitud dogmática: todo intento de interdisciplinariedad es considerado como peligroso, como vía de contagio y como claudicación por parte de quien tiene la verdad. No se discute, sino que se define. El liberalismo es pecado: el liberalismo, «que es herejía, y las obras liberales, que son obras hereticales, son el pecado máximo que se conoce en el código de la ley cristiana (…). Ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u homicida (…) y, por tanto, el liberalismo y los actos son, ex genere suo, el mal sobre todo el mal» (Sardá y Salvany). Es un sistema cerrado: el integrismo elabora todo un sistema cerrado que lo sitúa fuera de todo error, de toda duda. Sólo lo que está dentro, y permanece dentro de las coordenadas establecidas por dicho sistema, permanece puro y conduce a la meta. Constituye una actitud estática: se asume un talante contrario a todo lo que significa cambio, mudanza, apertura.
Es una actitud heterónoma: el integrismo se ordena hacia la certeza que le proporciona la verdad absoluta, que está por encima de toda duda. Tiene una concepción dual de la realidad: se reduce toda la complejidad del mundo a un dualismo: bien-mal, amigo-enemigo. No cabe ningún tipo de conciliación entre la verdad y el error: o discurrimos como racionalista, discurrimos como cristianos. La razón es una dimensión secundaria del hombre: se considera que la razón por sí misma es incapaz de llegar a dar sentido a la vida del hombre. Se posee la verdad más allá de toda racionalidad.«¡Pobre y desventurada razón!, que rehúsa caminar libre por la segura senda que la fe le muestra, y se lanza loca, en los tenebrosos laberintos por donde la lleva Lucifer» (Obispo de Santander, 1906). Una actitud de cruzada: por cuanto se consideran elegidos para llevar a cabo una misión sobre la tierra, están en posesión de una tarea universal. Una actitud de obediencia: se le ofrece al hombre estabilidad, seguridad… si se obedece todo lo mandado. Desde la obediencia, el integrismo redime de la duda y del error. Se aspira al obediente sometimiento. Tiene un lenguaje apocalíptico: la mayor parte del lenguaje integrista está plagado de referencias a la inmoralidad político-social que invade a la sociedad. Posee una actitud de sacralización de la vida civil: el integrismo quiere convertir en leyes civiles todos sus principios, todos sus planteamientos religiosos. La /religión es quien ha de salvar a la /política. Tiene el pasado como salida: para el integrismo, toda solución está referida al pasado. En el pasado está lo bueno y lo positivo. El futuro se siente como amenaza. El hombre bajo sospecha: la concepción antropológica del hombre es de un pesimismo radical. El hombre es un ser de instintos débiles y de inteligencia engañosa. «Para vivir como hombres y de un modo conforme a la naturaleza, debemos aprender a renegar de nosotros, a hacernos violencia y a mortificarnos» (A. M. Weiss, Apología del cristianismo). Una actitud de rigidez: «Los principios católicos no se modifican ni porque los años pasen, ni porque se cambie de país, ni a causa de nuevos descubrimientos, ni por razón de utilidad; son siempre los que Cristo ha enseñado (…). Es conveniente tomarlos como son o dejarlos estar» (Civiltá Cattolica). Una actitud de unidad: se admira la unidad de creencias, de criterios, de actuaciones; se aspira a que no subsista más que «una fe, una ley, una norma…». Una actitud de intolerancia: «La /tolerancia es un veneno que contiene la semilla de la confusión» (Bossuet).
El integrismo tenía muy clara la fórmula: «La suma intransigencia católica es la suma católica caridad» (Sardá y Salvany). La posesión de la verdad como criterio absoluto: desde el integrismo no se argumenta, sino que se afirma; no se pide /diálogo, sino sumisión. ¿Cómo se justifica todo ello? Desde la certeza de la posesión de la verdad absoluta. Y en tanto que propone certezas, al estar en posesión de la solución adecuada, no es la suya una respuesta de las muchas posibles, sino la única respuesta.
En definitiva, hoy las actitudes integristas anteriormente descritas en el plano religioso, pueden ser aplicadas a otras dimensiones de la realidad: política, económica y social, y se proyectan en la vida cotidiana: integrismo dietético, deportivo, ecológico, nacionalista… y también integrismo progresista. En suma, integrismo, fanatismo, fundamentalismo, son palabras que se oponen a las que son las grandes referentes de nuestra organización democrática: pluralismo, tolerancia, libertades, comprensión.
BIBL.: ARBOLEDA MARTÍNEZ M., El integrismo. Una masonería, Madrid 1929; ARETIN K. O. V., El Papado y el mundo moderno, Madrid 1970; COLLDEFORNS F. P., Datos para la historia del partido integrista, Barcelona 1912; HERRERO J., Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Madrid 1973; LABOA J. M., El integrismo, un talante limitado y excluyente, Narcea, Madrid 1985; SARDA Y SALVANY E, El liberalismo es pecado, Barcelona 1887; URIGUEN B., Origen y evolución de la derecha española: el neocatolicismo, CSIC, Madrid 1986; VELASCO F., Aproximación al fundamentalismo político católico actual, IgVi 178-179 (Valencia 1995).